¡Ocurren muchas cosas!
Mary estuvo vigilando y escuchando hasta que llegó la hora de despertar a Andy. Cuando hubieron transcurrido sus dos horas de guardia estaba muy cansada. Cada uno permanecería despierto el mismo tiempo: dos horas, pero parecía mucho más estando todo tan oscuro y en silencio.
Andy no tuvo nada que anunciar cuando despertó Jill, que sintió mucho sueño a ratos, pero consiguió mantenerse despierta recitando en voz baja todos los versos que había aprendido.
Luego le tocó el turno a Tom, a quien costó mucho trabajo despertar, como de costumbre. Jill pensó que jamás lo conseguiría. Pero al fin le vio incorporarse frotándose los ojos.
—Tienes que despertar a Andy dentro de dos horas y él hará la guardia de la aurora —le dijo—. A él no le importa, dice que a esa hora ya habrá dormido bastante.
Tom no conseguía mantener los ojos abiertos. Se los restregaba bostezando continuamente. Luego sintió apetito y se preguntó dónde habrían puesto el chocolate las niñas. Buscó la antorcha de Andy y con ella iluminó el repecho donde se hallaban las provisiones.
Andy se despertó de inmediato al encenderse la linterna y se incorporó sobresaltado, parpadeando.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—Nada —susurró Tom—. Sólo quería un poco de chocolate. Jamás consigo mantenerme despierto a menos que coma algo. Duerme, ya te despertaré cuando llegue tu turno.
Encontró el chocolate al final del repecho. Cogió una barra y apagando la linterna comenzó a quitarle el papel a la golosina. Andy se tumbo con un gruñido, durmiéndose de nuevo.
Nada ocurrió durante la guardia de Tom, que despertó a Andy poco antes del amanecer. El muchacho se incorporó viendo la primera luz gris que se filtraba por la angosta entrada de la cueva. Fue a mirar al exterior, pero no se veía nada en absoluto.
Cuando salió el sol los otros se despertaron. Jill se sentó desperezándose y supo en seguida dónde se hallaba. En cambio, Mary ni podía imaginárselo.
—¿Dónde estoy? —preguntó medio asustada.
—En la cueva, tonta —dijo Jill—. Ya es de día otra vez. Caramba, tengo agujetas y un poco de frío. Propongo que encendamos la estufa y calentemos agua para preparar un poco de cacao.
Tom se acercó a la entrada de la cueva para respirar aire fresco. Lo aspiró con avidez contemplando la ensenada. Lanzó un grito ton fuerte que todos pegaron un respingo y Mary dejó caer la cerilla que se disponía a encender.
—¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que pasa? —exclamaron.
—Nuestro bote… ha desaparecido. ¡No está allí! —gritó Tom—. ¡Mirad! La cala está vacía. ¡No hay ningún bote!
Los cuatro miraron hacia la cala. Era cierto lo que Tom decía. El bote no estaba allí. El Andy había desaparecido.
Andy se puso muy triste, pero no dijo ni una palabra. Tom comprendió lo que sentía su amigo.
—Oh, Andy, ¿no creerás que esos hombres lo han hundido, verdad? —le dijo en voz baja—. No creo que pueda haber nadie capaz de hacer una cosa así con un bote tan precioso.
Andy permaneció callado y dejando a los otros se fue al fondo de la cueva, donde se entretuvo encendiendo la estufa y poniendo la cafetera a hervir. No podía soportar la idea de que su precioso bote pudiera yacer en el fondo del mar.
—¡Pobre Andy! —susurró Jill con lágrimas en los ojos—. ¿No es horrible? Tom, ¿por qué tenían que hundir nuestro bote esos hombres?
