Cuando Jesús de Nazaret agonizaba en la cruz, el volcryn pasó al año luz de su muerte, se dirigía al espacio. Cuando las Guerras de Fuego aparecieron sobre la Tierra, el volcryn navegó junto al viejo Poseidón sobre mares vírgenes sin nombre. Cuando los viajes siderales hubieran transformado a las naciones Federales de la Tierra en Imperio Federal, el volcryn se había movido hacia los Bordes del Espacio Hrangan. Los hrangans nunca lo supieron. Como nosotros, eran criaturas de mundos menos brillantes y circulares alrededor de sus esparcidos soles, con poco interés y escaso conocimiento de las cosas que se movían entre sus golfos.
La guerra flameó durante mil años y el volcryn la atravesó. Oculto e intacto, seguro en un lugar en donde el fuego jamás llegaría. Después, el Imperio Federal fue despedazado y nulificado, y los hrangans desaparecieron en la obscuridad del Colapso, la misma obscuridad enfrentada por el volcryn.
Cuando Kleronomas sacó su nave fuera de Avalón, el volcryn llegó durante sus primeros diez años luz. Kleronomas encontró muchas cosas, pero no el volcryn. Ni entonces, ni a su regreso a Avalón, mucho tiempo después.
Cuando yo tenía tres años, Kleronomas era polvo, distante y muerto como Jesús de Nazaret y el volcryn pasó cerca de Daronne. Aquella temporada todos los sensililes de Crey se tornaron raros y sólo se sentaban a contemplar las estrellas con ojos parpadeantes y luminosos.
Cuando fui adulto, el volcryn había navegado más allá de Tara, lejos del alcance hasta de Crey, hacia el espacio.
Y ahora estoy viejo y el volcryn pronto taladrará el Velo de Tempter colgante como negra bruma entre las estrellas. Y nosotros seguimos, seguimos. A través de los golfos obscuros donde nadie ya, a través del vacío y del silencio que sigue y sigue, mi Volador Nocturno y yo seguimos la persecución.
Desde la hora en que el Volador Nocturno entró a la ruta sideral, Royd Eris observaba a sus pasajeros.
Nueve de ellos habían abordado en los muelles orbitales más arriba de Avalón; cinco mujeres y cuatro hombres, cada uno escolares académicos, con antecedentes tan diversos como sus respectivos campos de estudios. Sin embargo, para Royd, parecían iguales, se vestían iguales, hasta se oían iguales. En Avalón, el más cosmopolita de los mundos, habían llegado a ser como uno solo en su búsqueda de conocimientos.
El Volador Nocturno era una nave comercial, no de lujo. Ofrecía una cabina doble y otra sencilla del tamaño de un clóset. Los demás académicos dormían en especie de hamacas en los compartimentos de carga, junto a los instrumentos y a los sistemas de computación de abordo. Cuando ociaban, podían recorrer dos pequeños pasillos, biblioteca, cocina; el otro caracoleaba hacia los compartimentos de carga. Últimamente no importaba en donde estuvieran. Incluso en los sanitarios, Royd tenía ojos y oídos.
Royd vigilaba siempre todo.
Conceptos como el derecho de privacidad no figuraban en su diccionario, no así en el de sus pasajeros, si estos supieran de sus actividades, más él se aseguró de mantenerlos en su ignorancia.
Los compartimentos de Royd, tres espaciosas cámaras más adelante del cuarto de esparcimiento de los pasajeros, estaban sellados y herméticamente cerrados; nunca salía de ahí. Para sus acompañantes, él era tan sólo una voz sin cuerpo sobre los altavoces, la cual hablaba largamente como espectro holográfico a la hora de comer. Su fantasma era un joven flexible de ojos pálidos y cabello blanco, vestido en ropas apasteladas, moda de hacía 20 años y con el desconcertante hábito de no mirar a los ojos de sus interlocutores, pero después de algunos días los académicos se acostumbraban a ello. El hológrafo caminaba tan sólo por la estancia, siempre.
Pero Royd en secreto y silenciosamente, vivía en todas partes y conocía los pequeños secretos de todos.
La cibernética prefería hablar con sus computadoras que con los humanos.
El xenobiólogo era confiable, argumentador y un bebedor solitario.
El físico era un hipocondriaco dado a las depresiones negras, el cual empeoró en los confines del Volador Nocturno.
Royd los observaba trabajar, comer, dormir y copular; escuchaba sin cansarse sus diálogos. En una semana, ninguno de los nueve le parecían ser los mismos. Cada uno era extraño y único.
Luego de dos semanas de viaje, dos de los pasajeros llegaron a ocupar más su atención. El no omitía a ninguno, los observaba a todos, pero ahora enfocaba especialmente su interés hacia Karoly D’Branin y Melantha Jhirl.
—Más que otra cosa, deseo saber el porqué de todos ellos —le dijo Karoly D’Branin una falsa noche dos semanas después de haber dejado Avalón. El homínido fantasma de Royd se sentó junto a Karoly D’Branin en la obscura estancia, y observándolo beber chocolate agridulce. Todos los demás dormían. Los días y las noches pierden sentido en una nave interestelar, pero el Volador Nocturno mantenía sus ciclos usuales, y la mayoría de los pasajeros lo seguían. Sólo Karoly D’Branin, administrador gerencial mantenía su propio y solitario tiempo.
—El sí condicional de ellos es importante, Karoly —replicó Royd. Su voz se escuchaba con claridad en los altoparlantes empotrados en los muros—. ¿Está seguro de la existencia de estos extraños?
—Puedo asegurarlo —replicó Karoly D’Branin—, eso es suficiente. Si todos los demás estuviesen convencidos hubiéramos venido en platillos de investigación y no en Volador Nocturno —tomaba su chocolate con un suspiro de satisfacción—. ¿Conoces el Nor-Talush, Royd?
El nombre le era desconocido, pero tan sólo le tomó un momento consultar con su biblioteca computadora —una extranjera en el otro lado del espacio humano, más allá de los mundos Findü y el Damush. Posible leyenda.
Karoly D’Branin exteriorizó una risita. —Tu biblioteca es obsoleta. Debes actualizarla cuando regreses a Avalón. No son leyendas, no, son realidades a pesar de su lejanía. Poseemos cierta información acerca del Nor-Talush, y estamos convencidos de su existencia, aunque ni tú ni yo, lleguemos a conocer a alguno. Fueron el principio de todo.
—Alimentaba cierta información dentro de las computadoras, un paquete recientemente llegado de Dam Tullian, después de 20 años de transitar. Cierta parte era referente al folklore de Nor-Talush. Yo no tenía idea cuanto tiempo se llevaría llevar todo eso a Dam Tullian, ni por cuál ruta, pero era un material fascinante. ¿Sabías que en primer grado fue xenomitología?
—No lo sabía —dijo Royd—, continúa por favor.
—La historia de volcryn descansaba entre los mitos de Nor-Talush. Me asombró; una raza de Sentiens moviéndose hacia el misterioso origen en la corteza de la galaxia, para navegar hacia los bordes galácticos, mientras mantenía el cuerpo siempre hacia las profundidades siderales y no hacia las caídas planetarias, rara vez ocurridas dentro del primer año luz de una estrella. ¡Y hacer todo aquello sin una ruta sideral y en naves en movimiento mínimo comparado con la velocidad de la luz! ¡Ese detalle me obsesiona! ¡Piensan qué tan antiguas serán esas naves!
—Viejas —concordó Royd—, Karoly, tú dijiste naves. ¿Hay más de una?
—Por supuesto —dijo D’Branin— de acuerdo al Nor-Talush, primero aparecieron una o dos, en las orillas más internas de su esfera comercial, pero después aparecieron más. Cientos de ellas, solitarias, con movimiento propio, siempre hacia el espacio. La dirección era la misma. Durante quince mil años recorrieron las estrellas del Nor-Talush y comenzaron a alejarse. La leyenda dice que la última nave volcryn desapareció hace tres mil años.
—18.000 años —dijo Royd—. ¿Son tus Nor-Talush tan antiguos?
D’Branin sonrió. —Uno tanto como los viajeros interestelares. De acuerdo a sus propias historias, el Nor-Talush ha sido civilizado sólo la mitad de ese tiempo. Eso me detuvo por un buen rato. El volcryn me parecía sólo una clara leyenda. Una maravillosa y verdadera leyenda, nada más.
—Últimamente, sin embargo, no podía dejar de pensar en ello. En mis tiempos libres investigaba, comparaba con otras cosmologías extrañas para ver si este particular mito era afín con la de otras razas fuera del Nor-Talush. Pensé en la posibilidad de escribir una tesis. Fue una investigación fructífera.
—Mis descubrimientos me azoraron. Nada de los hrangans, o de sus clases esclavas, pero tenía sentido. Se encontraban fuera del espació humano, el volcryn no podría haberlos alcanzado, sino hasta después de haber pasado a través de nuestra propia esfera. Sin embargo, la historia del volcryn se encontraba por doquier. Los Findü la tenían. Los Damoosh la aceptaban como verdadera y los Damoosh como usted sabe, son la raza más antigua en existencia, y una historia muy similar se cuenta entre los gethsoids del Aath. Hice un chequeo de lo poco que se sabe en cuanto a un futuro crecimiento de la raza, aún más allá de Nor-Talush. También tenían la historia de volcryn.
—La leyenda de las leyendas —sugirió Royd—. La ancha boca del espectro se tornó en una sonrisa.
—Exacto, exacto —acordó D’Branin—. En ese punto llamé a los expertos, especialistas del Instituto para el Estudio de la Inteligencia no-humana. Investigamos por dos años. Todo estaba ahí, en los archivos y bibliotecas de la Academia. Nadie antes había indagado sobre el asunto.
—El volcryn ha estado en movimiento a través de la mayor parte de la historia humana, desde antes del despertar de los vuelos espaciales. Mientras nosotros torcemos el material del espacio mismo para burlar la relatividad, ellos han estado conduciendo sus inmensas naves a través del corazón de nuestra discutida civilización, más allá de nuestros más populosos mundos, a velocidades majestuosas y moderadas de la subluz, en pos del borde y la obscuridad entre las galaxias. ¡Maravilloso, Royd, maravilloso!
—¡Maravilloso! —asintió Royd.
Karoly D’Branin bajó su tazón de chocolate y se inclinó hacia adelante en busca de la proyección de Royd, pero su mano atravesó un haz de luz cuando trató de aferrarse del antebrazo de su compañero. Pareció desconcertado unos instantes, antes de comenzar a reírse de sí mismo. —Ah, como mi volcryn. Me sobre entusiasmas, Royd. Estoy tan cerca ahora. Han girado en mi mente por más de una década, y en menos de un mes los tendré. Entonces, entonces, si tan sólo pudiera entablar comunicación. Si tan sólo mi gente pudiera alcanzarlos, entonces sabré por fin el porqué.
El fantasma de Royd Eris, amo del Volador Nocturno, le sonrió y lo miró con sus calmados y perdidos ojos.
Los pasajeros se inquietan pronto cuando van en una nave en movimiento, sobre todo en una tan pequeña y rala como esta. Durante la segunda semana, las especulaciones nacieron. Royd escuchaba.
—¿Quién es este Royd Eris en realidad? —se quejaba el xenobiólogo una noche cuando cuatro de ellos jugaban cartas—. ¿Por qué nunca sale? ¿Cuál es el propósito de su encierro?
—Pregúntaselo a él —sugirió el lingüista. Nadie lo hizo.
Cuando no platicaba con Karoly D’Branin, Royd observaba a Melantha Jhirl. Ella estaba bastante observable, joven, saludable, activa, Melantha Jhirl tenía una vibración a su alrededor, intocable para los demás. Era grande en todos sentidos; su cabeza superaba a la de cualquier otro a bordo, en cuanto a tamaño; de constitución amplia, de frondoso busto, largas piernas, fuerte, sólida bajo aquella piel negra y brillante como el carbón. Sus apetitos eran iguales. Comía el doble que cualquiera de sus colegas. Bebía pesadamente y al parecer no se embriagaba, hacía ejercicios durante cuatro horas diarias con ayuda del equipo traído por ella y colocado en unos de los compartimentos de carga. Hacia la tercera ya había copulado con los cuatro hombres a bordo y con dos mujeres. Incluso en la cama era activa, agotaba a todos sus compañeros. Royd la observaba con sumo interés.
—Soy una modelo superada —le dijo una vez mientras trabajaba sobre las barras paralelas, el sudor resplandecía sobre su piel desnuda, con el cabello recogido con una malla.
—¿Mejorada? —no pudo mandar su fantasma holográfico hacia aquel lugar pero Melantha lo había llamado con el comunicador mientras ejercitaba, sin saber que de todos modos él hubiera estado allí.
Hizo una pausa en su rutina, y empezó a levantarse apoyada en sus fuertes brazos, una y otra vez. —Alterada, capitán— dijo. Le había dado por llamarlo así— nací en Prometeus entre la Élite hija de dos hechiceros genéticos. Superada, capitán. Requiero el doble de la energía utilizada por usted pero la consumo toda. Un metabolismo más eficiente, un cuerpo más fuerte y durable. Mi gente ha cometido terribles errores en su intento por rediseñar radicalmente a los menores, pero en las pequeñas mejoras actúan bien.
Terminó sus ejercicios con movimientos rápidos y fáciles, silenciosa hasta que hubo terminado. Entonces, empezó a respirar profundamente, cruzó los brazos, ladeó la cabeza y sonrió. —Ahora conoce la historia de mi vida, capitán, no sé si desea escuchar la parte acerca de mi defección a Avalón, mi extraordinaria labor en la antropología no-humana, y mi tumultuosa y apasionada vida amorosa.
—Quizás en otra ocasión —dijo Royd cortésmente.
—Bueno —Melantha Jhirl contestó. Arrebató una toalla y comenzó a secarse el sudor del cuerpo—, me gustaría escuchar la historia de su vida. Entre mis modestos atributos poseo una curiosidad insaciable. ¿Quién es usted en realidad, capitán?
—Alguien tan perfecto como usted —replicó Royd— debería de estar en condiciones para adivinarlo.
Melantha rio, y arrojó la toalla contra el aparato comunicador.
Para aquel entonces todos trataban de adivinar cuando Royd no los escuchaba. Les encantaban los rumores.
—Nos habla, pero no podemos verlo —dijo el cibernético— esta nave no tiene tripulación, aparentemente todo es automático a excepción de él. ¿Por qué no lo es del todo?
—Apostaría que Royd Eris es tan sólo un sofisticado sistema de computación, tal vez una inteligencia Artificial. Incluso un programa modesto puede sobre llevar una conversación ciega sin que se distinga de un humano.
El telépata era algo frágil y joven, nervioso, sensitivo, de cabello lacio y ojos azules y acuosos. Vio a Karoly D’Branin en su cabina, y ambos sostuvieron una conversación privada. —Lo siento— dijo con cierta excitación— algo anda mal, Karoly, muy mal. Comienzo a tener miedo.
D’Branin se quedó perplejo. —¿Tú, asustado? No lo entiendo, amigo mío. ¿Miedo de qué?
El joven meneó la cabeza. —No lo sé, sin embargo está allí, lo siento. Karoly, me estoy dando cuenta de algo. Tú sabes que soy competente, lo soy, por eso me escogiste. Primera clase, probado, y repito que tengo miedo. Siento el temor. Algo peligroso existe. Algo volátil… y extraño.
—¿Mi volcryn? —dijo D’Branin.
—No, no, imposible, estamos en marcha, ellos se encuentran a años luz de distancias. —La risa del telépata era de desesperación—. Mi capacidad no llega a tanto, Karoly, ha escuchado de Grey, pero tan sólo soy un humano. No, esto es cercano. A bordo.
—¿Uno de nosotros?
—Tal vez —dijo el telépata—, aún lo ignoro.
D’Branin puso paternalmente su mano sobre el hombro del joven. —Te agradezco que hayas recurrido a mí, pero no puedo actuar, si no tienes algo más definido. Tu presentimiento puede achacarse a tu cansancio. Todos hemos estado bajo una gran tensión. La inactividad puede ser abrumadora.
—Esto es real —insistió el telépata y salió de allí en paz.
Después D’Branin acudió hacia la psíquica, quien descansaba en su camastro rodeada de medicinas, aquejada de dolores. —Es interesante— dijo cuando oyó el relato de D’Branin—. Yo también he sentido algo, una especie de amenaza muy vaga, difusa. Creí que era cosa mía, este encierro, esta aburrición, el cómo me siento. Mis estados de ánimo a veces me traicionan. ¿Dijo él algo más específico?
—No.
—Me esforzaré e investigaré, lo analizaré a él y a los otros, tal vez logre algo. Sin embargo, si esto es real, él debe saberlo primero. El es un uno y yo solamente soy un tres.
D’Branin asintió. Más tarde, mientras el resto dormía, se preparó un chocolate y platicó con Royd a través de la falsa noche. Nunca le mencionó al telépata.
—¿Han notado las vestimentas del hológrafo? —El xenobiólogo les comentaba a los demás— estuvieron de moda hace una década cuando menos. No creo que realmente se vea así. ¿Qué tal si está deforme o enfermo o avergonzado y no desea ser visto tal y como es? Tal vez padezca alguna enfermedad. La Plaga Lenta puede actuar terriblemente sobre una persona, y le toma décadas en matarla, además de otros contagios; la nueva lepra, la Enfermedad Langamen. Tal vez Royd se haya impuesto una cuarentena. Piénsenlo.
