Capítulo XIII

Una buena casa

Dejaron a Jill en cubierta porque el tobillo le seguía doliendo, aunque estaba mucho mejor. Ahora podía ir de un lado a otro y eso la animaba. Le contrarió mucho no ir con ellos a buscar un buen lugar donde dormir aquella noche.

—¿Pero por qué no podemos dormir en el bote? —preguntó, sorprendida—. Igual que anoche.

Los niños no quisieron decirle que temían que en cualquier momento fuese alguien a hundir el bote… sumergiéndolo en el fondo de la cala; por eso era necesario llevarlo todo a un lugar seguro, para no perder sus cosas junto con el bote.

—Si encontramos una cueva arenosa estaremos más cómodos y resguardados del viento —dijo Andy—. No perderemos el bote de vista, Jill, de manera que no necesitas preocuparte. Podremos verte todo el tiempo, y tú nos verás a nosotros.

Se marcharon los tres avanzando por las ásperas rocas, teniendo siempre el Andy a la vista. Los niños no creían que fuese nadie al bote entonces, pero Andy no iba a correr el riesgo de dejar a Jill completamente sola. Teniendo el bote a la vista podrían enterarse en seguida, si algo ocurría.

—No me parece aconsejable ir por el camino que recorrimos esta mañana, hasta la cima —dijo Andy—. En primer lugar desde allí no se ve el bote, y en segundo no descubrí ni un solo lugar donde pudiésemos estar cómodos y resguardados. ¿Verdad?

—No —repuso Tom—. Yo creo que por allí todo era abrupto, poco acogedor y expuesto al viento. Vayamos por el otro lado… mirad, ¿eso de ahí es hierba verde? No, son unos montones de alguna especie de algas. Tal vez encontremos un buen sitio más arriba. Si estallara una tormenta el mar barrería estas rocas donde estamos ahora.

—Sí, es cierto —asintió Andy—. Podéis ver algunas algas aquí y allí… yo creo que crecen con la esperanza de agua de mar. ¡Espero que no haya tormenta! Eso sería el final del Andy, anclado entre esas rocas. Sería arrancado de su ancla y se estrellaría haciéndose pedazos.

—Bueno, no parece que se aproxime ninguna tormenta —observó Tom, a quien no le agradaba aquella conversación—. Hace un día espléndido, aunque frío. Mira, Andy, trepemos a ese amplio repecho. Parece bastante resguardado. ¿Hay una cueva detrás del repecho?

Subieron al amplio saliente de la roca sin perder de vista el Andy.

—No quiero que nos alejemos demasiado del bote —dijo Andy—. Tendríamos mucho trabajo para traerlo todo. Si hay una cueva ahí nos vendrá de perilla.

Existía la cueva… bastante rara, con una entrada muy baja, de manera que los niños tuvieron que entrar agachados, casi arrastrándose sobre sus estómagos, pero en el interior la cueva era bastante amplia y con el techo más alto. Olía a limpio, era fresca y el suelo estaba cubierto de arena, cosa que sorprendió a Andy.

—Esto nos servirá —exclamó, encendiendo su linterna para examinar el interior—. Podemos agrandar la entrada arrancando algunas de esas raíces salientes y enterrándolas en la arena. Sería bastante divertido permanecer tendido en la cueva contemplando el mar por aquella estrecha abertura.

—Tenemos una hermosa vista —dijo Mary agachándose para mirar—. Desde aquí veo el Andy. Jill sigue sentada en cubierta. Y mirad… también veo el acantilado de los Pájaros… allá en la distancia… y distingo el canal entre los dos arrecifes.

—Podríamos ver a cualquiera que viniese a rescatarnos —dijo Tom—. ¿Verdad, Andy? Desde aquí podríamos divisar fácilmente el bote de tu padre. ¡Podríamos hacer señales!

En el lado de la cueva había un saliente rocoso. Mary lo tanteó.

—Esto nos servirá para colocar nuestras cosas —dijo—. Y pondremos las mantas y almohadones encima del suelo arenoso. Estaremos muy cómodos aquí. Sería muy divertido… si mamá no estuviera preocupada por nosotros.

—Esta cueva nos irá de primera —exclamó Andy—. Volvamos para recoger nuestras cosas. Vamos, Tom, sal.

Todos salieron arrastrándose. Andy examinó la parte alta de la entrada y comenzó a arrancar algunas raíces que colgaban de allí. Pronto consiguió ensanchar un poco la entrada.

—Eso permitirá que entre más aire —dijo—. Por la noche se cargaría la atmósfera estando los cuatro dentro. Pero por lo menos estaremos calientes. No puede colarse el viento para hacernos temblar.

Regresaron al bote contentos de haber encontrado algo bastante cerca. Se lo contaron a Jill, que les mostró su tobillo.

—Está mucho mejor —les anunció—. Ahora casi no me duele nada. Puedo ayudaros a subir las cosas.

—No, no puedes —intervino Andy—. Descansa todo lo que puedas. Nosotros subiremos las cosas y te dejaremos vigilando el bote mientras vamos y venimos.

Bajaron a la cabina y recogieron los comestibles… que eran muchos. ¡Qué suerte haber equipado al Andy tan bien!

Subieron los alimentos. Jill preparó la pequeña estufa de petróleo para que se la llevaran también. Podrían necesitarla para hervir agua, para preparar té o cacao.

Fue una tarea fatigosa tener que subirlo todo por las rocas hasta la cueva. Eran muchas las cosas que debían acarrear. Andy no quería que se perdiese nada, si hundían su bote. Pensaba salvar todo lo que pudiese.

