Capítulo 32

ZINITA COMPARECE ANTE EL REY

Un día Dingaan estaba sentado a la puerta de su choza en Umgugundhlovu, esperando el regreso de sus tropas de Income, lugar que ahora se conoce con el nombre de Río de Sangre. Los había mandado allí para que exterminaran por completo a los bóers.

Unos cuantos buitres volaban alrededor de la Colina de la Matanza y el rey, al observarlos, murmuró:

—Mis pájaros están hambrientos.

—¡Sin duda pronto encontrarán cadáveres en abundancia con que satisfacerse! —le contestó uno de sus consejeros.

En ese momento se presentó un mensajero diciendo que una mujer pedía ser llevada a presencia del rey.

—Déjala pasar. Estoy aburrido de esperar noticias de mis regimientos; quizá ella sepa algo.

Al poco tiempo se presentó la mujer. Era alta y bonita, y llevaba dos niños de la mano.

—¿Qué es lo que buscas? —le preguntó Dingaan.

—Justicia, oh rey —fue la respuesta.

—Pídeme sangre, que es más fácil de encontrar.

—Pido sangre, oh rey.

—¿La sangre de quién?

—La de Bulalio, el Verdugo, jefe del Pueblo del Hacha, y la sangre de Nada, el Lirio, además de la de todos los que les apoyan.

Dingaan se puso de pie, admirado, y exclamó:

—¡Cómo! ¡Entonces es cierto que la doncella vive!

—Vive y es la esposa de Bulalio, y por ella me ha relegado a mí, su principal esposa, al olvido. Por eso pido venganza.

—Eres una buena esposa —comentó el rey con una sonrisa—. ¡Que mis espíritus guardianes me salven de tener una igual! ¡Escucha! Con gusto accedería a tu reclamación, porque también yo odio al Verdugo y deseo poseer al Lirio; sin embargo, has llegado en un mal momento. Sólo dispongo de un regimiento, y me temo que el Verdugo puede derrotarlo. Espera hasta que mis soldados regresen de exterminar a los Amaboona, y entonces verás realizados tus deseos. ¿De quién son esos niños?

—Son míos y de Bulalio, que era mi esposo.

—De manera que son los hijos de quien deseas ver muerto.

—¡Sí, rey!

—No dudo que eres tan buena madre como esposa, mujer. Y ahora, ¡vete!

Pero el corazón de Zinita estaba sediento por vengarse de la mujer que le había arrebatado el cariño de su esposo, y de éste, por haberla relegado al olvido. No quería esperar…, ni siquiera una hora.

—¡Escúchame, rey! —suplicó—. Todavía no te he contado todo lo que sé. Bulalio planea arrebatarte el trono, y le ayuda Mopo, que fue hasta hace poco tu consejero.

—¿De manera que desea arrebatarme el trono? ¡Deja que haga todos los planes que quiera! En cuanto a Mopo, ¡ya le llegará su hora!

—¡Sí, rey! Pero insisto en que tengo algo más que decirte. Ese hombre tiene otro nombre: se llama Umslopogaas. No es hijo de Mopo: su padre es el Elefante, el gran rey que fue tu hermano; y su madre Baleka, la hermana de Mopo. Lo supe porque lo escuché de los propios labios de tu antiguo consejero. De manera que el Verdugo es el verdadero heredero de este trono, y por lo tanto tratará de arrebatártelo.

En un primer momento Dingaan quedó pensativo; luego le pidió a Zinita que se aproximase más a él y le repitiera la historia, con todos los detalles que conociera.

Al mismo tiempo ordenó a dos de sus consejeros que se parasen a prudente distancia para asegurarse de que ningún extraño les interrumpiera.

Entonces Zinita se colocó muy cerca de Dingaan y repitió al oído del rey la historia del nacimiento de Umslopogaas; y por la cantidad de detalles que coincidían con la vida de su hermano Chaka, Dingaan se dio cuenta de que la mujer no mentía.

Cuando Zinita terminó su relato, el rey de los zulúes mandó llamar a uno de sus capitanes más hábiles, llamado Faku, y a sus consejeros principales.

