Muy misterioso
Todos estaban disgustados. Lo sentían por la señora Johns, claro, y por su esposo; pero, como no les conocían en absoluto, salvo como antiguos amigos del señor Mannering, los niños se sentían muchísimo más compungidos por el chasco que se había llevado.
—Habíamos hablado tanto de la expedición… y hecho tantos planes… y preparado tan bien todo… —gimió Jorge, contemplando con tristeza los gemelos de campaña que colgaban cerca, dentro de su estuche de cuero—. Ahora mamá buscará otra señora Lawson.
—No haré tal cosa —anunció la señora Mannering—. Renunciaré a mi nuevo trabajo y os llevaré yo misma. No puedo soportar veros tan desilusionados.
—¡No, tía querida, no hará eso! —exclamó Lucy, abrazándose a la señora—. No se lo permitiremos. ¡Ay, Señor…! ¿Qué podemos hacer?
Nadie lo sabía. Era como si la brusca desilusión hubiese incapacitado a todos para trazar nuevos planes. O las vacaciones entre las aves, o nada: tal era el pensamiento que tenían todos. Se pasaron el resto del día trasteando cariacontecidos, poniéndose nerviosos los unos a los otros. Estalló una de las repentinas riñas entre Jorge y Dolly, y empezaron a maltratarse, dando gritos y chillidos, como no lo habían hecho ya en un año por lo menos.
Lucy se echó a llorar. Jack gritó, enfadado:
—¡Deja de pegar a Dolly, Jorge! ¡Le harás daño!
Pero Dolly sabía defenderse y devolver golpe por golpe, y se oyó un sonoro chasquido al darle la niña una bofetada de lleno en la mejilla a su hermano. Jorge la agarró con rabia, y ella le pegó un puntapié. Le echó él la zancadilla, y la niña rodó por el suelo. Junto con su hermano. Lucy se quitó del paso, llorando aún. «Kiki» voló a posarse en la lámpara cloqueando. Creía que Dolly y Jorge jugaban.
Era tan grande el ruido, que nadie oyó sonar el timbre del teléfono otra vez. La señora Mannering acudió al aparato, frunciendo el entrecejo al escuchar los gritos y los golpes procedentes del cuarto de juegos. Luego apareció de pronto, en la puerta de la estancia, con el rostro radiante.
Cambió de expresión al ver a Dolly y a Jorge en el suelo, peleando.
—¡Dolly! ¡Jorge! ¡Levantaos inmediatamente! ¡Vergüenza debiera daros reñir de esa manera a vuestra edad! Ganas me dan de no deciros quién me ha hablado por teléfono.
Jorge se incorporó, frotándose la enrojecida mejilla. Dolly se apartó, sujetándose un brazo. Lucy se enjugó las lágrimas y Jack contempló, con torvo gesto, a los que se habían peleado.
—¡Qué colección de niños de mal genio! —dijo la señora Mannering.
Luego se acordó de que todos ellos habían tenido el sarampión y que, probablemente, estarán tristes, nerviosos e irritables como consecuencia del chasco que se llevaron.
—Escuchad —dijo con más dulzura—, a ver si adivináis quién ha llamado por teléfono.
—La señora Johns, para decir que el doctor se encuentra sano y salvo después de todo —sugirió Lucy, esperanzada.
La señora Mannering movió negativamente la cabeza.
—No… era Bill.
—¡Bill! ¡Viva! ¡Conque ha vuelto a aparecer por fin! —exclamó Jack—. ¿Va a venir a vernos?
—Pues… se mostró la mar de misterioso. No quiso decir quién era… Se limitó a decir que a lo mejor se presentaría aquí esta noche, a última hora… si no había nadie más en casa. Claro que me di cuenta de que era Bill. Reconocería su voz en cualquier parte.
Se olvidaron riñas y malos humores al instante. El pensamiento de que iban a ver a Bill otra vez, hizo efectos de tónico.
—¿Le dijiste que habíamos tenido todos el sarampión y que estábamos en casa? —preguntó Jorge—. ¿Sabe que va a vernos a nosotros también?
