Capítulo XXIX

Bill hace un descubrimiento magnífico

El firmamento se plateó por oriente. Luego un resplandor dorado se fue extendiendo lentamente hacia arriba, y el mar se tornó de un color lechoso que, poco a poco, se convirtió en oro.

Casi inmediatamente sonaron los gritos de las aves al alzarse de sus nidos y perchas, guillemotes, bubias, corvejones, frailecillos y gaviotas para saludar al nuevo día. En unos momentos el mar se cubrió de centenares de pájaros que buscaban con avidez peces para desayunar. «Soplando» y «Bufando» se unieron a ellos.

Jack exhaló una exclamación al mirar a su alrededor.

—¡Ésta no es la isla de la laguna! No había acantilados rocosos como éstos de cara al mar. ¡Hemos venido a una isla distinta!

—Sí —asintió Jorge—. Una que no recuerdo haber visto antes. ¡Maldita sea! ¿Dónde estamos?

Seguramente se trata de una isla que vimos una vez en la carta —intervino Lucy, recordando—. La Isla de las Alas. ¡Fijaos en la masa de pájaros que hay sobre las aguas a nuestro alrededor! ¡No hemos visto nunca tanta cantidad!

—¡Es extraordinario! —exclamó Bill con asombro—. Debe haber millones de pájaros. Y están tan cerca unos de otros que se estorban mutuamente.

No sólo el mar estaba lleno de aves, sino el aire también, y las llamadas y los gritos ensordecían. A los pocos instantes empezó a alzarse de las aguas un pájaro tras otro con un pez en el pico. «Soplando» voló a la embarcación, y presentó a Jorge la cantidad usual de peces, ordenadamente colocados en el pico.

—«Kiki» está muy callado —dijo Jorge, mirando al loro—. ¿Qué te pasa? «Kiki», ¡alza la cresta, pájaro absurdo!

—Llamad al médico —dijo plañidero «Kiki».

Jack le miró con atención. Luego soltó un grito.

—¡Ha perdido parte de la cresta! ¡Apenas le queda ninguna! ¡Oh, Bill! ¡Por eso clamó tanto anoche! Debe haberle pasado una bala por la cresta llevándose parte de las plumas.

—¡Pobre torito, pobre lorito! ¡Qué lástima, qué lástima! —exclamó el loro, encantado de haberse convertido en foco de atracción.

—Sí, pobre «Kiki» —asintió Jack, acariciándole—. ¡Qué susto te llevarías! No me extraña que aullaras. Bueno, no te preocupes: la cresta te volverá a crecer. Parecerás un poco sarnoso una temporada, pero a nosotros nos dará igual.

Bill había estado mirando a ver qué era, exactamente, lo que le había sucedido al barco. Éste se había metido en una repisa rocosa, asentándose tan firmemente en ella que no había la menor esperanza de poder desalojarle hasta que subiera la marea. No se hallaban en la isla propiamente dicha, sino en un espolón de altas rocas, cubiertas de densas algas y habitadas por doscientos pájaros o más. A éstos no parecía preocuparles en absoluto la embarcación ni sus tripulantes. Es más, viendo a «Soplando» y «Bufando» posados allí, algunos de ellos se posaron sobre cubierta también. Esto llenó a Jack de emoción.

—No creo que el barco haya sufrido avería alguna —anunció Bill—. En cuanto lo ponga a flote la marea otra vez, podremos usarlo. Pero lo que nos interesa saber es: ¿Qué diablos haremos si es que, en efecto, llega a flotar?

—Remar hasta llegar a lugar seguro —repuso Lucy, sin vacilar.

—Eso suena fácil —dijo Jack con desdén—. Pero no te das cuenta de lo desolado y desierto que está por aquí el mar, ni de cuan pocas personas vienen a estas islas. No nos sería posible bogar hasta Inglaterra, ¿verdad, Bill?

