Capítulo XXII

En busca del Andy… y lo que sucedió allí

Los niños hicieron una buena comida sentados al sol. Estuvieron hablando de las niñas, preguntándose qué tal les iría, y si se encontrarían bien.

—Por lo menos tienen comida —comentó Tom—. Ojalá pudieran compartir conmigo estos riñones y melocotones. Es una combinación estupenda.

—¡No sé cómo puedes comer un bocado de riñón y otro de melocotón! —exclamó Andy—. A mí no me gusta mezclar las cosas así. ¿Verdad que el sol es delicioso, Tom? El viento ha amainado un poco. Escucha, ¿cuándo iremos en busca del Andy? ¿Iremos primero a rescatar a las niñas o vamos directamente a casa para dar parte de lo que sabemos?

—No veo cómo podremos rescatar a las niñas —repuso Tom pinchando un trozo de riñón y otro de melocotón con la punta de su cuchillo—. Nos descubrirían los hombres que vigilan el bote de tu padre y volverían a capturarnos. Será mejor que volvamos corriendo a casa. El viento nos empujará, ¿verdad? De modo que podremos regresar deprisa.

—Sí. Aunque estoy preocupado por las niñas —dijo Andy tendiéndose de espaldas incapaz de comer más—. Me temo que esos hombres se enfurezcan al descubrir que hemos escapado… si lo descubren… y tal vez les hagan la vida imposible a Jill y a Mary.

Era un horrible pensamiento. Andy quería mucho a las dos niñas y Tom adoraba a sus hermanas. Pero si regresaban al peñón del Contrabandista para recoger a las niñas podrían capturarlos otra vez, ¿y qué utilidad reportaría aquello?

Andy se quedó dormido antes de tener tiempo de preocuparse más. Tom, tras beber la última gota de almíbar de la lata, se tendió también al sol y cerró los ojos. Ambos niños estaban extenuados.

No se despertaron hasta que el sol estaba muy bajo por el oeste. Andy sacudió a Tom.

—¡Tom! ¡Despierta! Ya es hora de que descendamos para ir en busca del Andy. Bajaremos hasta el pie de los acantilados y luego trataremos de dirigirnos hacia el oeste, doblando el saliente de las rocas. Así llegaremos más pronto o más tarde al tajo del acantilado donde está escondido el Andy. La marea está bajando, de manera que las rocas estarán al descubierto.

Tom bostezó al incorporarse. Tenía agujetas y no le agradaba la perspectiva del largo descenso. Pero había que hacerlo. Andy comenzó a bajar primero, seguido de Tom.

Cuando al fin llegaron al pie del acantilado, Andy se dirigió hacia el oeste por encima de las ásperas rocas descubiertas por la marea. El musgo las hacía resbaladizos, pero los niños pisaban con firmeza y apenas resbalaban.

Al doblar la punta rocosa vieron ante ellos otra zona de costa rocosa agreste. ¡Por allí escondido se hallaba el Andy! ¿Pero dónde? Desde donde estaban no se veía ni rastro. El escondite era muy bueno.

—Mira, por ahí lo entraron —dijo Andy, señalando un estrecho paso en el mar libre de rocas—. Esos hombres deben conocer estas costas como la palma de sus manos. Hay algunos marineros muy inteligentes entre ellos.

Despacio fueron avanzando por las rocas que festoneaban el acantilado buscando algún recodo que pudiera ocultar el tajo donde escondían al Andy. Pero la verdad es que parecía como si fuese imposible encontrarlo.

¡Pero lo encontraron! Rodearon una roca alta como una catedral… y ante sus ojos apareció una franja de mar azul que se introducía en una hendidura del acantilado.

—¡Aquí es! —exclamó Andy, encantado—. ¿Ves? Completamente invisible excepto desde arriba del acantilado… o del lugar desde donde ahora lo contemplamos. Ha sido una suerte verlo desde arriba. De otro modo jamás lo hubiésemos encontrado.

Remontaron el pequeño canal que permanecía tranquilo entre la garganta de rocas. Se adentraba en el tajo del acantilado… ¡y allí, al fondo se hallaba el Andy anclado y tranquilo! Los niños lo contemplaron con orgullo. ¡Qué precioso era su bote!

—¡Y no lo han hundido, después de todo! —exclamó Tom—. Pobre Andy… te sentías muy triste, ¿no es cierto?

—Sí, como jamás lo estuve en mi vida —fue la respuesta de Andy—. Bueno, ahí está, aguardándonos. ¿Tú crees que habrá alguien por aquí?

Al parecer no había nadie en absoluto. No se oía el menor ruido, excepto los acostumbrados del viento, el mar y los pájaros. Nadie silbaba… nadie gritaba. Parecía no haber peligro en ir a explorar el Andy.

No tenía izada la vela, pero ésta se hallaba sobre cubierta, y Andy comprobó que también habían llevado allí los remos. ¡Bien!

Se dirigieron al bote. Claro que estaba desprovisto de todo, ya que los niños se llevaron todas las cosas a la cueva del peñón del Contrabandista. No obstante, ¿qué importaba? ¡El bote estaba allí sano y salvo!

Pronto estuvieron a bordo y Andy lo examinó con cariño desde proa a popa. Sí, estaba perfectamente. No había sufrido el menor desperfecto.

Oscurecía y Andy observó el cielo.

—Creo que no sería mala idea marcharnos —dijo—. Será de noche mucho antes de que lleguemos a casa, pero debemos arriesgarnos a realizar la travesía y confío en no chocar contra alguna roca. Ahora conozco bastante bien el camino.