Durante la quinta semana de viaje, Melanita Jhirl movió su peón a la sexta casilla, Royd comprendió la jugada y se supo vencido. Era su octava y consecutiva derrota frente a ella. Melantha se encontraba sentada con las piernas cruzadas sobre el piso del salón de estar, el ajedrecista se encontraba frente a ella sobre una pantalla, en un recibidor obscuro. Reía mientras movía las figuras. —No te sientas mal Royd, soy una modelo superada. Siempre tres movimientos adelante.
—Yo debería empatar, según mi computadora —le contestó—, nunca se sabe. —Su fantasma holográfico se materializó de pronto, parado frente a ella, sonriente.
—Lo sabría en tres jugadas —dijo Melantha Jhirl—, inténtalo. —Se adelantó y atravesó su proyección rumbo a la cocina, en donde encontró cerveza—. ¿Cuándo va a rendirse y me permitirá visitarlo, capitán, tras su muro? —le preguntó por el intercomunicador. Se negaba a tratar al fantasma como algo real—. ¿No se siente solitario ahí? ¿Sexualmente frustrado? ¿Con claustrofobia?
—He vivido en el Volador Nocturno toda mi vida, Melantha —dijo Royd. Su proyección ignorada, se apagó—. Si yo padeciese claustrofobia, frustración sexual o soledad, me hubiera resultado imposible lograrlo. Esto debe ser obvio para ti, una modelo superada.
Bebió un sorbo de cerveza y sonrió melosamente. Aún descubriré su velo, capitán —le advirtió.
—Magnífico —le dijo él—, mientras tanto cuéntame más mentiras acerca de tu vida.
—¿Han escuchado hablar de Júpiter? —La xenotécnica le preguntó a los demás. Estaba ebria, acurrucada en su camastro en el compartimento de carga.
—Tiene algo en común con la Tierra —dijo uno de los lingüistas—, el mismo sistema mítico originó ambos nombres, según creo.
—Júpiter —anunció la xenotécnica en voz alta— es un gigantesco gas en el mismo sistema solar de la Vieja Tierra. Yo no lo sabía. ¿Y ustedes? Estaban a punto de explorarlo cuando descubrieron la ruta sideral, hace mucho tiempo. Después de eso, nadie se interesaba en gigantes gaseosos. Tan sólo se deslizaban por las rutas en busca de mundos habitables, los poblaban, ignoraban los cometas, los meteoros y los gigantes gaseosos. Hay otra estrella a pocos años luz de distancia y tiene más planetas habitables. Había quienes creían en la posible vida en esos júpiters. ¿Está claro?
El xenobiólogo se veía molesto. —Si hay vida inteligente en los gigantes gaseosos, nadie estaría interesado en abandonarlos. Hemos conocido muchas especies sensibles, originarias de planetas similares a la Tierra y la mayoría de ellas respiran oxígeno. ¿Sugieres acaso que el volcryn proviene de un gigante gaseoso?
La xenotécnica se sentó y sonrió. —No el volcryn, ¡Royd Eris! Rómpanle el cráneo y observarán el metano y el amonio brotar agitó sensualmente su mano en el aire mientras reía irónicamente.
—Lo humedecí —le dijo la Psíquica a Karoly D’Branin durante la sexta semana—. Psionine. —Aminorará su receptividad por unos cuantos días y tengo más si lo llegara a necesitar.
D’Branin lo miró con cierto espanto. —Hemos hablado varias veces, él y yo. Vi como cada vez aumentaba su temor pero nunca me contó el porqué. ¿Tuviste que anularlo así?
El psíquico se encogió de hombros. —Bordeaba lo irracional. No debiste de haber contratado a un telépata de primera clase, D’Branin. Demasiado inestable.
—Debemos comunicarnos con una raza extraña. Te recuerdo que no es tarea fácil. Los volcryn son tal vez más extraños que cualquier sensible conocido por nosotros. Por eso mismo necesitamos capacidades de primera clase.
—Glub —dijo ella—, tal vez usted no posea capacidad alguna, según la condición de su clase. La mitad del tiempo él está catatónico y la otra mitad muerto de miedo. Insiste en que estamos en un peligro físico y real, pero ignora sus causas y su procedencia. Lo peor del caso es que yo no sé si es realmente algo o padecer un agudo ataque de paranoia. Aunque sí tiene algunos síntomas de ello. Entre otras cosas, se siente observado. Tal vez su condición esté desligada de nosotros, del volcryn y de su talento. No puedo estar segura de este punto.
—¿Y su propio talento? —le preguntó D’Branin—, usted es una empática.
Ella le sonrió maliciosamente. —Entonces, sabremos que la amenaza por él presentida, era real.
La falsa noche llegó, el halo de Royd se materializó mientras Karoly D’Branin pensaba junto a su taza de chocolate. —Karoly— dijo la aparición—, ¿sería posible empatar en la computadora su equipo a bordo con el sistema de mi nave? Esas historias del volcryn me fascinan y me encantaría estudiarlas mientras repaso.
—Claro. —D’Branin le contestó distraídamente—. Ya es tiempo de activar nuestro sistema, por si acaso. Pronto nos saldremos de la ruta.
—Pronto —asintió Royd—, aproximadamente dentro de 70 horas a partir de este momento.
Durante la comida del siguiente día, la proyección de Royd no apareció. Los académicos comían intranquilos, esperaban la materialización de su anfitrión en cualquier momento, en el lugar acostumbrado para unirse a la plática. Sus esperanzas aún no se realizaban cuando fue servido el chocolate, el té y el café.
—Al parecer nuestro capitán está ocupado —observó Melantha Jhirl, mientras se recargaba contra el respaldo de su silla y olía su copa de brandy.
—Pronto saldremos de curso —dijo Karoly D’Branin—, debemos hacer ciertos preparativos.
Los demás cambiaban miradas. Los que estaban presentes, aunque el joven telépata parecía perdido en las compulsiones de su mundo interior. El xenobiólogo rompió el silencio. —El no come. Es tan sólo un maldito hológrafo. ¿Qué importa si come o no? Da igual. ¿Qué sabe usted acerca de este misterioso hombre?
D’Branin lo miró confundido. —¿Saber, amigo mío? ¿Acaso hay algo digno de saber acerca de él?
—De seguro usted habrá notado que él nunca sale a jugar con nosotros —dijo la lingüista con sequedad—, antes de que usted arrendara su nave, ¿sabía alguno de ustedes su rareza?
—Me encantaría conocer la respuesta —dijo su pareja—; una gran cantidad de tráfico viene y va en Avalón. ¿Por qué escogió a Eris? ¿Qué referencias tenía acerca de él?
D’Branin vaciló. —¿Preferencias? Muy pocas, lo admito. Hablé con algunos oficiales del puerto y con compañías de viajes, y ninguno de ellos conocía a Royd. No había hecho nada fuera de Avalón.
—¿De dónde es? —preguntaron los lingüistas al unísono—. Se miraron entre ellos y la mujer continuó. —Lo hemos escuchado. No tiene acento discernible y su idiosincrasia no es suficiente para conocer sus orígenes. Díganos, ¿de dónde viene el Volador Nocturno?
—Lo ignoro —admitió vacilante D’Branin—, nunca se me ocurrió preguntárselo.
Los miembros de su equipo de investigación intercambiaron miradas con cierta incredulidad. —¿Nunca pensó en preguntárselo?— la xenotécnica dijo—. ¿Cómo seleccionó entonces esta nave?
—Estaba disponible. El asesor administrativo aprobó mi proyecto y me asignó el personal, pero no podían pagar una nave académica. Cuestiones del presupuesto. —Todos lo miraban.
—D’Branin se refiere —interrumpió la psíquica—, a la complacencia sentida por la academia respecto a sus estudios de xenomitos, la leyenda del descubrimiento del volcryn, y a la no menos entusiasta idea de probar la existencia del mismo. Le otorgaron un pequeño presupuesto para mantenerlo alegre y productivo sabiendo la improductividad de esta pequeña misión, por lo cual le asignaron trabajadores no necesarios para Avalón —miró a cada uno de los presentes— a excepción de D’Branin, ninguno de nosotros es un ejemplo escolar.
—Puedes hablar por ti misma —dijo Melantha Jhirl— por mi parte yo fui voluntaria para esta misión.
—No discutiré —dijo la psíquica—. Si usted escogió esta nave fue por ser la más barata. ¿No es así D’Branin?
—Algunas de las naves disponibles ni siquiera consideraron mi proposición —dijo D’Branin—, suena un poco raro, deberíamos admitirlo. Muchos capitanes de naves al parecer se sentían supersticiosos y temerosos de salirse de la ruta en el espacio sideral. Royd Eris aceptó mi proposición y su nave estaba en condiciones de partir de inmediato.
—Por eso lo hicimos —dijo la lingüista—, de otra forma el volcryn se hubiera escapado. Solo habían pasado por esta área durante diez mil años, más o menos —dijo en forma sarcástica.
Alguien rio. D’Branin se encontraba perplejo. —Amigos, sin duda pude haber pospuesto la partida. Admito mis ansias por localizar mi volcryn, por preguntarles sobre aquello que me ha obsesionado, por descubrir el por qué de ellos, pero además debo admitir que un retraso no hubiera constituido una desgracia. ¿Por qué? Royd es un anfitrión gracioso, un piloto experimentado. Además nos ha tratado bien.
—Se ha convertido en un enigma —dijo alguien.
—¿Qué oculta? —preguntó otra voz.
Melantha Jhirl rio. Todos la miraron. —El capitán Royd es perfecto, un hombre extraño para una extraña misión. ¿Acaso no les gustan los misterios? Volamos a años-luz para interceptar una extraña e hipotética nave en la corteza de la galaxia, la cual ha sido lanzada al espacio desde mucho antes de las guerras humanas, y todos ustedes se sienten molestos por no poder contar las verrugas en la nariz de Royd —bebió un poco de brandy— mi madre tenía razón —dijo—, los normales son anormales.
—Melantha tiene razón —dijo Karoly D’Branin en voz baja—. Las fobias y la neurosis de Royd son asuntos de él, mientras no nos la imponga.
—Me haces sentir incómodo —alguien se quejó débilmente.
—Tan sólo sabemos —dijo la xenotécnica—, que viajamos con un criminal o un loco.
—Júpiter —murmuró alguien—. La xenotécnica se sonrojó, y una especie de burla recorrió la larga mesa.
Pero el joven telépata de desteñidos cabellos abrió los ojos y los miró a todos nerviosa y salvajemente: Un extraño —dijo.
La psíquica maldijo. —El efecto de la droga está por terminar— le dijo rápidamente a D’Branin—, iré a mi cuarto y traeré un poco más.
Los demás se veían confundidos; D’Branin había mantenido en secreto su condición telepática.
—¿Qué droga? —Le preguntó la xenotécnica—. ¿Qué pasa?
—Peligro —murmuró el telépata, el cual miraba ahora a la cibernética, la tomó del antebrazo con mano temblorosa—. Estamos en peligro, lo leo. Algo extraño. Nocivo.
La psíquica se puso de pie. —El no está bien— le anunció a los demás—, he debido inyectarle psionine, para tratar de controlar sus desvaríos. Iré por más. —Se dirigió hacia la puerta.
—Espera —le dijo Melantha Jhirl—, inyéctale esferón.
—No me digas lo que tengo que hacer, mujer.
—Lo siento —dijo Melantha—, estoy un paso adelante de ti. El esferón podría exorcizarle sus desvaríos.
—Sí, pero…
—Además podría permitirle enfocar y detectar las amenazas que lo acosan.
—Conozco las características del esferón —dijo la psíquica con firmeza.
Melantha sonrió sobre el borde de su copa. —Estoy segura de ello —dijo—, escúchenme. Todos están ansiosos respecto a Royd, al parecer. No pueden soportar el ignorar sus secretos. Sospechan de él como si fuera un criminal. Ese tipo de temores no nos ayudará a trabajar en equipo. Terminemos con ellos. Es muy fácil —señaló—. Aquí se encuentra un telépata de primera clase. Estimulen su poder con esferón y será capaz de recitarnos la historia de la vida del capitán hasta aburrirnos. Mientras tanto, vencerán sus demonios personales.
—Nos observaba, —dijo el telépata en voz baja.
—Karoly —dijo el xenobiólogo—, esto ha ido ya demasiado lejos. Muchos de nosotros estamos nerviosos, y este chico está aterrado. Debemos descubrir el misterio de Royd Eris. Melantha tiene razón.
D’Branin estaba turbado. —No tenemos derecho.
—Es necesario —dijo la cibernética.
Los ojos de D’Branin chocaron con los de la psíquica. Hágalo —le dijo—, inyéctele el esferón.
—¡El me va a matar! —gritó el telépata y se puso de pie de un salto. Cuando la cibernética trató de calmarlo con una mano sobre el brazo, este le arrojó una taza de café a la cara. Entre tres de ellos lo sujetaron.
—De prisa —ordenó uno de ellos, mientras el joven luchaba.
La psíquica se estremeció y rápidamente se alejó del salón.
Royd los observaba.
Al volver la psíquica, subieron al telépata sobre la mesa y lo obligaron a acostarse, separando su cabello para descubrir las arterias de su cuello.
El fantasma de Royd se materializó en su silla vacía al pie de la larga mesa. —Deténgase— dijo calmadamente—. Eso no es necesario.
La psíquica se congeló al deslizar una ampolleta dentro de la jeringa, y la xenotécnica se sorprendió visiblemente y soltó uno de los brazos del telépata. El cautivo no intentó liberarse. Descansaba sobre la mesa, respiraba pesadamente, su pavor le impedía moverse y clavó sus pálidos ojos azules vidriosamente sobre la proyección de Royd.
Melantha Jhirl levantó su copa de vino y saludó: —¡Bu!— dijo—, se perdió de la cena, capitán.
—Royd —dijo Karoly D’Branin—, lo siento.
El fantasma veía sin consistencia hacia el lejano muro: —suéltenlo— dijo la voz de los intercomunicadores—, les contaré mi gran secreto, si tanto les intimida mi privacidad.
—Nos ha estado observando —dijo la lingüista.
—Díganos entonces —exclamó la suspicaz xenotécnica—, ¿qué es usted?
—Me agradaron sus impresiones sobre los gigantes gaseosos —dijo Royd—. Con cierta tristeza, les digo que la verdad es menos dramática. Soy un ordinario Homo-Sapiens, de entrada, mediana edad, 68 años, si les gusta la precisión. El hológrafo que ustedes ven era el verdadero Royd Eris, el de algunos años atrás. He envejecido.
—¿An? —La cara de la cibernética enrojeció aún más por los efectos del café caliente—. ¿Entonces por qué tanto misterio?
—Comenzaré por mi madre —respondió Royd—. El Volador Nocturno era originalmente suya, fue construida bajo sus diseños en los astilleros de naves en Newholme. Mi madre era una comerciante libre, muy buena. Amasó una fortuna gracias a su voluntad para aceptar cualquier extraña consigna y volar fuera de las rutas comerciales, para llevar su carga durante un mes, un año o dos, más allá de lo acostumbrado. Tales acciones son más riesgosas pero más benéficas, comparadas con las del correo espacial. Jamás le preocupó su estancia en el espacio ni su regreso a casa, ni el de su tripulación. Sus naves eran su hogar. Rara vez visitaba el mismo planeta dos veces; evitaba hacerlo.
—¡Aventurera! —dijo Melantha.
—No —exclamó Royd—, sociopática. A mi madre no le agradaba la gente. En lo más mínimo. Soñaba con prescindir de tripulación. Cuando fuese rica se encargaría de ello. El resultado fue el Volador Nocturno. Luego de abordarlo en Newholme, jamás tocó a otro ser humano de nuevo, ni caminó sobre la superficie de ningún planeta. Realizó sus negocios desde sus compartimentos, los cuales ahora me pertenecen. Estaba loca, pero su vida fue muy interesante, incluso después de aquello ¡Qué mundos vio Karoly! ¡Las cosas que pudo haberte contado! ¡Se te hubiera roto el corazón! Sin embargo, destruyó todas sus notas, por temor de que otros pudieran usar o gozar de sus experiencias después de su muerte. Así era ella.
—¿Y tú? —dijo la xenotécnica.
—Yo no debería llamarla madre —continuó Royd—. Después de treinta años de volar sola en esta nave, se aburrió. Yo tenía que ser su compañero y amante. Ella me podía moldear hasta ser una diversión perfecta. No tenía paciencia con los niños ni el deseo de criarme. Cuando yo era sólo un embrión, me metieron en un tanque de nutrición. La computadora fue mi maestra. Sería liberado al llegar a la pubertad, en la cual sería una compañía más adecuada, según ella.
—Su muerte, pocos meses después de eso, arruinó su plan. Ella había programado la nave para tal eventualidad. Salió de curso y dejó de funcionar, siguió al garete por el espacio interestelar por once años mientras la computadora me convertía en un ser humano. Así fue como heredé el Volador Nocturno. Cuando fui liberado, me llevó algunos años descifrar las operaciones de la nave y mis propios orígenes.
—Fascinante —dijo D’Branin.
—Sí —dijo la lingüista—, pero no explica el porqué se mantiene usted aislado.
—Ah, seguro que sí lo explica —dijo Melantha Jhirl—. Capitán, quizás debería explicar más detalladamente a los modelos menos superiores.
—Mi madre odiaba a los planetas —dijo Royd—, odiaba lo apestoso, la mugre y las bacterias, la irregularidad del clima, ver a otras personas. Creó para nosotros un ambiente inmaculado, tan esterilizado como le fuera posible lograrlo. También le desagradaba la gravedad. Estaba acostumbrada a la ingravidez y la prefería. Bajo estas condiciones nací y me crie.