Dingaan se dirigió en primer término al capitán de su regimiento:

—Reúne tres compañías, busca los guías que sean necesarios y cae por sorpresa sobre la aldea del Pueblo del Hacha, cuyo jefe, Bulalio, se hace llamar el Verdugo o Umslopogaas. Mátale, mediante torturas si es posible, y no vuelvas a esta choza si no traes contigo su cabeza. También deberás apoderarte de su última esposa, llamada Nada o Lirio, y tráela viva si es posible, porque ya me encargaré de matarla aquí. No dejes atrás ni una sola cabeza de ganado. ¡Ahora vete y rápido! Ya sabes que si regresas sin cumplir una sola de mis órdenes, sufrirás una muerte horrible. ¡Vete!

El capitán le saludó con respeto y se marchó de inmediato para reunir a su regimiento. Tres compañías completas se formaron en contados minutos, obedeciendo una orden suya, y al poco tiempo abandonaron la aldea de Umgugundhlovu, en dirección a la Montaña de los Espíritus.

Después Dingaan mandó llamar a varios de sus hombres de confianza, y señalando a los dos consejeros que habían oído las confidencias de Zinita, ordenó que se les quitara la vida de inmediato.

Los nobles no intentaron resistirse, porque comprendieron que sabían demasiado para seguir viviendo. Pocos minutos después, otras dos víctimas se sumaban a las muchas que Dingaan había sacrificado en su larga vida de crímenes. No se había equivocado el consejero que afirmó que los buitres encontrarían alimento muy pronto si seguían volando por las inmediaciones de la aldea.

El rey también ordenó la muerte de los hijos de Zinita, que sintió un gran remordimiento, pues quería a sus hijos. Dingaan empezó a burlarse de ella, diciendo:

—¿Cómo? ¿Eres tonta a la vez que malvada? Me dijiste que tu marido es el legítimo heredero de este trono, de manera que cuando él muera lo serán sus hijos; ahora comprenderás por qué no puedo permitir que esos niños conserven la vida. ¡Has caído en tu propia trampa, mujer!

Así Zinita bebió en el mismo cáliz de amargura que había preparado para otros, y empezó a dar gritos de desesperación, diciendo que iría a avisar a Umslopogaas y al Lirio del peligro que les acechaba. Luego, como enloquecida, echó a correr en dirección a la salida de la aldea. El rey lanzó una sonora carcajada e hizo una seña a uno de sus verdugos. Pocos minutos más tarde Zinita ya había expiado su traición.

Ésa fue la recompensa que recogió la malvada Zinita, la principal esposa de Umslopogaas, mi hijo adoptivo.

Éstos fueron los últimos crímenes que se cometieron en la aldea de Umgugundhlovu, porque Dingaan ya estaba cansado de ellos. Además, ese mismo día descubrió que las colinas cercanas al poblado se ennegrecían de hombres, ¡sus soldados regresaban de guerrear contra los Amaboona!

Y, sin embargo, ¿dónde estaban las plumas de colores brillantes, los escudos y los cánticos de victoria que debían entonar esas gargantas? Aquellos eran sus soldados, sin lugar a dudas, pero en vez de caminar erguidos, como hombres, marchaban lentamente, con las cabezas gachas.

Entonces comprendió lo sucedido. Sus guerreros habían sido vencidos a orillas del Income; miles quedaron tendidos para siempre en aquellas tierras lejanas, atravesados por las balas de los bóers.

El temor de Dingaan creció cuando supo que los Amaboona perseguían de cerca a lo que quedaba de sus regimientos.

Ese mismo día huyó a la margen cubierta de vegetación del río Umfolozi, mientras sus soldados incendiaban la aldea Umgugundhlovu.

Los buitres, que todavía volaban por los alrededores, adquirieron un aspecto fantástico al ser iluminados por las llamas.

Galazi estaba sentado en la meseta del regazo de la Bruja de Piedra, contemplando las vastas llanuras que se extendían a sus pies. Hocico Gris y Garra Mortal se hallaban echados a su lado, pero Galazi no les prestaba atención, pues meditaba sobre el cambio que se había producido en Umslopogaas, que había desatendido el gobierno del Pueblo del Hacha a causa de Nada. El muchacho presentía un peligro latente, ya que esa misma noche todas las mujeres se habían marchado de la aldea para celebrar una reunión, y no pocos hombres las habían imitado.

—¡Ah, Garra Mortal! —dijo Galazi al lobo que tenía a su lado—. ¡Cómo ha cambiado mi hermano, el rey, por culpa de los labios de una mujer! Ya nunca más cazará con nosotros por las noches, porque ahora prefiere pasarlas junto a su esposa. Chaka, que era un rey muy astuto, probó una vez más su inteligencia cuando prohibió a sus guerreros que se casaran, pues el matrimonio ablanda el corazón y convierte la sangre en agua.