—No…, no tuve tiempo de decirle nada. Os digo que obró de una manera la mar de misteriosa…, apenas estuvo al teléfono medio minuto. Sea como fuere, estará aquí esta noche. ¿Por qué no querría venir si había alguna otra persona aquí?
—Porque seguramente no querrá que sepa nadie dónde se encuentra —dijo Jorge—. Debe andar con una de sus misiones secretas otra vez. Mamá, podemos quedarnos a verle, ¿verdad?
—Siempre que venga antes de las nueve y media.
Salió del cuarto. Los cuatro niños se miraron.
—¡Caramba con Bill! —dijo Jorge—. No le hemos visto desde hace mil años. Ojalá venga antes de las nueve y media.
—Pues yo, por lo menos, maldito si me dormiré hasta que lo haya oído llegar —anunció Jack—. ¿Por qué sería tan misterioso?
Los niños estuvieron esperando a que apareciera Bill durante toda la velada, y quedaron desilusionados al no acercarse ningún automóvil ni detenerse nadie a la puerta. Dieron las nueve y media sin que Bill hubiese aparecido.
—Me temo que vais a tener que acostaros todos —dijo la señora Mannering—. Lo siento…, pero estáis muy pálidos y parecéis cansados. ¡Ese horrible sarampión! No sabéis cuánto siento que no se haga la expedición… os hubiera sentado a todos muy bien.
Los niños se marcharon a la cama refunfuñando. Las muchachas tenían su cuarto en la parte de atrás de la casa y los niños en la de delante. Jack abrió la ventana y se asomó. Era una noche oscura. No se oía coche alguno, ni el rumor de pisadas.
—Estaré a la escucha para oír a Bill —le dijo a Jorge—. Me estaré sentado aquí, junto a la ventana, hasta que llegue. Tú métete en la cama, ya te despertaré yo si lo oigo.
—Vigilaremos por turnos —respondió el otro, acostándose—. Tú hazlo una hora, y luego llámame para que te releve.
En el cuarto de atrás, las niñas estaban ya en la cama. Lucy ardía en deseos de ver a Bill. Le quería mucho. ¡Era tan seguro, tan fuerte y tan sabio…! La niña, huérfana de padre y madre, se hubiese sentido muy feliz con un papá como Bill. Tía Allie le parecía una mamá maravillosa y estaba encantado de poder compartirla con Jorge y Dolly. Pero no le era posible compartir también el padre de sus amigos, porque éstos no lo tenían. También a ellos se les había muerto.
—Dios quiera que no me duerma y que oiga a Bill cuando llegue —pensó.
Pero no tardó en quedarse profundamente dormida. Y lo propio le sucedió a Dolly. Dieron las diez y media…, las once…
Jack despertó a Jorge.
—No ha venido nadie aún —dijo—. A ti te toca montar guardia ahora, «Copete». Es raro que tarde tanto, ¿verdad?
Jorge se sentó junto a la ventana. Bostezó. Aguzó el oído, sin lograr oír nada. De pronto, vio surgir un chorro de brillante luz, al apartar su madre, abajo, la cortina. Y se quedó bruscamente rígido, al dar la luz sobre algo pálido, oculto tras un matorral vecino a la puerta del jardín. Aquel algo retrocedió apresuradamente, ocultándose en las sombras; pero Jorge había adivinado ya de qué se trataba.
—¡Lo que vi era la cara de una persona! Hay alguien escondido detrás de ese matorral. ¿Por qué? No puede ser Bill. Él hubiese entrado en seguida. Conque debe de tratarse de alguno que le aguarda allí, emboscado. ¡Troncho!
Se acercó a la cama y despertó a Jack. Le dijo, en un susurro, lo que había visto. Su amigo se puso en pie de un brinco y se dirigió a la ventana. Pero, claro, no pudo ver nada. La señora Mannering había vuelto a echar la cortina y ya no había luz alguna en el jardín. Todo parecía envuelto en tinieblas.