Mantas, almohadones, aparejos de pesca, la lámpara de la cabina, tazones, platos, todo fue sacado del bote pesquero. Las niñas, ignorantes de que los muchachos temían que el bote fuese hundido, estaban asombradas al ver que lo sacaban todo. Mary pensó que era un trabajo innecesario.

—¿Por qué nos llevamos tantas cosas? —gruñó—. Ya estoy cansada. ¡Andy, es una tontería llevarlo todo!

—Haz lo que ordena tu patrón —le dijo Tom.

—Vaya quien habla —replicó Mary—. Fuiste tú quien desobedeció a Andy y te metiste en líos.

—Estás cansada, Mary —intervino Andy—. Deja ya de llevar cosas, que yo acarrearé lo que falta. Vuelve con Jill y mira si puedes ayudarla durante el camino. Su pie está ya tan mejorado que creo podrá arreglárselas sin tu ayuda.

A la hora de merendar la cueva estaba bien provista. Mary colocó los comestibles en el saliente de la roca.

—Ésta es nuestra despensa —dijo—. Y este trozo es el trinchante, con los platos, tazones y demás. Aquí detrás se halla la cocina donde hemos puesto la estufa, la cafetera y la sartén. La otra parte es el dormitorio-sala de estar porque todos tendremos que dormir y hacer la vida allí.

Cuando Jill llegó a la cueva, ayudada por Mary, quedó encantada. Le parecía todo emocionante. Lo único malo es que allí estaba bastante oscuro y Andy no quería que utilizaran demasiado sus linternas por temor a agotar las pilas.

—Encendamos la lámpara de la cabina —dijo Jill.

—No tenemos mucho aceite —repuso Andy—. Sólo la encenderemos cuando sea bien de noche. Todavía se ve dentro de la cueva si nadie se coloca delante de la entrada. Tom, quítate de en medio y deja que entre la luz.

—Sólo estaba echando una ojeada —repuso Tom—. Desde aquí tenemos al Andy a la vista. Si alguien intenta algún truco, le veremos.

—Supongo que tu padre nos rescatará mañana —dijo Jill—. Sólo tendremos que posar una noche aquí. En realidad es una lástima, porque es muy divertido dormir en una cueva y comer al aire libre.

—¿Suponéis que la gente de esta isla… los que nos quitaron los remos y la vela y encendieron esas luces en lo alto… suponéis que saben que hemos venido a esta cueva? —preguntó Mary.

—Supongo que sí —fue la respuesta de Andy—. No me cabe duda de que tienen buenos puntos de mira para vigilar cualquier barco y observar las acciones de cualquiera. Deben habernos visto esta mañana temprano, abajo en la cala, y les habrá sorprendido. Anoche no pudieron vernos llegar… estaba demasiado oscuro.

—Cómo debe haberles contrariado descubrir nuestro bote —dijo Tom—. Hemos aparecido en el peor momento para ellos. Me figuro que se habrán alegrado al convencerse que sólo éramos niños.

Jill y Mary estaban preparando la merienda. Se preguntaban dónde encontrarían agua potable suficiente para hacer el té.

—Muy sencillo —exclamó Tom—. En los huecos de las rocas hay mucha agua de lluvia… que ha quedado de las tormentas de la pasada semana, yo creo. Os llenaré la cafetera en uno de esos hoyos.

—Bien —dijo Mary entregándole la cafetera. Tom salió de la cueva y llenó la cafetera de agua en un charco que encontró muy cerca. Pronto estuvo hirviendo en la estufa de petróleo produciendo un sonido gorgoteante. Jill cortó pan, que untó con mantequilla, y abrió un tarro de mermelada de ciruela.

—Será mejor que reservemos las latas de carne y de sardinas, ¿no te parece? —le dijo a Andy—. Por si acaso no nos rescataran mañana y tuviésemos que seguir viviendo aquí. Entonces necesitaremos la carne y las sardinas.

—Sí —replicó Andy—. Debemos tener cuidado con la comida hasta ver lo que ocurre. De todas formas es una merienda estupenda. Me gusta la mermelada de ciruela. Supongo que el pobre Tom se comería un pan entero, pero tendrá que contentarse con unas pocas rebanadas. ¿Tienes un poco de leche para el té, o se ha terminado?

—No. Tengo mucha —le contestó Jill—. A decir verdad nos gusta extenderla sobre el pan y la mantequilla, como la mermelada, por eso traje varias latas. Nos irá muy bien para el té y el cacao. Pásame tu taza, Andy. Te la llenaré.

Incluso Andy, preocupado como estaba por lo que podía ocurrirle a su querido bote, no pudo por menos de disfrutar con aquella merienda en la cueva. Pero pronto hizo demasiado calor, ya que la estufa de petróleo calentaba el ambiente, y los niños salieron para sentarse al sol. Ante ellos se extendía una vista espléndida.

—Rocas… mar… y más rocas… y más mar… y cielo y nubes y pájaros trazando dibujos en el aire —observó Jill masticando una rebanada de pan con mermelada—. Me gusta contemplar estas cosas mientras como. ¡Hacen que el pan y la mermelada sean más apetitosos!

—Todo parece mejor cuando se come al aire libre —replicó Mary—. Lo he observado a menudo.

—¡Mirad! —exclamó Mary de pronto—. ¿No se acerca alguien por la parte izquierda de la cueva, allá abajo? Mirad… donde se alza esa roca alta. Sí… se dirige al Andy. Entremos en la cueva y vigilemos. Si no sabe dónde estamos, no tenemos por qué indicárselo.

Con el corazón palpitante los niños se deslizaron dentro de la cueva. Tumbados sobre sus estómagos contemplaron la cala. Podían ver a un hombre… que parecía un pescador, pues llevaba botas altas de goma.

—Se dirige al Andy —susurró Tom—. ¿Qué se propondrá hacer?