—Mi cuerpo carece de inmunidades naturales contra cualquier cosa. El contacto con cualquiera de ustedes probablemente me mataría y con seguridad me haría sentirme muy enfermo. Mis músculos están débiles, atrofiados. La gravedad del Volador Nocturno se genera para su confort, no para el mío. Es una agonía. Me encuentro sentado en una silla flotante, la cual soporta mi peso. Aún me duele, y mis órganos internos sufren a veces algún daño. Por esa razón casi nunca acepto pasajeros.
—¿Compartes entonces la opinión de tu madre acerca de la humanidad? —le preguntó la psíquica.
—No, me gusta la gente. Acepto mi condición pero no la escogí. Experimento la vida humana como puedo, vicariamente, entre mis infrecuentes pasajeros. Cuando sucede, procuro beber lo más que puedo de sus vidas.
—Si mantuviera su nave bajo ingravidez todo el tiempo podría tener usted más pasajeros —le sugirió el xenobiólogo.
—Es verdad —dijo Royd cortésmente—, sin embargo, la mayoría de la gente prefiere no viajar con un capitán que no usa reja de gravedad. Una caída libre los incomoda y enferma. Además, puedo mezclarme con mis invitados, lo sé, si me mantengo en mi silla y uso un traje aislante del ambiente. Así lo he hecho. Eso aminora mi participación en vez de incrementarla. Me convierto en una especie de monstruo, en una tara, a la cual hay que tratar con cierta indiferencia y a distancia. Prefiero el aislamiento. Cuando me atrevo, estudio a mis extraños pasajeros.
—¿Extraños? —le preguntó la confundida xenotécnica.
—Para mí todos ustedes son extraños —respondió Royd. El silencio se apoderó de la nave.
—Siento que esto haya sucedido, amigo mío —le dijo Karoly D’Branin al fantasma.
—Lo siento —dijo la psíquica. Frunció el ceño y comenzó a llenar la jeringa con esferón—. Bueno, es bastante claro ¿Pero será verdad? Aún no tenemos pruebas, tan sólo un relato. El hológrafo pudo haber dicho provenir de Júpiter, una computadora o el espectro de un criminal de guerra.
Avanzó hacia donde el joven telépata descansaba. —El aún necesita tratamiento, y nosotros necesitamos confirmación. No me importa vivir en esta ansiedad, cuando podemos terminarla de una vez por todas—. Con sus manos buscó una arteria en la cabeza del paciente y apuntó la jeringa.
—¡No! —dijo firmemente la voz en el intercomunicador—. ¡Alto! ¡Es una orden! Esta es mi nave. Deténgase.
La jeringa siseó con sonoridad, ya había una marca rojiza sobre el cuello del telépata.
Se levantó y quedó medio sentado, recargado sobre sus codos, la psíquica se le acercó. —Ahora— le dijo ella en su mejor tono profesional—, enfoca a Royd. Puedes hacerlo, te conocemos esa virtud. Espera un instante, el esperón lo hará todo por ti.
Los pálidos y azules ojos del telépata se nublaron. —No está lo suficientemente cerca— murmuró—, uno, soy uno, probado. Ustedes conocen mis virtudes, eso es bueno, pero debo acercarme más.
Ella lo rodeó con un brazo, le hizo una caricia, lo coaccionó. —El esperón te dará alcance. Siéntelo, siente como te fortalece. ¿Lo sientes? Todo se aclara, ¿no es así? Recuerda el peligro, recuérdalo, encuéntralo. Mira más allá del muro y cuéntanos. Cuéntanos acerca de Royd. ¿Nos dijo la verdad? Dínoslo. Eres bueno, lo sabemos, puedes contárnoslo— las frases parecían una especie de encantamiento.
El se zafó de aquel brazo y se sentó. —Puedo sentirlo— dijo. Sus ojos de pronto se aclararon—. Algo… me duele la cabeza… tengo miedo.
—No te asustes —le dijo la psíquica—, el esperón no te provocará jaqueca, por el contrario. No temas nada —le acarició el entrecejo—, cuéntanos qué ves.
El telépata miró al fantasma de Royd, con ojos aterrados e infantiles, y pasó su lengua sobre su labio inferior.
¡De pronto su cráneo explotó!
Tres horas después los sobrevivientes se reunieron para comentar los hechos.
En la histeria y la confusión, Melantha Jhirl asumió el mando. Daba órdenes, hacía a un lado su copa de brandy, dirigía todo como si hubiera nacido para ello. Los demás parecían encantados en complacerla. Tres de ellos tomaron una sábana y envolvieron con ella el cuerpo decapitado del joven telépata y lo arrojaron en la parte posterior de la nave. Otros dos, por órdenes de Melantha, buscaron agua y trapo y comenzaron a limpiar la estancia. No consiguieron mucho. Al limpiar la sangre de la mesa, la cibernética de pronto amenazó con vomitar violentamente. Karoly D’Branin, aún sentado y aturdido por los sucesos, se levantó, le arrebató el trapo ensangrentado y la condujo hacia su cabina.
Melantha Jhirl ayudaba a la psíquica, quien había estado junto al telépata al morir, una astilla ósea le había penetrado en la piel justo abajo del ojo derecho. Estaba cubierta de sangre, de pedazos de carne, de hueso y sesos y entrado en shock. Melantha le removió la astilla, la aseó, la condujo a su cabina y la puso a dormir tras de inyectarle una de sus propias drogas.
Y, después de un tiempo, reunió a los demás, en el compartimiento de carga más grande, en donde dormían tres de ellos. Siete de los ocho sobrevivientes fueron. La psíquica aún dormía, pero la cibernética se había ya recuperado, al parecer. Se sentó sobre el piso con las piernas cruzadas, sus facciones se veían pálidas y enjutas, en espera de las palabras de Melantha.
Karoly D’Branin fue el primero en tomar la palabra. —No entiendo— dijo—, no entiendo lo sucedido. ¿Qué pudo…?
—Royd lo mató, eso es todo —dijo la xenotécnica con amargura—. Su secreto se vio amenazado, y el tan sólo… tan sólo lo hizo explotar.
—No puedo creer eso —dijo Karoly D’Branin angustiado—. No puedo. Royd y yo hemos platicado muchas noches mientras ustedes duermen. Es un ser bondadoso, inquisitivo y sensitivo. Es un soñador. Entiende lo del volcryn. No haría algo semejante.
—Su hológrafo se desvaneció rápidamente cuando sucedió —dijo la lingüista—, y desde entonces no ha dicho nada, como habrán notado.
—Tampoco lo ha hecho ninguno de ustedes —dijo Melantha Jhirl—. No sé qué pensar, pero mi impulso es apoyar a Karoly. No tenemos ninguna prueba para culpar al capitán.
La xenotécnica exclamó en voz alta: —Pruebas.
—De hecho —continuó Melantha—, no estoy segura de culpar a nadie. Todo sucedió después de haberle suministrado el esperón. ¿Podría haber sido una cápsula defectuosa?
—¡Vaya defecto! —murmuró la lingüista.
El xenobiólogo frunció el ceño. —Este no es mi campo, pero conozco la extremada potencia del esperón, cuyos efectos físicos son iguales a los psiónicos. La causa de su muerte fue tal vez su propio talento, estimulado con la droga. Además de hacerle estallar su poder principal, su sensibilidad telepática, el esperón pudo haberle aflorado otros talentos psíquicos latentes en él.
—¿Cómo cuáles? —preguntó alguien.
—El bio-central, la telekinesia.
Melantha Jhirl se encontraba frente a él. —Aumentó la presión de su cráneo, y la sangre de su cuerpo se concentró en el cerebro. La presión de aire de su cabeza descendió simultáneamente al utilizar teke para inducir un corto vacío. Piénsenlo.
Todos lo pensaron, pero a ninguno le agradó tal teoría.
—Pudo haber sido auto inducido —dijo Karoly D’Branin.
—O tal vez un extraño talento pudo haber tornado sus poderes en su contra —dijo la xenotécnica con terquedad.
—Ningún telépata humano tiene el talento para controlar a alguien más, en cuerpo, mente y alma, ni siquiera durante un instante.
—Exactamente —dijo la xenotécnica—, ningún telépata humano.
—¿La gente de los gigantes gaseosos? —la cibernética hablaba en tono burlón.
La xenotécnica la recorrió de arriba abajo con la mirada. —Podríamos hablar de sensibilidades Crey o de vampiros de almas Githyanki; podríamos nombrar media docena, pero no es necesario, tan sólo te mencionaré uno. Una Mente Hrangan.
Era un pensamiento inquietante. Todos guardaron silencio y se movían con cierta intranquilidad, pensaban en el vasto, inimaginable poder de una Mente Hrangan oculta en las cabinas del comando del Volador Nocturno, Melantha Jhirl rompió el hechizo: —Eso es ridículo— dijo—, piensa en lo que dices, si no es mucho pedir. Aparentemente ustedes son xenologistas, la mayoría, expertos en lenguas extranjeras, psicología, biología, tecnología. Demuéstrenlo y actúen como tales. Estuvimos en guerra con la Vieja Hranga durante mil años, pero nunca logramos comunicarnos con una Mente Hrangan. Si Royd Eris es uno de ellos, han superado sin duda sus capacidades de conversión a través de los siglos desde el Colapso.
La xenotécnica se sonrojó. —Tienes razón— musitó—, estoy nerviosa.
—Amigos —dijo Karoly D’Branin—, no debemos alarmarnos ni ser presas de la histeria. Ha sucedido una cosa terrible. Uno de nuestros colegas ha muerto, e ignoramos la causa. Hasta entonces, tan sólo nos resta continuar. Este no es momento de actuar irracionalmente en contra de inocentes. Tal vez, cuando regresemos a Avalón, una investigación aclarará lo sucedido. El cadáver está seguro ¿no es así?
—Lo depositamos en la cámara de aire de la cabina de control —dijo la lingüista—, el vacío lo conservará.
—Y puede ser examinado de regreso —dijo D’Branin, satisfecho.
—Debemos volver de inmediato —dijo la xenotécnica—. Díganle a Eris nuestras intenciones.
D’Branin parecía azorado. —¡Pero…! ¿Y el volcryn? Una semana más y los conoceremos, si mis cálculos son correctos. El regreso nos tomaría seis semanas. Bien valdría la pena posponerlo una semana adicional.
La xenotécnica seguía con su terquedad. —Ha muerto un hombre. Antes de fallecer, habló acerca de extraños y de peligros. Tal vez nosotros estamos también en peligro. Tal vez estos volcryn sean la causa, e incluso su poder es más potente que una Mente Hrangan. ¿Vamos a correr el riesgo? ¿Para qué? Sus fuentes pueden ser ficticias, exageradas e incorrectas, sus interpretaciones y computaciones también, o tal vez ellos han cambiado su curso. El volcryn puede no estar siquiera a años luz de donde nosotros abandonemos la ruta.
—Ah —dijo Melanita Jhirl—. Ya entiendo. Entonces no debemos ir porque ellos no van a estar allí, y además pueden ser peligrosos.
D’Branin sonrió y la lingüista lanzó una carcajada. —¡No le veo la gracia!— dijo la xenotécnica y se abstuvo de discutir.
—No —continuó Melantha—. El peligro no aumentará en forma significativa cuando abandonemos la ruta en busca del volcryn. Debemos hacerlo de todas formas, para reprogramar. Además, hemos estado en pos del volcryn durante largo tiempo y admito mi curiosidad —miró a cada uno y ninguno replicó—. Bien, continuaremos entonces.
—¿Y qué haremos con Royd? —preguntó D’Branin.
—Tratemos al capitán como antes, si es posible —dijo Melantha con decisión—, abramos las líneas para el diálogo. Probablemente él está tan aturdido por lo sucedido como nosotros, y teme que lo creamos culpable, con intenciones de lastimarlo, o algo así, razonaremos con él. Si nadie lo desea yo hablaré con él —no hubo voluntarios—. De acuerdo, pero el resto debe actuar normalmente.
—Además —dijo D’Branin—, debemos continuar con nuestros preparativos. Nuestros instrumentos sensoriales deben estar listos para cuando abandonemos la ruta y reingresemos al espacio normal, nuestra computadora debe funcionar a la perfección.
—Está lista —dijo la cibernética—, la arreglé en la mañana como me lo indicaron —una especie de mirada pensativa asomaba en sus ojos, pero D’Branin no lo notó. Este comenzó a discutir con los lingüistas algunos preliminares y la plática pronto se centró en el volcryn, y poco a poco el temor del grupo quedó en el olvido.
Royd escuchaba. Estaba contento.
La mujer regresó sola a la estancia.
Alguien había apagado las luces. —¿Capitán?— dijo, y él se apareció, pálido, sombrío, sus ojos miraban hacia el vacío. Sus ropas, peliculescas y anacrónicas, eran un cúmulo de sombras blanquecinas y azules—. ¿Escuchó, capitán?
La voz del hombre en el intercomunicador tenía un cierto tono de sorpresa. —Sí. Veo y escucho todo en mi Volador Nocturno Melantha. No sólo en la estancia. No sólo cuando los intercomunicadores y las pantallas están encendidos. ¿Desde cuándo lo sabes?
—¿Desde cuándo? —ella rio—. Desde que alabaste la solución del Gigante Gaseoso al misterio Roidiano.
—Estaba bajo tensión. Nunca antes había cometido un error.
—Le creo. Capitán —dijo ella—, no importa. Soy la modelo superada, ¿recuerda? Lo adiviné desde hace varias semanas.
Royd guardó silencio unos instantes. De pronto: ¿No me tienes confianza?
—Eso hago. ¿Aún no se siente seguro?
La aparición se estremeció fantasmagóricamente. —Me alegra saber que ni tú ni Karoly piensan en mí como el asesino de ese hombre.
Ella sonrió. Sus ojos se acostumbraban a la obscuridad de la habitación. Bajo el resplandor del hológrafo, ella podía ver la mesa en donde todo había sucedido. Allí estaban las manchas obscuras sobre la parte superior. Sangre. Escuchó un leve goteo y tembló. —No me gusta este lugar.
—Si deseas irte podemos platicar en otro lugar.
—No —dijo ella—, me quedaré. Royd, si yo te lo pidiera, ¿dejarías de mirarnos y escucharnos, a excepción de este lugar? Los otros se sentirán mejor, estoy segura.
—Ellos no saben.
—Lo harán. Dijiste algo acerca de los gigantes gaseosos y todos lo escucharon. Tal vez alguno de ellos ya se dio cuenta.
—Si yo aceptara tu proposición, ¿cómo sabrías si en verdad lo hago?
—Confío en ti.
Hubo un silencio. El espectro se veía pensativo. —De acuerdo. Tan sólo veré y escucharé aquí.
—Te creo.
—¿Creíste mi historia? —le preguntó Royd.
—Ah, una extraña y maravillosa historia, capitán: Si fue mentira intercambiaremos mentiras cuando quieras. Lo haces bien. Si es verdad, entonces eres un hombre extraño y maravilloso.
—Es verdad —dijo el fantasma en voz baja—. Melantha… —Su voz dudó.
—Sí.
—Te vi hacer el amor.
—Ella sonrió. Ah —dijo—, soy buena para eso.
—No lo sé —dijo Royd—, pero sí eres digna de ser observada. Hubo un silencio. Ella intentaba escuchar el goteo. Sí —dijo la mujer al fin.
—¿Si?
—Sí, Royd, probablemente copularía contigo si eso fuera posible.
—¿Cómo adivinaste mi pensamiento?
—Soy una modelo superada —dijo ella—, y no una telépata. Tus pensamientos eran obvios. Ya te lo he dicho, te llevo una delantera de tres jugadas.
Royd meditó aquellas palabra s largo tiempo, ahora estoy seguro —dijo.
—Excelente —dijo Melantha Jhirl—. Ahora asegúrame a mí.
—¿Acerca dé?
—¡De lo sucedido aquí! Royd no contestó.
—Sabes algo, creo —dijo Melantha—, nos dijiste tu secreto con tal de evitar esa inyección de esperón. Y cuando tu secreto fue profanado, nos ordenaste detenernos, ¿por qué?
—El esperón es una droga peligrosa —dijo Royd.
—Más que eso, capitán, —dijo Melantha—. ¿Qué lo mató?
—Yo no.
—¿Uno de nosotros? ¿El volcryn? Royd no dijo nada.
—¿Hay algún extraño a bordo, capitán? —le preguntó—. ¿Es eso? Silencio.
—¿Estamos en peligro? ¿Estoy yo en peligro, Capitán? No tengo miedo. ¿Me hace eso ser una tonta?
—La gente me agrada —dijo Royd al fin—, cuando puedo soportarlos, me gusta tener pasajeros. Los observo, sí. No es tan terrible. En especial me agradáis tú y Karoly. No teman nada. No permitiré que nada les suceda.
—¿Qué podría pasar? —preguntó Melantha—. Roy no contestó.
—¿Y qué hay respecto a los otros, Royd? ¿Los cuidarás a ellos también o tan sólo a Karoly y a mí? Silencio.
—No estás muy platicador esta noche —observó Melantha.
—Estoy tenso —se escuchó su voz—, vete a dormir Melantha Jhirl. Ya hemos platicado demasiado.
—De acuerdo capitán. —Le sonrió al fantasma con una mano en alto—. La de este intentó estrechársela. Una tibia piel obscura, y un pálido resplandor se fundieron. Melantha abandonó el cuarto. Una vez en el corredor, bajo la seguridad de la luz, comenzó a temblar.
