Un susto morrocotudo
Jill, sentada sobre una roca y muy pálida, acariciaba uno de sus tobillos gimiendo lastimosamente, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—¿Qué te pasa? ¿Te has torcido un tobillo? —le preguntó Andy arrodillándose a su lado—. ¡Jill, qué tontería has hecho al saltar sobre esas rocas!
—Lo sé. Oh, Andy, me duele mucho el tobillo. ¿Qué puedo hacer? —gemía la pobre Jill—. Soy una tonta al llorar, pero no puedo remediarlo.
Mary, casi a punto de llorar también, se inclinó junto a su gemela, para quitarle el zapato. El tobillo ya se había hinchado.
Andy lo palpó con cuidado.
—No creo que sea nada grave —le dijo—. Sólo te lo has torcido y pronto estará bien. No andes todavía.
—Acércala a ese charco —dijo Tom viendo un gran hoyo lleno de agua de lluvia en un hueco de la roca—. Así podrá meter el pie. Yo creo que eso será lo mismo que bañarlo.
Jill se sintió mejor con el pie dentro del agua fría. Pronto fue recobrando el color y se enjugó las lágrimas.
—No he podido por menos de llorar —dijo—. No os podéis imaginar lo intenso que era el dolor en el primer momento, pero ahora me siento mucho mejor.
El pie continuaba muy hinchado y Andy consideró más prudente aguardar un poco antes de que intentase caminar. De manera que se sentaron junto al charco y charlaron, mientras Andy no cesaba de vigilar por si acudía alguien. Habló a las niñas de las luces que él y Tom vieran la noche anterior.
Al cabo de un rato Jill supuso que podría andar. Andy la ayudó a levantarse, pero en cuanto puso el pie lastimado en el suelo lanzó un grito, volviendo a levantarlo.
—No puedo… por lo menos de momento —dijo.
—Bueno, descansa un poco más —le aconsejó Andy tratando de no parecer preocupado. Deseaba regresar a casa cuanto antes. Miró la extensión de rocas que descendían hasta la cala donde se hallaba el bote, que ahora no podía verlo. Sería inútil, por el momento, tratar de ayudar a Jill para que bajase por aquellas rocas empinadas. Probablemente volvería a resbalar y caería arrastrándoles con ella. Era preciso tener paciencia y aguardar.
Miraron a su alrededor. Ciertamente el peñón del Contrabandista era un lugar solitario de aspecto desolado. Las aves marinas no anidaban allí a miles como en el acantilado de los Pájaros, pero había muchas de ellas planeando a impulsos de la brisa y chillando con fuerza. La isla se elevaba hasta un abrupto picacho. Cualquiera desde la misma cima gozaría de una maravillosa vista del mar en una extensión de varios kilómetros.
—Me gustaría poder subir hasta lo más alto y echar una ojeada a todo esto —dijo Tom, inquieto.
—¡Tú no harás nada de eso! —exclamó Andy, tajante—. Ayer te metiste en un buen lío y no pienso consentir que hoy busques más problemas. Además, sabes perfectamente bien que allí es donde vimos esas luces anoche. Si ahora hay alguien en la isla, es muy probable que esté allá arriba.
—Está bien, Andy, está bien —replicó Tom—. Sólo he dicho que me gustaría subir, no que fuese a hacerlo.
Les pareció que transcurría mucho tiempo hasta que Jill pudo apoyar el pie en el suelo otra vez sin que le doliera demasiado. Seguía estando hinchado, aunque no tanto. No se lo había fracturado, pero sí torcido de manera muy doloroso.
—Son cerca de las diez y media —dijo Andy—. Si te encuentras con ánimos para bajar ahora, Jill, será mejor que nos vayamos. Tom y yo te ayudaremos.
Jill apoyó el pie lastimado. Sí… si no cargaba todo el peso de su cuerpo creía poder arreglárselas apoyándose en Tom y Andy.