—Hemos de hacer algo aprisa —anunció Jack—. Si viene Bill, le derribarán de un golpe antes de que pueda defenderse, si es a él a quien espera el que está escondido ahí abajo. ¿Podemos avisar a Bill? Está bien claro que sabe que corre peligro, de lo contrario, no hubiera sido tan misterioso al hablar por teléfono, ni hubiese insistido en que no podría venir si había alguna otra persona aquí. Ojalá se acostase tía Allie. ¿Qué hora es? Ya sé que el reloj dio las once hace un rato.
Se oyó el chasquido de interruptores de luz y el de una puerta que se cerraba.
—Es mamá —dijo Jorge—. Se conoce que ya no piensa esperar más. Se va a meter en la cama. ¡Magnífico! Ahora la casa estará a oscuras y quizás ese tipo se marche.
—Tendremos que asegurarnos de ello. ¿Crees tú que Bill vendrá ya, Jorge? Se está haciendo muy tarde.
—Si dijo que iba a venir, vendrá. Chitón…, aquí viene mamá.
Los dos niños se acostaron y fingieron estar dormidos. La señora Mannering encendió la luz, y viéndoles con los ojos cerrados, volvió a pagar a toda prisa para no despertarles. Hizo lo mismo en el cuarto de las niñas, y luego se retiró al suyo.
Jorge no tardó en colocarse junto a la ventana otra vez, muy abiertos los ojos y aguzados los oídos. Creyó escuchar una tos débil.
—Aún está ahí —le dijo a Jack—. Debe haberse enterado de que iba a venir Bill aquí esta noche.
—O, lo que es más probable, sabe que Bill es gran amigo nuestro, y la cuadrilla a que pertenezca le habrá mandado vigilar escondido detrás de ese matorral todas las noches —dijo Jack—. Confía en que, tarde o temprano, se presentará Bill. Bill debe tener la mar de enemigos, puesto que siempre anda siguiendo la pista de criminales.
—Escucha —dijo Jorge—, voy a salir con mucha cautela por la puerta de atrás; saltar por el seto al jardín vecino, y pasar por su puerta posterior para que el hombre emboscado no me vea. Y voy a esperar a que aparezca Bill para ponerle en guardia. No vendrá por la parte de arriba de la calle, sino por la de abajo, que es lo que hace siempre.
—Es una buena idea. Te acompañaré.
—No. Uno de nosotros tiene que estar vigilando para ver qué hace ese hombre. Tenemos que saber si continúa abajo. Iré yo. Tú quédate a la ventana. Si veo acercarse a Bill, le avisaré para que vuelva atrás.
—Bueno, está bien —contestó Jack, lamentando no ser él quien se encargara de la emocionante tarea de deslizarse por jardines oscuros para salirle al encuentro a Bill—. Salúdale de nuestra parte… y dile que nos telefonee si puede e iremos a reunimos con él en algún lugar seguro.
Jorge marchó silenciosamente del cuarto. Aún había luz en la habitación de su madre, conque bajó con mucha cautela la escalera y salió al oscuro jardín. No llevaba lámpara de bolsillo, porque no quería que se le viese poco ni mucho.
Se introdujo en el jardín vecino por un hueco del seto. Encontró el camino y, para que la grava no delatara su presencia, anduvo por la hierba de la orilla.
De pronto creyó oír un sonido. Paró en seco y escuchó. ¿Era posible que estuviese escondido allí otro hombre? ¿Serían, después de todo, ladrones vulgares y no gente que aguardara a Bill? ¿Debía volver a casa y telefonear a la Policía?
Aguzó nuevamente el oído y experimentó la extraña sensación de que había alguien allí cerca, esforzándose en escuchar como él. Tratando de descubrirle a él, quizá, pensó Jorge. Y el pensamiento le resultó muy poco tranquilizador en aquella oscuridad.
Dio un paso hacia delante, y alguien cayó ferozmente sobre él, sujetándole los brazos por la espalda y obligándole a dar con el rostro en tierra. La boca se le llenó de barro al caer de bruces sobre un cuadro de flores. Sintió que se asfixiaba. Ni siquiera podía dar gritos pidiendo auxilio.