Cayó la falsa medianoche. Habían cesado las pláticas, las pesadillas se había desvanecido ya. Los académicos dormían, incluso Karoly D’Branin, cuyo apetito por el chocolate fue sofocado por los recuerdos.
En la obscuridad del inmenso compartimento de carga, colgaban tres hamacas, en dos de ellas, los durmientes roncaban suavemente. La cibernética ocupaba la tercera, despierta. Pensaba. Se levantó, caminó de puntillas, se puso su overol y sus botas y despertó a la xenotécnica. —Ven— le murmuró—. Ambas subieron al corredor, mientras Melantha se quedaba en el cuarto con sus sueños.
—¿Qué demonios te pasa? —Murmuró la xenotécnica—. Se encontraba semivestida, desarreglada y adormilada.
—Hay una forma de comprobar la veracidad de la historia de Royd. A Melantha no le va a gustar. ¿Me acompañas?
—¿Qué? —El interés se apoderó de su rostro.
—Ven —dijo la cibernética.
Uno de los tres compartimentos de carga, el más pequeño, había sido convertido en el cuarto de la computadora. Entraron calladamente; estaba vacío. El sistema estaba encendido pero aletargado. Corrientes lumínicas corrían sedosamente por los cristalinos canales de las rejillas del data, se unían y separaban una y otra vez; ríos de líneas vertiginosas se cruzaban sobre un fondo negro. La cámara se encontraba a media luz, el único sonido captable era un bajo zumbido. La cibernética comenzó a presionar llaves, girar rondanas, y a encauzar las silenciosas corrientes de luz. Lentamente la máquina cobraba vida.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó la xenotécnica.
—Karoly me dio instrucciones de emparejar nuestro sistema con el de la nave —dijo la cibernética, sin dejar de maniobrar la máquina—. Royd deseaba estudiar datos del volcryn. Bien, pues yo lo hice. ¿Entiendes ahora?
La xenotécnica se veía ávida. —Los dos sistemas están emparejados.
—Exacto. Royd puede saber lo del volcryn, y nosotros, acerca de él. —Frunció el ceño—, ojalá y supiera más acerca del equipo de Volador Nocturno, pero creo saber lo suficiente. Este sistema pedido por D’Branin es muy sofisticado.
—¿Puedes controlarlo?
—¿Controlarlo? —La cibernética se veía confundida—. ¿Acaso bebiste?
—No, en verdad. Utiliza tu sistema y apodérate del control de la nave, sorprende a Eris, revoca sus órdenes y haz que el Volador Nocturno responda a las nuestras.
—Tal vez —la cibernética dudó—, podría intentarlo, pero ¿para qué?
—Por si acaso. No usaríamos toda la capacidad, sólo si fuera necesario, una emergencia o algo así.
La cibernética se encogió de hombros. —Emergencias y gigantes gaseosos. Sólo deseo tranquilizarme con respecto a Royd.
Se movió hacia un panel de instrucciones, en donde media docena de pantallas de un metro cuadrado rodeaban una consola, y encendió una de ellas. Grandes dedos rozaban los controles holográficos, los cuales aparecían y desaparecían al contacto, el tablero cambiaba de forma incluso cuando ella lo utilizaba. Una serie de caracteres empezaron a cruzar por la pantalla, centellas rojas encasquetadas en vidriosas y negras profundidades. La cibernética observaba, y finalmente las congeló. —Aquí —dijo—. Aquí está mi respuesta sobre el equipo. Olvida tu idea de controlar, a menos que tu gente de los gigantes gaseosos nos ayudaran. El Volador Nocturno es más grande y más listo que el pequeño sistema que tenemos aquí. Tiene sentido, pensándolo bien. La nave es absolutamente automática a excepción de Royd—. Silbó y con palabras suaves de ánimo buscó la programación—. Parece, sin embargo, que sí existe un Royd. Las configuraciones están todas mal para una nave robot. Maldición, hubiera apostado cualquier cosa. —Las señales empezaron a aparecer de nuevo, la cibernética las observaba—. Aquí hay puntos alimenticios, quizás nos revelen algo. —Con un dedo oprimió, y la pantalla volvió a congelarse.
—Nada especial —dijo con desilusión la xenotécnica.
—Dispositivo estándar de desechos. Reciclaje de agua. Proceso alimenticio, con suplementos de proteínas y vitaminas en almacenes. —Empezó a silbar—. Tanques con musgo de Renny y neopasto para consumir el CO2. Un ciclo de oxígeno, entonces. No hay metano ni amoniaco. Lástima.
—Busca el sexo en la computadora.
La cibernética sonrió. —¿Lo has intentado alguna vez?— Sus dedos se volvieron a mover—. ¿Qué más debo buscar? Dame algunas ideas.
—Checa los puntos sobre tanques de nutrición, el equipo y esas cosas. Encuentra la historia de la vida de Royd. La de su madre. Echa una ojeada a su negocio, a todo ese comercio. —Su voz comenzó a excitarse y tomó a la cibernética por el hombro—. ¡Un tronco de la nave! ¡Debe de haber alguno! ¡Encuéntralo!
—De acuerdo. —Silbó alegremente mientras manejaba los controles. La pantalla instructiva comenzó de pronto a parpadear frente a ella. Sonreía—. Seguridad —dijo. Sus dedos se veían borrosos. Tan rápido como había aparecido, el parpadeante campo rojo desapareció—. Nada como asegurarse contra lo desconocido y de los hombres.
En el corredor, un sonido de alarma las puso en alerta. Maldición —dijo la cibernética—, despertará a todos, —volteó de pronto cuando la mano de la xenotécnica le tocó la espalda, la apretaba, y la lastimaba.
Una gris cortina de acero bajó silenciosa y obstaculizó cualquier salida hacia el pasillo. —¿Qué?…— dijo la cibernética.
—Es un sello de emergencia, —exclamó la xenotécnica con voz mortal, conocía de naves—. Se cierra algo va a ser descargado hacia el vacío.
Ambas miraron la inmensa cerradura en curva exterior de aire sobre sus cabezas. La cerradura interior se encontraba casi abierta por completo y ellas observaban el embone y el sello de la puerta partirse, y su diámetro, ahora de medio metro, resbaloso y más allá el brillo cegador de la nada.
—¡Oh! —dijo la cibernética. Ya no silbaba.
Las alarmas se escuchaban por doquier. Los pasajeros comenzaron a inquietarse. Melantha Jhirl salió de su cabina desnuda, preocupada, alerta, rumbo al pasillo. Karoly D’Branin se sentó con pesadez. La psíquica murmuró incoherencias, adormilada aún. El xenobiólogo rompió en llanto alarmado.
A lo lejos se oyó un crujir metálico, y la nave sufrió un violento estremecimiento, el cual tiró a los lingüistas de sus hamacas, mientras Melantha Jhirl cayó al suelo.
En el cuarto de Control de Volador Nocturno, se encontraba una habitación esférica de blancos y lisos muros, y una pequeña esfera —una consola de control— se encontraba suspendida en el centro. Los muros estaban siempre rasos cuando la nave se encontraba en viaje; el resplandor del espacio era insoportable.
El cuarto ahora se encontraba obscuro, un holóscopo cobrada vida, había estrellas blancas y frías por doquier, puntitos de gélida brillantez, la flotante esfera de control era el único objeto de forma definida en aquel simulado mar nocturno.
El Volador Nocturno se había salido de curso.
Melantha Jhirl se levantó de nuevo y apretó el botón de un intercomunicador. Las alarmas aún ululaban y era difícil escuchar. —¿Qué pasa, capitán?— gritó.
—Lo ignoro —contestó Royd—, estoy tratando de averiguarlo. Reúna a los demás allí.
Ella obedeció y sólo cuando estuvieron todos reunidos, ella regresó a su cabina para vestirse. Melantha encontró únicamente a seis de ellos. La psíquica, aún inconsciente, hubo de ser cargada. La xenotécnica y la cibernética no aparecían por ningún lado. Los demás se veían intranquilos al ver aquel bloqueo en el compartimento de carga número 3.
El intercomunicador cobró vida cuando las alarmas quedaron afónicas. —Hemos regresado al espacio normal— se escuchó la voz de Royd—. Sin embargo, la nave está dañada. El compartimento número 3, el cuarto computador, fue profanado mientras volábamos. Además, desgarrado por el flujo. Automáticamente la computadora nos desvió de curso, si no, las fuerzas de manejo pudieron haber destruido mi nave.
—Royd —dijo Karoly D’Branin—. Dos miembros de mi equipo están…
—Al parecer su computadora se encontraba encendida cuando el compartimento fue violado —dijo Royd con cierto tacto—, tan sólo podemos asumir que han muerto. No puedo estar, seguro de ello. A petición de Melantha, he desactivado la mayoría de mis ojos y oídos, y solo actúan en la estancia. Ignoro lo sucedido. Esta es una nave pequeña, Karoly, y si ellas no están contigo, debemos pensar lo peor —hizo una pausa—, si les sirve de consuelo, murieron rápidamente y sin dolor.
Los dos lingüistas intercambiaron una larga y significativa mirada. El rostro del xenobiólogo se enrojeció de furia, y comenzó a mascullar algo. Melantha Jhirl le tapó la boca firmemente. —¿Sabemos cómo sucedió, capitán?
—Sí —la respuesta fue reluctante.
El xenobiólogo descubrió la pista y Melantha retiró su mano y lo dejó respirar. —¿Royd?— interrogó anhelante.
—Parece insano, Melantha, pero al parecer tus colegas abrieron el compartimento de carga. Tal vez no deliberadamente claro. Aparentemente utilizaban el sistema de interfase para apoderarse de los controles de la nave.
—Ya veo —dijo Melantha—, una terrible desgracia.
—Así es —acordó Royd— tal vez más terrible de lo que piensas. Aún debo evaluar los daños de mi nave.
—No lo detendremos capitán, cumpla con sus deberes —dijo Melantha—. Todos nos encontramos muy impresionados, y es difícil platicar ahora. Investigue las condiciones de su nave. Continuaremos con nuestra discusión en la mañana ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Melantha apagó el interruptor. Oficialmente Royd no podía escucharlos ahora.
Karoly D’Branin meneó su grande e hirsuta cabeza. Los lingüistas se sentaron junto al otro, con las manos entrelazadas. La psíquica aún dormía. Tan sólo el xenobiólogo la miraba. —¿Le cree?— le preguntó rudamente.
—No lo sé, pero los otros tres compartimentos pueden ser desocupados como lo fue el número 3. Cambiaré mi hamaca a una cabina. Le sugiero a aquellos del compartimento número 2 hagan lo mismo.
—Es una buena idea —dijo la lingüista—, cabremos todos.
No será muy cómodo, pero no pienso dormir el sueño de los ángeles en ningún compartimento nuevo.
—Deberíamos además sacar nuestros trajes del almacén y tenerlos a la mano —sugirió su compañero.
—Si así lo desean —dijo Melantha—, podemos abrir todas las cerraduras simultáneamente. Royd no puede culparnos por tomar precauciones —sonrió tristemente—, después de hoy, nos hemos ganado el derecho de actuar irracionalmente.
—No es hora de hacer chistes malos Melantha —dijo furioso el xenobiólogo—, hay tres muertos, un cuarto posiblemente en coma y el resto de nosotros en peligro.
—Aun no tenemos idea de qué diablos pasa —apuntó.
—¿Royd Eris nos está matando? —Gritó él, mientras se golpeaba la palma de la mano con el puño cerrado para enfatizar su frase—. Ignoro quién o qué es y dudo de la veracidad de su historia, y además no me importa. Tal vez sea una Mente Hrangan, o el ángel vengador del volcryn, o la segunda venida de Jesucristo. No importa. ¡Nos está matando!
—Como comprenderás —dijo Melantha con gentileza—, no sabemos con certeza si el capitán cumplirá su palabra. Podría escucharnos y observarnos en este instante, si así lo quisiese. No lo creo. El me lo prometió y yo le creo, aunque tan sólo tenga su palabra. Sin embargo, usted no confía en Royd, y por lo tanto, no es aconsejable, desde su punto de vista, decir esas cosas —sonrió.
El xenobiólogo guardó silencio.
—Eso quiere decir entonces que ha desaparecido la computadora —dijo Karoly D’Branin en voz baja antes de que Melantha continuara.
Ella asintió. —Me temo que sí.
El se puso de pie tambaleante. —Tengo una pequeña unidad en mi cabina— dijo—, un modelo de pulsera, quizás pueda servirnos. Tengo que obtener los datos de Royd, saber donde hemos dejado el curso. El volcryn. —Se alejó arrastrando los pies por el pasillo y desapareció al entrar a su cabina.
—Imagínense lo aturdido que estuviera si todos hubiéramos muerto —dijo la lingüística con amargura—. De ser así no tendría a nadie para ayudarlo a buscar el volcryn.
—Déjenlo ir —dijo Melantha—. Está tan lastimado como cualquiera de nosotros, incluso tal vez más. Disfraza su tristeza. Sus obsesiones son su defensa.
—¿Y la nuestra?
—Ah —dijo Melantha—, la paciencia, tal vez. Los que murieron intentaron aclarar el secreto de Royd. Nosotros no lo hemos intentado. Sólo nos sentamos a discutir sus muertes.
—¿No encuentra eso sospechoso?
—Mucho —dijo Melantha Jhirl—. Hasta tengo un método para probar mis sospechas. Uno de nosotros puede aún hacer otro intento para saber si nuestro capitán nos ha dicho la verdad. Si quien lo hace muere, sabremos —se paró abruptamente—… Perdónenme, sin embargo, si no soy yo quien lo intente. Pero no se detengan por mí, si están urgidos por hacerlo. Yo anotaré los resultados con sumo interés. Hasta entonces, me retiro del área de carga a dormir.
—Arrogante hija de perra —observó el lingüista al alejarse Melantha.
—¿Creen que él nos esté escuchando? —preguntó el xenobiólogo en voz baja.
—Hasta la médula de cada palabra —dijo la lingüista al ponerse de pie. Todos hicieron lo mismo—. Movamos nuestras casas y llevemos a esta —indicó con el pulgar a la psíquica—, de nuevo a la caja. —Su compañero asintió.
—¿Y no vamos a hacer nada? —Preguntó el xenobiólogo—. ¿Hacer planes? ¿Defensas?
La lingüista le dirigió una desanimada mirada, y se llevó a su compañero hacia otra dirección.
—¿Melantha? ¿Karoly?
Ella despertó al instante, alerta por el susurro de su nombre y se sentó en su angosto camastro. Junto a ella, Karoly D’Branin gemía suavemente y se volteó, con un bostezo.
—¿Royd? —preguntó ella—. ¿Ya amaneció?
—Sí —respondió la voz desde los muros—. Estamos a la deriva en el espacio interestelar a tres años luz de la estrella más cercana. Bajo estas condiciones, ¿qué importancia tiene un amanecer?
Melantha rio. —Discútelo con Karoly, cuando se levante. Royd, ¿dijiste a la deriva? ¿Qué tan mal…?
—Es serio, pero no peligroso. El compartimento 3 está en ruinas, cuelga de mi nave como un cascarón metálico roto, pero el daño fue controlado. Los controles están intactos, y las computadoras del Volador Nocturno al parecer no resintieron la destrucción de la suya. Temí que esto sucediera. El trauma de la muerte electrónica.
—¿Cómo? ¿Royd? —dijo D’Branin.
—Te contaré después Karoly —dijo Melantha—. Royd, estás muy serio. ¿Acaso hay algo más?
—Me preocupa nuestro vuelo de regreso, Melantha. Cuando tome de nuevo el curso, el flujo actuará sobre ciertas partes de la nave y estas tal vez no resistan. El sello aéreo del compartimento número 3 merece una preocupación muy especial. No sé si pueda soportar la tensión. Si explota, la nave entera se partirá en dos. Mis motores se perderán en el vacío, y el resto…
—Comprendo. ¿Podemos hacer algo?
—Sí, las áreas expuestas serían fáciles de reforzar. La cubierta exterior fue armada para soportar cualquier fuerza. Podríamos montarla, y sería un escudo lo suficientemente protector. Una gran porción de la cubierta se aflojó cuando las cerraduras se abrieron, pero aún está allí, a uno o dos kilómetros… y podríamos recogerlas.
Karoly D’Branin había ya despertado por completo. —Mi equipo posee cuatro trineos de vacío. Podemos proporcionártelos.
—De acuerdo, Karoly, pero esa no es mi principal preocupación. Mi nave es capaz de auto repararse dentro de ciertos límites, pero esta situación se ha excedido. Lo haré yo mismo.
—¿Usted? —dijo D’Branin—, amigo mío, usted dijo… esto es, con sus manos, y sus debilidades… ¿No podemos ayudarlo?
—Mi invalidez aparece únicamente en campos gravitacionales, Karoly. En la ingravidez me siento en mi elemento y será momentáneamente, trataré además de unir mis fuerzas para lograrlo. Usted me mal interpreta. Soy apto para el trabajo. Tengo mis propias herramientas, y mi propio trineo espacial.
—Creo saber cuál es su preocupación —dijo Melantha.
—Me da gusto —dijo Royd—, entonces, tal vez puedas responder a mi pregunta. Si emerjo de la seguridad de mis cámaras… ¿podrías mantener a tus amigos calmados y sin intenciones de matarme?
Karoly D’Branin estaba azorado. —Royd, Royd, somos escolares, no soldados ni criminales, nosotros no… somos humanos ¿Cómo puede pensar así?
