El registro de la isla
Andy y las niñas no tardaron en llegar al otro lado de la isla. Descendieron por el acantilado hasta la playa, que era arenosa, aunque a un lado había un grupo de rocas cubiertas de algas. Era imposible esconderse detrás porque les hubiesen descubierto en seguida.
Se miraron unos a otros con desesperación.
—¿Sería posible ir al mar y mantenerse bajo el agua? .–preguntó Jill.
—No —replicó Andy—. Tendríamos que sacar continuamente la cabeza para respirar y nos verían en seguida.
Jill miró las rocas cercanas y lanzó tal grito que Andy y Mary pegaron un respingo.
—¡Chisss! —le dijo Andy, enojado—. Te van a oír. ¿Qué ocurre?
—¡Ya sé como escondernos! —exclamó Jill, sin aliento—. Es la misma idea que tuve para esconder el bote. ¿No podríamos cubrirnos de arena y luego con algas para parecer rocas? Podríamos tendernos junto a esas rocas, y si nos cubriésemos enteramente de algas tendríamos su mismo aspecto.
—¡Cielos! ¡Eso sí que «es» una idea! —exclamó Andy al punto—. ¡De prisa! Yo os cubriré con arena en seguida. Venid aquí.
Los tres corrieron hacia las rocas. La marea estaba baja y la arena estaba dura, aunque húmeda. Andy hizo que las niñas se tendieran juntas, y luego las fue cubriendo con arena, dejando un espacio libre bajo su nariz para respirar. No tenía otra cosa que sus manos, y resultaba una tarea dura. Luego cogió grandes brazadas de algas de las rocas y las echó sobre el montón de arena. ¡Cuándo hubo terminado, las niñas tenían exactamente el mismo aspecto que las rocas cercanas! Era maravilloso.
Andy fue tapando con algas sueltas las marcas que había hecho en la arena. Luego comenzó a excavar un hoyo para él y a cubrirse con la arena y las algas. Luego alzó la cabeza para mirar a las niñas. ¡Realmente ya no sabía qué rocas eran! Estuvo mirando y mirando, pero hasta que una de las rocas se movió un poco no supo que era une de las niñas.
—¡Jill! ¡Mary! —les llamó en voz baja… En cuanto me oigáis chillar como una gaviota debéis permanecer completamente inmóviles. ¡Estáis estupendas! No sabía qué roca erais hasta que una de vosotras se ha movido.
—Andy, tengo miedo de que uno de los hombres me pise —dijo Mary, asustada.
—¡Bueno, pues déjale! —le contestó Andy—. ¡No te aconsejo que le adviertas que no debe pisarte!
Se oyeron risas procedentes de las rocas cercanas. Aunque las niñas estaban asustadas sabían apreciar un chiste. Todos permanecieron quietos durante un rato y luego Andy oyó voces que se acercaban. Gritó como una gaviota y las niñas se estuvieron tan quietas que no se movió ni un alga de las que las cubrían.
Los hombres bajaron a la playa llamándose unos a otros en voz alta. Andy no pudo entender nada de lo que decían. Los corazones de los niños latían con fuerza, y Jill se preguntó si oirían el suyo. Le parecía que sus latidos resonaban como martillazos.
Los hombres miraban a su alrededor. Uno gritó algo a los otros y echó a andar hacia las rocas. Andy estaba muy alarmado.
«Espero que parezcamos rocas de verdad —pensó—. Y que nadie nos pise… o nos descubrirán en seguida… aparte de que nos harían daño».
El hombre se iba aproximando. Se detuvo junto a Andy para sacar un paquete de cigarrillos. Andy le oyó frotar una cerilla, comprendiendo que iba a encender un cigarrillo.
El hombre arrojó el paquete de cigarrillos vacío y dio una chupada al suyo. Una gaviota joven, viendo que el hombre arrojaba el paquete, pensó que podía tratarse de un trozo de pan, y se acercó a mirar, gritando «li-oo, ii-oo, ii-oo» muy fuerte.
Las otras gaviotas la oyeron y fueron bajando en círculos, preguntándose si habría algo que encontrar. La gaviota joven se puso en la arena y se quedó mirando el paquete sin atreverse a picotearlo porque estaba demasiado cerca el hombre.
Las otras gaviotas bajaron también… y dos se posaron sobre Andy y otra encima de las niñas. ¡Los niños se parecían tanto a las rocas, camuflados de aquella manera, que las gaviotas les tomaron por tales!
Una de las gaviotas pensó que la roca era blanda y cálida, e inclinando la cabeza la picoteó. Andy casi lanzó un grito al notar el picotazo en la rodilla.
Los otros hombres se reunieron con el que fumaba, sin molestarse en subir a las rocas. Uno de ellos dijo que era evidente que allí no podía haber nadie escondido, ya que de otro modo las gaviotas no se hubiesen posado en las rocas, y estarían recelosas.
Durante algún tiempo los hombres permanecieron allí charlando y fumando, y luego volvieron a subir al acantilado. Uno pasó tan cerca de Andy que el niño oyó el ruido de sus pisadas muy cerca.
Los hombres desaparecieron en lo alto del acantilado. Al cabo de un rato, Andy alzó la cabeza con cautela y miró a su alrededor. No se veía a nadie.