Comenzaron el descenso. Fue una procesión lenta por las rocas, buscando el camino más fácil para que Jill no tuviera que saltar. Tuvo que sentársela descansar dos veces. Andy se mostró amable y paciente, pero en su interior estaba nervioso y preocupado. ¿Y si alguien de la isla les veía y les detenía? Estaba deseando llegar al bote y emprender el regreso.
Por fin llegaron a la ensenada. Allí estaba el bote meciéndose graciosamente donde lo habían dejado, pero los niños vieron al punto que algo le faltaba. ¿Qué era?
—¿Dónde está la vela? —exclamó Tom—. La dejamos doblada sobre la cubierta. ¿Dónde está?
Andy no dijo nada. Sus ojos recorrieron el bote de proa a popa y el corazón le dio un vuelco. ¿Les habrían quitado la vela?
Dejando a Jill con Tom y Mary, bajó saltando hasta la cala, aterrizando como una cabra montesa sobre las rocas, junto a Andy.
Una vez sobre cubierta se apresuró a registrarla, mientras los otros se aproximaban lentamente. Cuando estuvieron a bordo se volvió hacia ellos con el rostro grave.
—¿Sabéis lo que ha ocurrido? Alguien ha estado aquí y se ha llevado no sólo la vela, sino también los remos.
Los tres le contemplaron con horror. La vela desaparecida… y los remos también. ¿Cómo iban a regresar a casa entonces?
—Pero, Andy… ahora no podremos volver a casa —dijo Jill muy pálida por el dolor y la sorpresa.
—Me temo que no —repuso Andy ayudándola a acomodarse en cubierta.
Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. ¿Quién se había llevado la vela y los remos?
—Alguien ha venido mientras estábamos allá arriba —comentó—. Alguien que quiere retenernos aquí. Y el medio más sencillo era hacer algo que nos imposibilitase para llevar el bote a casa, por eso nos han quitado la vela y los remos. ¡Sí pudiera atraparle!
Jill empezó a llorar otra vez. El tobillo volvía a dolerle y estaba deseando volver a casa y recibir los cuidados de su madre. Sollozaba amargamente y Andy la rodeó con su brazo.
—Pobrecita Jill. No importa, ya nos arreglaremos como sea… aunque tengamos que volver nadando.
Pero Jill no pudo sonreír.
—Verás —sollozó—, si no hubiese sido tan tonta como para saltar por las rocas de ese modo torciéndome el tobillo, hubiésemos tenido tiempo de sobra para escapar. Ha sido todo culpa mía… y el tobillo vuelve a dolerme… es espantoso.
—Baja a la cabina y échate —le aconsejó Andy—. Mary te pondrá un vendaje húmedo. Tom y yo vamos a estudiar la situación y decidiremos lo que creamos más conveniente.
Jill consiguió bajar a la cabina. Se alegró de poder acostarse en la litera con el pie en alto, Mary le puso un vendaje mojado en agua de mar, envolviendo cuidadosamente el tobillo hinchado.
Los muchachos, sentados en cubierta, charlaron muy en serio, pues Andy consideraba que el estado de las cosas era grave.
—Hemos tropezado con algo que esos hombres quieren mantener secreto —dijo Andy—. Han escogido esta zona de la costa solitaria y olvidada para lo que estén haciendo… contrabando, supongo. Y ahora hemos aparecido nosotros para estropearles el juego.
—Están furiosos —comentó Tom.
—¡Puedes apostar a que sí! —exclamó Andy—. Es evidente que no tienen intención de dejar que vayamos a casa y lo contemos. Nos tendrán aquí prisioneros hasta que terminen su trabajo, cualquiera que sea. Supongo que será algo relacionado con todas esas cajas y banastas.
—Quisiera saber lo que hay dentro —dijo Tom.
—Artículos prohibidos. Es muy fastidioso. Vuestra madre y mi padre estarán muy preocupados al ver que no regresamos.
