Bill se marcha solo
Bill bajó por el valle hacia la caleta en que se hallaba la canoa. Los pies se le hundieron profundamente en la blanca tierra. Los niños le vieron alejarse.
Lucy tenía una expresión muy solemne, tan solemne como «Soplando» y «Bufando», que estaban apoyados contra Jorge.
—¡Caramba! ¿Qué quiere decir Bill? ¿Es posible que vayamos a meternos en una aventura otra vez? ¿Aquí, donde no hay nada más que el mar, el viento y los pájaros? ¿Qué podía ocurrir?
—No es fácil que Bill nos diga gran cosa —repuso Jorge—, conque no le molestéis haciéndole preguntas. Yo voy a acostarme. ¡Brrr! Empieza a refrescar un poco. Voy a meterme entre las mantas. «Soplando» y «Bufando», más vale que os quedéis fuera esta noche. Poco sitio habría para vosotros aquí, estando tres, «Kiki» y las ratas.
«Soplando» y «Bufando» se miraron. Luego, como de común acuerdo, se pusieron a escarbar a la puerta de la tienda, lanzando la tierra tras sí. Lucy se echó a reír.
—Van a hacerse una madriguera tan cerca de ti como les sea posible. Jorge. ¿Verdad que tienen gracia?
«Kiki» se acercó a ver lo que estaban haciendo los frailecillos y le cayó un chaparrón de tierra encima. Se puso muy indignado:
—¡Arrr! —gruñó.
Y los dos frailecillos asintieron cortésmente, diciendo:
—¡Arrr!
Bill regresó cosa de media hora más tarde. Todos los niños estaban envueltos en las mantas y Lucy dormía. Dolly le preguntó:
—¿Todo marcha bien, Bill?
—Sí. Recibí un mensaje de Londres diciéndome que vuestra madre marcha tan bien como se puede esperar. Pero ha pillado muy fuerte el sarampión, al parecer. ¡Menos mal que se os ha podido quitar de encima!
—¿Y el mensaje de usted, Bill… sobre el aeroplano? —inquirió la niña, que tenía mucha curiosidad por el interés de que había dado muestras Bill en el asunto—. ¿Pudo llegar a su destino?
—Sí —respondió lacónicamente el detective—. Pudo. No tienes por qué preocuparte de eso. Buenas noches, Dolly.
Dos minutos más tarde estaban todos dormidos. «Chirriamucho» y sus parientes sólo se veían como bultos sobre la persona de Jorge. «Kiki» estaba sentado encima del vientre de Jack, aunque éste se lo había quitado de encima de un empujón varias veces ya. «Soplando» y «Bufando» se encontraban en su recién hecha madriguera, tocándose los picos. Todo era paz al deslizarse la luna por el firmamento, trazando un sendero plateado por la superficie de las aguas.
Amaneció una mañana clara y hermosa, y pareció como si la tempestad no fuese a llegar, porque ya no se notaba bochorno alguno. El aire era fresco y vigorizador. Los niños corrieron a la playa a bañarse en cuanto se levantaron. Lo hicieron tan aprisa, que «Soplando» y «Bufando» no tuvieron más remedio que volar para poder seguirles. Se metieron en el agua con los muchachos, flotando como corchos y con un aspecto ridículo.
Luego bucearon en busca de peces, nadando con las alas debajo del agua. Eran rápidos de verdad y no tardaron en salir a la superficie de nuevo con peces en el pico.
—¿Y si nos dieras uno para desayunar, «Soplando»? —le dijo Jorge.
E intentó quitarle un pez al frailecillo más cercano. Pero éste no quiso soltarlo y se lo tragó entero de una vez.
—Debieras enseñarle a pescar para nosotros —dijo Jack, riendo—. ¡Así podríamos desayunar pescado asado! Eh, lárgate de aquí, «Bufando»…, ¡eso no es un pez, que es mi pie!
Durante el desayuno discutieron sus planes para el día.
—¿Qué haremos? Exploremos toda la isla y bauticemos algunos de los sitios. Esta cañada en que nos encontramos será el Valle de los Sueños, porque es donde dormimos —dijo Lucy.
