Capítulo X

Lo que ocurrió durante el regreso

Andy, Jill y Mary estaban tan contentos de ver a Tom vivo y con apetito que por un momento se limitaron a contemplarle sin pronunciar palabra. Luego Jill corrió a buscar algo de comer y Andy le gritó:

—Trae un par de mantas. Tom está empapado y temblando.

Pronto Tom estuvo sentado en un rincón resguardado del viento, comiendo pan y carne en conserva, envuelto en un par de cálidas mantas, mientras sus ropas mojadas se secaban al aire.

Andy no permitió que las niñas le hicieran ninguna pregunta hasta que tuvo algo en el estómago y cesó de temblar. Apenas podían aguardar a saber lo que le había ocurrido. ¡Qué terrible había sido verle bajar rodando arrastrado por las inquietas aguas del río subterráneo!

—Ahora —cuéntanoslo todo— le dijo Jill cuando Tom hubo terminado de comer. Tom miró a Andy con temor. No le agradaba tener que confesar su propia desobediencia que casi le lleva al desastre.

Andy sorprendió su mirada.

—Supongo que hiciste la tontería de entrar por la abertura de la cascada —le dijo con amabilidad no exenta de cierto tono severo.

Tom se puso como la grana y asintió con la cabeza.

—Sí… lo hice —replicó—. Lo siento, Andy. Ya sé que eres tú el jefe aquí, pero tuve que hacerlo. Y en cuanto lo hube hecho deseé no haber sido tan estúpido.

—Me alegro mucho de que estés a salvo —dijo Andy—. Pero escúchame, joven Tom… una desobediencia más por tu parte y no volverás a salir en mi bote. ¿Entendido? Yo soy el responsable y si no sabes ser leal con tu patrón, no me sirves.

—Lo sé, Andy, lo sé —reconoció Tom con humildad—. No volveré a hacer el tonto. He recibido mi lección. Aguarda a oírme.

—¡Cuéntanos! —le suplicó Jill—. No le riñas más, Andy. Deja que nos cuente su historia.

De manera que Tom les contó cómo había penetrado por el agujero de la cascada, encontrando la cueva que se inundó, y cómo tuvo luego que seguir adelante por fuerza. Les habló de los peldaños que conducían a la cueva interior y de los largos y serpenteantes pasadizos siempre descendentes, en el corazón del acantilado.

Cuando les describió el descubrimiento de la cueva que al parecer era utilizada como almacén, y los dos hombres que estaban sentados charlando, los otros le escucharon con suma atención conteniendo el aliento para no perderse una palabra.

—¡Canastos! —exclamó Andy—. Es sorprendente. Aquí ocurre algo extraño. ¿Pero qué puede ser? Tuviste suerte al escapar, Tom. Pero debiste experimentar un gran susto al caer en ese río turbulento.

—Ya lo creo —asintió Tom—. ¿Y no ha sido una suerte que me lanzara aquí fuera, casi a vuestros pies? No me hubiera agradado que la corriente me arrastrara hasta esa zona espumosa y rugiente que se estrella contra las rocas Me hubiera hecho pedazos.

—Es una lástima que esos hombres sepan que hay alguien aquí —comentó Andy—. Sencillamente no puedo imaginarme lo que traman. ¿Serán contrabandistas? ¿Pero qué es lo que hacen dentro de este acantilado? No hay carretera por tierra para transportar contrabando. Es un verdadero rompecabezas.

—¿Tú crees que esos hombres nos perseguirán? —preguntó Jill bastante asustada.

—Bueno… ellos sólo conocen la presencia de Tom… y puede que supongan que ha caído por el acantilado —repuso Andy—. Es evidente que creen que ha regresado por el pasadizo serpenteante hasta la abertura de la cascada. Deben haber ido hasta allí tras él… y todo lo que han encontrado es su cámara en el repecho. La deben haber arrojado al abismo presos de furor. ¡Qué lástima! Está hecha cisco.