Los niños pensaron sacar al Andy del estrecho canal remando con cuidado y luego izar la vela en cuanto salieran al mar libre. Comenzaron los preparativos para izar el ancla.

Estaban a punto de izarla cuando el oído agudo de Andy advirtió un ruido extraño. Se detuvo poniendo su mano en el brazo de Tom.

—Escucha —le dijo—. ¿No oyes nada?

Tom escuchó tratando de captar algún ruido sobre el fragor del viento y el mar. Al principio no pudo oír nado, pero luego sí.

—Sí. Oigo un sonido rítmico —dijo—; chuf, chuf, chuf, chuf. Oh, Andy, ¿es que habrá alguna de esas lanchas motoras por aquí cerca?

—Sí —repuso Andy—. Eso es, y espero que no se dirija a este lugar, precisamente ahora que íbamos a marcharnos. El ruido se oye más cerca, Tom. Será mejor que nos ocultemos por si esa lancha viene hacia aquí.

Los niños desembarcaron en busca de un lugar donde ocultarse. Los había por todas partes entre las rocas.

—Trepemos un poco por aquí —exclamó Andy señalando—. ¿Ves a dónde me refiero? Hay una roca grande y podemos escondernos detrás y observarlo todo desde allí. Y además oírlo todo. ¡Vamos! El motor de esa lancha va más despacio. Creo que ahora está enfilando este tajo.

Los niños treparon rápidamente hasta la gran roca, situada a unos dos metros por encima del Andy. Se acurrucaron allí, aguardando, y de pronto Andy se acercó a Tom señalando con el dedo.

—¡Ahí está! —susurró—. Mira, por el pequeño canal se dirige al Andy. Lástima que haya oscurecido tanto ya. Apenas puedo distinguir quién va en la lancha.

La lancha continuó avanzando hasta detenerse junto al Andy. Un hombre saltó a cubierta gritando a otro.

—Es Bandy —susurró Tom—. Y creo que el otro es Stumpy, ¿no? El de las piernas peludas. ¿Qué hacemos?

Encendieron una lámpara en la lancha motora y colocaron otra en el bote pesquero. Entonces Bandy y Stumpy comenzaron a trabajar. Los niños apenas podían adivinar lo que estaban haciendo en la creciente penumbra.

—Me parece que están llevando cosas de una embarcación a otra —susurró Andy—. ¿Qué están haciendo? ¡Es un misterio!

Los hombres iban y venían llevando toda clase de cosos. De pronto Andy reconoció algo y lanzó una exclamación tan fuerte que Tom se asustó.

—¡Mira! Ésa es nuestra estufa, ¿no? —susurró Andy—. Puedes verla a la luz de esa lámpara. La llevan a la cabina del Andy.

Entonces los dos muchachos guardaron silencio porque pensaban lo mismo. La estufa se hallaba antes en su cueva del peñón del Contrabandista. ¿Es que estaban llevando todas sus cosas al Andy, todas las que contenía la cueva? Y de ser así, ¿qué había sido de las niñas? Los hombres debieron subir a la cueva, descubriendo la fuga de los muchachos, y entonces, ¿qué habría ocurrido? ¿Dónde podrían estar las niñas? Debían haberlas sacado de la cueva con todas las cosas.

Ahora los dos se sentían verdaderamente preocupados. No podían soportar la idea de que Jill y Mary estaban solas y asustadas en manos de aquellos temibles contrabandistas.

Todo volvía a parecer un enigma. ¿Por qué devolver las cosas al Andy? ¿Por qué no dejarlas donde estaban y a las niñas también? Y por encima de todo, ¿dónde se encontraban las niñas?

Los dos hombres trabajaron de firme durante algún tiempo y luego, al parecer, terminaron de trasladar todas las cosas, porque apagaron la luz del Andy, volvieron a su lancha y encendieron sendos cigarrillos.

—¿Pensarán quedarse aquí toda la noche? —susurró Tom con desaliento—. ¡Así no podremos marcharnos nunca!

—Bueno, no podemos irnos hasta que se marchen porque ahora nos bloquean la salida del Andy —dijo el muchacho pescador en un susurro contrariado—. Lástima no habernos fugado unos minutos antes.

—Nos hubieran visto y perseguido —dijo Tom—. Mejor que no lo hiciésemos. Ojalá se marchasen. ¡Sería tan agradable volver a casa en el Andy con todo su ajuar completo otra vez! Si supiésemos dónde están las niñas.

Cuando hubieron fumado sus cigarrillos, los dos hombres se pusieron en pie. Tenían muy poco que decirse y sólo intercambiaron comentarios intrascendentes. Andy preguntóse si Bandy seguiría enojado con Stumpy por creerle autor del robo de su comida.

—Iremos a hablar con el jefe —dijo Bandy arrojando la colilla de su cigarrillo al agua—. Veremos si alguien ha encontrado a esos condenados chicos. Menos mal que tenemos a las niñas como rehenes… ¡y son buenas huéspedes!

Los hombres saltaron a las rocas y comenzaron a subir por el acantilado. Andy y Tom no pudieron ver a dónde se dirigían porque era ya casi de noche.

—Debe haber alguna entrada que conduzca al acantilado de los Pájaros desde esta parte —murmuró Andy al oído de Tom—. ¡Quisiera saber quién es el jefe! Tal vez ese individuo con lentes que viste una vez en la cueva-almacén con Bandy, Tom. Me pregunto cuánto tardarán. ¡Tengo intención de coger su motora y volver a casa con ella! ¡Sé conducirla!

Tom tenía frío a causa del viento de la noche y de la emoción. Se estremeció.

—¿Qué? ¿Coger su lancha, Andy? —dijo—. ¿De verdad te atreverías?