Capítulo XIX

Viene otra persona a la isla

Los niños estaban ya atezados por el sol.

—Si mamá pudiera vernos —dijo Jorge—, no diría ya que parecemos anémicos. ¡Y os han vuelto a salir todas vuestras pecas, Lucy y Jack, con unos cuantos centenares más de propina!

—¡Ay, Señor! —exclamó Lucy, frotándose la cara—. ¡Qué lástima! Me pareció que estaba mejor cuando se me quitaron las pecas durante el sarampión.

—Estoy perdiendo cuenta de los días —dijo Jack—. Maldito si sé si estamos en martes o en miércoles.

—Es viernes —anunció Jorge—. Estuve calculándolo esta mañana. Llevamos bastante tiempo aquí ya.

—¿Hace una semana que salimos de casa? —murmuró maravillada, Dolly—. Da la sensación de que llevamos fuera seis meses. ¿Cómo andará mamá?

—Debe estar un poco preocupada por nosotros —respondió Jorge—. Salvo que sabe que estamos con Bill, y creerá que nos encontramos perfectamente aunque no reciba mensajes.

—Y no estamos con Bill, ni nos encontramos perfectamente —dijo Lucy—. ¡Cuánto me gustaría saber dónde está Bill y qué le está sucediendo! Si siquiera tuviésemos una embarcación, podríamos marchar en ella e intentar descubrir su paradero. Deben haberle llevado hacia el oeste de donde nos encontramos… porque es por ahí por donde parecen estar los aeroplanos.

—Pero no es fácil que obtengamos una embarcación —dijo Jorge—. Venid…, vamos a subir al acantilado y atender a la hoguera. No parece muy denso el humo esta mañana. ¿Venís vosotros, «Soplando» y «Bufando»?

—¡Arrr! —dijeron los dos frailecillos a coro.

Y echaron a andar al lado de Jorge.

A «Soplando» le había dado por presentarse con peces, como regalo para el niño, cosa que les hacía mucha gracia a todos. La primera vez que se había acercado el frailecillo anadeando con algo en el enorme pico, los niños no habían podido distinguir qué era lo que llevaba. Pero cuando estuvo más cerca, rompieron a reír todos a carcajadas.

—¡Jorge! ¡Lleva seis o siete peces en el pico para ti! Y…, ¡fíjate cómo los ha colocado! —exclamó Jack—. ¡Cabeza y cola por turno y en hilera todo a lo largo del pico! «Soplando», ¿cómo te las arreglaste?

—Muchas gracias, muchacho —dijo Jorge, al depositar el frailecillo los peces a sus pies—. Eres muy generoso para con nosotros.

Ahora, «Soplando» se presentaba con peces dos o tres veces al día, con gran regocijo de los niños. Jorge sabía prepararlos para guisarlos al fuego, y los niños se comían los más grandes con galletas y mantequilla de lata. «Soplando» aceptaba solemnemente un trozo de los peces asados, que parecían gustarle tanto como crudos. Pero «Bufando» se negaba a tocarlos.

—Bueno, mientras tengamos a «Soplando» que nos suministre pescado, no nos moriremos de hambre —exclamó Jack—. «Kiki», no seas celoso. Si «Soplando» quiere ser generoso, déjale que lo sea.

El loro intentaba siempre cortar el paso a «Soplando» y desanimarle cuando acudía con peces. No pudiendo pescar él, le hacía muy poca gracia que el frailecillo trajera regalos para el grupo.

—¡Malo, malo, niño malo! —aullaba.

Pero «Soplando» no le hacía el menor caso.

Los niños estaban sentados junto al fuego, echando algún que otro palo dentro, y atizándolo de cuando en cuando para que llameara un poco. Se alzó una columna de humo, que se inclinó hacia el norte. Jack tomó los gemelos de campaña, y escudriñó el solitario mar con su ayuda. Nunca sabía uno cuando podían presentarse amigos… o enemigos.

—¡Hola! ¡Ahí veo un barco otra vez! —anunció de pronto, enfocando algo minúsculo en la lejanía—. Jorge, usa tus gemelos.

