Una noche a bordo
Era una noche preciosa y las nubes, como vellones, iban pasando ante la luna. En la quieta cola el mar apenas si se movía y el bote descansaba inmóvil. Andy oía el leve batir del agua contra sus costados mientras montaba su guardia.
Le intrigaba todo lo ocurrido. Tom dijo que la gran cueva en el interior del acantilado al pie del cual surgía el río subterráneo, estaba atiborrada de cajas y cuévanos. ¿De dónde habían salido?
«¿Y cómo las llevaron hasta allí? —se preguntaba Andy—. Seguro que no pudieron subirlas por el abrupto acantilado, ni entrarlas por la abertura de la cascada y transportarlas por los pasillos serpenteantes descritos por Tom. Eso era completamente imposible. ¿Acaso una lancha motora podría remontar el río subterráneo? No… la corriente era demasiado fuerte… y según la descripción de Tom el techo era muy bajo en algunos puntos».
No… era demasiado complicado y Andy tuvo que darse por vencido antes de resolverlo.
«De lo que estoy seguro es de que ocurre algo extraño, algo fuera de la ley… y cuanto antes regresemos y lo contemos a los mayores, mejor —pensó Andy—. Es imposible tratar de solucionarlo nosotros. Y hemos de pensar en las niñas… no me atrevo a arrastrarlas a más peligros, si puedo evitarlo».
Cuando hubieron trascurrido tres horas despertó a Tom. Fue difícil, porque el niño estaba muy cansado después de todas las aventuras de aquel día. No obstante, pronto se incorporó y envolviéndose bien en las mantas se puso a contemplar la ensenada bañada por la luna.
—Tres horas, Tom… luego despiértame otra vez —le dijo Andy, tumbándose bajo sus mantas lo más cerca posible de Tom para mantener el calor. Era una noche muy fría.
Tom tenía un sueño terrible. Comenzó a dar cabezazos y se le cerraron los ojos. ¡Así no podía seguir! Dormirse estando de guardia era un verdadero crimen… imposible hacerlo, pues Andy jamás volvería a confiar en él.
«Será mejor que camine un poco», se dijo para sus adentros. Con cautela se libró de las mantas para no despertar a Andy y se puso a pasear por cubierta. Le pareció oír un ruido en lo parte de abajo y abrió la puerta de la cocina con cuidado.
—¿Estáis bien ahí abajo? —preguntó en un susurro.
La voz de Mary le respondió.
—No puedo dormir, Tom, por más que lo he intentado. Sencillamente no puedo. Déjame subir a cubierta contigo y te ayudaré a vigilar. Estoy segura de que a Andy no le importará. Te subiré un poco de chocolate.
El chocolate le pareció de perlas a Tom, que le respondió siempre en voz baja:
—Bueno, no despiertes a Jill. Sube y tráete tu manta, pero sólo por un ratito.
Mary salió a la luz de la luna arrastrando su manta y miró a su alrededor.
—¡Oh… qué bien se está aquí con esa luna bañando de plata todo el mar! Qué sombras más negras hay en el peñón del Contrabandista. Me pregunto si tendremos tiempo de explorarlo mañana. Aquí tienes el chocolate, Tom.
Se sentaron juntos acurrucados en las gruesas mantas y se comieron el chocolate, que resultaba delicioso comido así a medianoche. Ahora Tom estaba completamente despierto. Mary y él comenzaron a discutir los acontecimientos del día en voz baja para no despertar a Andy.
—¿Mojaste tu linterna? —le preguntó Mary—. Ya sabes… cuando te caíste al río subterráneo…
—Sí —repuso Tom sacándola de su bolsillo—. Supongo que se habrá estropeado. La probaré.
Presionó el pequeño botón que encendía la linterna… pero nada ocurrió. Estaba completamente estropeada. Tom volvió a meterla en su bolsillo. Al hacerlo notó que allí había algo más… una cosa pequeña y redonda. ¿Qué era?
