Mientras marchábamos, Umslopogaas me narró cuanto podía interesarme sobre la lucha contra los halakazis y su encuentro con Nada. Cuando supe que mi hija vivía, no pude menos que derramar lágrimas de contento porque, como Umslopogaas, temía por su vida, ya que era muy difícil que una doncella llegara con vida hasta la aldea del Pueblo del Hacha, después de atravesar Swaziland y la zona de la Montaña de los Espíritus.
Tampoco en esta ocasión le revelé a Umslopogaas el secreto sobre su verdadero origen, porque como no estábamos solos, temí que oídos indiscretos recogieran mi confidencia y la repitieran ante el rey Dingaan.
Pero no podía dejar pasar mucho tiempo más, porque deseaba que Umslopogaas se proclamase rey de los zulúes y luchara por el trono que legítimamente le correspondía.
Si hubiese sabido que Umslopogaas vivía cuando asesiné a Chaka, él habría reinado en esos momentos en lugar de Dingaan. Si, por otra parte, no hubieran fallado mis planes con respecto a Lirio, Umslopogaas habría adquirido una enorme preponderancia en la aldea de los zulúes y con el tiempo no habría tenido dificultad en suceder a Dingaan. Pero todo había salido mal. La joven no era otra que Nada y, por supuesto, Umslopogaas no podía actuar contra el deseo de quien creía su hermana y obligarla a que se convirtiese en la esposa de Dingaan. Por ella, pues, Umslopogaas y el rey de los zulúes se habían convertido en enemigos mortales y yo había perdido mi posición privilegiada como consejero del rey para convertirme en un fugitivo.
Como había que empezar todo de nuevo, me puse a meditar sobre la mejor manera de hacerlo mientras nos acercábamos a la Montaña de los Espíritus.
Por fin llegamos a la base de la mole imponente y pude contemplar una vez más el rostro de la Bruja de Piedra que esperaba en lo alto el fin del mundo.
Esa misma noche llegamos a la aldea del Pueblo del Hacha, a la que entramos cantando. Galazi, por supuesto, prefirió seguir hacia las montañas y al poco tiempo oímos los aullidos de la manada de lobos que le daban alegremente la bienvenida.
Cuando franqueamos el portón del cerco nos recibieron todas las mujeres y niños de la aldea, encabezados por Zinita, la esposa principal de Umslopogaas.
Pero cuando se dieron cuenta de que no todos los que partieron habían regresado, algunas mujeres comenzaron a lanzar al aire sus lamentos.
Umslopogaas trató cariñosamente a Zinita, aunque me pareció que con cierta frialdad. Al principio Zinita le habló con acento dulce, pero cuando se enteró de lo que había pasado, cambió de actitud y comenzó a mirarme con recelo y hasta con odio.
—¡Ya ves lo que has conseguido por hacerle caso a ese tonto! —dijo a Umslopogaas, mientras me señalaba con su índice—. ¡Has dejado la mitad de tu regimiento en el pueblo de los halakazis, y a cambio has traído unas pocas cabezas de ganado inferior y mujeres y niños a los que tendremos que alimentar nosotros mismos!
»Pero eso no es todo. Según parece, fuiste a capturar una muchacha para entregársela a Dingaan. Ahora me dices que es tu hermana. Pues bien, ¿no es un rey suficientemente digno de tu hermana? Trataste de engañar a Dingaan y sólo conseguiste engañarte a ti mismo. ¡Matas a un hombre delante del rey de los zulúes y escapas trayendo contigo a este viejo tonto! ¡Esta estupidez de tu parte nos va a costar la vida a todos! ¡Wow! Verdugo, deberías conformarte con gobernar sobre lo que tienes y no dejar que los demás piensen por ti.
Aunque Zinita decía en parte la verdad, no sabía controlar su enojo. Umslopogaas y yo permanecimos silenciosos, aunque el muchacho apenas podía contener su ira.
—¡Basta, mujer! —dije por fin—. ¡No hables mal de quienes saben mucho más que tú porque nacieron antes!