Los niños se pusieron a mirar, mientras las niñas aguardaban con impaciencia. No podían ver nada sin gemelos, ni siquiera un puntito en el mar.

—¿Es la misma embarcación de antes? —quiso saber Jorge—. Se está acercando. Pronto podremos saberlo.

—A mí me parece una distinta —contestó el otro—. Más pequeña. Y viene de una dirección distinta. Eso pudiera ser una estratagema, sin embargo…, para hacernos creer que se trata de un amigo.

—¿Cómo lo sabremos? —preguntó Lucy—. ¿Tenemos que ir a escondernos otra vez?

Jack le dejó los gemelos para que mirase. Se volvió hacia Jorge, con un extraño brillo en los ojos.

—Jorge…, no hay más que uno a bordo esta vez… tendrá que dejar atracado el barco en alguna parte si viene a buscarnos. ¿Y si lo capturáramos?

—¡Troncho! ¡Ojalá pudiésemos! —respondió Jorge excitado—. Es una canoa-automóvil… pequeña, pero lo bastante grande para llevarnos a todos.

—¿Capturarla? ¿Cómo? —dijo Dolly, fija la mirada en la embarcación que se iba aproximando—. Ese hombre nos vería en seguida, vendría corriendo, y…, ¡nos capturaría a nosotros!

—Trae, devuélveme mis gemelos —dijo Jorge, quitándoselos a Dolly de un tirón—. Eso es lo peor que tienes, Dolly…, querer conservar las cosas más tiempo del que te corresponde.

—Creo con toda seguridad que se trata de una estratagema del enemigo —asintió Jorge—. Pueden saber, o no saber, que sólo hay niños aquí… depende de lo que Bill les haya dicho…, pero podrían fácilmente mandar a alguien que fingiera no ser enemigo, para engañarnos. Y entonces conseguiría persuadirnos a que embarcáramos en la lancha para ser conducidos a lugar seguro… y nos llevaría, por el contrario, a reunirnos con Bill como prisioneros.

—¡Oh! —exclamó Lucy, a la que nada de aquello le gustaba poco ni mucho—. Bueno, pues, lo que es yo, no pienso, en absoluto, subir a esa barca. Jack, ¿qué vamos a hacer?

—Escuchad con cuidado… Tengo una buena idea…, pero somos necesarios todos para llevarla a la práctica: vosotras también, niñas.

—Bueno, y, ¿qué tenemos que hacer? —preguntó Dolly con impaciencia.

—Averiguaremos dónde va a atracar la canoa —contestó Jack—. Entraré en esa especie de canal en que estaba el «Lucky Star», o arrastrará la lancha playa adentro. Pronto lo sabremos, porque le vamos a vigilar.

—Sí, y luego, ¿qué? —inquirió Lucy, empezando a excitarse.

—Dolly y yo nos esconderemos cerca —dijo Jack—. El hombre se internaré en la isla en busca nuestra… y tú y Lucy, Jorge, debéis salirle al encuentro.

—¡Oh, yo no podría! —exclamó Lucy, alarmada.

—Bueno, pues quédate escondida en cualquier parte, y que salga a su encuentro Jorge. Y, Jorge, tienes que arreglártelas para meter a ese hombre, de una manera o de otra, en el agujero. No nos costará ningún trabajo conservarle prisionero allí dentro. Y si podemos encerrarle, con provisiones suficientes, y de forma que no pueda salir, nos apoderaremos de su embarcación y nos largamos.

Hubo un silencio, mientras los demás digerían tan sorprendente plan.

—Pero ¿cómo he de meterle en la cueva esa? —exclamó Jorge por fin—. Suena algo así como eso de: «¿Querrá usted entrar en mi sala?», le dijo la araña a la mosca… y no sé por qué, ¡pero me parece que la mosca no querrá complacernos esta vez!

—¿No puedes conducirle a través de la colina de frailecillos, hacerle pasar junto al agujero y echarle allí la zancadilla? —preguntó Jack con impaciencia—. Estoy seguro de que yo sabría hacerlo perfectamente.