—Supongo que para que nadie lo viera y adivinase que estamos aquí, si viniera a buscarnos —repuso Tom comprendiendo que las niñas debían conocer la gravedad de la situación—. Veréis, hemos tropezado con algún secreto y esos hombres no quieren que lo contemos a nadie. Pero saben que es seguro que vendrán a buscarnos y por eso han hundido nuestro bote y quieren ocultarnos en alguna parte, para que no nos encuentren; así no podremos contar a nadie lo poco que sabemos.
Las niñas se asustaron, pero luego Jill se animó.
—Pero no nos han llevado a ninguna parte y cuando veamos llegar la barca del padre de Andy subiremos todos a esas rocas altas que hay encima de la cueva y haremos señales. Me quitaré la blusa y la haré ondear al viento.
—El agua está hirviendo —dijo la voz de Andy desde el fondo de la cueva—. ¿Preparas el cacao, Jill?
Jill acudió a toda prisa. Ahora su pie estaba prácticamente restablecido, pero se reprochaba su accidente, ya que de no haberse torcido el tobillo, es probable que ahora estuvieran todos a salvo en sus casas. De manera que estaba deseosa de complacer a Andy en todo y demostrarle cuánto lo sentía.
Andy se hallaba muy triste. Jill no le dijo nada, pero le acarició el brazo. Ella también sentía pesar al imaginarse al hermoso bote sumergido en el mar… comprendía que para Andy su bote significaba mucho más que un bonito pasatiempo, que es lo que era en realidad para los tres veraneantes, mas para Andy, el bote era su amigo y un camarada.
—Mi padre debería llegar pronto —dijo Andy mientras desayunaban—. Al no regresar anoche, como convinimos, todo el mundo daría la alarma y estarán preocupados. Mi padre debe haber salido hacía el acantilado de los Pájaros esta mañana temprano, y al no encontrarnos vendrá aquí. Debemos estar alerta.
Terminaron el desayuno y Andy se asomó a la abertura para mirar.
—Voy a bajar a la cala para averiguar si el pobre Andy está en el fondo —les anunció—. No tardaré. No me atraparán, no tengáis miedo, pero tengo que ir a verlo. Tú vigila, Tom.
El muchacho se deslizó fuera y los niños le vieron correr y saltar como una cabra por las empinadas rocas que llegaban hasta la cala. Luego le divisaron de pie junto al lugar donde estuviera el Andy, mirando al fondo del agua por un lado y otro.
—Pobre Andy. Esto le ha trastornado —dijo Jill—. Es terrible perder su bote de esta manera. Yo considero que todo ha sido culpa mía.
—¡Mirad… ahí está el hombre patizambo otra vez! —exclamó Tom de pronto—. Y vienen dos más con él. Han visto a Andy… pero él les ha visto también. Mirad cómo trepa por las rocas. ¡Oh, Andy, corre, corre!
Andy no temía ser atrapado por los tres hombres. Era mucho más rápido que ellos. Gritaban tras él y corrían, pero no consiguieron alcanzarle. Llegó jadeante a la cueva y se metió dentro con tiempo de sobra.
—No sé si vienen por nosotros —jadeó—. Pero no nos harán salir. No sé cómo podrán hacerlo a menos que se arriesguen a entrar arrastrándose y entonces estarían a nuestra merced.
—Andy, ¿viste el bote? —le preguntó Jill, pero Andy meneó la cabeza.
—No, allí no lo han hundido. Creo que deben haberlo llevado mar adentro para hundirlo en aguas profundas. Allí no hay ni rastro.
—Supongo que habrán pensado que tu padre podría verlo en el fondo de la ensenada —replicó Tom—. Deben habérselo llevado esta noche. Y ninguno de nosotros ha oído nada.
—Bueno, la cala está bastante lejos —dijo Andy recuperando el aliento—. Ahora atención, que llegan esos hombres.
Se acercaban el hombre de la barba, el patizambo y otro que Tom reconoció en seguida.
—Mirad, ¿veis ese pescador con lentes? Pues es el hombre que se hallaba en la cueva del acantilado de los Pájaros. ¿Cómo ha llegado aquí? ¿Habrán ido a buscarle la lancha motora?
