Capítulo primero

De nuevo con Andy

Tres niños muy excitados iban en el carro del granjero, dando tumbos por un camino vecinal. El carretero escocés sentado delante no decía nada, pero escuchaba con una sonrisa las voces felices de los niños.

—¡Pronto veremos a Andy! ¡No le hemos vuelto a ver desde que corrimos aquellas emocionantes aventuras el verano pasado! —exclamó Tom un muchacho pelirrojo de doce años.

—Fue una lástima pillar el sarampión durante las vacaciones de Navidad. No pudimos venir aquí, a nuestra casita —comentó Jill.

Ella y su hermana Mary eran gemelas y muy parecidas. Los dos llevaban trenzas rubias y tenían los ojos azules; eran menores que Tom.

Tom habló con el carretero.

—¡Jack! ¿Se enteró de nuestras aventuras del año pasado? —le preguntó.

Jack asintió con la cabeza. Rara vez pronunciaba una palabra.

Los niños, con su amigo Andy, habían vivido aventuras emocionantes. Salieron un día en el bote pesquero del padre de Andy y les sorprendió una tormenta que les desvió varios kilómetros de su camino hacia una isla solitaria… y habían descubierto un nido de submarinos enemigos, ocultos en aquellas aguas, para hundir a todos los barcos que se ponían a su alcance.

—Y el pobre Andy perdió el bote de su padre —dijo Jill recordando el miedo de Andy por lo que su padre pudiera decirle.

—Pero no importó… ¡porque a Andy le regalaron un bote mucho, mucho mejor! —dijo Mary—. Se llamaba Andy… ¿Recuerdas que llevaba su nombre pintado? ¿Verdad que Andy estuvo muy contento?

El muchacho pescador se sintió más que satisfecho. Le embargó la mayor alegría. El nuevo bote pesquero era magnífico, con una preciosa vela roja. El padre de Andy también se alegró muchísimo, porque para él un bote pesquero representaba el medio de ganarse el sustento. Pescar y vender pescado era su trabajo y el de Andy… y ahora poseían uno de los mejores botes de la costa.

El carro seguía avanzando y pronto los niños vieron el mar. Allí la costa era abrupta y peligrosa, mas el mar presentaba un azul precioso y los niños gritaron de alegría al verlo.

—¡El mar! ¡Ahí está! ¡Y mirad… cuántos botes de pesca!

—Apuesto a que veo el de Andy —gritó Tom—. ¡Mirad… es ése de la vela roja! ¿No es ése el de Andy, Jack?

Jack asintió y los tres niños fijaron sus ojos en el bote de vela roja. ¡El de Andy! Andy navegaba por el proceloso mar… y pronto estarían con él. ¡Cómo se iban a divertir!

Su madre les estaba esperando en la casita que había comprado en aquel pueblecito pesquero. Llegó allí con un par de días de antelación para preparar las cosas antes de que ellos terminaran las clases. Eran las vacaciones de Pascua y por todas partes retoñaban los árboles, verdeaban los setos y las cunetas se cubrían de belloritas, violetas y celidonias.

—¡Un mes entero de vacaciones junto al mar… con Andy y su lancha! —exclamó Tom—. No puedo imaginar nada mejor. No creo que corramos aventuras ésta vez… pero eso no importa.

—Con las del año pasado tenemos para años —repuso Jill—. Algunas veces tuve miedo… pero todo terminó bien.

—¡Excepto para esos submarinos enemigos escondidos! ¡Mirad… ahí está mamá!

Cierto, era su madre la que les saludaba con la mano. Los niños saltaron del carro para echarse en sus brazos.

—¡Mamá! Cuánto nos alegra verte. ¿Va todo bien?

—¿Está ya la casa preparada? ¿Has visto a Andy?

—Tengo mucho apetito, mamá. ¿Hay algo bueno para comer?

Ése era Tom, naturalmente. Siempre tenía hambre. Su madre rió.