Humanos —repitió Royd— extraños para mí, sospechan de mí. No me mientas Karoly.
El administrador balbuceó. Melantha le tomó la mano y lo calló. —Royd— le dijo ella—, yo no te mentiría. Estarías en peligro, y eso me agradaría, pues al salir harías felices a los demás. Serían capaces de comprobar la veracidad de tus palabras.
—Así es —dijo Royd—, pero ¿sería eso suficiente para anular sus sospechas? Ellos creen que yo maté a sus amigos. ¿O no es así?
—Algunos, tal vez. La mitad lo cree, la otra lo teme. Están asustados. Capitán. Yo misma lo estoy.
—No más que yo.
—Estaría menos asustada si supiera qué sucedió realmente ¿Lo sabe usted? Silencio.
—Royd, sí…
—Intenté detener la inyección de esperón —dijo—, pude haber salvado a los otros dos, si los hubiese visto, o escuchado. Pero tú me obligaste a apagar mis monitores, Melantha. No puedo ayudar aquello que no veo —meditación—. Me sentiría más seguro si pudiera usarlos de nuevo. Estoy sordo y ciego. Es frustrante. No puedo ayudar a nadie así.
—Enciéndelos de nuevo, entonces —dijo de pronto Melantha—. Me equivoqué. No lo entendía. Ahora lo comprendo.
—¿Qué comprendes? —le preguntó Karoly D’Branin.
—Tú no entiendes —dijo Royd—. No finjas, Melantha Jhirl ¡No lo hagas! —La calmada voz del intercomunicador se oía aguda de emoción.
—¿Qué? —Dijo Karoly—, Melantha, no comprendo.
Los ojos de ella estaban pensativos. —Yo tampoco —dijo—, yo tampoco comprendo, Karoly. —Le dio un beso leve—. Royd —continuó—, yo pienso que debes hacer esta reparación, por encima de las promesas que podamos hacerte. No arriesgarás tu nave por pensar reentrar al curso en estas condiciones. La otra única alternativa es seguir a la deriva hasta que todos muramos. ¿Qué podemos perder?
—Yo tengo una opción —dijo Royd con seriedad mortal—. Podría matarlos a todos ustedes, si esa fuera la única forma de salvar mi nave.
—Podrías hacer la prueba —dijo Melantha.
—No hablemos más de muerte —dijo D’Branin.
—Tienes razón, Karoly —dijo Royd—, no deseo matar a nadie pero debo protegerme.
—Lo estarás —dijo Melantha—, Karoly puede mandar a los otros a rescatar los fragmentos de la cubierta. Yo permaneceré a tu lado, te ayudaré; el trabajo se hará tres veces más rápido.
Royd se mostraba cortés. —Por experiencia. La mayoría de los límites planetarios son lentos y cansados en la no-gravedad. Sería más eficiente si trabajara solo.
—Yo no lo haría. Soy una modelo superada, recuérdelo Capitán. Tan buena en la caída libre como en la cama, ayudaré —contestó ella.
—Como desees. En breves instantes voy a apagar la rejilla de la gravedad. Karoly, prepara a los tuyos. Aborda tu trineo y alístate. Propulsaré el Volador Nocturno en tres horas, después de haberme recuperado de los dolores de su gravedad. Quiero ver a todos fuera de la nave cuando yo me vaya.
Fue como si un vasto animal hubiera mordido al universo.
Melantha Jhirl esperó en su trineo cerca del Volador Nocturno. Miraba a las estrellas. Afuera no era tan diferente de las profundidades del espacio interestelar. Las estrellas estaban frías, puntos gélidos de luz; sobrias, austeras, más frías e insolentes que los mismos soles creados para danzar y titilar en una atmósfera. La ausencia de un horizonte le recordó en dónde se encontraba: En los puntos intermedios, en donde el hombre no se detiene, en donde las naves volcryn impiden lo ancestral. Intentó observar al sol de Avalón, pero no sabía por dónde buscarlo. Las configuraciones le parecían extrañas, y no tenía idea de la orientación. Atrás, adelante, arriba, abajo, los campos siderales se alargaban infinitamente. Miró hacia abajo cerca de su trineo y del Volador Nocturno, en espera de ver más estrellas y la mordida la golpeó casi con fuerza física.
Melantha luchó con una vertiginosa ola. Se encontraba suspendida sobre una sima espacial, un abismo infinito en el universo, negro, basto, sin estrellas.
Vacío.
Ella lo recordó de pronto: El Velo de Tempter. Tan sólo una nube de gas obscuro, polución galáctica que obscurecía la luz de las estrellas del Fringe. Pero en esta cercanía, se veía inmensa, aterradora. Tuvo que desviar su mirada cuando empezó a sentir como si cayera. Era un golfo entre ella y la cubierta plateada de la nave, un golfo a punto de engullirlos.
Melantha tocó uno de los controles de su trineo y comenzó a girar a su alrededor y el Velo quedó azulado. Eso la ayudó de alguna manera. Se concentró en el Volador Nocturno. Era el objeto más grande en su universo, iluminado, desaprovechado; tres pequeños huevos uno junto a otro, dos inmensas esferas y en ángulos rectos, millares de tubos en conexión. Uno de los huevos se encontraba atrapado ahora, y le daba a la nave un desbalanceo grotesco.
Melantha podía ver los demás trineos angulares contra la obscuridad, en busca de los fragmentos perdidos de la cubierta, para luego traerlas de regreso. El grupo de lingüistas trabajaba en equipo, como siempre, a bordo de un trineo. El xenobiólogo estaba solo. Karoly D’Branin tenía un pasajero silencioso; la psíquica, drogada, dormida dentro de su traje. Royd había insistido en la total evacuación de la nave, y hubiese tomado algún tiempo el reintegrar a la conciencia a la psíquica.
Mientras sus colegas trabajaban, Melantha Jhirl esperaba a Royd Eris, y platicaba con los demás ocasionalmente, cuando estos llegaban o partían de nuevo. Los dos lingüistas, desacostumbrados a la ingravidez se quejaban en demasía. Karoly trataba de calmarlos. El xenobiólogo trabaja en silencio, sin discutir. Había sido vehemente en su oposición a salir hacia el espacio, pero Melantha y Karoly habían logrado convencerlo. Melantha lo observaba ahora: una estática figura vestida de negro, rígida y erecta frente los controles de su trineo.
Al fin se dilató el cerrojo aéreo circular de la esfera mayor del Volador Nocturno, Royd Eris emergió. Ella lo vio acercarse, mientras trataba de darle forma. Ahora encontraba muchas. Su gentil, culta y formal voz a veces le recordaba la de los obscuros aristocráticos de su nativa Prometheus, los hechiceros que jugaban con los genes humanos. En otros tiempos la ingenuidad del capitán la hacía pensar en él como en un joven inexperto. Su fantasma se veía delgado y cansado, y era supuesta y considerablemente más viejo que aquella pálida sombra, pero Melantha descubrió las dificultades de escuchar la plática de un anciano.
El trineo de Royd era el más grande de todos, de forma distinta, un inmenso platillo oval con ocho agarraderas, como las patas de una araña mecánica, y el cañón de una pistola de rayos láser se encontraba al frente. El traje de Royd era raro también, mucho más abultado que aquellos de la Academia, con una bolsa entre las cuchillas del cuello, como si fuera una especie de acumulador de energía, de radiantes aletas y casco.
Y cuando al fin él se encontró lo suficientemente cerca de Melantha, esta vio tan sólo un rostro. Blanco, muy blanco, esa fue la impresión predominante; un cabello blanco muy corto, una incipiente barba blanca alrededor de las afiladas líneas de la mandíbula, cejas casi invisibles bajo las cuales se movían unos ojos azules. Su piel era pálida y sin arrugas, apenas rosada por el tiempo.
Royd se ve agotado, pensó Melantha. Y tal vez algo asustado.
Royd detuvo su trineo frente al de Melantha, entre las torcidas ruinas del compartimiento número 3, para supervisar los daños, las piezas de desperdicio flotantes, las cuales habían sido carne, sangre, cristal, metal y plástico. Ahora era difícil de distinguir, todo aquello mezclado, quemado, y congelado junto. —Debemos trabajar arduamente, Melantha— dijo él.
—Hablemos primero —contestó ella. Se acercó a él aún más, pero la distancia era enorme, la anchura de los dos trineos los mantenía apartados. Melantha retrocedió y giró completamente por lo cual Royd colgaba hacia abajo en su mundo y ella hacia arriba en el de él. Comenzó de nuevo a moverse hacia él, con su trineo directamente sobre-bajo el suyo. Sus enguantadas manos se estrecharon, se rozaron, y se separaron. Melantha ajusto su altitud, sus cascos se tocaron.
—A mí no —comenzó a decir Royd con cierta inseguridad.
—Apaga tu comunicador —le ordenó ella—, el sonido atravesará los cascos.
—No me gusta esto, Melantha —dijo él—, esto es demasiado obvio. Peligroso.
—No hay otra salida, Royd, lo sé.
—Sí, ya lo sabía. Tus tres jugadas adelante, Melantha. Recuerdo tu forma de jugar ajedrez. Sin embargo eres más segura cuando finges ignorancia.
—Lo entiendo, Capitán. Hay otras cosas de las cuales no estoy tan segura. ¿Podemos hablar sobre ello?
—No me pidas eso. Sólo obedece mis órdenes. Estás en peligro, todos lo están, pero yo puedo protegerlos. Cuanto menos sepan, podré protegerlos más. —Su expresión se veía sombría a través de su visor.
Ella vio los ojos hacia abajo de él. —Su nave nos está matando, Capitán. Eso sospecho, al menos. No usted. La nave. Lo cual no tiene sentido. Usted controla el Volador Nocturno. ¿Cómo es que funciona independientemente? ¿Y por qué? ¿Por qué motivo? ¿Cómo fue cometido ese asesinato psiónico? No puede ser la nave. No puede ser otra cosa tampoco. Ayúdeme Capitán.
El parpadeó; una especie de angustia apareció tras sus ojos. —Nunca debí haber aceptado la propuesta de Karoly. No con un telépata entre ustedes. Era peligroso. Pero yo deseaba ver al volcryn.
—Tú ya entiendes demasiado, Melantha, no puedo decirte más. La nave no se encuentra bien, y eso es lo único que necesitas saber. No es muy seguro presionarla demasiado. Sin embargo, mientras yo esté en los controles, tú y tus colegas peligran poco. Confía en mí.
—La confianza es un lazo entre dos —dijo Melantha con firmeza.
Royd levantó la cabeza y la apartó de sí, luego volvió a conectar su comunicador. —Ya basta de chismes— anunció cortante—. Tenemos reparaciones pendientes. Ven. Quiero ver qué tan superada estás.
En la soledad de su casco, Melantha Jhirl maldijo en voz baja.
El xenobiólogo miró a Royd Eris emerger sobre su gran trineo, vio cuando Melantha Jhirl se le aproximó; vio cuando giró por completo para unir sus visores. Apenas pudo contener su rabia. De algún modo estos dos eran cómplices en esto, Royd y Melantha y posiblemente también el viejo D’Branin, pensó acremente. Ella lo había protegido desde el principio, cuando hubieran podido actuar juntos para detenerlo, averiguar quién o qué era. Y ahora habían muerto tres, y Melantha pendía cabeza-abajo con su cara oprimida a la de él como en un beso de amantes.
Desconectó su comunicador y maldijo. Los demás no se divisaban, se encontraban en pos de fragmentos averiados. Royd y Melantha estaban fascinados el uno con el otro y la nave abandonada y vulnerable. Esta era su oportunidad. Con razón Eris había insistido que todos le precedieran hacia el vacío; fuera, aislado de los controles del Volador Nocturno, era sólo un hombre, y un hombre débil, además.
Mientras sonreía fría y duramente, el xenobiólogo dirigió su trineo circularmente para desaparecer dentro del inmenso buche de la cabina de piloto. Sus luces centellaban, arrollaba luminosos rayos a cada lado de los cerrados cilindros, los inmensos motores que doblaban todo en el tiempo del espacio, empotrados en marañas de metal y cristal. Todo estaba abierto al vacío. Era mejor así; la atmósfera corroe y destruye.
Bajó el trineo, descendió de él, se dirigió al cerrojo de aire. Esta era la parte más difícil pensó. El cuerpo decapitado del joven telépata estaba trabado apenas a una abrazadera inmensa, como un guardián grisáceo junto a la puerta. El xenobiólogo tenía que fijar la mirada en él mientras esperaba el ciclaje del cerrojo. Cuando desviaba la mirada, incomprensiblemente volvían al punto de partida. El cuerpo se veía casi natural, como si nunca hubiese llevado una cabeza. El xenobiólogo trató de recordar el rostro del joven, sin lograrlo, pero entonces se abrió la puerta y agradecido relegó tal pensamiento y entró.
Estaba solo en el Volador Nocturno.
Era hombre cauto. No se quitó el traje, aunque sí el casco y se soltó la tela metálica sobre la cabeza y esta cayó fláccida a su espalda a modo de capuchón. Podría acomodársela con facilidad en caso necesario. En el compartimento de carga número 4, en donde habían almacenado su equipo, el xenobiólogo encontró lo que buscaba; un portátil láser cortante, cargado y listo para usarse. De potencia baja, pero serviría.
Lento y torpe en la ingravidez, se impulsó por el pasillo hasta la obscura estancia.
Hacía frío dentro de ella, lo sentía en sus mejillas. Trató de ignorarlo. Se aferró a la puerta para empujarse a través del cuarto, flotaba por encima de los muebles, los cuales estaban fijos en su lugar.
Mientras flotaba hacia su objetivo, algo mojado y frío tocó su cara. Lo asustó, pero desapareció antes de saber lo que era.
Cuando volvió a suceder, lo atrapó y de pronto se sintió enfermo. Lo había olvidado. Aún nadie había aseado la estancia… los restos aún estaban ahí, flotando. Sangre, carne, fragmentos de hueso y masa encefálica lo rodeaban.
Llegó hasta la pared opuesta, se detuvo con sus brazos, descendió hasta donde quería ir. El mamparo. El muro. No había ninguna puerta, pero el metal no sería demasiado grueso. Más allá estaban los controles, el acceso a la computadora, la seguridad, el poder. El xenobiólogo no se consideraba un hombre vengativo. No intentaba hacerle mal a Royd Eris, no estaba en sus manos juzgarle. Tomaría el control del Volador Nocturno, advertiría a Eris y se aseguraría de mantenerlo sellado en su traje. Los llevaría a todos de regreso sin más misterios, sin más asesinatos, sin más muertes. Dos árbitros de la Academia escucharían su historia y juzgarían a Eris, decidirían lo bueno y lo malo de la situación, culpa o inocencia, los pasos a seguir.
El cortante láser emitió un haz de luz plateada. El xenobiólogo sonrió y lo aplicó a la mampara. Era un trabajo lento, pero él tenía paciencia. No, no lo habrían extrañado todavía. Y si así fuera pensarían que estaba sobre su trineo, tras una horda salvaje. Las reparaciones de Eris tomarían horas, tal vez días. El brillante rayo despedía nubes de humo al contacto con el metal. Trabajaba con diligencia.
Algo se movía en la periferia de su vista, un pequeño parpadeo, difícil de notar. Un pedazo de cerebro flotante, pensó. Un fragmento de hueso, un sanguinolento pedazo de carne, aún con cabello. Cosas horribles, más no preocupantes. El era un biólogo, estaba acostumbrado a la sangre, a los sesos y a la carne viva. Peor aún, había disecado a muchos extraños con anterioridad.
De nuevo el movimiento atrajo su mirada. Sin quererlo, lo miró con insistencia. Deseaba no verlo, pero de alguna manera, aunque intentaba ignorar al telépata decapitado en la cerradura de aire, miró.
Era un ojo.
El xenobiólogo tembló, y el láser se le resbaló hacia un lado, por lo cual, hubo de dirigirlo con cierta dificultad hacia el canal inicial de tiro. Su corazón se agitó. Trató de calmarse. Sus temores eran infundados. No había nadie, y si Royd regresara… bueno, tenía el láser y su traje, por si volaba alguna cerradura de aire.
Miró el ojo de nuevo, para desvanecer su temor. Tan sólo era un ojo, el del joven telépata, intacto, sanguinolento, pero intacto, el mismo ojo azul, acuoso que el chico tenía en vida. Nada sobrenatural. Un pedazo de carne muerta, el cual flotaba en la estancia entre otros pedazos similares. Alguien debió de haber limpiado el lugar, pensó con enojo. Era indecente e incivilizado dejarlo así.
El ojo no se movía. Los otros fragmentos grisáceos flotaban en la corriente, pero el ojo estaba estático. Fijo en él. Observaba.
Se automaldijo y se concentró en el láser, en su trabajo. Había quemado toda una línea sobre la mampara de casi un metro. Comenzó a hacer otro corte a los ángulos derechos.
El ojo observaba desapasionadamente. El xenobiólogo no podía soportar aquella situación. Una de sus manos quedó en libertad, agarró el ojo y lo arrojó con fuerza. Perdió el balance. Cayó de espaldas y el láser se le resbalaba, sus brazos parecían alas de algún ave pesada y absurda. Finalmente se apoyó en uno de los filos de la mesa y se detuvo.
El láser pendía en el centro del cuarto, aún disparaba, y giraba. Eso no tenía sentido. No tenía porqué funcionar. Tal vez se habría trabado, pensó. Columnas de humo se levantaban al simple contacto del rayo.
Con cierto temor, el xenobiólogo miró cómo el láser giraba hacia él.