Tom se encontraba mucho mejor ahora. En realidad, se sentía todo un héroe. Cierto que había desobedecido a Andy… pero todo terminó bien, realizando algunos extraños descubrimientos. Comenzó a darse importancia, pero Andy pronto le bajó los humos.

—Creo que debemos regresar a casa cuanto antes —dijo—. Es seguro que Tom pillará un resfriado después de esto. El agua del río está helada. Es una lástima que nuestro viaje termine tan pronto, pero no quiero que Tom pille una pulmonía o algo parecido.

El rostro de Tom se ensombreció.

—Oh, Andy, ¡no seas tonto! Estoy perfectamente bien y tú lo sabes.

—De todas formas, Andy, ¿no es demasiado tarde para regresar? —preguntó Jill mirando al sol, que descendía por el oeste.

Andy lo miró también haciendo sus cálculos.

—El viento está a nuestro favor y podemos trasponer las rocas más peligrosas mientras es aún de día. Creo que debemos marcharnos. Además, esos dos hombres andarán buscando nuestro bote, supongo, y tratarían de sorprendernos durante la noche.

—¡Maldición! —exclamó Tom—. ¿Por qué tengo siempre que estropear las cosas? Ahora nuestro bonito viaje. Y ni siquiera hemos ido al peñón del Contrabandista.

Una vez que Andy tomaba una decisión no tardaba en ponerla en práctica.

—Vamos —dijo levantándose—. Esos hombres comenzarán a buscarnos pronto. Será mejor que nos marchemos ahora.

Todos regresaron al Andy con las caras tristes. ¡Qué final más repentino para lo que prometía ser un viaje emocionante! Subieron a bordo y pusieron la vela roja. El sol poniente brillaba tenuemente y la vela, al izarla, proyectó una sombra brillante sobre el agua azul pálido.

El viento soplaba con fuerza. Andy dirigió su bote fuera de la cala con la vela henchida por el viento. Pronto navegaban a buena marcha.

Nadie hablaba, pues estaban decepcionados. Y además era horrible dejar a sus espaldas un misterio sin resolver ¡Cómo les hubiera gustado descubrir por qué estaban aquellos hombres en la cueva, qué hacían allí y quiénes eran! Probablemente jamás lo averiguarían, porque ni el padre de Andy ni la madre de los niños prestarían gran atención a su excitante relato.

El sol descendía muy de prisa. Cuando estaba a punto de desaparecer por el borde oeste del horizonte, Tom lanzó un grito y señaló hacia delante.

—¿Qué es eso? —exclamó—. Mirad, ahí, junto a esas rocas altas.

Los agudos ojos de Andy descubrieron en seguida de lo que se trataba, ¡una lancha motora! Permanecía inmóvil. ¿Estaría aguardándoles?

No había otra salida que continuar. El Andy siguió avanzando con su resplandeciente vela roja. Cuando se acercó al bote que guardaba, oyeron poner en marcha el motor y la lancha se colocó en el centro del canal por donde navegaba el Andy.

Andy comprendió que no podría pasar. El canal entre los dos arrecifes era estrecho en aquella parte. Se estrellaría contra las rocas si trataba de posarle.

Llegaron junto a la motora y un hombre alto de aspecto extranjero se inclinó sobre un costado.

—¿Quiénes sois? ¿Qué estáis haciendo aquí? —les gritó.

—¡Ése no es asunto suyo! —replicó Andy—. ¡Apártese de nuestro camino!

—Anclad vuestro bote y pasad a bordo del nuestro —le ordenó el hombre alto, dejándoles sorprendidos—. De no hacerlo, os capturaremos con bote y todo.

—¿Quién es usted? —le gritó Andy, furioso—. ¡Apártese de nuestro camino! Somos niños que vamos de excursión.

—¡Andy! ¡Regresa! Volvamos al acantilado de los Pájaros —le suplicó Jill, asustada.