—¡Bienvenidos a nuestra casita, hijos! Sí, hay mucho que comer, Tom. Y sí, he visto a Andy. Ha sentido no poder venir a recibiros, pero hay un buen banco de pescado y tuvo que ir a ayudar a su padre.

—¿Va bien el bote? —preguntó Tom con interés—. Iba de maravilla el verano pasado. He pensado muchas veces en Andy mientras estaba en el colegio, y le envidiaba. Él estaba aquí, navegando todo el tiempo, pasándolo de primera… y yo escribiendo ejercicios de latín en el colegio y siendo castigado por tirar la goma de borrar a cualquiera.

—¡Oh, Tom… no me digas que traes malas notas! —exclamó su madre mientras bajaban una cuesta para llegar al pueblecito pesquero.

Jack iba detrás llevando los grandes baúles con tanta facilidad como si estuviesen vacíos.

—¿Cuándo volverá Andy? —preguntó Jill—. ¿Ha cambiado, mamá? ¿Sigue siendo el bueno de Andy?

—¡Naturalmente! —repuso su madre—. Un poco más alto… y un poco más desarrollado… pero ahora casi tiene quince años, ya sabes. ¡Tú tienes casi trece, Tom! También has crecido. Y las niñas lo mismo. Veréis a Andy esta tarde cuando regresen las barcas de pesca. Me prometió venir directamente a veros.

—Iremos a la playa y esperaremos que llegue su bote —dijo Tom—. Después de comer algo, quiero decir. ¿Qué es lo que hay, mamá?

—Jamón, huevos, tres clases de bollos, dos clases de mermelada y un pastel de pescado —repuso su madre—. ¿Te basta eso?

—Yo creo que sí —repuso Tom, que se sentía con ánimos de comérselo todo de una sentada—. ¡Cielos, qué bueno es estar otra vez aquí, mamá… y pensar en lo mucho que vamos a navegar!

—Bueno… esta vez no descubráis submarinos enemigos —dijo su madre mientras abría la puerta de la cerca blanca del jardincito de la casa—. No podría soportar que volvierais a perderos en una isla desierta.

Todos corrieron por el sendero hasta la puerta de madera que estaba abierta. Un alegre fuego ardía en la sala de estar y la mesa se hallaba cubierta de tantos platos de variada y apetitosa comida que Tom lanzó un grito de entusiasmo.

—¡Canastos! ¿Tengo que lavarme las manos? ¿No podemos empezar ahora?

—No. A lavarte primero —replicó su madre con firmeza—. Parecéis deshollinadores. ¿Queréis huevos duros para empezar o pastel de pescado?

—¡Las dos cosas! —gritó Tom corriendo a lavarse en el pequeño lavabo, que era el único lugar donde había un grifo del que salía agua.

Todos comieron muy a gusto.

—¡Veo que tendré que acortar mi trabajo para satisfacer vuestro apetito durante estas vacaciones! —dijo su madre—. No… no es preciso que me ayudéis a lavar los platos, gemelas. La señora Macintyre va a venir a ayudarme. Poneos vuestros jerseys y calzones cortos e ir esperar a Andy. Supongo que los botes llegarán pronto, si es que ha habido buena pesca.

Los niños se apresuraron a cambiar sus uniformes de colegio por sus jerseys y calzones cortos. El tiempo era bueno y soleado, casi como de verano. ¡Si siguiera así durante todas las vacaciones!

Bajaron corriendo a la playa. Había arena fina y suave entre las rocas que bordeaban toda la playa. Un pequeño espigón de piedra se adentraba en el mar. Allí era donde arrimaban los botes con su pesca.

El bote de Andy se distinguía con claridad en la distancia. Pero ahora todos regresaban… el Gaviota, el Ana María, el Jessie, el Estrella de Mar, y el resto. La brisa hinchaba las velas y les hacía avanzar felizmente.

