Capítulo 31

LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la mañana del día siguiente Galazi dejó sus lobos en la Montaña de los Espíritus y se acercó a la aldea del Pueblo del Hacha.

Cuando vio a Nada, de pie a la puerta de mi choza, la saludó, pues la reconoció de inmediato. Después se fue al lugar de las reuniones para hablar conmigo.

—La Estrella de la Muerte ilumina al Pueblo del Hacha, Mopo —me dijo—. ¿Sería su llegada la que hizo que mis lobos aullaran tanto anoche? Por mi parte, cuando la vi esta mañana, supe que mi fin estaba próximo.

Y con una carcajada extraña se alejó de mi lado.

Sus palabras no dejaron de preocuparme, porque recordé que cuantos contemplaron la belleza de Nada habían tenido un fin trágico.

Cuando fui en busca de Nada para llevarla al lugar de reunión, ya me estaba esperando. Se había puesto las ropas de mujer que yo le había conseguido; su cabello rizado caía sobre los hombros; adornaba su cuello y muñecas con collares y brazaletes de marfil y llevaba en la mano un lirio que había recogido en el río cuando fue a bañarse.

Quizás lo hizo para que en esa aldea, como en otras partes, la conociesen con el nombre de Lirio, ya que es muy propio de los zulúes nombrar a las personas por los adornos que usan. Pero todas éstas no son más que suposiciones por mi parte, pues, ¿quién puede adivinar los propósitos de una mujer hermosa, mi padre?

También me pidió que le prestara una capa de plumas de avestruz confeccionada por los hábiles Basutus. Cuando se la entregué, se la colocó sobre los hombros, y debo reconocer que realzaba aún más su belleza.

Desde pequeña Nada se cubría más que la mayoría de las mujeres de su tierra, no sé si por proteger su piel, que era casi blanca, o por coquetería, ya que la mujer que más oculta es la que parece más hermosa.

Tomé a Nada de la mano y la llevé al lugar donde se celebraba la reunión. La muchacha estaba hermosa como la aurora.

El lugar aparecía muy concurrido, pues era el día señalado para la reunión mensual de los hombres más importantes de la tribu. También estaban presentes las mujeres de la aldea, encabezadas por Zinita.

Ya todos se habían enterado de la llegada de la muchacha la noche anterior y sentían gran curiosidad por conocerla.

¡Wow! —exclamaron los hombres cuando Nada pasó a su lado—. ¡Ésta sí que es una flor bella! ¡No es extraño que los halakazis hayan muerto por ella!

Las mujeres también la contemplaron con curiosidad, pero ninguna hizo el menor comentario sobre su belleza.

—Es la culpable de que tantos de los nuestros hayan muerto en otras tierras —se atrevió a murmurar una.

—¿De dónde ha sacado esas ropas, si llegó anoche, disfrazada de hombre? —preguntó otra.

—Y las plumas no le bastan; también tiene que usar flores. Sin duda son más adecuadas a sus manos que el mango de la azada —intervino otra.

—Me parece que el jefe del Pueblo del Hacha va a encontrar a alguien más a quien adorar además de su hacha, y eso no va a hacer muy feliz a alguien que yo conozco-agregó una cuarta mujer, mientras miraba con ojos burlones en dirección a Zinita.

Nada no podía dejar de oír esas palabras insidiosas, pero en ningún momento se borró la sonrisa de sus labios. Solamente Zinita se abstuvo de hacer ningún comentario, pero su mirada rebosaba odio. Una de sus manos sujetaba a una hijita suya y de Umslopogaas, mientras que la otra jugueteaba nerviosamente con las cuentas de sus collares.

Nada se dio cuenta de que aquella joven debía ser Zinita, y al pasar junto a ella la miró fijamente. No sé qué pudo haberse reflejado en los ojos de Nada en esos momentos, mi padre; sólo puedo decirte que Zinita no era mujer que se asustase con facilidad, pero en esos momentos su rostro reflejó un temor extraordinario. Además, fue la primera en girar la cabeza, mientras Nada seguía tranquilamente su camino, hasta detenerse delante de Umslopogaas, al que saludó con una pequeña reverencia.

