Capítulo IX

Los misteriosos visitantes

Al día siguiente los niños hablaron del ruido extraño que oyera Andy.

—Te digo que sonaba exactamente como el motor de una motocicleta —decía Tom con firmeza, y nada podía hacerle cambiar de opinión.

—Si no supiera que no hay ningún lugar para poder aterrizar en estas islas rocosas, yo hubiera dicho que ese ruido era el de un avión —observó Andy, pensativo—. Pero es una tontería. ¿Por qué iba a venir aquí un avión? ¿Y dónde iba a aterrizar?

—¡Tal vez fuese una lancha motora! —exclamó Jill de pronto, y los otros la miraron. Por alguna razón a nadie se le había ocurrido pensar en las lanchas motoras entonces.

—¡Sí…, creo que eso era! —replicó Andy—. Tenía ese rumor palpitante de los motores. ¿Y qué es lo que está haciendo aquí una motora? Pero, de todas formas…, ¡eso significa que pueden rescatarnos!

—¡Claro! —exclamó Tom—. Bueno…, vamos a buscar esa lancha. ¡Qué sorpresa van a llevarse cuando nos vean! Se preguntarán de dónde salimos.

—Tom, no tengas tanta prisa —le dijo Andy, empujando al impaciente muchacho hasta hacerle caer sobre el lecho—. Yo creo que aquí está ocurriendo algo extraño… ¡y antes de dejarnos ver, será mejor que averigüemos si seremos bien recibidos!

—¡Oh! —dijo Tom, sorprendido. Las niñas se alarmaron.

—¿Qué quiere decir… algo extraño? —dijo Jill.

—Como os dije ayer, no sé qué es —repuso Andy—. Pero lo que haremos es ver dónde está esa lancha. No debe haber visto nuestra señal porque llegó por la noche… y sabemos que no está en este lado de la isla o la hubiésemos visto esta mañana. Voto porque vayamos a ese borde rocoso desde donde se divisa la mejor vista de la segunda isla y veamos, si por casualidad, una lancha ha podido atravesar el arrecife y penetrar en el tranquilo canal interior.

Los cuatro niños fueron al acantilado. Andy les hizo tenderse en el suelo y arrastrarse como los pieles rojas en cuanto llegaron.

—Será mejor que no nos dejemos ver, por si «hay» alguien ahí abajo —susurró. De modo que arrastrándose como las serpientes fueron acercándose al borde… y al llegar allí tuvieron la mayor sorpresa de su vida.

En las aguas tranquilas que rodeaban la segunda isla había un hidroplano grande y poderoso.

Sí…, un gran hidroplano cuyas alas se extendían ampliamente sobre el agua azul No se oía el motor de ninguna lancha. Lo que Andy había oído a medianoche fue el motor del hidroavión.

—¡Cáscaras! ¡Mirad eso! —susurró Andy con el rostro rojo como una amapola por la excitación—. ¡No se me ocurrió que fuese un hidroavión! ¡Qué cosa más extraordinaria!

—Levantémonos y gritemos —suplicó Jill—. Estoy segura de que les encantará rescatarnos.

—¿Es que no has visto el signo que hay en las alas? —le preguntó Tom con voz extraña, y las niñas miraron. En cada ala estaba pintada una cruz gamada…, el signo del enemigo, del enemigo de medio mundo.

—¡Cielos! —dijo Mary, aspirando el aire con fuerza—. ¡Enemigos! ¡Y utilizando estas islas! ¿Es que les pertenecen?

—Naturalmente que no —replicó Andy—. Pero están desiertas y apartadas de las rutas marítimas normales… cosa que ha sido observada por el enemigo, que las está utilizando como una especie de base para algo…, hidroplanos, tal vez.

—Bueno…, ¿y qué vamos a hacer? —preguntó Tom.

—Tendremos que pensar —repuso Andy—. Una cosa es segura: que no nos dejaremos ver hasta que descubramos algo más. No quiero que nos hagan prisioneros.

—Entonces, para eso eran los comestibles… para la gente que viene aquí —observó Jill—. Supongo que los hidroplanos vienen aquí en busca de alimento y gasolina. Es uno buena idea. Cómo me gustaría poder escapar de aquí y decírselo a mi padre…, él sabrá lo que hacer. ¡Me figuro que limpiaría este lugar, sirva para lo que sirva!

—Escuchad…, ¿no será mejor que quitemos nuestra señal mientras esté aquí ese avión? —preguntó Jill—. Si la ven por casualidad, el enemigo sabrá que hay gente en la isla. ¿Y el bote? También pueden verlo.

—No lo creo —repuso Andy—. Está bien escondido entre esas dos rocas. Pero sí será mejor que quitemos la señal. No volveremos a ponerla. Vamos, Tom…, la quitaremos ahora mismo.

—Iremos con vosotros —dijeron las niñas, pero Andy meneó la cabeza.

—No —les dijo—. De ahora en adelante, alguien ha de vigilar ese aparato. Debemos averiguar todo lo que podamos. Volveremos lo antes posible…, pero vosotros debéis quedaros aquí vigilando.

De manera que las dos niñas quedaron allí, en tanto que los niños corrían al otro lado de la isla para quitar la señal ondeante.

—No sé dónde diantre íbamos a escondernos si fuésemos descubiertos y nos buscasen —dijo Andy, enrollando la vela—. No hay un solo lugar donde esconderse…, ni una cueva, ni nada.