Andy consideró más seguro el permanecer todavía un rato más, tal como estaban… pero sentía frío y humedad y tenía miedo de que las niñas pillasen un resfriado.
—¡Mary! ¡Jill! —les gritó en voz baja—. Creo que los hombres se han ido, pero todavía debemos tener cuidado. Despacio y con cuidado quitaros las algas y la arena. Estad preparadas para quedaros quietas si os aviso.
Pero no hubo necesidad de eso… los hombres no regresaron a la playa. Los tres niños se sacudieron la arena húmeda, pusieron las algas sobre el lugar donde habían estado tendidos y corrieron al amparo del acantilado, donde nadie podía verles, en caso de asomarse.
Las gaviotas levantaron el vuelo llenas de sorpresa y alarma. No entendían cómo las rocas podían convertirse en niños tan de prisa. ¡Y la gaviota joven tomó la determinación de no volver a posarse en una roca… por si acaso se convertía en personal.
—¡Cielos! —exclamó Andy mientras temblaba junto al acantilado—. ¡De buena nos hemos librado! ¡Un hombre casi me pisa una mano bajo la arena!
—¿Qué te has hecho en la rodilla, Andy? —le preguntó Jill, señalando el lugar de la pierna de Andy que estaba sangrando.
—Una gaviota me picó —repuso Andy, secándose la sangre—. No es nada. Vaya, ¿verdad que fue divertido cuando las gaviotas nos tomaron por rocas y se posaron sobre nosotros? ¡Nos han ayudado mucho!
—Una gaviota casi se posa en mi cara —dijo Jill—. No me hubiese gustado mucho.
—Tengo frío —exclamó Mary, temblando—. Ha sido horrible tener que estar tanto tiempo enterrada en la arena húmeda.
Estornudó. Andy le miraba preocupado. No era conveniente para ninguno el ponerse enfermo precisamente ahora. Tomó una decisión rápidamente.
—Los hombres deben haberse marchado ya de la isla —dijo—. Iré a ver. Si se han ido ya, iremos a la cabaña, encenderemos la estufa y nos secaremos. Prepararemos cacao caliente y reaccionaremos.
Las niñas pensaron que era una idea estupenda. Andy subió al acantilado.
—Quedaos aquí hasta oír mi grito de gaviota —les dijo—. Y entonces venid lo más de prisa que podáis.
Llegó a lo alto del acantilado. Y allí, manteniéndose junto a los arbustos, fue avanzando hacia el otro lado de la isla, vigilando por si veía alguna señal que le indicara la presencia de los hombres. Al llegar a la hondonada donde estaban las viejas edificaciones… vio como la lancha motora se alejaba de la playa. Los hombres habían abandonado la búsqueda y regresaban a la tercera isla. Ya habían registrado la segunda sin encontrar a nadie más que a Tom.
Andy regresó para avisar a las niñas con su canto de gaviota. Ellas treparon al acantilado en seguida y atravesaron la isla corriendo, cosa que les hizo entrar en calor. Andy estaba en la cabaña con la estufa encendida, que les ofrecía un calor reconfortante.
—Quitaros esa ropa húmeda y envolveros en las mantas —les dijo Andy, que ya estaba arropado en una, como un piel roja—. Estoy preparando un poco de cacao.
A los diez minutos los niños se sentían animados y reconfortados. La estufa secó sus ropas y el cacao les calentó. Nadie volvió a estornudar y Andy comenzó a confiar en que su larga estancia bajo la arena húmeda no les ocasionase ningún constipado.
—Andy, ¿qué vamos a hacer ahora? —preguntó Jill, sorbiendo su cacao—. Por fortuna tenemos mucha comida porque la enterramos en la arena del fondo de la playa… pero no podemos irnos porque no tenemos bote y hemos perdido a Tom. ¿Tendremos que quedarnos aquí durante el resto de nuestras vidas?
—No seas tonta, Jill —repuso Andy—. Cada cosa a su tiempo, por amor de Dios. Hasta ahora hemos hecho lo más importante… escondernos bien para no ser descubiertos y ahora tenemos que hacer otra cosa muy importante… ¡rescatar a Tom! Después pensaremos cómo escapar… pero cada cosa a su tiempo, por favor, y sin preocuparnos de lo que va a ocurrir. Si nos preocupamos, nos asustaremos, y nadie sirve para nada cuando se asusta. ¡Necesitaremos de todo nuestro valor y lo utilizaremos!
Jill y Mary se animaron ante las palabras de Andy.
—Me «gustaría» rescatar al pobre Tom —dijo Jill—. Debe estar muy solo y preocupado. ¿Dónde supones que está?
—En la cueva donde dejó su cámara, supongo —replicó Andy, sirviéndose otra taza de cacao—. Y estoy casi seguro de que habrán puesto un centinela en la entrada, ya que de no ser así, Tom hubiese escapado… de manera que no nos meteremos en aprietos… veremos si hay algún otro medio de rescatar a Tom.
—¿Pero cómo podrá ser? —preguntó Jill.
—No lo sé todavía —contestó Andy—. Pero sé una cosa… que pensábamos que era imposible escondernos en esta isla desnuda… y, no obstante, lo conseguimos. Y por eso, aunque parece imposible rescatar a Tom, debe haber algún medio si lo pensamos bien. ¡De manera que… pensemos!