Andy pareció cambiar de opinión. Quedóse contemplando ansiosamente el cielo, ahora oscuro y cubierto de espesas nubes. Dentro de muy poco sería noche cerrada.

El hombre, al que se unió otro, comenzó a gritar de nuevo a Andy para que se trasladaran a su lancha. En realidad, no podía estar seguro que la tripulación del Andy la formasen sólo niños, ya que había cierta distancia entre las dos embarcaciones. Entonces ocurrió algo.

Se alzó una gran ola que elevó a la motora, haciéndola balancear violentamente. Debió chocar contra una roca oculta bajo la superficie, ya que la ola retrocedió de pronto, se oyó un crujido y la motora se estremeció de punta a punta.

Los dos hombres que gritaban casi se caen por la borda y desaparecieron al punto para comprobar los desperfectos sufridos.

—¡Ahora es nuestra oportunidad! —gritó Andy—. Daremos media vuelta y regresaremos… pero no al acantilado de los Pájaros, que es donde esperan encontrarnos, no me cabe duda… sino hacia el peñón del Contrabandista. ¿Recordáis el lugar donde se bifurca el canal? Tomaremos esa dirección… y esperemos que no sea demasiado oscuro para que pueda verlo.

De manera que mientras los hombres averiguaban los desperfectos que había sufrido su lancha, el Andy viró en redondo y emprendió de nuevo la marcha, aunque un poco en diagonal para conseguir la ayuda del viento. Andy no creía que la motora se atreviera a perseguirles en la oscuridad, de manera que, en cuanto pudo, quitó la vela y tomó los remos, lo mismo que Tom.

—Vigila el lugar donde se bifurca el canal —le dijo. ¡Será necesario remar mucho, pero no importa!

Por fortuna la corriente les ayudó y no les costó tanto trabajo como Andy había supuesto. Encontraron el lugar donde se bifurcaba para dirigirse al peñón del Contrabandista y luego vieron con alegría que la luna surgía por entre las espesas nubes.

—Eso nos ayudará mucho —dijo Andy—. Mirad, ¿podéis ver la silueta del peñón del Contrabandista allá lejos?

Se deslizaron por el canal, que allí era más ancho, y se aproximaron a la alta y abrupta roca. No podían verla muy claramente, ya que estaba envuelta en sombras. Llevaron el bote a una pequeña ensenada. Andy pensó que lo mejor era lanzar el ancla y aguardar. No creía que fueran a buscarles al peñón del Contrabandista. Tal vez al día siguiente pudieran salir al mar abierto.

Echaron el ancla.

—¿Vamos a ir a la isla? —preguntó Jill.

—No —repuso Andy—. No podríamos encontrar el camino con esa luna que aparece y desaparece entre las nubes. Dormiremos en el bote, como teníamos planeado.

—¿Podemos dormir todos sobre cubierta? —preguntó Jill.

—No, tú y Mary debéis bajar a la cabina —dijo Andy—. Cubriros con una manta cada una, que os bastará para manteneros calientes. Nosotros necesitaremos todas las demás mantas y almohadones, porque aquí arriba hará frío.

—Ahora me siento un poco asustada —dijo Mary—. No me gustó que nos gritaran esos dos hombres.

—No necesitas asustarte —replicó Andy—. Estaréis seguras abajo en la cabina… y Tom y yo nos turnaremos para montar guardia sobre cubierta por si acaso viniera alguien. Pero nadie vendrá.

Intrigadas, cansadas y todavía un tanto asustadas, las gemelas bajaron a la cabina. Entregaron mantas y almohadones a los muchachos y luego ellas se acomodaron para dormir.

Andy dijo que haría la primera guardia y que al cabo de tres horas despertaría a Tom. Tom, fatigado con tantas aventuras, se durmió en seguida. Andy permaneció sentado a su lado, cubierto con las mantas y vigilando. ¡Qué extraña aventura aquélla! ¡Andy no podía sacarle ni pies ni cabeza!