¿Quién está en la cabina?
Era ya noche cerrada. El cielo, completamente despejado, estaba cubierto de estrellas, pero daban tan escasa luz que en aquella estrecha garganta no se veía nada. Sólo la lámpara de la motora iluminaba la cubierta.
Andy escuchó por si oía las voces de los hombres. No, no se les oía. Se habían ido, pero ¿por cuánto tiempo? Lo que tenían que hacer era preciso hacerlo ahora, si es que querían escapar aprisa.
Los niños abandonaron su escondite y descendieron por las rocas hasta la motora, que estaba muy quieta sobre el agua en calma del pequeño canal. Subieron a bordo para examinarla.
Y mientras estudiaban cómo ponerla en marcha oyeron un ruido en la cabina de la lancha que les sobresaltó. Era un ruido curioso, una especie de lamento prolongado.
Los niños se quedaron completamente inmóviles y muy asustados, pues estaban convencidos de que se encontraban solos. Escucharon. El lamento volvió a dejarse oír.
—¡Hay alguien ahí, en la cabina! —susurró Andy al oído de Tom—. ¡Será mejor que huyamos, de prisa! No vaya a ser que nos descubran aquí. Vamos. ¡Silencio ahora!
Los dos niños desembarcaron con el mayor silencio posible, dirigiéndose a su anterior escondite.
—¿Quién estará ahí? —susurró Tom, intrigado—. Parecía como si estuviese herido o enfermo. ¿Quién será?
—¡Cualquiera sabe! —exclamó Andy—. Todo lo que sé es que sea quien fuese nos ha fastidiado, impidiéndonos huir en la lancha.
—¿Y qué haremos ahora? —susurró Tom—. ¡No podemos quedarnos aquí toda la noche!
—Oh, esos hombres volverán pronto —replicó Andy—. Entonces tal vez se vayan en la lancha y nosotros podamos escapar en el Andy. Debemos aguardar para enterarnos de lo que suceda.
Los niños se acomodaron dispuestos a aguardar con toda la paciencia necesaria. Tom volvió a estremecerse. Se acurrucaron lo más cerca posible el uno del otro para mantener el calor.
—¿Oyes más lamentos? —preguntó Tom, y Andy meneó la cabeza—. No. Parece que han cesado.
Pero comenzaron un poco más tarde y luego se oyeron otros ruidos. Alguien golpeaba la puerta de la cabina de la lancha motora. ¡Alguien la sacudía violentamente dándole patadas al mismo tiempo! Los niños escucharon, más sobresaltados que nunca.
¡Entonces llegó hasta ellos una voz que conocían muy bien, una voz apagada por la puerta de la cabina, pero inconfundible!
—¡Déjenme salir! ¿Dónde estoy? ¡Déjenme salir o lo romperé todo!
A los niños les dio un vuelco el corazón y contemplaron la motora con asombro.
—¡Es Jill! ¡Es la voz de Jill! —exclamó Andy olvidándose de hablar bajo debido a la emoción—. ¿Pero qué está haciendo Jill aquí? ¡De prisa, vamos a liberarla!
Los niños volvieron a descender, sin preocuparse de si se caían o no, tal era su afán por llegar junto a la niña, que estaba hecha una furia encerrada en la cabina. Ahora golpeaba la puerta con algo… crac, crac, crac. Andy no pudo por menos de sonreír. Rara vez había visto a Jill enojada, pero sabía que tenía genio. Preguntóse si Mary estaría también ahí. De ser así, permanecía muy callada.
Andy fue el primero en llegar a la motora y corrió a la puerta de la cabina. Jill estaba descargando golpes sobre ella y gritaba con tal fuerza que no oyó la voz de Andy que la llamaba.
—¡Jill! ¡Jill! Deja de dar golpes para que pueda abrir la puerta y sacarte. ¡Vas a hacerme daño, si no paras!
Pero la niña, enfurecida, continuaba golpeando a pesar suyo. ¡Crac, pam, crac! ¿Qué diantre tendría en la mano?