—¿Y ése no es el hombre de las piernas peludas… las que vimos en el acantilado de los Pájaros? —preguntó Jill.
—No. Ése no está aquí —replicó Tom—. Son una buena colección de esperpentos, ¿no?
Andy estaba desesperado. Furioso por la desaparición de su bote y dispuesto a arrojar por las rocas a aquellos hombres si pudiera. También le preocupaban las niñas. Su madre las había puesto bajo su tutela y allí estaban en pleno peligro. Andy estaba decidido a luchar con cualquier arma que encontrara, si los hombres intentaban entrar en la cueva.
Los tres hombres llegaron a la cueva y el moreno les gritó:
—Bueno, niños, ¿seréis más razonables esta mañana? ¿Saldréis? Os lo aconsejo.
Ninguno le respondió y el hombre volvió a gritar con impaciencia:
—¡Salid ya! ¡Nadie os hará daño! Sentiréis no salir por vuestra propia voluntad. ¡No queremos obligaros a salir!
No hubo respuesta. Tras un breve silencio, el hombre moreno dio una orden rápida.
—Manos a la obra, Bandy.
Bandy introdujo algo en la cueva muy cerca de la abertura. Parecía una especie de lata. Los niños no podían imaginarse lo que era y aguardaron en silencio.
Bandy encendió una cerilla que acercó a la lata, inflamándola. Bandy le dio la vuelta y en vez de llamas comenzó a salir humo.
El viento soplaba hacia el interior de la cueva, inundándola de un humo espeso y pegajoso. Tom fue el primero en aspirarlo y comenzó a toser.
—¡Los muy salvajes! —exclamó Andy de pronto—. Tratan de hacernos salir llenando la cueva de humo… como los cazadores hacen con los animales.
El humo iba en aumento y los niños tosían y tosían. Era espeso y olía muy mal y dejaba en la boca un sabor amargo. Era completamente inofensivo, pero los niños lo ignoraban y se asustaron.
—Tendremos que salir —dijo Andy—. Es inútil. Vosotras, manteneos cerca de mí cuando estemos fuera y haced exactamente lo que os diga. No creo que traten de hacernos ningún daño.
Antes de salir, Andy tanteó en el repecho buscando sal que sabía que estaba allí. Los otros no le vieron y les hubiese sorprendido verle abrir el paquete y meter la sal en su bolsillo. ¡Tenía un plan!
Luego, tosiendo y jadeando, se arrastró fuera de la cueva. Le siguieron las niñas y luego Tom. Los hombres les miraron.
—Vaya, si son sólo niños, exceptuando a este pescador —dijo Bandy—. Pillastres entrometidos.
—¡Mirad! ¡Mira, Andy! ¡Ahí está el bote de tu padre! —exclamó Tom de pronto y todos se volvieron en redondo. Cierto: lejos, en la distancia, se veía una barca de pesca, la que usaba el tío de Andy y su padre cuando necesitaban una embarcación mayor que la de Andy.
—¡Hurra! —gritó Tom—. ¡Estamos salvados! Ahora tendrán que dejarnos. Ahí está el padre de Andy.
—Vamos. Lleváoslos —ordenó el hombre moreno—. No hay tiempo que perder. Vendadles los ojos.
Y ante la terrible desilusión de los niños les fueron vendados los ojos con grandes pañuelos rojos. ¿A dónde iban? ¿Y por qué les tapaban los ojos? ¿Les llevaban a algún escondite secreto y nadie debía conocer el camino?
Los hombres les empujaron rudamente y fueron dando tumbos por un sendero rocoso sin ver por donde andaban.
—Oh —sollozó Mary—. ¡Déjennos aguardar al padre de Andy! Entonces nos iremos a casa. ¡Por favor, déjennos marchar!
Mas los hombres les obligaron a seguir adelante y cuando el padre de Andy penetró en la cala no encontró a nadie.