—No; no lo creo. Me alegro de ver que tenemos una buena cantidad de provisiones. Eso ya es algo. Pero ¿y agua para beber?

—Tendremos que beber jugo de pina o algo así —dijo Dolly—. Y si llueve, cogeremos gran cantidad de agua de lluvia.

—¿Cuál es la mejor cosa que hacer? —murmuró Bill, hablando consigo mismo, frunciendo el ceño—. Supongo que andarán buscándonos. Comprenderán que no podemos haber ido muy lejos. Mandarán patrullas… hasta un aeroplano quizá. No pueden permitirse el lujo de dejarme escapar ahora.

Dolly miró a su alrededor.

—Si el enemigo da la vuelta a esta isla, no puede menos de vernos —murmuró—. Nos descubrirían en seguida a bordo.

—Bueno, ya decidiremos lo que hacer cuando esté la canoa a flote otra vez —dijo Bill, por fin—. ¿Y si durmiéramos un poco? Lucy está blanca como una sábana. No ha pegado ojo.

—Sí que tengo bastante sueño —reconoció la niña, tratando de ahogar un bostezo—. Pero me siento sucia y pegajosa también.

—Démonos un chapuzón, y durmamos un rato después —sugirió Jack—. Podemos montar guardia por turnos por si se acerca el enemigo.

—Yo no quiero darme un baño —anunció Dolly—. Tengo demasiado sueño. Vosotros tres y Bill podéis bañaros, y yo haré las camas otra vez, colocando las mantas y la ropa bien para que estemos cómodos.

—Yo te ayudaré —dijo Lucy—. También yo estoy demasiado cansada para bañarme.

Bill y los niños no tardaron en meterse en el agua. Las niñas los contemplaron.

—¿Sabes una cosa? —dijo Lucy, al cabo de un rato—. Casi resulta imposible verles entre todos esos pájaros flotantes. Cuando los pierdo de vista, no soy capaz de volverlos a encontrar.

Era verdad. Había tantos pájaros flotando, que las oscuras y húmedas cabezas de los niños y de Bill apenas lograron distinguirse entre las aves.

—Digámoselo a Bill en cuento vuelva —dijo Dolly, ocurriéndosele una idea—. Apuesto a que si nos metiéramos todos en el agua, caso de acercarse el enemigo jamás nos verían entre los pájaros.

—Es verdad —asintió Lucy—. ¡Sería una idea maravillosa, Dolly!

Se lo dijeron a los otros cuando regresaron de su baño. Bill movió afirmativamente la cabeza, contento.

—Sí, es una idea magnífica. Si aparece el enemigo, eso es lo que haremos. No podrían verse nuestras cabezas entre los cuerpos de los pájaros.

—Pero ¿y la canoa? —inquirió Jack.

—Podríamos hacer con ella lo que hicimos con nosotros mismos cuando nos encontrábamos en las rocas junto a la laguna —dijo Jorge—. ¡Cubrirla con algas para que pareciese una roca!

—Estáis llenos de buenas ideas, muchachos —exclamó Bill—. Mientras vosotros dormís, yo me encargaré de cubrir el barco un poco. Si el enemigo viene, lo hará pronto. No pasará mucho rato sin que intente encontrarnos. Os despertaré si los veo u oigo, y deberéis estar todos preparados para descolgaros por la borda. Más vale que durmáis con la ropa interior, para no mojárosla toda. Vuestros trajes de baño están chorreando.

—Los nuestros no —respondió Lucy—. ¡Ay, Señor! ¡Qué sueño tengo! ¡Dios quiera que no se presente el enemigo aún! ¡No estoy muy segura de que sería capaz de despertarme si llegase!

Bill los envolvió bien en las mantas, y estaban tan agotados, que todos se quedaron dormidos casi inmediatamente. Bill se puso a enmascarar el barco. Arrancó grandes frondas de algas de las vecinas rocas y las colgó de los costados de la canoa, hasta hacerla parecer una roca de forma de nave.