—¡Salud, Nada! —dijo el Verdugo. Luego se volvió hacia sus consejeros y les dijo—: Ésta es la doncella que fuimos a buscar a las cuevas habitadas por los halakazis para entregársela a Dingaan. ¡Ou! La historia ya fue narrada en la aldea de Umgugundhlovu y no es necesario repetirla. La muchacha me rogó que la salvara de Dingaan y para ello le presenté al rey el cuerpo sin vida de otra joven. Todo habría marchado a las mil maravillas de no haber mediado la traición de un miserable que ya pagó su culpa. ¡Miradla, amigos, y decidme si no hice bien en ganarla para orgullo del Pueblo del Hacha y mío, ya que será mi esposa!

—Hiciste muy bien, Verdugo —exclamaron todos los consejeros al mismo tiempo, ya que sus corazones se habían enternecido al contemplar la belleza de Nada.

Solamente Galazi, el Lobo, movió la cabeza en señal de tristeza y resignación.

Después me enteré de que Zinita sabía que Nada y Umslopogaas no eran hermanos, porque la noche de mi confidencia había oído todo desde el techo de la choza; sin embargo, en ese momento fingió sorpresa y exclamó:

—¿Cómo es posible que te cases con ella, mi señor?

—¿Por qué me lo preguntas, Zinita? —dijo Umslopogaas con fastidio—. ¿Acaso no le está permitido a todo hombre tomar cuantas esposas quiera?

—Por supuesto, mi señor, pero jamás se casan con sus hermanas y, según creo, Nada es tu hermana, y por eso la salvaste de Dingaan, a pesar de que con ese gesto provocaste una enemistad que quizá nos cueste a todos la vida.

—También yo lo creía en esos momentos, Zinita —le contestó el muchacho—; más tarde me enteré de la verdad respecto a nosotros. Nada es hija de Mopo, pero él no es mi padre y ni siquiera la madre de Nada fue quien me dio el ser. Por eso, consejeros, deseo hacerla mi esposa.

Zinita no quiso darse por vencida, e insistió:

—Entonces tu origen es un misterio, Bulalio. ¿Quiénes son tus padres?

—No tengo padre —contestó el muchacho con impaciencia—. Los cielos que me cobijan fueron mis progenitores. Nací del Fuego y de la Sangre, y ella, la doncella Lirio, nació de la Belleza para ser mi compañera. Y ahora, mujer, guarda silencio.

Umslopogaas permaneció callado durante unos minutos, pero comprendió que debía dar una explicación más satisfactoria a sus consejeros, y añadió:

—Si deseáis saberlo, os diré que mi padre es Indabazimbi, un hechicero del rey, hijo de Arpi.

Umslopogaas dijo lo primero que se le ocurrió, pues si había declarado que yo no era su padre, debía tratar de explicar su origen, sin revelar que su verdadero padre había sido el temible Chaka. Esta noticia se expandió por todas partes, ya que ni el correr de los años la desmintió.

Cuando los presentes oyeron la primera de las explicaciones, pensaron que Umslopogaas se había burlado de Zinita, pero no había hecho más que decir la verdad, porque nosotros, los zulúes, consideramos que nuestros reyes descienden de los cielos; sólo que no lo supieron interpretar en este sentido.

Luego Nada se volvió hacia Zinita y le dijo con voz dulce:

—Si bien no soy hermana de Bulalio, muy pronto seré hermana tuya, ya que eres la principal inkosikasi del rey, Zinita. ¿No vas a besar con cariño a tu nueva hermana, que ha venido desde muy lejos? —y al decir estas palabras le tendió las manos, no sé si para conquistar a la esposa de Umslopogaas o para quedar bien delante de todos los que estaban presentes.

Pero Zinita dio un tirón brusco a su collar, rompiendo el hilo que enhebraba todas las cuentas de colores, que rodaron por el suelo.

—Guarda tus besos para tu señor, niña —le respondió Zinita con enojo—. Así como mis cuentas se han desparramado, deberán esparcirse los componentes del Pueblo del Hacha.

Nada se alejó con un pequeño suspiro y todos los presentes pensaron que Zinita se había portado con demasiada rudeza.

La muchacha se acercó a Umslopogaas y le tendió el lirio que todavía sujetaba en la mano, diciendo:

—Éste es un presente de nuestras bodas, mi señor. ¡Ojalá te pueda proporcionar siempre paz y amor!

Umslopogaas aceptó el regalo, si bien se veía un poco ridículo con ella, porque había nacido para portar armas y no objetos delicados como una flor.

Debo agregar, mi padre, que ése era también el día en que el Verdugo debía retar a duelo a todo el que aspirase a la posesión del arma que le convertiría en jefe del Pueblo del Hacha. Umslopogaas repitió el desafío, pensando que nadie se atrevería a recogerlo. Sin embargo, tres hombres se adelantaron hacia él. Dos de ellos eran capitanes de su regimiento y personas por quienes Umslopogaas sentía gran afecto. Por supuesto, esta actitud por parte de ellos fue comentada con asombro por todos los presentes.