Se levantó, se recargó contra la mesa y se apartó de la línea de fuego.
El láser giraba con suavidad.
Se estrelló contra un muro, gemía de dolor, rebotó del piso, pateó. El láser giraba con más rapidez. Se elevó y se aferró a un rebote del techo. El haz giró pero no lo suficientemente rápido. Lo agarraría mientras disparaba en otra dirección.
Se acercó, lo alcanzó, y vio el ojo.
Colgaba justo arriba del láser. Observaba.
El xenobiólogo lanzó un sonido gutural apenas perceptible y su mano dudó, no por mucho, pero sí lo suficiente, y el rayo plateado apareció.
Una tibia luz, una cálida caricia le atravesó el cuello.
Una hora después alguien preguntó por él. Karoly D’Branin al notar su ausencia, comenzó a llamarlo en voz alta. No hubo respuesta. Lo notificó a los demás.
Royd Eris terminó de armar el platillo, de montarlo y regresó. Melantha Jhirl podía ver las líneas alrededor de su endurecida boca. Los ojos de Royd estaban alertas.
Fue entonces cuando comenzó el griterío.
Un agudo grito, doloroso, pavoroso, seguido de un lloriqueo angustioso. Todos lo escucharon. Provenía de la red de comunicación.
—Es él —dijo la lingüista.
—Está herido —agregó su compañero—, necesita ayuda. ¿Acaso no lo escuchan?
—¿Dónde?
—La nave, debemos regresar a ella —dijo la lingüista.
—¡No! Les advertí —dijo Royd.
—Vamos a investigar —continuó la lingüista. Su compañero saltó el fragmento remolcado, el cual se alejó hacia la nada. Su trineo quedó de frente al Volador Nocturno.
—Deténganse —dijo Royd—, regresaré a mis cámaras y observaré desde ahí, por favor. Permanezcan aquí mientras tanto.
—Váyase al diablo —le dijo el lingüista por el circuito abierto.
—Royd, amigo mío ¿Qué quiere decir? —dijo Karoly D’Branin— su trineo se movía en pos del de los lingüistas, un poco más alejado. Está herido, tal vez de seriedad. Debemos ayudarlo.
—No —dijo Royd—, detente Karoly. Si tu colega regresó a la nave solo, ha muerto.
—¿Cómo puede ustedes saberlo? —Preguntó la lingüista—. ¿Usted lo planeó así? ¿Acaso puso trampas?
—Escúchenme. No pueden ayudarlo ya. Sólo yo pude haberlo hecho, pero no me escuchó. Confíen en mí. Deténganse.
En la distancia, el trineo de D’Branin disminuyó su velocidad. No así el de los lingüistas. —Ya lo hemos escuchado demasiado— dijo la mujer, la cual hubo de gritar para ser escuchada en aquel agónico punto del universo—. Melantha, mantén a Eris allí. Iremos con precaución y descubriremos lo que pasa en el interior de la nave, pero no podemos dejarle el acceso libre a los controles de su nave. ¿Quedó claro?
Melantha Jhirl dudó. Aquellos sonidos de terror y agonía le golpeaban los oídos; así era difícil pensar.
Royd giró su trineo y quedó frente a ella. Melantha sentía el peso de aquella mirada. —Deténganlos, Melantha; Karoly, ordénenselo. No saben que hacen— su voz se encontraba al borde de la desesperación.
En su rostro, Melantha vio decisión. —Trata de llegar primero, Royd. Actúa según tus principios, yo intentaré interceptarlos.
Royd intentó responder, pero Melantha ya había partido. Su trineo cruzó el área de trabajo, aún congestionada con fragmentos de la cubierta y otros elementos, y aceleró bruscamente en su carrera hacia la zaga del Volador Nocturno.
Pero aun cuando Melantha se acercaba, tan rápido como podía sabía que era tarde. Los lingüistas ya estaban demasiado cerca y eran mucho más veloces que ella.
—¡No lo hagan! —les dijo con tono autoritario—, la nave no guarda seguridad, ¡maldita sea!
—¡Perra! —fue la única respuesta.
El trineo de Karoly los seguía en vano. —Amigos, deben detenerse, por favor, se los ruego, pongámonos de acuerdo. Los eternos lloriqueos fueron la única respuesta.
—Soy su superior —les dijo—. Les ordeno esperar afuera. ¿Me escuchan? Es una orden, invoco a la autoridad de la Academia. Por favor, amigos escúchenme.
Melantha vio como los lingüistas desaparecían por el inmenso túnel del cuarto de manejo.
Un instante después detuvo su trineo junto a la expectante boca negra, y se preguntaba si debía seguirlos hasta el interior del Volador Nocturno. Podría interceptarlos antes de abrir la cerradura de aire.
La voz de Royd, grave, a contrapunto a su pregunta, chillante y silenciosa, contestó: —Quédate Melantha Jhirl. No prosigas.
Melantha miró a sus espaldas. El trineo de Royd se acercaba. —¿Qué haces?— Preguntó ella—, Royd, usa tu propia cerradura. Debes regresar al interior.
—No, Melantha, la nave no me responderá. La cerradura central no se dilatará. No entren ni tú ni Karoly a la nave mientras yo no pueda afianzarme en los controles.
Melantha Jhirl miró hacia el cuarto de manejo, por donde habían desaparecido los lingüistas.
—¿Qué les…?
—Pídeles que regresen, Melantha. Tal vez aún estén a tiempo, si logran escucharte.
Melantha y Karoly D’Branin lo intentaron. Suplicaron, gimieron en una torcida sinfonía, pero los lingüistas seguían allí.
—Han cortado su comunicador —dijo Melantha con furia—, no desean escucharnos. ¡Oh!, ese… ese sonido.
Los trineos de Royd y de Karoly D’Branin la alcanzaron al mismo tiempo. —No entiendo lo que pasa— dijo Karoly.
—Es muy simple, Karoly —contestó Royd—, me mantienen afuera hasta… hasta que mi madre termine con ellos.
Los lingüistas abandonaron sus trineos junto al del xenobiólogo y penetraron a través de la cerradura de aire con premura, miraron de reojo al decapitado portero.
Dentro se quitaron sus cascos. —Aún los escucho— dijo el hombre.
La mujer asintió. —El sonido proviene de la estancia. Démonos prisa.
Se abrieron camino por el corredor en menos de un minuto. Los sonidos se hacían más fuertes y cercanos. —Allí está él— dijo la mujer al llegar frente a la puerta de la cámara.
—Sí, pero ¿estará solo? Necesitamos un arma —dijo su compañero—. ¿Y si… Royd nos ha mentido? Hay alguien más a bordo. Necesitamos defendernos.
La mujer no esperó. Somos dos ¡Ven! —Entraron en la estancia.
Estaba obscuro. Una escasa luz lograba filtrarse por debajo de la puerta. Los ojos de la mujer comenzaron a ajustarse. —¿Dónde estás?— gritó confusa—. La estancia se veía vacía, tal vez por el efecto de la luz.
—Rastrea el sonido —le sugirió el hombre, mientras se paraba junto a la puerta, y miraba a su alrededor. Un minuto después comenzó a sentir cómo descendía sobre el muro; trataba de aferrarse con las manos.
La mujer, impaciente, se impulsó a través del cuarto, buscaba. Rozó el muro de la cocina y la idea de armas le acarició la mente. Sabía dónde se encontraban los utensilios. —¡Aquí!— dijo—. Tengo un cuchillo, eso te ha de sorprender —lo ondeó y lo dirigió hacia una flotante burbuja de sangre, tan grande como su puño, la cual explotó en cientos de glóbulos.
—¡Oh, Dios mío! —dijo el hombre con su voz gruesa y temerosa.
—¿Qué? —preguntó ella—, ¿lo encontraste? ¿Acaso está? —Intentaba llegar a la puerta, regresando por el mismo muro—. ¡Sal de aquí! —le advirtió—. ¡Apúrate!
—¿Por qué? —temblaba.
—He encontrado la fuente —dijo él—. Los gritos, el llanto, ¡vamos!
—¿Qué?
El murmuró: —Fue la parrilla ¿Acaso no lo ves? ¡Proviene del comunicador!— el hombre llegó a la puerta, no la esperó, desapareció por el corredor.
Ella se aferró y se dispuso a seguirlo.
Los sonidos cesaron. Simplemente: se apagaron.
Ella pateó, flotó hacia la puerta, con el cuchillo en la mano.
Algo obscuro emergió debajo de la mesa del comedor y le bloqueó el camino. Lo miró claramente un instante delineado contra la luz proveniente del corredor. Era el xenobiólogo en su traje de vacío, sin su casco. Traía algo en sus manos y lo apuntó frente a ella. Era un láser, un simple láser cortante.
La mujer comenzó a moverse hacia él. Intentó detenerse, sin conseguirlo.
Cuando estuvo cerca, le vio una segunda boca abajo de la barbilla que sonreía, además de gotear sangre, mientras se movía.
El hombre corrió despavorido por el corredor y se golpeaba contra las paredes. El pánico y la ingravidez lo hacían parecer inadaptado. Miraba de reojo hacia atrás, con la esperanza de ver a su amada aparecer, temeroso de lo que ella pudiera ver en aquel lugar.
Después de mucho tiempo, la cerradura de aire se abrió. Mientras esperaba, el hombre temblaba y su pulso se aletargaba. Con mucho esfuerzo logró calmarse. Una vez dentro de la cámara, con la puerta interior sellada entre él y la estancia, se sintió seguro.
De pronto no pudo recordar el porqué de su terror.
Se sentía avergonzado: había huido, la había abandonado ¿por qué? ¿Qué lo había asustado tanto? ¿Una estancia vacía? ¿Los ruidos del intercomunicador? Porque eso significaba que el xenobiólogo estaba vivo en algún lugar de la nave, agónico.
Con resolución, buscó y desactivó el ciclo de la cerradura de aire, para luego prender la reversa. El aire en vez de salir, comenzó a ingresar dentro de la cámara.
El hombre, meneó la cabeza. Ella jamás olvidaría su acción. Intentaría regresar y disculparse. Eso tal vez serviría de algo.
Mientras la puerta interior se abría, sintió una nueva ola de terror, un instantáneo aguijoneo de miedo cuando se preguntó qué podía haber emergido de la estancia para esperarlo en los corredores del Volador Nocturno.
Cuando salió, la mujer lo esperaba.
El no veía ni furia ni desdén en aquellos calmados rasgos. Se le acercó e intentó disculparse. —No entiendo por qué yo me…
Con un lánguido movimiento la mano de la mujer salió de detrás de su cuerpo. Aún traía el cuchillo. Fue entonces cuando él notó el agujero quemado en su traje, justo entre los senos.
—¿Tu madre? —dijo Melantha Jhirl con cierta incredulidad mientras ambos colgaban sobre la nave, en la inmensidad.
—Ella puede escuchar nuestras pláticas —contestó Royd—, pero eso ya no tiene sentido ahora. Tu amigo debe haber hecho algo muy estúpido, amenazador. Ahora ella ha decidido matarlos a todos ustedes.
—Ella… ella… ¿qué quieres decir? —la voz de D’Branin parecía confundida—. Royd, Royd no querrás decir que tu madre aún vive. ¿Cómo es posible si murió antes de nacer tú?
—Así fue, Karoly —dijo Royd—. No les he mentido.
—No —dijo Melantha—, no lo creo, pero no nos contaste toda la verdad, tampoco.
Royd asintió. —Mi madre está muerta, pero su… fantasma aún vive, y anima mi nave… tal vez sería mejor si dijese «su nave». Mi control es muy relativo.
—Royd —dijo D’Branin—, mi volcryn es más real que cualquier fantasma —su voz era amable.
—Tampoco yo creo en fantasmas —dijo Melantha Jhirl mientras fruncía el ceño.
—Llámenlo como quieran —dijo Royd—, mi opinión y terminología son tan buenos como cualquiera. La realidad es irrevocable. Mi madre, o alguna parte de ella, vive en el Volador Nocturno, intentará matarlos a todos. No es la primera vez.
—Royd, sus palabras no tienen sentido —dijo D’Branin—, yo…
—Karoly, deja al Capitán explicar la situación.
—Bien, así es —dijo Royd—. El Volador Nocturno es una nave ultramoderna, automatizada, autoreparante, grande. Así debía ser, pues mi madre deseaba suprimir tripulantes. Fue construida en Newholme como recordarán. Nunca he estado allí, pero entiendo que su tecnología es muy sofisticada. En Avalón no hubiera sido posible construir una nave semejante, me temo. Pocos mundos pudieron haberlo hecho.
—Al grano, Capitán.
—Bien, el punto son las computadoras, Melantha. Debían de ser extraordinarias, lo son, créanme. Son esencialmente de cristal, su data con rejilla láser y otros complementos no menos sorprendentes.
—¿Trata usted de decirnos que el Volador Nocturno es una Inteligencia Artificial?
—No, no a mi forma de ver, pero sí algo muy próximo a ello. Mi madre poseía una capacidad de personalidad impresa. Dotó al cristal central con sus recuerdos, deseos, ansias, amores y odios. Por ello le confió mi educación a la computadora, ¿ven? Como me hubiera educado ella misma, si hubiera tenido la paciencia. La programó además para otros fines.
—¿Y no puede usted reprogramarla? —preguntó Karoly.
Una especie de desesperación se apoderó de la voz de Royd.
—Lo he intentado Karoly, pero me veo impotente en cuestión de sistemas, y los programas son muy complicados, las máquinas muy sofisticadas. Cuando menos en tres ocasiones he erradicado a mi madre, pero siempre aparece de nuevo. Es un fantasma programado y no puedo deshacerme de ella. Va y viene a su libre albedrío. Es un fantasma, ¿acaso no lo ven?, sus recuerdos y su personalidad están inmiscuidos en los programas de la nave, y yo no puede deshacerme de ella sin dejar el sistema intacto. Eso me dejaría indefenso. No podría reprogramarme, y sin las computadoras la nave fallaría, tendría que abandonarla y eso me mataría.
—Debió de habérnoslo contado antes —dijo Karoly D’Branin—, en Avalón existen muchos cibernéticos muy capacitados. Podíamos haberlo ayudado en forma experta.
—Karoly, he tenido ayuda experta. En dos ocasiones traje a bordo a dos especialistas de sistemas. El primero me dijo exactamente lo que yo acabo de decirles; resultaría imposible el no dañar todo el sistema. La segunda había sido entrenada en Newholme. Había una posibilidad… pero mi madre lo mató.
—Aún omite usted algo —dijo Melantha Jhirl—. Entiendo cómo puede su cibernético fantasma abrir y cerrar las cerraduras de aire, así como arreglar otros accidentes similares. Pero ¿cómo explica usted la muerte de nuestro telépata?
—En esto último debo cargar con la culpa —contestó Royd—. Mi soledad me condujo a un grave error. Pensé que tal vez podría resguardarlos, incluso con un telépata entre ustedes. No he tenido problemas con otros viajeros. Los observo constantemente y los aconsejo no realizar actos peligrosos. Si mi madre interfiere o intenta hacerlo la contramando directamente desde el cuarto de controles. Generalmente eso resulta. No siempre. Antes de ustedes ya había matado en cinco ocasiones, los primeros tres murieron cuando yo era muy joven. Fue así como aprendí acerca de ella. La primera remesa incluía también a un telépata.
—Debí habérmelo imaginado, Karoly. Mi hambre de vivir los ha condenado a muerte. Sobreestimé mis propias habilidades y subestimé el temor de mi madre a la exposición. Ataca cuando se ve amenazada y los telépatas siempre han sido una amenaza. Ellos la sienten. Una extraña y maligna presencia, algo fresco, hostil e inhumano.
—Es cierto —dijo Karoly D’Branin—. Eso fue lo que él dijo. —Algo extraño, aseguraba.
—Sin duda se siente extraña hacia un telépata habituado a los contornos familiares de las mentes orgánicas. Su cerebro no es humano. Es tan sólo un complejo de recuerdos cristalinos, una diabólica red de programas herméticos, una mezcla de circuitos y espíritu. Comprendo el porqué se siente extraña.
—Aun no nos explica como un programa computado pudo hacer explotar el cerebro de un hombre —dijo Melantha pacientemente.
—¿Alguna vez has sostenido una joya susurrante? —le preguntó Royd.
—Sí —replicó ella. Incluso había poseído una; un obscuro cristal azul, pleno de recuerdos de sus satisfacciones particulares acerca del acto del amor. Había sido fabricado en Avalón, sus sentimientos se encontraban impresos dentro, y durante más de un año, ella tan sólo debía tocarlo para sentirse bien. Finalmente se desvaneció y posteriormente la perdió.
—Entonces comprendes que el poder psiónico puede ser almacenado —dijo Royd—, la corteza central de mi sistema de computación es de cristal. Tal vez mi madre dejó su impresión al morir.
—Tan sólo el esperón puede cincelar esta joya —dijo Royd—, ni tú, Melantha. Jamás me preguntaron el porqué el odio de mi madre hacia la gente. Nació dotada. En Avalón hubiese sido de la primera clase, aprobada, entrenada y honrada. Su talento se nutría y fructificaba. Hubiera sido muy famosa, incluso más fuerte que los de la primera clase, pero tal vez fue después de su muerte que adquirió tal poder, ligada como lo ha estado al Volador Nocturno.
