Un hallazgo inesperado
Los dos niños avanzaron anhelantes por el extraño túnel. Era tan ancho que hubiese podido albergar dos vías de tren. No era de extrañar que los contrabandistas pudieran transportar tan fácilmente las mercancías desde el peñón del Contrabandista al acantilado de los Pájaros.
¡Bum, bum, buuuuum! El incansable mar seguía retumbando sobre sus cabezas.
—Espero —dijo Tom— que no exista ninguna grieta en las rocas que forman el techo de este extraño túnel submarino. Sería espantoso que comenzase a entrar agua.
—¡No seas tonto! Ese túnel debe haber existido hace muchos años —tranquilizó Andy—. No hay razón para que se agriete ahora. No te preocupes. Estamos seguros.
—Espero que lo estemos de verdad. ¡Maldición! Mi linterna se está apagando.
—Bueno, yo tengo dos… la mía, que llevo encendida, y la de Jill —dijo Andy—. Yo te di la de Mary. Ahora nos arreglaremos sólo con la mía, porque podemos necesitar la de Jill más tarde si la mía se agota. Camina cerca de mí. ¡Vaya, cómo resplandecen estas paredes y el techo! Es un túnel maravilloso. Deben haberlo usado en los viejos tiempos.
—Quisiera saber quién fue el primero en descubrirlo y recorrerlo —prosiguió Tom tropezando con una irregularidad del suelo—. ¡Eh, ilumina mejor el suelo, Andy! No veo por dónde voy.
Siguieron andando un buen rato. Andy trataba de imaginar la longitud que tendría el túnel si unía el acantilado de los Pájaros con el peñón del Contrabandista. Seguro que debían estar aproximándose al final.
—Escucha, el ruido del mar ya no es tan fuerte —dijo Tom deteniéndose de pronto—. Andy, escucha.
—Tienes razón. Bueno, eso sólo puede significar una cosa, que ahora ya no caminamos sobre el agua, sino tal vez bajo el acantilado de los Pájaros.
—Sabes, Andy, yo creo que probablemente llegaremos a esa cueva donde vi almacenadas tantas cajas y banastas. Cuando estuve allí, vi desaparecer a Stumpy y al pescador con lentes por un agujero del suelo de la cueva y apuesto a que aquel agujero conducía a este túnel.
—Yo diría que tienes razón. Vamos, pronto lo veremos. Es agradable no oír el ruido del mar sobre nuestras cabezas. No era un sonido muy agradable. Me producía una sensación extraña.
—A mí también. ¡Como si estuviera caminando en una pesadilla desagradable!
Echaron a andar otra vez. El pasadizo continuaba siendo muy ancho, e incluso se fue ensanchando más a medido que avanzaban. ¡Entonces la linterna de Andy iluminó un gran almacén!
El túnel se había ensanchado tanto que ahora formaba como una especie de vestíbulo subterráneo atiborrado de cajas de embalaje de todas clases amontonadas con descuido. Andy se acercó con curiosidad iluminándolas con su linterna.
—Puede que estén llenas de botellas de coñac —dijo—. Sé que algunas veces lo entran de contrabando. Cada caja tiene escrita una combinación de letras y números. Mira estas verdes también.
—Aquí hay una, medio rota —observó Tom—. Acerca la linterna. Tal vez podamos ver lo que hay dentro.
Pronto el haz de la linterna estuvo iluminando el interior de la caja. Los niños quitaron unos puñados de paja y papeles que protegían el contenido.
Y entonces Andy lanzó un prolongado silbido y se quedó mirando fijamente el contenido. Tom le observó con impaciencia.
—¿Qué pasa? ¿Ya sabes lo que hay dentro?
—Sí. Mira esto, ¿ves este barrilito brillante? Aquí hay escopetas y también revólveres, supongo. Y municiones en esas cajas grandes de ahí de color verde. Apuesto a que tengo razón. Vaya, esto es más que contrabando.
—¿Qué es, entonces? —preguntó Tom en voz baja—. No lo comprendo.
—Ni yo todavía. Sólo sé que esos hombres están entrando miles de armas y municiones y desde aquí las envían a otra parte, ya sea a países donde no les permiten tener estas cosas o para usarlas contra nuestro propio país de alguna forma. Es un complot, y un complot peligroso además, que puede significar peligro para nuestra patria y nuestra gente. No es extraño que esos hombres hundieran nuestro bote, nos hicieran prisioneros y procurasen evitar por todos los medios que mi padre nos encontrara.
Tom estaba asustado.
—No harán daño a las niñas, ¿verdad? —dijo pensando en Jill y Mary, que estaban solas en la cueva.
—No lo creo. ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué podemos hacer? Debiéramos regresar como fuera y dar parte de este extraño hallazgo… y también volver con Jill y Mary para cuidar de ellas. ¿Pero cómo lograremos llevar a cabo cualquiera de las dos cosas?
Tom se sentó sobre una de las cajas. Las cosas estaban sucediendo demasiado aprisa. Contempló con temor aquel gran almacén subterráneo. ¡Armas! ¡Miles de armas! Y puede que pólvora también. Municiones aguardando ser usadas con fines malvados por gente malvada. Se estremeció.
Andy tomó asiento a su lado y quedóse pensativo. El pescador parecía preocupado y le hubiese gustado ser mayor. Las personas mayores siempre parecen saber la mejor forma de resolver cualquier situación. Pero él lo ignoraba e incluso si lo supiera, ¿cómo ponerlo en práctica?
—El caso es —dijo en voz baja—, ¿qué sería lo más acertado, volver al peñón del Contrabandista para proteger a las niñas o seguir adelante hacia el acantilado de los Pájaros? Quizás eso sería lo mejor, porque podríamos remontar el túnel que conduce a la cascada y tal vez salir por eso abertura a la luz del día y aguardar por si mi padre volviera a buscarnos. Entonces podríamos hacerle señales.