—¿Cómo te has atrevido a recoger mi reto? —preguntó Umslopogaas, sorprendido, al capitán que estaba más cerca.

Sin responder con palabras, el hombre levantó una mano y señaló a Nada.

Entonces Umslopogaas comprendió que deseaba vencerle para ser dueño de la hermosa muchacha; pero no le quedaba más alternativa que aceptar la lucha o desprestigiarse ante los ojos de los demás.

Muy poco tengo que contarte respecto al combate, mi padre. Umslopogaas mató a dos hombres, ya que el tercero se asustó al ver la suerte corrida por sus compañeros y desistió de su empeño.

—¡Ah! ¿Qué fue lo que te dije, Mopo? —comentó Galazi, que se colocó a mi lado—. La maldición comienza a obrar. La muerte acompañará siempre a esa hija tuya.

—Así me temo —le respondí—; y, sin embargo, la muchacha es joven y buena.

—Pero eso no soluciona nada —insistió Galazi.

Ese mismo día Umslopogaas tomó a Nada por esposa, y durante un tiempo reinó la tranquilidad. Pero también desde ese mismo día Umslopogaas ya no prestó la menor atención a Zinita, ni a ninguna de sus otras esposas.

Galazi dijo que se debía a que Nada lo había hechizado, pero yo sé muy bien que todos los recursos que empleó para hechizarlo fueron sus ojos, su belleza y su amor. Sin embargo, debo agregar que, aun después de muerta, el Verdugo la siguió adorando; jamás pudo fijarse en ninguna otra mujer.

Por supuesto, Zinita y las demás esposas se resintieron. Al principio creyeron que se trataba de un entusiasmo pasajero y esperaron con relativa calma; pero al darse cuenta de que se engañaban, comenzaron a hacer públicas sus quejas, de manera que se formaron dos partidos en la aldea: el de Zinita y el de Nada.

El primero estaba formado por los hombres que temían a sus esposas y sus mujeres. Pero el de Nada, que contaba con mayor número de simpatizantes, estaba constituido por todos los que admiraban su belleza y respetaban a Umslopogaas en todo momento.

Pero ni la muchacha ni el jefe del Pueblo del Hacha se preocupaban mucho por esta enemistad, ya que sólo vivían para su amor.

Cierta mañana Nada se marchó en dirección al río con intención de bañarse. Hacia la derecha del camino se extendía un campo sembrado de maíz, donde estaban trabajando Zinita y las demás esposas de Umslopogaas. Éstas la miraron con ojos de odio, especialmente a su regreso, ya que estaba más hermosa que nunca, con gran cantidad de flores entrelazadas con sus cabellos.

Zinita ya no pudo contenerse más y exclamó:

—¿Vamos a seguir tolerando esta situación, mis hermanas? ¿Nos lanzamos ahora mismo sobre ella y la matamos, antes de que llegue al pueblo?

—Sería más justo matar a Bulalio, nuestro señor —respondió Zinita—. Nada no es más que una mujer, y por supuesto acepta cuanto le dan. Pero él es el jefe de la tribu y debería ser más sabio y prudente.

—Es que ella lo ha embriagado con su hermosura. ¡Matémosla! —exclamaron las demás mujeres.

—¡No! Hablaré con ella —dijo Zinita, y se adelantó con los brazos cruzados sobre el pecho para interponerse en el camino que debía seguir la muchacha.

Cuando Nada la vio, le ofreció la mano para darle la bienvenida, diciendo:

—¡Salud, hermana!

Pero Zinita no respondió a su amable acogida.

—No es posible que mi mano sucia de tierra estreche la tuya, perfumada con la esencia de las flores que acabas de recoger junto al río —le dijo con voz áspera—. Me he acercado para traerte un mensaje de todas las esposas de Bulalio. Escúchalo, porque es por tu propio bien y por el bien de nuestro señor: las hierbas crecen en gran cantidad entre las plantas de maíz, y nosotras somos muy pocas para sacarlas. Ya que tus días de amor deben de haber terminado, ¿no piensas venir a trabajar con nosotras? Si no trajiste ninguna azada de la aldea halakazi, te proporcionaremos una.