—Y la playa en que nos bañamos se llamará Caleta del Chapuzón —dijo Dolly—. Y donde primero atracó la canoa, Puerta Escondida.
Bill se había mostrado bastante silencioso durante el desayuno. Jack se volvió hacia él.
—¡Bill! ¿Y usted? ¿Qué quiere hacer? ¿Vendrá a explorar la isla con nosotros?
—Pues veréis —fue la sorprendente respuesta—, si os da lo mismo, y puesto que estaréis la mar de ocupados y os sentiréis la mar de felices sin mí, yo tomaré la canoa y me iré a dar una vuelta… por los alrededores de todas esas islas.
—¡Cómo! ¿Sin nosotros? —exclamó Dolly, asombrada—. Iremos con usted entonces, si es que quiere hacer eso.
—Esta vez voy a ir solo —anunció Bill—. Ya os llevaré a vosotros otro día. Pero hoy iré yo solo.
—¿Ocurre… ocurre algo acaso? —inquirió Jack, con el presentimiento de que algo no marchaba del todo bien—. ¿Ha sucedido algo, Bill?
—Que yo sepa, no —contestó alegremente el otro—. Es que quiero salir un poco solo, he ahí todo. Si me pongo a explorar un poco por mi cuenta, sabré cuáles son los mejores sitios a que llevaros, ¿verdad?
—Bueno, Bill —respondió el niño, intrigado aún—. Usted haga lo que quiera. También es esto una vacación para usted… ¡aunque esté haciendo el papel de desaparecido!
Por consiguiente, Bill se marchó solo aquel día, y los niños oyeron el trepidar del motor al hacerse la canoa a la mar con el propósito, al parecer, de explorar las islas de los alrededores.
—Algo trama Bill —observó Jorge—. Y apuesto a que tiene algo que ver con los aeroplanos. Me hubiese gustado que nos dijera algo. Pero no hablará.
—Dios quiera que vuelva sano y salvo —dijo Lucy con ansiedad—. Sería terrible encontrarnos abandonados aquí, en una isla de pájaros, sin saber nadie dónde estamos.
—¡Vaya si lo sería! —asintió Jack—. No se me había ocurrido pensar en eso. Anímate, Lucy… no es fácil que se meta Bill en ningún peligro. Tiene demasiado bien sentada la cabeza.
Transcurrió agradablemente el día. Los niños fueron al acantilado y observaron a la muchedumbre de pájaros. Se sentaron en medio de la colonia de frailecillos viendo cómo aquellas extrañas aves de enorme pico ocupaban sus horas. Lucy llevaba un pañuelo atado a la cara, tapándose la nariz. No podía soportar el olor de la colonia, pero los otros pronto se acostumbraron a las fuertes y agrias emanaciones. De todas formas el viento soplaba bastante.
«Soplando» y «Bufando» no les abandonaron. Caminaban o corrían con los niños. Volaban a su alrededor e iban a bañarse con ellos. «Kiki» tenía algunos celos, pero habiendo recibido un fuerte golpe del pico multicolor de «Soplando», se mantuvo a una distancia prudencial y se contentó con hacer comentarios muy poco corteses.
—¡Suénate la nariz! ¿Cuántas veces he de decirte que te limpies los pies? ¡Qué niño tan malo! Soplando y bufando sin parar. ¡Pun, suena el soplo!
Los niños se sentaron en el Valle de los Sueños después de tomar el té, aguardando a que regresara Bill. Empezó a ponerse el sol. Lucy estaba pálida y preocupada. ¿Dónde se encontraba su amigo?
—Pronto estará de vuelta, no te preocupes —le dijo Jorge—. Oiremos la canoa de un momento a otro. No puede tardar.
Pero el sol se hundió por completo en el mar, sin que hubiese aparecido el detective. La noche cayó sobre la isla, y ya resultó inútil seguir sentado aguardando. Estaban los cuatro llenos de ansiedad cuando se metieran en las tiendas de campaña y se echaron a dormir. Pero ninguno de ellos pudo pegar los ojos.