—¡Qué bonito espectáculo es el regreso de una flota pesquera! —observó Tom corriendo arriba y abajo del embarcadero, pues estaba tan excitado que no lograba estarse quieto—. ¡Ojalá tuviera un bote de mi propiedad! ¡Eh, Andy, Andy! ¡Ven el primero, demuestra lo que tu bote puede hacer!

Y casi como si Andy le hubiese oído, el bote de vela roja surgió adelantando a los demás. El viento lo impulsaba y parecía un pájaro de alas rojas sobre el agua.

—¡Ahí está Andy! ¡Y su padre también! —gritó Jill—. ¡Andy, estamos aquí! ¿Has tenido buena pesca?

—¡Eo! —les llegó la voz de Andy—. ¡Eo!

Luego el hermoso bote se acercó al malecón de piedra y Andy saltó a tierra. Él y Tom se estrecharon la mano, sonriendo encantados. Las gemelas se abalanzaron sobre el muchacho pescador y le abrazaron chillando de contento.

—¡Andy, has crecido! ¡Andy, estás más moreno que nunca! ¡Oh, Andy, estamos otra vez aquí! ¿No es estupendo?

—Magnífico —dijo Andy tan contento como ellos. Repitió la palabra recalcándola—. ¡Magnífico!.

Luego saltó su padre a tierra para sujetar el bote. Sonrió a los tres niños y les estrechó la mano con aire grave. Nunca hablaba mucho; los niños sabían que era severo con Andy y que le hacía trabajar de firme. Pero les gustaba y les inspiraba confianza.

—Ayúdame a sacar el pescado, Andy —le dijo, y el muchacho se volvió en seguida para descargar la gran pesca que habían realizado. Los niños ayudaron también.

—Yo creo que el comienzo de las vacaciones es estupendo —dijo Mary—. Creo que es lo que más me gusta.

—Sí. A partir de la mitad se desvanecen tan rápidamente —observó Jill—. ¡Pero una piensa que cuando empiezan van a durar siempre!

—¿Podremos salir pronto a navegar contigo? —le preguntó Tom—. ¿Esta tarde, Andy?

—No… hoy no —repuso Andy sabiendo que su padre no iba a dejarle salir otra vez en el bote—. Tal vez mañana, si nos dejan. Papá no necesitará la barca mañana. Hoy hemos tenido muy buena pesca.

—¿Verdad que es bonito ver tu propio nombre pintado en tu bote? —dijo Mary—. A-n-d-y… ¿no es precioso?

—El bote es vuestro también —replicó Andy—. Siempre os he dicho que podéis compartirlo conmigo cuando estéis aquí. ¡Debiera llamarse Andy-Tom-Jill y Mary!

Fueron llegando los demás botes. Los niños saludaron a los pescadores. Los conocían a todos, así como a los bonitos botes pesqueros que se mecían suavemente junto al malecón. Pero ellos consideraban que el de Andy… su propio bote… era el mejor de todos.

—Está oscureciendo —dijo Tom con un suspiro—. Será mejor que vayamos a casa. Le hemos prometido a mamá volver antes del anochecer… y, ¡cielos!, estoy cansado. Hemos hecho un viaje tan largo y mañana nos sentiremos mejor. ¡Ahora sólo deseo una cosa… caer en la cama y dormir!

—¿Qué?… ¿Ni siquiera quieres comer? —exclamó Jill—, ¡debes estar muy cansado, Tom!

Andy rió. Le alegraba volver a ver a las mellizas y a su amigo Tom. ¡Cuatro semanas enteras juntos! Sería divertido.

—Os veré mañana —les dijo Andy, y los tres se despidieron alejándose por la playa—. Iré por vuestra casa.

Regresaron a su casita sintiéndose todos repentinamente cansados. Apenas pudieron cenar… y tras desnudarse a toda prisa, se lavaron y cayeron en sus camas medio dormidos antes de que sus cabezas tocaran la almohada.

—¡Mañana… montones de mañanas! —exclamó Jill, pero Mary no contestó. Estaba durmiendo y soñando con todos los emocionantes mañanas.