Capítulo XIII

Tom desaparece

Los niños se miraron unos a otros con la mayor desesperación. ¡Pensar que el hidroavión había tenido que levantar el vuelo precisamente en aquel momento! Qué mala suerte.

—Bueno, no podemos permanecer aquí sentados mirándonos los unos a los otros —dijo Andy con valentía—. Tenemos que hacer algo y de prisa. ¿Pero qué? ¡No puedo ni pensar!

A nadie se le ocurría nada, Andy deseaba ansiosamente que alguna persona mayor estuviese allí para hacerse cargo de la situación e indicarle cuál era el mejor camino a seguir. Pero allí no había ninguna persona mayor. Aquello tenía que decidirlo él… y decidirlo bien, porque tenía dos niñas a su cuidado.

—Será mejor que vayamos remando a la cueva almacén y carguemos el bote de comida mientras podamos —dijo al fin—. Luego nos iremos en seguida y esperemos que ese avión no nos descubra en el mar. Es lo único que podemos hacer.

Era un largo trecho hasta la cueva, pero por fin llegaron completamente extenuados. No había nadie por allí; amarraron el bote y saltaron. Al cabo de poco estaban en la «Cueva Redonda» acarreando montones de latas y cajas.

—¡Cielos! ¡Tenemos bastantes provisiones para varias semanas! —exclamó Tom.

—¡Puede que las necesitemos! —replicó Andy—. Dios sabe lo lejos que estamos de casa. Tampoco tengo idea de cuál es la dirección, pero haré cuanto pueda.

Tom se dirigía al bote con montones de cosas. Andy contempló la cantidad de alimento que había ya en el fondo del bote y meneó la cabeza.

—Es suficiente —declaró—. ¡Si no, el bote nos resultará demasiado pesado para remar! ¡Vamos!

Subieron todos. Remaron hasta más allá del arrecife rocoso donde habían encontrado una entrada, y luego hacia su isla. Andy deseaba recoger las mantas porque estaba seguro de que haría mucho frío por la noche.

—Vosotros id a buscar toda la ropa de abrigo que tengamos —les dijo Andy—. Y traed también un par de tazas y un cuchillo. Yo tengo un,, abrelatas.

Las niñas corrieron hacia la cabaña… y mientras, los niños oyeron el ruido que tanto temían oír… el del motor del hidroplano retumbando sobre el agua.

—¡Ahí viene otra vez! —exclamó Andy, furioso—. Siempre en el peor momento. Échate al suelo, Tom. ¡Espero que las niñas tengan el sentido de hacer lo mismo!

El avión sobrevoló la isla como si estuviese buscando algo. Luego salió al mar y estuvo trazando grandes círculos. Andy alzó la cabeza para observarle.

—¿Sabes lo que está haciendo? —dijo—. Está dando vueltas sobre el mar buscando nuestro bote… igual que el halcón vuela sobre los campos en busca de ratones. Es una suerte que no nos hayamos marchado en seguida. Ahora creo que será mejor aguardar a que sea de noche… y huir en la oscuridad. Si intentásemos irnos ahora nos verían fácilmente.

Aguardaron hasta que el ruido del motor del avión se fue alejando. Estaba sobrevolando el agua en busca del bote robado. Andy se puso en pie y llamó a las niñas con su grito especial. Ellas se habían refugiado debajo de unos arbustos.

—Se ha ido, de momento. Ayudadnos a sacar todas estas cosas y a esconderlas. Si descubren el bote aquí y se lo llevan, y nosotros quedamos prisioneros en esta isla, por lo menos estaremos bien provistos.

—Si logramos marchar esta noche podremos volver a cargar los alimentos con facilidad —observó Tom.

Todos trabajaron de firme enterrando las latas y cajas en la arena suelta del fondo de la playa. Subieron el bote a la playa, y luego se sentaron a descansar, acalorados y rendidos.

Y entonces Tom lanzó un gemido de desaliento. Los otros pegaron un respingo y le miraron con temor.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó Andy.

—¡Mi cámara! —exclamó Tom, y su rostro era la imagen del horror—. ¡Mi cámara… con todas las fotografías que tomé! ¡Me la dejé en la cueva almacén!

—¡Que la dejaste en la «cueva»! —exclamaron todos—. ¿Y cómo?

—Bueno, tenía miedo de que golpease contra las rocas mientras recorría los pasadizos —explicó Tom—. De modo que me la quité con la intención de recogerla al irme. Y se me olvidó.

—¡Atontado! —le dijo Jill.

—No me llames eso —replicó Tom, casi a punto de llorar.

—Bueno, atontado es una palabra demasiado buena para ti —dijo Mary—. Tonto de remate sería mejor. No es posible que tengas ni un poco de cerebro para haber hecho una cosa así, de manera que no debes tenerlo.

Tom se puso muy encarnado, y parpadeando tragó saliva para deshacerse el nudo que sentía en su garganta. Comprendía lo valiosas que eran las fotos que había tomado. ¿Cómo pudo olvidar su cámara?

—Anímate, Tom —le dijo Andy—. Sé cómo te sientes. Yo sentí lo mismo al darme cuenta de que había olvidado el ancla del barco. Es terrible.