Habiendo terminado su tarea se sentó en el camarote, retiró, distraído, la cubierta de algo que había allí, ¡y se quedó boquiabierto de sorpresa!

—¡Un aparato de radio! ¿Sería transmisor también? Habiendo marchado solo a tan solitarios lugares, ¿no habría tenido Horacio el sentido común suficiente para llevarse consigo un transmisor por si se ponía enfermo o sufría algún accidente? Empezó a examinar el aparato con manos temblorosas.

Soltó una exclamación tan alta, que despertó a Jack. El muchacho se incorporó, alarmado:

—¿Es el enemigo, Bill?

—No; pero, escucha, ¿por qué diablos no me dijisteis que había radio a bordo? Con un poco de suerte podré expedir un mensaje.

—¡Troncho! ¡Me había olvidado por completo del aparato! —contestó el niño—. Pero ¿es emisora también?

—Sí. No muy buena; pero haré lo posible por hacerla funcionar para poder radiar un mensaje a mis superiores. Siempre hay alguien de guardia allí junto al receptor de radio, con la esperanza de recibir noticias mías. Hace días que no mando ningún informe.

Empezó a buscar a su alrededor y Jack se preguntó por qué.

—¿Qué anda buscando, Bill? —quiso saber.

—La antena. Debe haber una antena en alguna parte para el transmisor. ¿Dónde estará?

—Recuerdo haber visto algo en un estante en la parte de atrás del camarote —anunció Jack, soñoliento—. Medía cerca de dos metros.

—¡Eso sería la antena! —exclamó Bill, y fue a verlo. Sacó algo largo y delgado—. ¡Magnífico! Aquí está. La montaré en seguida.

Jack estuvo observando a Bill unos minutos, luego sintió que se le cerraban los ojos y se dejó caer sobre las mantas otra vez. Era muy emocionante ver cómo montaba Bill la antena y procuraba hacer funcionar el aparato, pero ni esa emoción era capaz ya de mantenerle abiertos los ojos al niño. Al cabo de medio segundo estaba dormido de nuevo.

Bill trabajó con ahínco, gruñendo de vez en cuando con desilusión al fallarle una cosa tras otra. Salieron ruidos extraños del aparato y brillaron lucecitas aquí y allá en su interior. Algo le pasaba al aparato aquel, y Bill no lograba descubrir el qué. ¡Si lo supiese! ¡Si lograra hacerle funcionar aunque no fuera más que durante un minuto o dos!

Por fin creyó tenerlo en condiciones. Ahora, a mandar el mensaje. Ahora, a radiar su distintivo y aguardar respuesta.

Expidió vez tras vez el número clave que servía para identificarle y no obtuvo respuesta alguna. El aparato parecía muerto por completo como receptor. No había más recurso que emitir el mensaje y confiar en que sería recibido, aunque dudaba muy en serio que lo fuese.

Radió apresuradamente en clave unas palabras, pidiendo inmediato auxilio. Las repitió una y otra vez sin que le llegase contestación. Dio la isla de la laguna como guía de su paradero, comprendiendo que no debían estar lejos de ella. ¿Dejaría de figurar en algún mapa y de ser, por consiguiente, fácil de localizar?

Estaba tan entretenido tratando de mandar el mensaje y tan atento a una respuesta que nunca llegaba, que por poco le pasa inadvertido el trepidar de una potente embarcación motora. Pero por fin tuvo conciencia del ruido y alzó la mirada con sobresalto.

Les gritó a los niños.

—¡Despertad! ¡Aprisa! ¡Al agua todos! ¡El enemigo está aquí! ¡«Despertaos»!

Se despertaron todos de golpe. ¡El enemigo! ¡Zas! Se metieron en el agua los cinco, apenas despiertas del todo las niñas. ¡El enemigo! Sí, ¡allí estaba la lancha automóvil viajando a toda velocidad en dirección a donde se encontraban!