Nada se dio cuenta de lo que quería significar con esas palabras y se sonrojó. Sin embargo, pudo contestar con voz tranquila:

—Con gusto os ayudaría, hermana, a pesar de que jamás he trabajado en los campos; pero Umslopogaas, mi esposo, me ha prohibido realizar cualquier trabajo manual y no puedo desobedecerle.

—¿De veras, Nada? Es muy extraño. Soy su esposa principal, su Inkosikasi, y gracias a mi consejo ganó el hacha que le convirtió en jefe de este pueblo. Sin embargo, nunca manifestó que no debía trabajar en los campos, ni siquiera cuando le daba hijos. Tampoco lo ha hecho con ninguna de sus otros esposas. ¿Será porque Bulalio te quiere a ti más que a nosotras?

Nada sentía que las palabras de Zinita la estaban encerrando en una trampa. Sin embargo, no se amilanó y le contestó con audacia:

—Una debe ser más querida que las demás, Zinita. Tú ya pasaste por esa hora, déjame ahora gozar de la mía, que quizá sea muy corta. Además, Umslopogaas y yo nos amamos desde niños y seguiremos queriéndonos hasta el fin. No tengo nada más que decirte.

—No, no; todavía queda algo por hacer; debes elegir entre estas dos cosas: vete y déjanos ser felices con nuestro señor o quédate y trae la desgracia sobre todos nosotros.

Nada meditó unos instantes y luego dijo:

—Si creyese que mi amor trae la desgracia sobre mi señor, le abandonaría; a pesar de que ello sería mi muerte. Pero no lo creo, Zinita. La muerte se lleva a los más débiles, de manera que si se encuentra cerca me llevaría a mí y no al Verdugo de Hombres.

Y después de estas palabras continuó su camino.

Zinita la siguió con la mirada, que rebosaba odio. Luego regresó junto a las demás mujeres.

—El Lirio no ha querido escucharme, hermanas —les informó—. Éste es mi consejo: celebremos una reunión de mujeres en un lugar apartado, cuando aparezca la luna nueva. Todas las mujeres y niños asistirán a ella, con excepción del Lirio, que, por otra parte, no querrá separarse de su amado. En cuanto a los demás hombres, harán muy bien en alejarse de la aldea durante esa noche, porque pueden suceder cosas muy extrañas.

—¿Qué cosas pueden suceder? —preguntó una de ellas.

—¿Quién puede decirlo? —respondió Zinita enigmáticamente—. Sólo sé que debemos deshacernos de Nada y vengarnos así del hombre que nos ha despreciado, ¿no es verdad, hermanas?

—Es verdad —afirmaron todas.

—Pues entonces no digamos nada más al respecto y celebremos la reunión.

Nada, por su parte, le repitió a Umslopogaas su conversación con Zinita y éste se mostró muy preocupado. Pero, como la amaba profundamente, no se separó ni un instante de su lado y tampoco quiso pensar en nada que no fuese ella. Por eso, cuando Zinita le pidió permiso para celebrar una reunión de mujeres en un lugar apartado de la aldea, se lo concedió con gusto porque pensó que por lo menos mantendría alejadas durante todo un día a sus otras mujeres, y en ningún momento sospechó que tramasen una conspiración. Sólo dijo que Nada no debía ir a esa reunión, y Zinita no insistió al respecto, ya que esa negativa favorecía sus planes.

Mientras tanto yo, Mopo, conversaba con Galazi, el Lobo. Le dije cuanto sabía sobre Umslopogaas y le expliqué que deseaba que reclamase el trono de los zulúes que por derecho le correspondía, y para ello me proponía visitar a cada uno de los pequeños jefes de las tribus de los alrededores a fin de solicitar su ayuda.

Galazi me dijo que el plan podía dar tanto buenos como malos resultados; pero que creía que mi hija iba a destruir todo antes de que yo pudiese edificarlo, y señaló con el índice a Nada, que caminaba junto a Umslopogaas.

Sin embargo, no alteré mis planes y decidí partir el día anterior al de la reunión de mujeres. Le dije a Umslopogaas lo que pensaba hacer, pero el muchacho no me prestó mayor atención, ya que en esos momentos no podía pensar más que en su amada. Después me despedí de él y de mi hija. Nada me besó con ternura, pero el nombre de su esposo estaba mezclado con las palabras de la despedida.

—La locura se ha apoderado de esos dos —dije para mis adentros—. Bueno, no podrá durar mucho tiempo. Ya habrán cambiado para cuando esté de regreso.

Estaba muy lejos de adivinar, mi padre, cómo había cambiado todo a mi regreso.