La sacó. Era el pequeño botón de nácar rojo que había encontrado en el suelo de una de las cuevas. Se lo enseñó a Mary.
—Mira —le dijo—. Me había olvidado de esto. Lo encontré en el suelo de la cueva detrás de la cascada. Eso me convenció de que el hombre velludo debía estar escondido por el acantilado. Al fin y al cabo un botón significa una camisa o un chaleco, ¿no te parece?
—¿Llevaba una camisa roja cuando le viste en la cueva de más abajo? —le preguntó Mary volviendo el botón rojo en la palma de su mano.
—No. Creo que no —repuso Tom tratando de recordar—. Ni el otro sujeto la llevaba tampoco. Iba vestido como un pescador. No me gustó el aspecto de ninguno de los dos.
Puso el botón en su bolsillo y los dos guardaron silencio disfrutando el ligero balanceo del bote y del rumor del agua contra sus costados. Mary pensó que era un sonido muy agradable e inclinándose introdujo la mano en el agua.
—Está helada —dijo bostezando—. ¿Has terminado ya el chocolate? Creo que ahora puedo volver a la cabina. Tengo sueño. No creo que ocurra nada esta noche, Tom. Aquí estamos bien seguros.
Bajó llevándose su manta. Ahora Tom no temía quedarse dormido. Estaba bien despabilado y contempló el peñón del Contrabandista. ¡Qué roca tan alta y empinada! Estaba seguro de que allí también habrían montones de aves marinas con sus huevos. Esperaba que Andy no les hiciera marchar muy de mañana y les permitiera echar un vistazo a la isla.
La luna se ocultó detrás de una nube y al punto el peñón del Contrabandista quedó oscuro y negro. Tom miró inconscientemente a la cima… y de pronto se irguió contemplando fijamente una cosa.
«¡Allí arriba hay una luz! —se dijo para sí—. Sí… ahí está otra vez… flash, flash, flash. Alguien está haciendo señales desde allí. Cielos, ¿hay gente aquí también?».
La luz continuó oscilando. Tom despertó a Andy sacudiéndole con rudeza. El muchacho se despertó en seguida alarmado, sin saber lo que esperaba encontrar.
—Mira, Andy, mira… ¡hay una luz en lo alto del peñón del Contrabandista! —le dijo Tom—. Arriba de todo. ¿La ves? Es una señal, yo diría.
Andy miró, descubriendo en seguida la luz, que estuvo encendida algún tiempo y luego se apagó.
—¿Qué opinas de esto? —le preguntó Tom.
—No lo sé —replicó Andy—. ¡Un misterio más que añadir a los otros! De todas formas, estoy decidido a que mañana nos marchemos lo antes posible. Debemos dar parte de estos extraños sucesos… y lo mejor será que nos mezclemos en ellos lo menos posible. No me gustan esta clase de rompecabezas.
La luz no volvió a brillar. Andy, tras consultar su reloj, volvió a acomodarse.
—Me queda todavía una hora de sueño —dijo—. Vigila bien, Tom, y si ves algo, me avisas.
Pero no ocurrió nada más durante el resto de la guardia de Tom, cosa que le decepcionó. Despertó a Andy a la hora convenida y volvió a arroparse lo mejor que pudo con las mantas.
—No tengo ni pizca de sueño —dijo—. Ahora podría estar de guardia toda la noche.
Pero se quedó dormido antes de que Andy atravesara la cubierta y volviese. Abajo, en la cabina, Jill y Mary también dormían. Todo era paz y silencio.
Al amanecer Andy les despertó a todos. Los chicos parecían incapaces de acabar de hacerlo.
—Vosotras preparad un desayuno rápido —les ordenó—. Lleva estas mantas abajo, Tom. Nos iremos en cuanto podamos.
—¿Por dónde vamos a regresar? —preguntó Tom arrastrando las mantas para irlas dejando caer desde la cubierta a donde estaban las niñas.