Por último, las niñas se fueron a la tienda de los muchachos y se sentaron allí a hablar. Luego, de pronto, oyeron un ruido que les llenó de alegría: el trepidar de un motor. Se pusieron todos en pie de un brinco y salieron corriendo de la tienda.
—¡Ése es Bill! ¡Tiene que serlo! ¿Dónde hay una lámpara de bolsillo? ¡Vamos a la caleta!
Cruzaron dando tumbos la colonia de frailecillos, despertando a más de un pájaro furioso. Llegaron a la playa en el preciso momento en que Bill, habiendo saltado a tierra, echaba a andar. Se abalanzaron sobre él con alegría y alivio.
—¡Bill! ¡Querido Bill! ¿Qué le ha ocurrido? ¡Creíamos que se había perdido!
—¡Oh, Bill… no volveremos a dejarle marchar solo otra vez!…
—Siento haberos causado tanta ansiedad —dijo Bill—; pero no deseaba volver de día por si me veían desde algún aeroplano. Tuve que aguardar a que anocheciese, aun cuando sabía que estaríais preocupados. De todas formas, aquí estoy.
—Pero, Bill, ¿no va usted a decirnos nada? —exclamó Dolly—. ¿Por qué no quería volver de día? ¿Quién iba a verle? ¿Y por qué había de importar que le viesen?
—Algo raro está ocurriendo en estas aguas solitarias —contestó el otro, muy despacio—. No sé exactamente el qué. Me gustaría averiguarlo. No vi a un alma en todo el día, a pesar de que estuve husmeando por Dios sabe cuántas islas. Y no es que esperara ver a ninguno, porque nadie sería lo bastante tonto como para dejarse ver si había venido aquí con fines secretos. Ello no obstante, abrigaba la esperanza de descubrir alguna señal.
—Supongo que ese trozo de cáscara de naranja era una prueba de que había alguna otra persona en cualquiera de las otras islas, ¿verdad? —dijo Lucy, recordando la peladura que tropezara con su mano—. Pero ¿qué está haciendo? No creo yo que pueda hacer gran cosa en esta desolación… sin más que islas de pájaros alrededor.
—Esto es lo que me intriga —contestó Bill—. No es posible que se trate de contrabando, porque las costas están bien patrulladas actualmente, y no podría entrar nada. Y no siendo así, ¿qué puede ser?
—Bill, ¿está usted seguro de que no le vio nadie? —inquirió Dolly con ansiedad—. Puede haber gente escondida vigilando en una de las islas… gente que pudiera verle sin que usted la viese a ella.
—Eso es lo que me intriga —contestó Bill—. No es probable, sin embargo. La posibilidad de que se acerque nadie a estas islas y entorpezca lo que pueda estarse haciendo es muy remota, y no creo que apostaran centinelas en ninguno parte.
—Sin embargo, podían haber visto u oído —insistió Dolly—. ¡Oh, Bill…, y usted que debía haber desaparecido por completo! ¡Quizás hayan descubierto sus enemigos su paradero!
—No es fácil que fueran los mismos enemigos por cuya causa he desaparecido —contestó Bill, riendo—. No creo que me reconociese ninguna otra persona aquí, visto a distancio en una canoa automóvil. En cualquier caso, pensarían que era simplemente un ornitólogo o un naturalista de cualquier clase de amantes de la soledad de estos mares.
Pronto estuvieron en las tiendas de campaña otra vez, felices de tener nuevamente a su lado a Bill, sano y salvo. Brillaron las estrellas en un cielo despejado. «Soplando» y «Bufando» volvieron a meterse en su madriguera, contentos de que su nueva familia se hubiese retirado a descansar. No aprobaban aquellos paseos nocturnos.
Lucy seguía preocupada después de echarse.
—Siento que se acerca una aventura. Está en camino ya. ¡Ay, Señor! ¡Y yo que creía que aquí era donde menos probabilidades había de que tropezásemos con una!
Y Lucy no se equivocaba. Una aventura se hallaba en camino y casi había llegado ya.