—El punto es discutible. Ella no nació en Avalón. En su mundo natal, sus habilidades eran vistas como un curso, algo extraño y digno de temor. La curaron de ello, por medio de drogas choques eléctricos e hipnosis. Cuando trataba de usar su talento se enfermaba violentamente. Jamás perdió el poder, por supuesto, sólo la habilidad dé usarlo con efectividad, de controlarlo. Le recordaba sus partes erráticas, suprimidas, fuente de su pena y dolor. Media década de cura institucional casi la vuelve loca. Ahora comprendo su odio hacia la gente.
—¿Cuál era su talento? ¿La telepatía?
—No, tal vez alguna habilidad rudimentaria. Leí que todos los talentos psíquicos poseen habilidades latentes en adición a su fuerza desarrollada. Pero mi madre no podía leer la mente. Poseía cierta empatía, aunque su cura la torció curiosamente y sus emociones la enfermaban. Su mayor fuerza, el talento aquel que le destruyeron al cabo de cinco años, era la telekinesia.
Melantha Jhirl exclamó. —Ahora comprendo su odio por la gravedad. La telekinesia bajo la ingravidez es…
—Así es —concluyó Royd—. El mantener el Volador Nocturno bajo la gravedad me tortura, pero limita a mi madre.
Quedaron en silencio. Cada cual miraba hacia el obscuro cilindro del cuarto de mando. Karoly D’Branin se movía con lentitud en su trineo. —No han vuelto— dijo.
—Tal vez ya han muerto —dijo Royd.
—¿Qué haremos amigo mío? Debemos planear algo. No podemos esperar aquí por siempre.
—Lo primero es, ¿qué debo hacer yo? —Preguntó Royd—, he hablado libremente, como lo habrán visto. Merecían saberlo. Hemos pasado el punto en donde la ignorancia era protectora. Ahora las cosas han ido demasiado lejos, obviamente. Ha habido muchas muertes y ustedes las han atestiguado todas. Mi madre no les permitirá regresar a Avalón con vida.
—Es cierto —dijo Melantha—, pero ¿qué hará ella respecto a usted? ¿Se encuentra su propio status en duda, Capitán?
—El meollo del asunto —admitió Royd—, es ese. Aún me llevas tres jugadas de delantera, Melantha. Me pregunto si eso será suficiente. Tu oponente se encuentra a cuatro movimientos adelante, y ya se ha comido la mayoría de tus peones. El jaque mate es inminente, me temo.
—No si logro persuadir al rey de mi oponente a rendirse.
Vio como Royd le sonreía. —Posiblemente ella me mataría a mí también si me quedara con ustedes.
Karoly D’Branin dijo lentamente: —Pero ¿Qué otra cosa podría usted…?
—Mi trineo posee un láser. No así el suyo. Podría matarlos a ambos en este instante y lograr mi inmediata aceptación al Volador Nocturno.
Tres metros separaban a los trineos, y los ojos de Melantha se encontraron con los de Royd. Sus manos descansaban sobre los controles. —Podría intentarlo, Capitán. Recuerde, no es fácil matar a una modelo superada.
—No podría matarte, Melantha Jhirl —dijo Royd con seriedad—. He vivido 68 años y no los he vivido del todo. Estoy cansado y tú cuentas unas excelentes mentiras. Si perdemos, moriremos todos juntos. Si ganamos, de todos modos moriré, cuando destruyan el Volador Nocturno. No podré vivir en un hospital orbital para deformes, yo preferiría morir.
—Le construiremos una nueva nave. Capitán —dijo Melantha.
—Mentirosa —contestó Royd en tono festivo—, no importa. Mi vida no significa tanto. No me asusta la muerte. Si ganamos debes contarme acerca de tu volcryn, Karoly. Tú Melantha, debes darme la revancha en ajedrez y…
—¿Y hacer el amor con usted? —concretó ella sonriente.
—Si fueras tan amable. Nunca he acariciado a nadie. Mi madre murió antes de mi nacimiento —se encogió de hombros—. Bueno, ella ha escuchado nuestros planes. No tiene caso hacerlos. Ahora la cerradura de control no me admitirá, pues está cerrada directamente por la computadora de la nave. Debemos seguir a tus colegas dentro del cuarto de manejo y entrar por la cerradura manual, esto es, aprovechar todas las oportunidades. Si puedo llegar a las consolas y restaurar la gravedad, tal vez…
Un leve quejido lo interrumpió.
Por un instante Melantha pensó que el Volador Nocturno gemía frente a ellos de nuevo y le sorprendió que intentara la misma estúpida táctica por segunda ocasión. Surgió otro gemido y tras del trineo de Karoly el olvidado cuarto sobreviviente luchaba contra los eslabones que la hacían caer. D’Branin se apresuró a liberarla, y la psíquica intentó levantarse y casi flotó sobre el trineo, pero la mano de Karoly tomó la suya y la bajó.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó—. ¿Me escucha? ¿Siente dolor?
Apresada bajo un visor transparente, unos inmensos y asustados ojos pasaron de Karoly a Melantha, hasta Royd y luego hacia el maltrecho Volador Nocturno. Melantha se preguntaba si la mujer estaba loca y comenzó a prevenir a D’Branin, cuando la psíquica habló de súbito.
—¡El volcryn! ¡El volcryn! ¡Oh!, ¡El volcryn!, —fueron sus palabras.
Alrededor de la boca del cuarto de manejo, el anillo de máquinas nucleares destelló levemente. Melantha Jhirl escuchó a Royd respirar con furia. Los controles propulsores de su trineo sufrieron un violento giro. —Apurémonos— dijo ella—, el Volador Nocturno se prepara a partir.
A un tercio de distancia de la cámara del cuarto de manejo Royd se colocó frente a ella, rígido y amenazante en su negra y abultada armadura. Uno junto a otro navegaron más allá de las cilíndricas rutas siderales y del matrimonio cibernético; más allá, tenuemente iluminado, se encontraba la cerradura de aire principal y su hórrido centinela.
—Cuando alcancemos la cerradura, salten a mi trineo. Deseo permanecer armado y montado y la cámara no es suficiente para dos trineos.
Melantha Jhirl miró hacia atrás. —Karoly, ¿dónde estás?
—Estoy afuera Melantha, no puedo entrar, discúlpenme.
—Pero debemos permanecer juntos —dijo ella.
—No —contestó D’Branin—, no puedo correr el riesgo, no ahora. Sería trágico e inútil, Melantha, estar tan cerca y fracasar. No me importa la muerte, pero debo verlos primero, después de todos estos años —su voz era firme y calmada.
—Karoly, mi madre va a mover la nave, ¿no lo entiendes? Te perderás.
—Esperaré. Mi volcryn se acerca, lo esperaré.
No había tiempo para más conversación, pues la cerradura de aire se encontraba casi sobre ellos. Ambos trineos se detuvieron y Royd comenzó el ciclo mientras Melantha se movía hacia la parte posterior del inmenso y oval trineo. Cuando la puerta exterior se encontró frente a ellos, se introdujeron.
—Cuando se abra la puerta interior, comenzará. La mayoría del mobiliario está fijo, pero los objetos de ustedes no lo están. Mi madre los utilizará como armas. Cuídate de las puertas, de las cerraduras de aire, de cualquier equipo atado a la computadora del Volador Nocturno. Es por demás decirte y advertirte que no te desabroches el traje.
—De acuerdo —contestó ella.
Royd comenzó a manejar el trineo lentamente, y sus deslizadores producían un sonido metálico al tocar el piso de la cámara.
La puerta interior se abrió y Royd activó los propulsores. Dentro se encontraban los lingüistas. Ambos nadaban en una sangrienta neblina. El hombre había sido cercenado desde el estómago hasta la garganta y sus intestinos se movían como un nido de pálidas y furiosas serpientes. La mujer aún se aferraba al cuchillo. Flotaban juntos con una gracia jamás tenida en vida.
Royd levantó los deslizadores y los estrelló de lado. El hombre muerto se estrelló contra la mampara y dejó una amplia y mojada huella y más intestinos comenzaron a salirse. La mujer perdió el control sobre el cuchillo. Royd aceleró a través del pasillo, entre aquella nube de sangre.
—Te cubriré las espaldas —dijo Melantha mientras se volteaba. Ambos cadáveres se encontraban a sus espaldas. El cuchillo flotaba en el aire. Melantha volteó para decirle a Royd que se encontraba bien cuando de pronto la filosa hoja comenzó a perseguirlos, como si alguna fuerza invisible la dirigiera.
—¡Cuidado! —gritó ella.
El trineo se impulsó salvajemente hacia un lado. El cuchillo pasó a un metro de ellos.
Pero no cayó. Se enfiló de nuevo hacia ellos.
—La puerta es demasiado angosta —dijo Royd—. Abandonaremos el trineo, Melantha. —Incluso al hablar chocaron: dirigió el trineo directamente dentro del marco de la puerta, y de súbito el impacto los lanzó.
Durante un momento Melantha flotó con cierta gracia por el corredor, mientras trataba de balancearse. El cuchillo oscilaba amenazante frente a ella, le rasgó el traje y el hombro. Sintió un dolor intenso y una cálida emanación de sangre. —¡Maldición!— gritó—. El cuchillo apareció de nuevo y esparcía gotas rojas por doquier.
En un movimiento Melantha lo agarró.
Masculló algo y liberó al cuchillo de la fuerza que lo controlaba.
Royd había recuperado los controles del trineo e intentaba manipularlo. Más allá, en la semi obscuridad de la estancia, Melantha vio la obscura forma de un cuerpo semihumano flotar.
—¡Royd! —le advirtió, cuando de pronto la cosa aquella activó su láser. El haz le pegó a Royd en el pecho.
El se aferró a su propia arma de fuego. El láser de un trineo redujo a cenizas el arma del xenobiólogo y le quemó el brazo derecho y el pecho. El pulsante tiro pendía en el aire, e hizo humear la mampara del bar.
Royd hizo algunos ajustes y comenzó a horadar el muro.
—Cruzaremos dentro de cinco minutos a lo mucho —dijo.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Melantha.
—Me encuentro ileso. Melantha. Mi traje es más resistente que el de ustedes y su láser era un juguete de poca potencia.
Melantha miró hacia atrás, con atención.
Los lingüistas se impulsaban hacia ella, a ambos lados del pasillo, como para atacarla de dos distintos ángulos. Flexionó sus músculos. Su hombro latía donde había sido cortado. Fuera de eso se sentía fuerte, casi con osadía. —Ahí vienen los cadáveres— le dijo a Royd—, voy a enfrentarlos.
—¿Es eso aconsejable? —preguntó él—. Son dos.
—Soy una modelo superada y ellos están muertos. —Salió del trineo y flotó hacia el hombre. Este levantó sus manos para bloquearla. De un manotazo, Melantha se las apartó. Le dobló un brazo y lo escuchó tronar, le enterró el cuchillo en la garganta antes de comprender lo inútil de su acción. El hombre continuaba con su acoso. De su boca emergieron unos grotescos colmillos.
Melantha extrajo la hoja, lo agarró y con toda su fuerza lo arrojó fuera del corredor. El cuerpo se tambaleó, giró y desapareció tras la niebla de su propia sangre.
Melantha voló en dirección opuesta.
Las manos de la mujer, la rodearon por detrás.
Unas afiladas uñas trataban de rasgar la mascarilla hasta sangrar. Sobre el plástico quedaron manchas de sangre.
Melantha giró y encaró a su atacante, la tomó de un brazo y la aventó con todas sus fuerzas contra su compañero de lucha.
—He terminado —dijo Royd.
Melantha lo miró. Un humeante metro cuadrado había sido cortado. Royd apagó el láser, asió los dos lados del marco y se impulsó al interior.
Una penetrante ola sonora le estalló en los oídos a Melantha. Se dobló en agonía. Sacó su lengua y apagó el comunicador; apareció un bendito silencio.
Llovía en el bar. Utensilios de cocina, vasos, platos, pedazos de cuerpos humanos eran lanzados por todo el cuarto, sin lastimar a Royd. Melantha —ansiosa por seguirlo— retrocedió indefensa. Aquella lluvia de muerte hubiera atravesado su frágil traje y la hubiera despedazado, Royd desapareció tras el muro de la sección secreta de la nave. Melantha se encontraba sola.
El Volador Nocturno, bramó, y una súbita aceleración le proporcionó breve semejanza gravitacional. Melantha fue arrojada hacia un lado. Su hombro lastimado golpeó dolorosamente contra el trineo.
Todas las puertas del pasillo comenzaron a abrirse.
Los lingüistas avanzaban de nuevo hacia ella.
El Volador Nocturno era una distante y titilante estrella de máquinas nucleares. La obscuridad y el frío lo envolvieron, abajo se encontraba la infinita soledad del Velo de Tempter, pero Karoly D’Branin no sentía miedo. Se sentía extrañamente transformado. La nada estaba latente de promesas.
—Ya vienen —murmuró Karoly—, lo presiento, a pesar de no ser psíquico. La historia Crey debe ser así, incluso a años-luz pueden ser presentidos. Maravilloso.
La psíquica parecía muy pequeña. —El volcryn —murmuró—. No puede redituarnos ningún bien, me duele. La nave se ha ido. D’Branin me duele la cabeza. —Hizo un pequeño ruido temeroso—. Eso dijo el chico justo después de ser inyectado, antes de… ya sabes. Mencionó su jaqueca.
—Calma, amiga. No tengas miedo. Yo estoy contigo. Espera. ¡Seremos testigos de algo grandioso! Sólo piensa en ello.
—Puedo sentirlos —dijo la psíquica.
D’Branin estaba ansioso. —Dime… tenemos un trineo. Vayamos a su encuentro. Guíame.
—Sí, sí.
Retornó la gravedad: en un parpadeo, el universo recobró su normalidad.
Melantha cayó sobre la cubierta, giró y se levantó con agilidad felina.
Aquellos objetos flotantes que salían de las puertas abiertas del corredor comenzaron a caer ruidosamente.
La sangre se había transformado en una gruesa capa sobre el piso.
Ambos cadáveres cayeron, inmóviles.
Royd le habló. Su voz provenía de los intercomunicadores de los muros, y no del de su traje. —Lo logré.
—Ya lo noté.
—Me encuentro en la consola central principal. Logré restaurar la gravedad manualmente, y estoy cortando las posibles funciones de la computadora. Aún no estamos a salvo. Ella intentará localizarme. Lucho contra sus mandatos a fuerza bruta. No puedo arriesgarme a omitir ningún detalle, ni perder mi atención, eso significaría… Melantha. ¿Te rasgaron el traje?
—Sí, a la altura del hombro.
—Ponte otro de inmediato. El conteo programado mantendrá las puertas cerradas pero no debemos arriesgarnos.
Melantha corría por el corredor hacia los compartimientos de carga en donde se encontraban almacenados los trajes.
—Cuando te hayas cambiado —continuó Royd—, arroja los cadáveres en la unidad de conversión masiva. Encontrarás el cerrojo apropiado junto al cuarto de manejo, a la izquierda de la cerradura principal. Echa además todos aquellos objetos no indispensables.
—Como ¿cuchillos?
—Así es.
—¿Es aún la telekinesia una amenaza, Capitán?
—Mi madre se debilita con los campos de gravedad. Debe luchar contra ello. Aun favorecida por el poder del Volador Nocturno sólo puede mover un objeto a la vez y únicamente dispone de una fracción de la fuerza levitante bajo condiciones ingrávidas. Pero el poder aún está ahí; recuérdalo. Además tal vez encuentre la forma de rodearme y logre cortarme la gravedad de nuevo. Desde aquí puedo restaurarla al instante. Y no quiero ningún arma por allí.
Melantha llegó al área de carga. Se quitó su traje y se puso otro en un tiempo récord. Recogió su antiguo traje, varios instrumentos y los arrojó dentro de la cámara de conversión. Luego prestó atención a los cadáveres. El hombre no significaba problemas. La mujer reptaba por el corredor tras ella cuando Melantha arrojó a su compañero dentro de la cámara; ella presentó cierta resistencia al llegar su turno, un triste recordatorio de que los poderes del Volador Nocturno aún no desaparecían. Melantha fácilmente ganó la pelea.
El cadáver del xenobiólogo no había sido tan problemático, y mientras limpiaba la estancia, un cuchillo de cocina se dirigía hacia su cabeza lentamente. Melantha lo agarró y lo agregó a la pila dentro del cuarto de conversión.
Trabajaba en la segunda cabina, llevaba consigo las abandonadas drogas de la psíquica y la jeringa, cuando escuchó el grito de Royd.
Un instante después, una gigantesca mano invisible se aferró a su pecho y la lanzó sobre el suelo.
Algo se movía junto a las estrellas.
D’Branin apenas podía verlo, sin detalle. Sin embargo, ahí estaba, sin lugar a dudas, alguna forma vasta, la cual bloqueaba cierta sección del panorama estrellado. Se acercaba a ellos irremediablemente.
Deseó haber tenido ahí su equipo, el telépata, sus expertos y sus instrumentos.
Presionó con más fuerza los propulsores.
Clavada al piso, lastimada, Melantha Jhirl activó dificultosamente el intercomunicador de su traje. Debía de comunicarse con Royd. —¿Estás ahí? ¿Qué sucede?— la presión era terrible, y empeoraba. Apenas podía moverse.
Surgió una dolorosa respuesta… —vencieron… me… me duele hablar. Royd hablaba con esfuerzo—. Ella… Telekinesis… marca… hacia arriba… dos… tres… tres… más alto… derecha… aquí… en… el… tablero… todo… sólo… debo… regresarlo… voy a…
Silencio. Melantha se encontraba al borde de la desesperación cuando de nuevo se escuchó la voz de Royd. Una palabra: —no puedo…
Melantha sentía como si su pecho soportara tres veces su peso. No podía imaginarse la agonía de Royd. Royd, para quien la mínima presencia de gravedad le resultaba dolorosa y peligrosa. Aunque el disco se encontrara a su alcance, Melantha sabía que la débil musculatura de Royd le impediría alcanzarlo.