Por fin hubo una pausa y Jill, evidentemente agotada, comenzó a sollozar amargamente. Andy golpeó la puerta con el puño.
—¡Jill! ¡Soy yo, Andy! Vamos a abrir la puerta y a entrar. ¡No la golpees más!
En el interior de la cabina se hizo un silencio absoluto. ¡Sin duda Jill no podía dar crédito a sus oídos! Luego se oyó un grito de alegría.
—¡Andy! ¡Oh, Andy querido, abre la puerta, de prisa!
Andy hizo girar la llave y descorrió el cerrojo. Jill se arrojó sobre él y Tom llorando de alegría.
—¡Pensé que no os vería nunca más! —sollozó—. No sabíamos qué hacer al ver que no regresabais. Los hombres dijeron que jamás os volveríamos a ver y creímos que os habrían dado muerte. ¡Oh, Andy, oh, Tom, vamos a casa!
—¿Dónde está Mary? —preguntó Tom.
—En la cabina… en esa litera… no se despierta —repuso Jill.
Andy cogió la lámpara de la cubierta de la lancha para iluminar la litera donde Mary dormía.
—¿Qué le pasa? —preguntó al oír su pesada respiración.
—No lo sé —fue la respuesta de Jill—. Creo que debió ser algo que esos hombres nos dieron a beber lo que la hace dormir de esa manera. Yo no bebí tanto como ella, pues no me gustaba su sabor, pero Mary se lo bebió todo. Y luego nos quedamos dormidas y no supimos lo que estaba ocurriendo. Yo acabo de despertarme sintiéndome muy mareada, y gemí y gemí.
—Sí, te oímos —dijo Andy—. Pobrecita Jill. Espero que Mary se despierte pronto. ¡Vaya, Jill, casi echas la puerta abajo! ¿Con qué la golpeabas?
—Con este taburete —replicó Jill—. Me puse muy furiosa al darme cuenta que esos hombres nos habían encerrado. Ya ves, ignoro dónde estamos. Nos dormimos en la cueva del peñón del Contrabandista, donde esos hombres nos llevaron a todos antes, cuando el padre de Andy vino a buscarnos.
—Tienes montones de cosas que contarnos —le atajó Andy— y nosotros también tenemos que deciros algunas cosas muy curiosas, pero no podemos entretenernos ahora en intercambiar noticias porque esos hombres pueden volver en cualquier momento y no queremos que vuelvan a capturarnos.
—No, ésta es una buena oportunidad para escapar todos juntos —intervino Tom—. Pero, Andy, debemos decirles una cosa.
¡Andy supo lo que era, naturalmente!
—Oh, sí —exclamó—. ¡Jill… el Andy no ha sido hundido! Está junto a esta lancha, con su vela, sus remos y todo lo demás. Los hombres debieron traerlo aquí para esconderlo. Está sano y salvo. Tom y yo estábamos a punto de volver a casa en el Andy, cuando Bandy y Stumpy entraron su motora por el canal y tuvimos que escondernos rápidamente.
—¡Oh! —exclamó Jill con alegría—. Cuánto me alegro, Andy. ¡Yo lo sentí muchísimo, naturalmente, pero sabía que para ti resultaba diez veces peor!
—Estábamos casi en lo más alto del acantilado cuando Andy lo vio —explicó Tom—. Se hubiese despeñado de la alegría si yo no le sujeto por los tobillos.
Andy recordó de pronto que Bandy y Stumpy podían volver en cualquier momento.
—Mirad, no debemos charlar así —dijo—. Hemos de decidir lo que vamos a hacer. Tom y yo decidimos regresar a casa en esta lancha, cuando no pudimos sacar al Andy. Esta lancha bloquea la salida y no podríamos llevarnos al Andy.
—¡Pues vamos entonces! —exclamó Jill con ansiedad—. Aunque es muy oscuro ya. No sé si podrás ver el camino, Andy.
