Sompseu:
Quiero llamarte por el nombre con que te han conocido todas las tribus durante más de cincuenta años, desde el Zambesi al Cabo Agulhas.
Sompseu, mi padre, he escrito un libro sobre hechos y cosas de las que tú sabes más que ninguna otra persona; por eso coloco tu nombre al principio del mismo y te lo dedico.
Si no conociste a Chaka, tú y él habéis visto los mismos soles; entablaste relaciones con su hermano Panda y sus capitanes, y quizá con el mismo Mopo, su servidor, que lo mató con la ayuda de los príncipes y que es quien relata esta historia. Has visto el círculo de los hechiceros y contemplado los regimientos zulúes cuando se lanzaban al ataque; has coronado a sus reyes y tomado parte en sus consejos, y con la sangre de tu hijo has expiado un error de estadista y una falta de militar.
Sompseu, he oído una canción en la que se narra cómo dominaste a los zulúes. ¿No es verdad, mi padre, que permaneciste silencioso e inmóvil mientras tres mil guerreros gritaban pidiendo tu vida? Y cuando todos se cansaron, ¿no te pusiste de pie y dijiste, señalando hacia el mar: «Matadme si lo deseáis, hombres de Cetewayo; pero os advierto que por cada gota de mi sangre que sea derramada se levantarán cien vengadores de más allá del mar.»?
¡Y entonces los regimientos miraron hacia el mar, como si el día de Ulundi ya hubiese llegado, y vieron la columna de los blancos que se aproximaba!
Así, Sompseu, tu nombre se hizo grande entre los zulúes, como ya lo era entre otras tribus, y sus nobles te rindieron homenaje, te saludaron con la Bayéte, el saludo real, declarando por boca de su Cónsul que en ti moraba el espíritu de Chaka.
Han pasado muchos años desde entonces, y ahora eres viejo, mi padre. También han transcurrido muchos años desde que yo era un niño y te seguía a todas partes cuando te encontrabas entre los bóers y te apoderaste de sus tierras en nombre de la reina.
¿Por qué lo hiciste, mi padre? Yo, que sé la verdad, contestaré a esa pregunta. Lo hiciste porque, en caso contrario, los zulúes habrían exterminado a los bóers. Los regimientos de Cetewayo ya estaban listos para el ataque cuando él recibió tu aviso de que esas tierras pertenecían a la gran reina blanca, y entonces envió a sus hombres de regreso a sus aldeas[2]. Para evitar derramamientos de sangre anexionaste esas tierras, más allá del Vaal. Quizá hubiera sido mejor dejarlas, ya que «la muerte elige por sí misma», y, después de todo, hubo matanzas… de nuestra propia gente, y con esas matanzas, la vergüenza. Pero en esos días no sabíamos lo que el futuro nos deparaba…, ¡y pensábamos que Majuba no era más que una pequeña colina!
Los enemigos han hecho declarar a testigos falsos en tu contra, Sompseu, ya que tú jamás te equivocaste, excepto por tu excesiva bondad. Sin embargo, ¿qué importa todo eso? Cuando «te hayas marchado» se desvanecerá la ingratitud, y las mentiras desaparecerán como hojas secas barridas por el viento. Sólo tu nombre no será olvidado; como se pronunció en vida, la historia seguirá mencionándolo, y ruego que, aunque mucho más humilde, el mío aparezca junto al tuyo. El destino me ha señalado otro camino y debo abandonar la acción que tanto me atrae para dedicarme a los libros; pero los viejos amigos y los días que pasamos juntos están frescos en mi mente, y mientras me reste una chispa de memoria jamás podré apartarlos durante mucho tiempo.
Por eso, aunque sea por última vez, te hablo desde mucho más allá, del otro lado del mar, y, levantando el brazo, te doy tus «Sibonga»[3] y ese saludo real al que, ahora que los «Pueblos del Cielo» ya no existen, eres el único que tiene derecho:
¡Bayéte! ¡Baba, Nkosi ya makosi!
¡Ngonyama! ¡Indhlovu ai pendulwa!
¡Wen’ o wa hlul’ izizwe zonke za patwa nguive!
¡Wa geina nge la Mabun’ o wa ba hlul’ u yedwa!
¡Umsizi we zintandane e zihlekayo!
¡Si ya kuleka Baba!
¡Bayéte, T’ Sompseu![4].
¡Y adiós!
H. RIDER HAGGARD.
A Sir Theophilus Shepstone. K. C. M. G.
Natal, septiembre 13 de 1891