Tom estaba nervioso. ¡No quería verse perseguido en aquella isla desolada!

—Ojalá pudiésemos ver cuántos hombres hay en el hidroplano —observó—. Y qué es lo que están haciendo.

—¿Dónde están tus prismáticos? —le preguntó Andy de pronto—. Es precisamente lo que necesitamos. ¡Así podremos verlo todo con detalle!

—¡Y mi cámara fotográfica! —exclamó Tom, saltando de alegría—. ¿Qué me dices de mi cámara? Podríamos tomar algunas fotografías del hidroplano… y entonces todo el mundo «tendrá» que creernos cuando regresemos… si es que «regresamos» alguna vez.

—¡«Es» una buena idea! —replicó Andy, complacido—. ¡Caramba! Si podemos tomar algunas fotografías de ese «hidro» en las que se vea la cruz gamada con claridad, nadie podrá dudar de nuestra historia cuando volvamos a casa. Tom, vamos a buscar tus prismáticos y tu máquina fotográfica.

Ocultaron la vela entre unos arbustos y corrieron a la cabaña. Cogieron los prismáticos y examinaron la cámara fotográfica para ver si era preciso renovar la película. No… en su interior había una nueva.

—Será mejor que no gastes todo el rollo en el avión —le dijo Andy—. Puede que hayan otras cosas interesantes que fotografiar…, ¡nunca se sabe!

—Oh, tengo tres o cuatro películas —repuso Tom—. Traje muchas pensando que iba a conseguir buenas fotografías de pájaros, ya sabes. Vamos…, regresemos a ver qué tienen que comunicarnos las niñas.

Las niñas se alegraron mucho al verles, pues tenían mucho que contar.

—¡Andy! ¡Tom! En cuanto os fuisteis, los hombres del hidroplano sacaron una especie de bote redondo —explicó Jill, excitada—. Y fueron remando hasta la playa, donde entraron en nuestra cueva. ¡Qué suerte que el mar haya borrado todas nuestras huellas!

—Sí, desde luego —replicó Andy—. Tom, dame los prismáticos. Voy a echar un vistazo.

Andy miró a través de los potentes lentes. Eran de tanto aumento que parecían acercar el hidroavión hasta el alcance de la mano. El muchacho vio las grandes cruces gamadas pintadas osadamente en las alas, y el bote de goma sobre el agua, mientras los hombres visitaban la cueva… bien para llevarse algo, o para guardar algo en ella, Andy lo ignoraba.

—Parece que hay alguien en el «hidro» —observó Andy—. ¡Y mirad…, unos hombres salen de la cueva!

Andy pudo verlos muy claramente con los prismáticos… y los otros pudieron verles también, aunque no con tanto detalle. A ellos les parecieron muñecos lejanos.

—Han ido a buscar alimentos a la cueva —exclamó Andy, excitado—. Y me figuro que habrá algún depósito de gasolina en cualquier otra parte para repostar cuando lo necesiten. ¡Alimentos… y… gasolina…, justamente lo que pensaba! Utilizando estas islas, los aviones enemigos se evitan el tener que recorrer cientos de kilómetros para ir a abastecer en sus propios países. ¡Vaya…, «sí» que hemos descubierto algo curioso!

Los hombres subieron a su bote de goma y remaron de nuevo hasta el hidroplano. Luego desaparecieron en el interior del aparato.

—Me está entrando un apetito feroz —dijo Tom al fin—. ¿No podemos ir a comer algo?

—Yo me quedaré aquí vigilando, y tú y las niñas podéis ir a comer —les dijo Andy—. No encendáis fuego, hagáis lo que hagáis…, el enemigo vería el humo. Utilizad la estufa si queréis guisar algo. Y más tarde traedme algo a mí de comer y beber.

—De acuerdo —replicó Tom, y él y las niñas se arrastraron por el borde del acantilado. En cuanto estuvieron fuera de la vista del avión, se pusieron en pie para encaminarse a su cabaña.

Comieron apresuradamente, sin guisar nada en absoluto. Prepararon un paquete de comida para Andy y fueron a llevárselo.

Pero a mitad de camino oyeron un ruido. «¡R-r-r-r-r-r! ¡R-r-r-r-r-r-r! ¡R-r-r-r-r-r-r!» Se detuvieron al punto para escuchar.

—¡Es el hidroavión que se va! —exclamó Tom… y entonces volvieron a oír el ruido más fuerte que nunca. «R-r-r-r-r-r-r».

—¡Mirad…, está ahí! —exclamó Jill—. ¡Cuerpo a tierra o van a vernos!

Jill había visto al biplano elevándose en el aire por encima del acantilado. Los tres niños se pegaron al suelo, permaneciendo completamente inmóviles. El hidroplano voló sobre su isla, elevándose cada vez más hasta que al fin no fue más que un puntito en el cielo.

—¡Hemos escapado por un pelo! —dijo Tom, sentándose y enjugándose la frente—. ¡Cielos! ¡Por poco me estalla el corazón! He derramado el agua que llevaba para Andy. ¡Tengo que ir a buscar más!

—¡Qué susto ver acercarse ese enorme avión! —comentó Jill—. ¡Dios mío…, si tenemos muchos sustos como éste, van a salirme canas!