—Sí, es una buena idea. No es posible que esos hombres se imaginen que hemos descubierto el túnel bajo el mar y que hayamos venido al acantilado de los Pájaros. Vaya, incluso puede que ignoren que no estamos con las niñas, si es que no van a husmear por nuestra cueva. Podríamos aguardar una oportunidad y hacer señales desde el acantilado de los Pájaros.
—Me parece muy bien, pero dudo que mi padre vuelva hoy. Ha estado recorriendo estos lugares durante dos días sin encontrar nada. Es posible que ahora busque por otros sitios.
—Sin embargo, en realidad es lo único que podemos hacer —dijo Tom poniéndose en pie—. Vamos, ahora estaremos más seguros, ¿no? Aunque será mejor que andemos con cuidado, ya que podríamos tropezar con alguno de esos hombres en el acantilado de los Pájaros.
De manera que dejaron el almacén a sus espaldas, comenzando a avanzar otra vez. Al cabo de poco el túnel se estrechaba, adquiriendo las características anteriores; un amplio pasadizo rocoso con techo alto. De pronto comenzó a ascender.
—Apuesto a que nos conduce a esa cueva —susurró Tom—. Procura cubrir la linterna con la mono, Andy.
Los niños avanzaron ahora muy despacio y a poco el pasadizo se interrumpió bruscamente. ¡Una pared de roca les bloqueaba el paso!
—¡Termina aquí! —exclamó Andy tanteando la pared con las manos—. ¡Maldición! ¿Qué significa esto?
No parecía significar otra cosa sino que el túnel terminaba allí y no podían seguir adelante. Andy exhaló un profundo suspiro. Estaba exhausto después de aquella larga caminata y le parecía sudar tinta al no encontrar una salida.
Se sentó de pronto y Tom dejóse caer a su lado, pues las piernas le temblaban del cansancio.
—Es inútil —dijo Andy—. No puedo volver atrás. Estoy agotado. ¡Estamos vencidos!
Tom sentía lo mismo, pero tras un breve descanso Andy recuperó nuevos ánimos. Volvió a encender su linterna para iluminar las paredes y la dirigió hacia arriba, sobre su cabeza. Lanzando un grito se agarró al brazo de Tom.
—¡Mira… qué tontos somos! Ahí está la salida, sobre nuestras cabezas, ¡un agujero en el techo, naturalmente!
Tom alzó la vista viendo un gran agujero redondo en el techo del túnel y contuvo el aliento.
—¡Claro, Andy! ¿No te dije que esos hombres desaparecieron por un agujero del suelo de su cueva? Apuesto a que es éste. Tenía que conducir a alguna parte y conducía a este túnel. ¿Por qué no lo habremos visto antes?
Inmediatamente los dos niños se sintieron mejor. Tanto mejor, en realidad, que se pusieron en pie de un salto dispuestos a caminar kilómetros si fuera necesario. Andy trató de averiguar la forma de poder elevarse hasta el agujero, pero no había ni rastro de peldaños de ninguna clase.
—¿Qué es eso de ahí? —susurró Tom de pronto.
Andy acercó su linterna: era una cuerda enroscada en un poco de hierro clavado en la roca. La cuerda era tan oscura como las paredes y por eso no la vieron antes. Ellos buscaban escalones o agarraderas de hierro.
—Por esa cuerda suben y bajan —susurró Andy—. Subiremos en seguida. No creo que haya nadie arriba en la cueva o veríamos alguna luz. Yo subiré primero, Tom. Sujeta la linterna.
Tom cogió la linterna con mano temblorosa por la emoción y el alivio, de modo que la luz era bastante incierta. Andy desenrolló la soga y la probó. Estaba bien sujeta. El pescador trepó como un mono, pues estaba acostumbrado.
Se encontró en la oscuridad. No tenía la menor idea de dónde estaba, una vez hubo salido del agujero. Miró hacia abajo, viendo el rostro ansioso de Tom a la luz de la linterna.
—Tírame la linterna —le dijo—. Ten cuidado. Eso es. Ahora la sostendré yo. Agárrate a la cuerda. ¡Vamos!
Tom trepó por la cuerda y Andy le ayudó cuando ya estaba arriba. Contemplaron lo que les rodeaba a la luz de su linterna.
—Sí, ésta es la cueva de que te hablé, la que les sirve de almacén… que queda cerca del río subterráneo —dijo Tom—. ¡Suerte que no hay nadie aquí!
Andy iluminó los montones de cajas.
—Estas cajas son de comestibles —dijo—. Hay una medio abierta y está llena de latos de conserva para alimentar a todos estos hombres que prestan su ayuda en este trabajo fuera de la ley. ¡Vaya, quien lo planeara lo hizo a conciencia! Supongo que estos alimentos están destinados a las tripulaciones de las lanchas motoras.
—Te enseñaré por dónde pasa el río subterráneo —le dijo Tom llevándole detrás de un montón de cajas a un lado de la cueva, para mostrarle el agujero detrás del cual discurría el oscuro río en su estrecho túnel—. Por ahí salté.
—Bueno, nosotros no iremos por ahí. ¡Es demasiado peligroso para mi gusto! Iremos hacia arriba, Tom, no hacia abajo… subiremos por ese túnel serpenteante que descubriste, el que conduce a la salida de la cascada… y esperemos que el caudal de agua sea hoy lo bastante menguado para que nos permita salir por allí.
—¡Y entonces aguardaremos en el acantilado y haremos señales! ¡Pronto nos salvarán! ¡Vamos, Andy… al túnel!