Tom le estaba agradecido a Andy por no reñirle, pero de todas formas se sentía muy desgraciado. Habían corrido tanto riesgo para sacar aquellas fotos… y ahora se habían perdido por culpa de su descuido.

—Voto por que comamos algo —propuso Andy, pensando que aquello animaría a Tom, pero no fue así. Por primera vez Tom no sentía apetito. No pudo comer nada. Permaneció sentado cerca mirando tristemente a los otros.

El avión no volvió, y los niños aguardaron la noche para poder marchar.

Jill bostezaba.

—Debo hacer algo durante estas dos o tres horas —anunció—, o me quedaré dormida. Voy a buscar la cafetera, la llenaré de agua en el manantial, y la llevaré al bote. Hay un gran barril para agua y lo iré llenando.

—Buena idea —repuso Andy—. Tú y Mary podéis hacerlo. Yo iré a los arbustos donde dejamos la vela, para ver si sigue allí. No creo que tenga tiempo de preparar una especie de mástil para este bote, de manera que la vela no nos servirá para eso, pero puede sernos útil para cubrirnos en caso de que se ponga a llover.

Las niñas se fueron. Andy hizo una seña a Tom, que seguía apesadumbrado, y atravesó la isla hasta los arbustos donde había dejado la vela.

Tom se quedó solo.

«No me quieren con ellos —pensó el niño, muy equivocado—. Me desprecian. ¡“Yo” también me desprecio! Oh, Dios mío… si pudiera recuperar mi máquina fotográfica».

Pensó en el arrecife que llevaba a la segunda isla, pero era inútil pensar en ir por allí entonces porque la marea estaba subiendo.

¡Pero entonces se acordó del bote! Realmente no era una gran distancia desde donde estaba para ir remando a la cueva. ¡Qué contentos se pondrían los otros si volviera con su cámara!

El niño no se paró a pensar. Arrastró el bote él solo, aunque casi se arranca los brazos. Lo metió en el agua, y se subió. Tomando los remos se puso a remar rápidamente hacia la segunda isla. Allí se detendría en la playa, y correría a la cueva para recuperar su cámara.

«¡Y regresaré aquí casi antes de que los otros se den cuenta de que me he ido!», pensó.

Nadie se hubiese enterado de lo que Tom había hecho, si Andy no se vuelve casualmente a mirar mientras iba a recoger la vela vieja. Ante su enorme asombro vio que su bote se alejaba.

No pudo ver que era Tom quien remaba, y por un momento permaneció inmóvil preguntándose qué habría ocurrido. ¿Sería otro bote y no el suyo? Corrió rápidamente a averiguarlo.

Pronto vio que se trataba de su bote. Vio el lugar donde Tom lo había arrastrado hasta el agua. Entonces pudo ver cómo el bote doblaba muy de prisa, velozmente, la punta del acantilado.

«Ése ha sido Tom», se dijo para sus adentros. Las niñas llegaron en aquel momento y le llamaron a gritos.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué pones esa cara? ¿Dónde está el bote?

—Tom se ha ido con él —repuso Andy, enfadado.

—¡«Tom»! ¿Qué quieres decir, Andy? —preguntó Jill con el mayor asombro.

—Supongo que estaría disgustado por haber olvidado su cámara y ha ido a recuperarla —dijo Andy—. Realmente es un atontado. Pueden verle y apresarle. Estoy seguro de que pronto empezarán a buscarnos. ¡La verdad es que sacudiría a Tom hasta que le castañeteasen los dientes!

Las niñas miraron a Andy con desaliento. No les agradaba la idea de que su hermano se hubiera ido solo en el bote. Bueno… tendrían que aguardar pacientemente a que Tom regresara. En realidad no iba a llevarle mucho tiempo. El sol se estaba poniendo. Estaría de regreso al oscurecer, y entonces todos juntos podrían emprender la aventura de regresar a casa.

Jill dejó la cafetera con el agua abajo en la playa. Estaba cansada. Mary sentóse a su lado y contemplaron el mar por donde Tom debía regresar. Andy paseaba de un lado a otro, impaciente. Comprendía perfectamente que Tom deseara recuperar su cámara y rehabilitarse delante de los demás para que dejaran de considerarle descuidado y torpe… pero ¡ojalá no se hubiese ido en su precioso bote!

Los tres niños aguardaron y aguardaron. El sol estaba cada vez más bajo. Al fin desapareció en la línea del horizonte y las primeras estrellas comenzaron a brillar en el cielo oscuro.

Y Tom seguía sin regresar. Las niñas ya no veían nada en el mar, que ahora estaba negro, mas permanecían atentas por si oían el batir de los remos.

—Tom ya debiera haber regresado —dijo Andy, preocupado—. ¡Ha tenido tiempo de recoger una docena de cámaras! ¿Qué estará haciendo?

Nadie lo sabía, y permanecieron sentados en la fría playa, nerviosos y preocupados. ¡Si por lo menos Tom volviera! Nadie iba a regañarle. Nadie le pondría mala cara. Sólo deseaban su vuelta.

—Yo creo que le habrán cogido —exclamó Andy al fin—. No puede haber otra razón para que no regrese. ¡«Ahora» estamos en un bonito aprieto! ¡Sin Tom… y sin bote!