—Bueno, pues hazlo tú entonces —le contestó Jorge—, y yo me esconderé cerca del bote para capturarlo. Pero suponte que no logras echarle la zancadilla ni hacerle caer por el agujero, ¿qué hago yo con el barco?

—Si ves que yo no he podido con ese hombre —respondió el niño—, te metes en la canoa y te haces a la mar. Y te quedas allí hasta que anochezca, y entonces puedes acercarte con cautela a ver si nos encuentras para que embarquemos contigo. Pero no te preocupes…, pescaré a ese hombre divinamente. Le atacaré como ataco a los del equipo contrario cuando juego al rugby en el colegio. La treta no puede fallarme.

Lucy miró a Jack con admiración. ¡Lo que representaba el ser niño!

—Bueno, pues yo ayudaré también —dijo—. Saldré a su encuentro contigo.

—Tendremos que fingir creernos todo lo que nos diga. ¡Hasta la última palabra! Resultará gracioso… que esté él intentando engañarnos a nosotros con un cuento… mientras nosotros hacemos lo propio con él.

—Dios quiera que no sea muy feroz —murmuró Lucy.

—Fingirá ser completamente inofensivo. Probablemente dirá que es un ornitólogo o algo así… y se mostrará muy sencillo y amistoso. Bueno, pues…, ¡igual haré yo!

—La embarcación se está acercando —advirtió Jorge—. No hay más que un hombre a bordo, en efecto. Lleva gafas ahumadas para protegerle del sol.

—Para ocultar la ferocidad de su mirada, seguramente —dijo Lucy, medrosa—, y no por el sol. ¿Hemos de dejarnos ver?

—Sólo los dos —contestó Jack—. Tú y yo nos pondremos en pie, Lucy, y agitaremos los brazos como locos, junto a la hoguera. Y no olvides: tienes que atenerte a lo que yo cuente, y confirmarlo si es preciso. Jorge…, a ti y a Dolly no se os debe ver.

—¿Dónde irá a dejar la canoa? —murmuró Dolly—. ¡Oh, se dirige derecho a la hendidura! ¡Así, pues, la conoce!

—¿Lo estáis viendo? —exclamó Jack—. Nadie se dirigiría a este canal escondido a menos que hubiese estado aquí con anterioridad. Probablemente es uno de los hombres que vino en el otro barco mayor.

Esto parecía muy probable, en efecto, puesto que el desconocido había puesto proa al canalizo, como si no fuese aquella la primera vez que lo visitara. En cuanto se aproximó a los acantilados, Jack y Lucy se pusieron en pie, y empezaron a agitar los brazos. El hombre les respondió con idéntico gesto.

—Dolly…, baja con Jorge a las rocas que conducen al puertecito —dijo Jack—. Hay allá abajo unos peñascos grandes detrás de los cuales podéis esconderos hasta que haya amarrado la canoa y subido aquí. Cuando esté con nosotros, meteos vosotros a bordo, preparados para haceros a la mar si nosotros fracasamos. Si todo nos sale bien, nos encontraremos en una situación magnífica: tendremos un prisionero al que usar como rehén, y una embarcación en que escaparnos.

—¡Hurra! —exclamó Jorge, sintiéndose, de pronto, entusiasmado.

—¡Hip-hip-hip! —dijo «Kiki», yendo a posarse sobre el hombro de Jack.

Había salido a hacer una excursión por su cuenta, probablemente a molestar a las gaviotas, pensó Jack.

—Te autorizo a que tomes partes en la aventura con nosotros, «Kiki» —dijo Jack—. Pero ¡ay de ti como se te ocurra decir algo que no debas!

—Manda llamar al médico —contestó el loro—. ¡Pum! ¡Ahí va el doctor!

—Entra ya en el canalizo —anunció Jorge—. Vamos, Dolly… ¡Ya va siendo hora de que nos escondamos! ¡Jack, Lucy, muy buena suerte!