—¿Porqué? —Comenzó a hablar con más libertad que Royd.
—¿Por qué prendería la… gravedad… eso también la debilita a ella?, ¿no es así?
—… sí… pero en un tiempo… hora… minuto… mi… corazón… estallará… y… entonces… tú sola… ella… apagará la gravedad… te matará.
Dolorosamente, Melantha estiró su brazo y se arrastró hacia el corredor. —Royd… aguanta… ahí voy…— Se arrastró de nuevo. Traía consigo las drogas de la psíquica. Dejó su carga y la hizo a un lado, reconsideró. En vez de ello abrió la tapa.
Las ampolletas se encontraban etiquetadas limpiamente. Comenzó a buscar adrenalina o sintastima. Cualquier cosa capaz de restaurar las fuerzas necesarias para llegar hasta Royd. Encontró varios estimulantes y seleccionó el más potente, introdujo el líquido en la jeringa con torpeza, su agonía disminuyó al ver la provisión de esperón.
Melantha no sabía el porqué de su duda. El esperón era tan solo una droga psiónica entre la media docena del estuche, pero algo le molestó al verlo, recordó algo confuso. Intentaba averiguarlo cuando escuchó el ruido.
—Royd —dijo—. Tu madre… ¿Podrá mover… no podría mover nada… telekinesia… a este nivel de gravedad?… ¿Podría?…
—Tal vez… si… concentra… todo su… poder… ¿Por qué?
—Algo o alguien comienza a entrar por la cerradura de aire.
La nave volcryn llenó el universo.
—No es realmente una nave, no como yo me la imaginaba —decía Karoly D’Branin. Su traje de diseño Académico, tenía una especie de grabadora, y él grababa sus comentarios para la posteridad, extrañamente seguro de su inminente muerte—, es difícil calcular el tamaño. Inmenso. Sólo poseo mi computadora de brazalete, sin instrumentos, no puedo precisar dimensiones, pero yo diría, cien kilómetros, tal vez 300 de anchura. No es una masa sólida. Es delicada y dista mucho de nuestra noción de naves. Es… ¡ah!, hermosa —es de cristal y tul, con vida propia en sus tenues luces, una especie de vasta nave de intrincado aspecto de telaraña— me recuerda un poco a las embarcaciones de velas de estrellas que solían usarse, en los días anteriores a las rutas, pero esta grandiosa construcción no es sólida, no puede ser operada por medio de luz. De ninguna manera es una nave, en realidad. Está completamente abierta al vacío, no tiene cabinas selladas ni esferas de soportes vitales, no veo nada de esto, a menos que mi alcance visual no llegue a tanto, pero no, no lo creo… es demasiado abierta, demasiado frágil. Avanza con mucha rapidez. Hubiera deseado el instrumental para medir su velocidad, pero me conformo con haberla visto. Voy a dirigir nuestro trineo hacia sus ángulos rectos. Para no obstruir su camino, aunque no puedo asegurar lograrlo. Se mueve mucho más rápidamente que nosotros. No a la velocidad de la luz, no, mucho menos que eso, pero aún con más velocidad que el Volador Nocturno con sus motores nucleares, diría yo. Es sólo una suposición.
—Las naves volcryn carecen de medios visibles de propulsión. Es más —me preguntó cómo— quizás sí sea una vela-luz, impulsada por láser hace milenios y hoy rota y podrida por alguna catástrofe inimaginable… pero no, es demasiado simétrica, demasiado bella, su tejido finísimo, sus grandiosos y resplandecientes velos cerca del nexo, su belleza toda.
—Debo describirla, debo detallar más, lo sé. Es difícil estoy muy excitado. Es inmensa, kilómetros de largo como ya he dicho. Si, tiene forma hexagonal. Los nexos, el centro, son áreas brillantes, pobladas de pequeñas zonas obscuras, los cuales parecen sólidos, los iluminados son traslúcidos. Puedo ver las estrellas del otro lado, aunque algo descoloridas, girados hacia lo morado. Velos, así los llamo, de los nexos y los velos parten ocho inmensas espuelas protectoras, sin espacios simétricos, por lo cual el octágono no es perfecto. ¡Oh!, ahora lo veo mejor, una de las espuelas no está derecha, gira lentamente, los velos corren entre una y otra espuela, una y otra vez, y hay además unos modelos extraños, no es tan simple como una telaraña, no siento orden en todo esto, el significado espera a ser descubierto.
—Hay luces. ¿Ya lo había mencionado? Son más brillantes alrededor del nexo central, los demás son tenues violetas. Alguna radiación visible, no mucha. Me gustaría tomar una lectura ultravioleta de la nave, pero carezco del instrumental. Las luces se mueven. Los velos se agitan, y las luces corren constantemente por las espuelas, a distinta velocidad y, a veces, otras luces pueden verse al atravesar las redes sobre los patrones. Ignoro el origen de las luces o si emanan de dentro o fuera de la nave.
—Los mitos del volcryn, esto no se asemeja mucho a la leyenda. Sin embargo, ahora recuerdo un reporte del Nortalush en donde se dice que las naves volcryn eran inmensas, y lo tomé como una exageración. Y las luces. El volcryn siempre ha sido relacionado con luces, pero esos reportes eran tan vagos que tal vez no hubiera significado nada, o descrito un sistema de propulsión láser, sino simple iluminación exterior. No pude comprenderlo. ¡Ah!, qué misterios. La nave se encuentra demasiado alejada de mí para detallarla con más exactitud. Tal vez el área obscura sea una cápsula, una nave.
El volcryn debe estar dentro. Ojalá mi equipo estuviese conmigo, mi telépata era de primera clase, pudimos haber hecho contacto, comunicarnos con ellos. ¡Las cosas que hubiéramos aprendido! ¡Las cosas que hubiésemos visto! Para darse una idea de lo ancestral de esta nave, de esta raza, ¿durante cuánto tiempo han navegado sin rumbo? ¡Me llena de admiración!… La comunicación hubiera sido un regalo, imposible, ellos son tan extraños.
—¡D’Branin! —Dijo la psíquica en voz baja—, ¿no lo siente? Karoly D’Branin miró a su compañera como si lo hiciera por primera vez.
—¿No los sientes? Eres un tercer grado, ¿no los sientes? ¿Con fuerza?
—Hace mucho —dijo la psíquica— hace mucho.
—¿Puedes proyectar?, háblales. ¿Dónde están? ¿En el área central?
—Sí —contestó ella. Rio. Su risa era histérica y D’Branin hubo de recordar su grave enfermedad—. Si, en el centro, D’Branin. De allí provienen los impulsos, pero tú estás equivocado. No es uno de ellos. Tus leyendas son una mentira, mentira; no me sorprendería si fuéramos los primeros en ver el volcryn, en ser los primeros en acercarnos tanto. Y además, esos extraños tuyos, tan sólo sintieron, profunda y distantemente, sintieron algo de la naturaleza del volcryn, en sus sueños, visiones, e inventaron el resto. Naves y guerras, y una raza de viajeros eternos, eso es todo… todo.
—¿Qué quieres decir, amiga mía? —Preguntó Karoly—. No tiene sentido, no entiendo.
—No —dijo la psíquica con voz gentil—. No lo entiendes. No puedes sentirlo como yo. Es tan claro ahora. Esto debe sentir un número uno. Alguien repleto de esperón.
—¿Qué sientes, qué?
—No es ellos Karoly —dijo la psíquica—. Es un «eso», vivo, Karoly, sin mente, te lo aseguro.
—¿Sin mente? —Preguntó Karoly—. No, debes estar equivocada, no lees correctamente. Acepto que se trata de una criatura solitaria, un viajero interestelar, pero ¿sin mente? Tú lo sentiste, su mente, sus emanaciones telepáticas. Tal vez sus pensamientos son demasiado extraños y no los puedes…
—Tal vez —admitió la psíquica—, pero lo que leo no es tan terrible ni extraño. Es animal. Sus pensamientos son lentos, obscuros y extraños, duros, leves. El cerebro debe ser inmenso, te lo garantizo, pero no puede estar dedicado al pensamiento consciente.
—¿Qué quieres decir?
—El sistema de propulsión, D’Branin. ¿Acaso no lo sientes? ¿Las pulsaciones? Amenazan volarme la tapa de los sesos. ¿Acaso no adivinas qué es lo que conduce tu maldito volcryn a través de la galaxia? ¿Por qué evitan pozos de gravedad? ¿Acaso no adivinas cómo se mueve?
—No —dijo D’Branin, pero en su negativa, apareció un leve rasgo de comprensión y volvió a mirar la inmensidad del volcryn de luces movedizas, de velos agitados, mientras seguía y seguía, a través de años-luz, años, siglos, eones.
Cuando volvió a mirarla, tan sólo murmuró una palabra: —Telekinesia—. El silencio llenó su mundo.
Ella asintió.
Melantha Jhirl luchó para lograr inyectarse en una arteria. La jeringa siseó y la droga comenzó a fluir en su organismo. Se recostó para reunir fuerzas, para intentar pensar. Esperón. ¿Por qué era tan importante? Había matado al telépata tras hacerlo víctima de sus propias habilidades, triplicó su poder y su vulnerabilidad. Psique. Todo se basaba en eso.
La puerta interna de la cerradura de aire se abrió. El cadáver decapitado emergió.
Se movía con espasmos y arrastraba los pies sin levantarlos del piso. Oscilaba, semi encorvado por el peso. El arrastre era crudo y súbito; alguna fuerza extraña literalmente le manipulaba las piernas. Se movía con lentitud, con los rígidos brazos pegados al cuerpo.
Sin embargo se movía.
Melantha hizo acopio de fuerza y comenzó a arrastrarse lejos de allí, sin perderlo de vista.
Sus pensamientos giraban en busca de la solución, del jaque mate de aquel juego de ajedrez… nada.
El cadáver se movía con más rapidez que ella.
Melantha intentó levantarse y sólo logró arrodillarse, su corazón latía con fuerza. Sobre una rodilla, ahora. Intentó un supremo esfuerzo para ponerse de pie, levantar la imposible carga sobre sus hombros. Ella era fuerte, una modelo superada.
Cuando recargó todo su peso sobre una pierna, sus músculos no lo resistieron. Se derrumbó torpemente y cuando cayó sintió como si lo hubiera hecho desde un edificio. Escuchó un agudo ¡zas!, y una punzada de agonía le recorrió el brazo utilizado para amortiguar la caída. Se tragó las lágrimas y se ahogó en su propio grito.
El cadáver se encontraba a medio pasillo. Caminaba sobre dos piernas rotas. Eso carecía ya de importancia.
—Melantha… te escuché… ¿Eres tú… Melantha?
—Calla —le murmuró a Royd. No podía desperdiciar su aliento en pláticas.
Sólo tenía un brazo sano: Utilizó las disciplinas aprendidas por ella misma y soportó el dolor. Pateó débilmente, sus botas intentaban alejarse, y se ayudaba con su brazo bueno.
El cadáver amenazaba.
Se arrastró a través del umbral de la estancia, y se abrió camino bajo los restos del trineo, «tal vez esto lo mantenga ocupado», pensó.
Se encontraba un metro a sus espaldas.
En la oscuridad de la estancia en donde todo aquello había comenzado, Melantha Jhirl perdió todo contacto con sus fuerzas.
Su cuerpo se estremeció, y sufrió un colapso sobre la húmeda alfombra, comprendió su imposibilidad para continuar.
En la puerta, el cadáver se detuvo con rigidez. El trineo comenzó a mecerse. De pronto, tras el choque de metal contra metal, comenzó a retroceder, lentamente, ya no era un obstáculo.
Psique. Melantha rompió en llanto. Vanamente imploraba por poderes psíquicos, un arma capaz de aplastar aquel cadáver manipulado que la acosaba. Era una modelo superada, pero no lo suficiente. Sus padres le habían dado todos los dones genéticos posibles, pero el psique era algo desconocido por ellos. El gen era una rareza astronómica, recreativa y… Y de pronto le llegó.
—¿Royd? —Gritó—. ¡El disco…! ¡Telekinéalo! La respuesta fue problemática. —No… puedo… madre… puede… yo no.
—No tu madre —dijo ella desesperada—, tú siempre… dices… madre. Me olvidé… no tu madre… escucha… eres un clon… los mismos genes… tú lo tienes también, ese poder.
—No —dijo él—, nunca… debe ser… eslabonado sexualmente.
—¡No! No es así. Yo sé… acerca de genética… inviértelo. El trineo saltó un tercio de metro. El paso estaba libre. El cadáver avanza.
—… Trato —dijo Royd—. Nada… no puedo.
—Ella te curó —dijo Melantha acremente—, mejor que… ella… curada… prenatal… pero es tan sólo… supresión… ¡tú puedes!
—Yo no sé… cómo…
El cadáver se detuvo frente a ella. Unas pálidas manos comenzaron a temblar con espasmos. Comenzaron a erguirse.
Melantha maldijo, lloró y cerró su puño vanamente.
Fue entonces cuando la gravedad desapareció. A lo lejos escuchó el grito de Royd y después el silencio.
El cadáver se ladeaba torpemente en el aire y sus manos parecían de trapo. Melantha al girar por la ingravidez, se aprestó a defenderse del furioso ataque.
El cuerpo se quedó inmóvil. Flotaba muerto y quieto. Melantha se acercó hasta él y lo empujó. Vio cómo salía del cuarto.
—¿Royd? —preguntó con incertidumbre.
No hubo respuesta.
De un tirón cruzó el boquete y entró en la cámara central.
Ahí estaba Royd Eris, amo del Volador Nocturno boca arriba. Estaba muerto. Su corazón no había soportado.
Sin embargo, el disco de la rejilla gravitacional se encontraba en cero.
Yo he tenido el alma cristalina de Volador Nocturno en mis manos.
Es profunda, roja y multifacética, larga como mi mano, gélida. En sus profundidades plateadas, titilan dos pequeñas luces con fiereza y a veces parecen girar.
Me he arrastrado por las consolas, he caminado por sinuosidades entre guardianes y cibernéticos, sin dañar nada, además he puesto mis rudas manos sobre aquel grandioso cristal, en donde ella vive.
No soy capaz de olvidarlo.
El fantasma de Royd me ha pedido no hacerlo.
Anoche ambos platicamos acerca de aquello una vez más, entre copas de brandy, frente a un tablero de ajedrez, en la estancia. Royd no puede beber, claro, y me envía a su espectro, sonriente, el cual me indica su siguiente jugada.
En mil ocasiones me ha ofrecido regresarme a Avalón, o a cualquier otro mundo, si tan sólo pudiera yo salir y completar las reparaciones abandonadas hace tantos años, capaces de lograr el deslizamiento del Volador Nocturno por la ruta interestelar.
En mil ocasiones me he negado.
El es ahora más fuerte, sin duda alguna. Sus genes son los mismos. Sus poderes son los mismos. Cuando agonizaba encontró la fuerza capaz de impresionar el gran cristal. La nave vive con los dos, y con frecuencia pelean. A veces ella lo supera y el Volador Nocturno realiza cosas erráticas, extrañas. La gravedad aparece y desaparece. Al dormir se me enrollan las cobijas en la garganta. Los objetos vuelan por doquier.
Últimamente esto sucede con menos frecuencia. Y cuando sucede, Royd la detiene o yo estando juntos, el Volador Nocturno es nuestro.
Royd reclama su fuerza a solas, dice no necesitarme para controlarla. Aún le gano nueve de cada diez partidos de ajedrez.
Aún hay otras consideraciones. Nuestro trabajo, por ejemplo. Karoly estaría orgulloso de nosotros.
El volcryn pronto entrará en la neblina del Velo de Tempter, lo seguimos de cerca. Estudiamos, grabamos y hacemos aquello que nos hubiera encomendado el viejo D’Branin. Todo está en la computadora. Además está grabado y escrito, por si la computadora fuese eliminada. Será muy interesante ver como el volcryn ingresa al velo. La materia es tan densa allí, en comparación con la delgada capa de hidrógeno sideral en donde la criatura se ha alimentado por infinitos eones.
Hemos intentado comunicarnos, sin lograrlo, dudo de su sensibilidad.
Últimamente Royd ha intentado imitar sus modos, al reunir todas sus energías en un intento por mover el Volador Nocturno por telekinesia. Algunas veces su madre lo ayuda. Hasta ahora han fallado, pero lo intentarán una y otra vez.
El trabajo continúa, es importante, aunque no dentro del campo para el cual fue entrenada en Avalón. Nuestros resultados serán conocidos por la humanidad, lo sabemos. Royd y yo lo hemos discutido. Antes de morir, destruiré el cristal central y vaciaré las computadoras, y pondré el piloto automático rumbo a algún mundo habitado. Puedo hacerlo, lo sé. Poseo todo el tiempo necesario, y soy una modelo superada.
No consideraré la otra opción, aunque significa mucho para mí, y Royd me la sugiere una y otra vez. Sin duda terminaré las reparaciones. Tal vez Royd pueda controlar la nave sin mí, y continuar el trabajo. Pero eso no es importante.
Cuando finalmente lo toqué, por primera y única vez, su cuerpo estaba aún tibio. Pero él ya no estaba. No sintió mi caricia. No pude cumplir aquella promesa.
Pero habré de cumplir esta.
Jamás lo dejaré solo con ella.
Jamás.
FIN.