En la isla desconocida
Un grupo de niños de aspecto grave se sentó en la playa para desayunarse. Habían sido valientes durante la tormenta… pero ahora estaban todos muy cansados y bastante asustados. Era extraño pensar que tal vez tuvieran que permanecer mucho tiempo en la isla desconocida antes de ser rescatados… suponiendo que se hallasen en la ruta de los barcos y vapores que recorrían aquellos mares.
Andy se hizo cargo de la situación. Era el mayor y el más sensato, y los otros le respetaban. Era bastante maduro para sus catorce años y contempló el bote naufragado con el ceño fruncido.
—Bueno, estamos en un buen aprieto —exclamó—. Pero lo olvidaremos por el momento para disfrutar del desayuno. Será mejor que primero consumamos todo el pan, porque se estropeará pronto. Comeremos todo lo que pueda estropearse… esa lata de carne que está abierta, Tom, y que comenzamos anoche… el resto de la mantequilla… y esos bollos que nos dio la señora Andrews. ¿Y si tomásemos algo caliente? No es que tenga frío, pero nos hará bien algo caliente. Mirad… he traído las cerillas envueltas en este plástico para que no se mojaran. No podemos encender la estufa hasta que saquemos la lata de aceite del armario del bote… la olvidamos… de manera que será mejor que encendamos fuego en la playa.
Tom y Jill recogieron leña, y pronto estuvo el fuego encendido. Andy subió al acantilado para ver si daba con algún arroyo para llenar la cafetera que habían sacado del bote. Tuvo que andar bastante hasta encontrar un manantial que descendía por la colina distante. Llenó la cafetera y regresó a la playa.
—Bueno… el fuego arde bien —dijo—. Encontré un manantial, de manera que no hemos de preocuparnos por el agua. ¿Dónde está el bote de cacao…?, debemos terminar la lata de leche condensada que abrimos, o se estropeará.
Pronto hirvió la cafetera, y los niños prepararon el cacao. Le agregaron leche condensada, bebiéndolo con fruición. El cacao era bueno. Las gemelas, que tenían frío, reaccionaron en seguida. Sus ropas estaban empapadas y aunque el sol calentaba de firme, estaban ateridas.
Tom bostezó. No estaba acostumbrado a permanecer despierto media noche. Las niñas también estaban cansadas, ya que se habían mareado mucho durante la tormenta.
Andy había tendido las mantas al sol. Las tocó viendo que estaban casi secas.
—Será mejor que nos quitemos la ropa mojada y la colguemos en los arbustos para que se seque —dijo—. Nos envolveremos en esas mantas y nos tenderemos al sol en ese rincón resguardado, y dormiremos para compensar la mala noche.
De manera que al cabo de tres o cuatro minutos, todo lo que podía verse de los niños eran cuatro paquetes tendidos al sol durmiendo apaciblemente bien resguardados del viento en un cómodo rincón de la playa. Sus ropas húmedas estaban esparcidas sobre los arbustos y ya humeaban bajo el ardiente sol.
Andy se despertó el primero. Al momento recordó dónde estaba y todo lo ocurrido. Se incorporó para contemplar su bote. La marea estaba bajando de nuevo, y el bote tenía un aspecto extraño tan inclinado, y aprisionado entre dos grandes rocas. Andy preguntóse qué diría su padre al saber lo ocurrido. Era algo serio perder un bote pesquero.
El sol estaba alto en el cielo. Andy se quitó la manta y fue a ver su ropa colgada en los arbustos. Estaba completamente seca. Se la puso yendo luego a inspeccionar el montón de cosas que habían sacado del bote. Estuvo buscando entre ellas hasta encontrar un hilo para pescar.
En la playa cogió un gusano de arena, lo sujeto al anzuelo, y subiéndose a las rocas donde el agua era profunda a su alrededor, hizo descender el hilo hasta el mar. A los diez minutos había pescado su primer pez y volvía a cebar el anzuelo.
Tom fue el segundo en despertarse, y le asombró oír el mar tan de cerca. Fue recordando todo lo que había ocurrido y se puso en pie de un salto. Despertó a las niñas y se pusieron sus ropas secas. Vieron a Andy que les saludaba con la mano.
—¡Andy nos está procurando la comida! —exclamó Jill—. Supongo que debes tener tanto apetito como de costumbre, Tom…
—¡Podría comerme una ballena! —replicó Tom como si fuera cierto.
Fue divertido guisar pescado sobre el fuego. Olía estupendamente. No quedaba ya pan, así que los niños tuvieron que comer el pescado solo, pero tenían tanto apetito que no les importó.
—Son casi las dos de la tarde —observó Andy, mirando al sol—. Ahora lo primero que hay que hacer es buscar un buen sitio para dormir esta noche. Luego podemos explorar la isla, si tenemos tiempo. La comida que trajimos no va a durarnos mucho, pero de todas formas siempre podemos pescar… y espero que también encontremos algunas bayas comestibles.
—¡Mirad! —exclamó Tom de pronto señalando el montón de cosas—. Allí hay una gaviota. ¡Nos abrirá las latas… o se comerá nuestro cacao!
Andy dio unas palmadas y la gaviota alzó el vuelo chillando con fuerza.
—Desde luego no podemos dejar nuestros alimentos a la vista —observó Andy—. Las gaviotas se lo comerían en seguida. Mirad… quedan dos o tres peces para la cena… Será mejor que hagamos un hoyo en la arena y los enterremos debajo de unas piedras grandes hasta que los necesitemos. ¡Si los dejamos al descubierto las gaviotas van a darse pronto un buen banquete!