—Bueno, ellos saben a dónde hemos ido —replicó Tom animándose—. Vendrán a buscarnos. Tu padre pedirá prestado el bote a tu tío y vendrá para averiguar lo que nos ha ocurrido. Seguro que viene del peñón del Contrabandista, si no nos encuentra en el acantilado de los Pájaros.
—Sí. Vendrá —convino Andy—. Pero apuesto a que nuestros secuestradores, sean quienes sean, habrán pensado en eso. Ya sabrán deshacerse de ellos cuando llegue la ocasión.
—¿Cómo? —preguntó Tom—. ¿Qué quieres decir?
—Pues quiero decir, que si descubren el bote de mi padre por aquí cerca, tomarán sus medidas para que nosotros no andemos por aquí —explicóle Andy, pesaroso.
Tom pareció asustarse.
—¿Y nuestro bote? —dijo—. No pueden esconderlo. Andy no contestó, permaneciendo silencioso tanto rato que Tom alzó la cabeza para mirarle, y alarmado vio algo que parecía una lágrima brillante en el rabillo del ojo del muchacho pescador. Se asustó tanto que le cogió de una mano.
—¡Andy! ¿Qué ocurre? ¿Por qué pones esa cara?
Andy tragó saliva y parpadeó para alejar aquella inesperada lágrima.
—Bueno, tonto —le dijo tratando de hablar con naturalidad—. ¡Probablemente hundirán mi bote, eso es todo! Es la mejor manera de esconder un bote para que no lo vean. Creo que esos sujetos están desesperados y no repararán en hundir un bote si les conviene.
¡Hundir el Andy! ¿Privarles de su hermoso barco? Tom miró a Andy con horror. Todos querían aquel bote, pero Andy más que nadie, porque lo había usado ya mucho tiempo y conocía todas sus cosas. Claro que todos los pescadores aman sus embarcaciones, pero éste era el primer bote de Andy y además una preciosidad.
—Oh, Andy —exclamó Tom sin saber qué decir—. Oh, Andy.
No hablaron durante unos minutos. Luego oyeron a Mary que subía de mojar otra vez el vendaje de Jill.
—No digas a las niñas que tememos lo que pueda ocurrir —le aconsejó en voz baja—. De nada serviría asustarlas antes de hora.
—De acuerdo —replicó Tom, que hasta consiguió sonreír a Mary cuando subió a cubierta—. ¿Cómo se encuentra Jill?
—Dice que ahora que tiene el pie en alto le duele menos el tobillo —dijo Mary—. Hemos estado hablando de los remos y la vela, Tom. ¿No podríamos buscarlos? Es posible que los encontremos escondidos en alguna parte.
—No es muy probable —repuso Andy—. Ha sido una buena estratagema por parte de la persona que ha visto nuestro bote. Se los llevó en seguida.
—Tengo apetito —anunció Tom—. Supongo que no es hora de comer, ¿verdad? Cielos, Andy, acabo de pensar una cosa. Por suerte hemos traído mucha comida, la suficiente para dos o tres días, pero no más. Espero que no nos moriremos de hambre.
—Nos rescatarán mucho antes —dijo Andy al ver la cara asustada de Mary—. De todas formas, ahora comeremos algo. Son casi las doce. Mira el sol.
Comieron muy bien y Andy y Tom estuvieron vigilando todo el tiempo por si acaso alguien rondaba por allí, pero no vieron a nadie.
—Debemos hacernos a la idea de permanecer aquí algún tiempo —dijo Andy—. Y creo que lo mejor será sacar todos los alimentos, mantas y cosas del bote, Tom. Buscaremos una buena vivienda en el peñón del Contrabandista… tal vez en alguna cueva… y nos instalaremos lo más cómodamente posible.
—¡Casi como si hubiésemos naufragado! —exclamó Mary sintiéndose más animada de pronto—. ¡Eso siempre es divertido, aunque estemos en apuros! Vamos… busquemos un buen sitio.