En ese momento paseó su mirada por la base de la Montaña de los Espíritus y descubrió una luz tenue que se movía hacia un lado y hacia el otro, como la aguja de una mujer que cosiera una prenda de cuero.

Miró con más atención y se dio cuenta de que la luz surgía de las sombras, ¡y que era un reflejo producido por lanzas!

Se trataba de un pequeño regimiento, quizá de doscientos hombres, que corrían sin hacer ruido. No debían marchar al combate, porque no lucían sus plumas guerreras. Pero no cabía duda de que albergaban intenciones, pues cada uno de sus componentes llevaba la lanza lista en la mano.

Galazi se dio cuenta de que debían ser sabuesos del rey Dingaan, acostumbrados a caer por sorpresa sobre sus desprevenidos enemigos con el propósito de exterminarlos. Galazi se preguntó qué era lo que buscaban esos hombres. ¡Ah! En ese momento se desviaron hacia el vado y entonces comprendió. Marchaban a la caza de su hermano Umslopogaas, y quizá de su esposa Nada. Sin duda Zinita los había traicionado, poniendo al rey Dingaan al corriente de los planes del jefe del Pueblo del Hacha. Por esta razón la muchacha había organizado una reunión tan lejos de la aldea; era para que todos ellos escaparan a la terrible matanza.

Galazi se puso de pie de un salto. Su primer pensamiento fue: ¿no habrá manera de cazar a estos cazadores? ¿No podría, con la ayuda de sus lobos, acabar con ellos, como ya hizo en otra ocasión? Si los hubiera descubierto una hora antes, ningún guerrero habría llegado con vida a la orilla del río, porque sus lobos los habrían destrozado entre sus fauces. Pero ahora ya todo cambiaba de aspecto, porque el terreno que les faltaba cubrir a los soldados no era propicio para la carrera de sus lobos.

¿Qué podía hacer? Sólo una cosa: poner a Umslopogaas sobre aviso. Pero ¿cómo? Por lo menos podía tratar de llegar a la aldea antes que los soldados, porque a pesar de que éstos le llevaban considerable ventaja, sus pies eran los más veloces de la zona, después de los de Umslopogaas. También podía suceder que el regimiento hiciese un alto para saciar la sed en la corriente.

Galazi puso en práctica su plan sin pérdida de tiempo. Con rápidos movimientos sorteó toda clase de obstáculos que se interponían en su camino cuesta abajo, corriendo con la agilidad de un gamo. La fuerza de la corriente era considerable, pero gracias a su privilegiada constitución física pudo ganar la orilla opuesta en poco tiempo. Se sacudió el agua del cuerpo de la misma manera como lo hacían sus lobos, y prosiguió de inmediato su desesperada carrera.

Delante de él se levantaba la aldea: una parte de ella se mostraba plateada por los rayos de la luna, y la otra grisácea, con el reflejo del amanecer cercano.

¡Ah! ¡Ya se acercaban al portón del este! ¡Podía distinguir perfectamente sus movimientos a pesar de la escasa luz! Sí, la larga línea de asesinos se deslizaba a ras del suelo, como serpientes.

¿Cómo podía pasar delante de ese círculo de muerte sin ser visto? ¡Solamente los separaba de la aldea una distancia equivalente al largo de seis lanzas! En una parte crecían unas plantas de maíz muy próximas al cerco, y podía tratar de saltar hacia el interior aprovechando tan escasa protección. Ya había llegado junto al pequeño maizal, ¡cuando los asesinos de Dingaan comenzaban a penetrar en el poblado casi desierto!

—¡Wow! ¿Qué fue eso? —preguntó uno de los guerreros del rey de los zulúes a su compañero más próximo—. Me pareció que algo grande y gris saltaba el cerco a poca distancia de donde me encuentro.

—He oído un ruido, pero no he visto nada, compañero —contestó el aludido—. Debe de haber sido un perro; ningún hombre es capaz de dar un salto tan alto.

—Pues más me pareció un lobo —afirmó el primero—; al menos podemos rogar para que no se trate de un Esedowan [11], que nos cavaría a todos un agujero en la espalda. ¿Estás listo, compañero? ¡Wow! ¡Qué sorpresa se van a llevar estos brujos! ¡Muy pronto oiremos la señal.

Poco tiempo después se oyó una voz potente que gritaba:

—¡Despertaos, los de la aldea! ¡El enemigo está a vuestras puertas!