Enterraron el pescado. Andy, puesto en pie, estuvo observando el acantilado.
—Me pregunto si habrá alguna cueva donde poder dormir durante la noche —dijo. Pero al parecer no había ninguna cueva, aunque los niños la estuvieron buscando con suma atención a lo largo del acantilado.
—¿Cómo sabrán que estamos aquí? —preguntó Jill—. Tendríamos que poner alguna señal, ¿no os parece?, algo que indicara a los barcos vapores que pasen cerca, que estamos aquí.
—Sí —repuso Andy—. He estado pensándolo… Quitaré la vela del bote y la ataremos a un árbol en lo alto del acantilado. Ésa será una magnífica señal.
—¡Buena idea! —exclamó Tom—. Ondeará al viento y se verá a muchos kilómetros.
—Antes de eso hemos de buscar donde pasar la noche —dijo Andy—. Ahora parece que quiere volver a llover… ¿veis esa nube de ahí? No me gustaría mucho empaparme mientras duermo. Vamos.
Dejaron la arenosa ensenada y treparon por el acantilado. Fue difícil, pero por fin llegaron arriba, y volvieron a inspeccionar la isla. No podían verla en toda su extensión, porque la colina del centro les impedía hacerlo… de modo que no supieron si era grande o pequeña. Por el momento, todo lo que sabían era que no se veía señal alguna, ni ningún otro ser viviente, ni tampoco casas u otros edificios.
—¡Cómo me gustaría ver un par de vacas! —observó Jill.
—¿Para qué? —exclamó Mary con sorpresa—. No sabía que te gustaran tanto las vacas, Jill.
—Y no me gustan —repuso Jill—. Pero las vacas representarían una granja, tonta… y una granja representa una casa… y una casa representa montones de gente, y ayuda, naturalmente.
Los otros rieron.
—Bueno, esperemos ver una o dos vacas para ti, Jill —dijo Tom—. ¿Qué camino tomamos, Andy?
—Nos dirigiremos a la colina —repuso Andy—. Allí hay helechos y brezos, y tal vez encontremos alguna cueva en la montaña, donde poder dormir. Los helechos y brezos hacen una buena cama, pero además tenemos las mantas para taparnos.
Corrieron a la montaña. Tenía algunos pinos y abedules inclinados por el viento, pero no encontraron ninguna cueva donde resguardarse. Estaba cubierta de espesa maleza consistente principalmente en helechos y brezos, con algunos pocos tojos… pero en realidad no había ningún sitio que les ofreciera un refugio seguro para dormir.
—Bueno, tendremos que levantar una especie de tienda de campaña —dijo Andy al fin—. No pienso mojarme esta noche. Ya me he mojado bastante tiempo.
—¿Una tienda, Andy? —exclamó Tom—. ¿Y de dónde vamos a sacarla? Comprándola en unos almacenes, supongo…
—Voy a traer la vela vieja del bote —explicó Andy—. Podemos utilizarla como señal durante el día, y como tienda de campaña por la noche. Es lo bastante grande para cubrirnos bien a todos.
—¡Andy, «tú» tienes buenas ideas! —exclamó Jill—. A mí nunca se me hubiera ocurrido. Bueno, ¿quieres que vayamos a ayudarte?
—No —replicó Andy—. Vosotros quedaros aquí con Tom y ayudarle a construir una especie de armazón donde poder ayudar la vela. Necesitaréis algunas ramas fuertes bien clavadas en el suelo. Yo iré a buscar la vela.
Andy regresó de nuevo a la playa y trepó y vadeó hasta el bote. No tardó en regresar con la vela vieja.
Los otros buscaron buenas estacas. Las que encontraron en el suelo eran demasiado delgadas y quebradizas.
—Servirán para encender fuego —dijo Tom—. Tendremos que cortar algunas ramas de los árboles.
Fue difícil, pero por fin lo consiguieron. Entonces clavaron las ramas más robustas en el suelo formando un círculo lo bastante grande para cobijarlos a todos.
Acababan ya, cuando llegó Andy inclinado bajo el peso de la vela. La arrojó al suelo, jadeante.
—Creí que nunca acabaría de subir el acantilado —dijo—. Vaya… habéis preparado unas paredes magníficas. La vela quedará muy bien encima de ellas.
Ocho manos dispuestas ayudaron a colocar la gran vela castaña sobre el círculo de estacas firmemente clavadas en el suelo. El peso de la vela la mantenía baja, y cuando los niños hubieron terminado, habían construido una tienda redonda de color castaño y sin puerta. Pero como los niños podían entrar por cualquier sitio sólo levantando la vela, ¿qué importaba que no tuviese puerta?
—Recogeremos un buen montón de brezos y los pondremos dentro para tendernos —dijo Tom—. ¡Y con nuestras mantas, estaremos tan cómodos y calentitos como tostadas! ¡En realidad puede que tengamos demasiado calor!
—Bueno, si es así, levantaremos un lado de la tienda para dejar que entre la brisa —dijo Jill—. ¡Oh, qué emocionada estoy! ¡Ahora con esta tienda, me parece que tenemos una especie de casa!
—Ahora no tenemos tiempo de explorar la isla —dijo Andy, contemplando con sorpresa el sol poniente—. Hemos tardado mucho en construir la tienda. Veremos la isla mañana.
—¡«Será» divertido! —exclamó Mary—. ¡Quisiera saber qué encontraremos!