—No lo sé todavía —replicó Andy—. Si estuviera seguro de que esa lancha motora se había retirado me arriesgaría por el camino que conozco No tengo la menor idea de si podemos salir al mar desde aquí, ni cuál es el mejor rumbo a seguir en caso de que pudiésemos. Ojalá me atreviese a subir al peñón del Contrabandista para echar un vistazo. Desde aquí no veo nada.
—Bueno, ¿y por qué no trepas al peñón del Contrabandista y echas una ojeada al mar? —dijo Tom—. Tal vez veas la motora. Puede que divises con claridad cuál es el mejor camino para salir de aquí.
—¿Has olvidado esas luces que brillaban anoche? —preguntóle Andy—. En la isla hay gente y no quiero que nos atrapen. Me parece que hay una perfecta organización en esta desolada parte de la costa.
—Pero es tan temprano —dijo Tom—. Ahora no habrá nadie por aquí Desayunaremos cualquier cosa, Andy, y luego vayamos rápidamente al peñón para subir hasta la cima y echar un vistazo desde allí. Podremos ver a varios kilómetros. Apuesto a que descubrirás la motora si es que nos está aguardando por aquí.
—Bien… tal vez sea mejor ir a ver si doy con el camino —dijo Andy—. Puede que todavía no se haya despertado nadie, como tú dices. No hablaremos ni reiremos, limitándonos a observar.
Se sentaron en la cubierta para desayunar. Esta vez tomaron sopa caliente de lata, con pan y muchas galletas untadas de mermelada. Además había también cacao caliente para beber, endulzado con leche condensada. Todos disfrutaron de lo lindo con aquel extraño desayuno.
—Lo de la sopa caliente ha sido una buena idea —observó Andy dirigiéndose a Jill, que se sintió halagada—. Hace mucho frío esta mañana. Pero claro, es tan temprano… el sol apenas está asomando. ¡Mirad!
Terminaron su desayuno contemplando cómo el azul del agua de la cala se iba tornando dorado a medida que salía el sol. Todo parecía limpio, hermoso y recién estrenado, d no Mary. ¡Así era! Incluso las rocas resplandecían bajo el sol naciente como si alguien las hubiese estado lavando.
Andy observó las empinadas rocas de la isla cercana.
—Creo que ese punto alto que Tom me indicó es el mejor —dijo—. No me agrada que vengáis vosotras, pero prefiero que estemos todos juntos. Iremos lo más aprisa posible.
Dejaron las cosas del desayuno como estaban y saltaron a las rocas más próximas. Pronto estuvieron trepando por las rocas resplandecientes, lo más de prisa posible. Allí no habían acantilados como en la ensenada donde anclaron antes… sino sólo masas de rocas cubiertas de algas hasta donde eran alcanzadas por la espuma del mar, y secas y negras más arriba… Se encaminaron directamente hacia el punto escogido por Tom. Cierto que desde allí se divisaba una vista maravillosa Contemplaron la vasta extensión de mar, que aquella mañana estaba revuelto, y las olas, como caballos de crines blancas, galopaban por todas partes.
No había ni rastro de la lancha motora. Andy miro a todas partes con sus ojos de águila que abarcaban kilómetros. Tenía la vista de un pescador, y a menudo podía distinguir cosas en el mar que ni Tom ni las niñas eran capaces de vislumbrar.
—No se ve nada —dijo Andy, complacido—. Buena cosa es, porque no sé cómo íbamos a escapar como no fuera por donde hemos venido. No me atrevería a salir al mar navegando a vela con todas esas rocas a nuestro alrededor.
—Bueno, volvamos a casa lo antes posible —propuso Jill comenzando a descender saltando de roca en roca. Andy le gritó para prevenirla… pero era demasiado tarde.
Jill resbaló y cayó. Trató de levantarse y no pudo. Andy se le acercó rápidamente muy alarmado. ¿Qué se habría hecho?