Un profundo gemido procedente de la litera de la cabina les hizo pegar un respingo. Era Mary, que al despertar de su profundo sueño se sentía mareada. Jill acercóse a ella.
—No es nada, Mary. Pronto te sentirás bien.
Mary, medio dormida y todavía mareada, volvió a gemir.
—Saquémosla al aire libre —propuso Andy—. Se sentirá mejor. Está muy pálida.
Entre los dos niños ayudaron a la pobre niña a bajar de la litera. Todavía muy mareada subió a cubierta, agradeciendo el aire fresco en su rostro. Pronto cesó de gemir.
—Me siento algo mejor —dijo con voz débil—. Tom, Andy, ¿cómo es que estáis aquí? ¿Dónde estamos?
—Te lo explicaremos pronto —replicó Andy—. Ahora no hay tiempo. Nos iremos en esta lancha en cuanto podamos. Jill y Tom te lo explicarán todo por el camino.
Fue a poner el motor en marcha, pero por más que lo intentaba, no lo lograba. Producía un ruido semejante a un zumbido, pero nada más. ¡Andy estaba a punto de llorar!
—¿Qué pasa? ¿No lo puedes poner en marcha? —preguntó Tom—. Oye, déjame probar a mí.
Pero aunque todos lo intentaron, ninguno consiguió poner en marcha el motor de la lancha. El porqué lo ignoraban. Era desesperante… sobre todo cuando no les era posible huir en el Andy, puesto que aquella lancha le bloqueaba el paso.
—Mirad, alguien viene —exclamó Tom de pronto—. ¿Veis la luz de sus cigarrillos ahí arriba?
Los cuatro niños miraron hacia lo alto de las rocas de la estrecha garganta. Sí, alguien se aproximaba, dos personas, ya que se veía el resplandor de dos cigarrillos. Debían ser Bandy y Stumpy que volvían. ¡Maldición!
—¡Salgamos de la lancha, de prisa! —susurró Andy alargando la mano para ayudar a Jill—. Cierra la puerta de la cabina, Tom, y echa la llave. Tal vez los hombres no reparen en que las niñas no están ahí. Si se marchan, podremos escapar todos en el Andy. ¡Daos prisa!
Tom cerró la puerta de la cabina y echó la llave y el cerrojo. Luego fue a reunirse con los otros para trepar hasta la roca, deseando que sus corazones no latieran ton aprisa ni tan fuerte.
Bandy y Stumpy se acercaron fumando y subieron a la cubierta de su lancha. Los niños apenas se atrevían a respirar. ¿Serían capaces de poner en marcha el motor y marcharse? ¡Cómo deseaban y rezaban por oír el ruido del motor anunciándoles que pronto podrían sacar su bote para alejarse de allí! Luego subirían a bordo del Andy y en marcha.
Llegó hasta ellos la voz de Stumpy:
—¿Tú crees que esas niñas estarán bien, Bandy? Ahora ya debieran haber despertado. La droga que les diste para dormir no era demasiado fuerte, ¿verdad? Es extraño que no hayan despertado todavía.
—Bah, déjalas en paz —repuso la voz ronca de Bandy—. ¿Qué importa que se la diera demasiado fuerte? ¡Así se están quietas! Tendremos que llevarlas de la cabina a su bote, si no despiertan, eso es todo. Las dejaremos en la cabina de su bote y las encerraremos otra vez. Nadie sabrá nunca dónde están, y si esos niños consiguen llegar a sus casas y denunciarnos, bueno, tendremos a esas dos niñas como rehenes… ¡nuestra seguridad contra la suya! Un buen trabajo.
—Bueno, iré a buscar a una de las niñas —dijo Stumpy abriendo la puerta de la cabina—. Eh, tráeme la lámpara.
Hubo unos instantes de silencio mientras cogía la lámpara y con ella iluminaba la cabina. Luego, de pronto, lanzó un fuerte grito.
—¿Qué ha sucedido? ¡Aquí no hay nadie! ¡Esas dos niñas han desaparecido!