—¡No hables mal de mi padre! —terció Umslopogaas—, porque, aunque no lo sabía, este hombre es Mopo, mi padre.
—Entonces, entre las gentes del Pueblo del Hacha hay uno que tiene un tonto por padre —contestó Zinita con insolencia.
—Y también hay un hombre en esta aldea que tiene una mujer gruñona —le dijo Umslopogaas—. ¡Vete, Zinita! ¡Y escucha mi advertencia: si vuelves a hablar mal de mi padre te arrojaré para siempre de esta aldea! Ya te he aguantado demasiadas impertinencias.
—¡Me voy! Pero no olvides que yo te ayudé a ganar la posición que ahora ocupas.
—Fueron mis propias manos las que lograron esa posición —le recordó Umslopogaas. Luego se volvió hacia mí y añadió—: Es una pena estar casado con una mujer semejante, mi padre.
—Sí, es una pena, hijo mío, pero ésta es una de las tantas cargas que debe sobrellevar el hombre. Trata de aprender algo, Umslopogaas, y ten el menor trato posible con las mujeres.
¡Ojalá hubiese hecho caso a este consejo, porque fue el amor a las mujeres lo que terminó por perder a Umslopogaas!
Sí, porque una mujer le traicionó y tuvo que abandonar estas tierras y marcharse al norte, donde vagará sin hogar y sin descanso durante el resto de sus días. La miserable hizo aparecer a Umslopogaas como asesino de Lousta, su hermano por la sangre, como Galazi. No me explico cómo el muchacho, tan valiente y audaz para la lucha, se mostró tan débil ante las mujeres, lo mismo que su tío Dingaan. Por esta causa ya nunca más le tendré a mi lado.
Cuando quedamos a solas en el interior de su choza, me pareció oír un ruido en el techo de la misma, pero pensé que debía de tratarse de alguna rata.
Con ansiedad mal reprimida le dije:
—Ha llegado el momento de que te confíe un secreto que nadie más que tú debe conocer; un secreto que yo he guardado celosamente desde el día de tu nacimiento.
—¡Habla, mi padre!
Me deslicé hasta la puerta de la choza y miré hacia el exterior. La noche estaba muy oscura y no pude ver ni oír nada; pero, para tomar todas las precauciones posibles, di una vuelta alrededor de la vivienda. Cuando alguien tiene que revelar un secreto tan importante como el mío, todas las precauciones son pocas. Pero me olvidé de mirar el techo de la choza; no sé cómo cometí un error tan imperdonable. De lo contrario, habría descubierto a Zinita, que se había encaramado sobre la vivienda y que se ocultaba entre las sombras, dispuesta a no perderse detalle de lo que habláramos en el interior. Por supuesto, el escuchar a escondidas y desde un techo es el peor de los presagios, pero no hay nada capaz de detener a una mujer curiosa, mi padre.
Por eso, sin sospechar que la muerte nos acechaba en la forma de una mujer, regresé a la choza y me dispuse a revelar mi secreto a Umslopogaas.
—¡Escucha! —le dije—. Tú no eres hijo mío, Umslopogaas, aunque te he tenido a mi lado desde recién nacido. Tú desciendes de una familia más importante.
—Sin embargo estoy muy contento de tenerte por padre —me interrumpió Umslopogaas—; y tu familia me parece lo suficientemente buena. Dime, ¿de quién soy hijo, entonces?
—Del Elefante, que ya murió. Sí —repetí al ver que el asombro se pintaba en su rostro—; eres hijo de Chaka y de Baleka, mi hermana.
—Pues en ese caso también tenemos cierto parentesco, Mopo, y me alegro mucho de saberlo. ¡Wow! ¡Jamás habría sospechado que era hijo de Silwana y de ese malvado! Quizá por esa razón me gusta la compañía de los lobos, al igual que Galazi. Pero desde ahora te advierto que jamás podré albergar cariño por mi padre o alguno de los de su casa.
—No tienes ninguna razón para quererle, Umslopogaas, ya que él asesinó a tu madre y te habría matado a ti también. Pero eres hijo de Chaka, y no de otro.
—Ya me lo habían dicho hace mucho tiempo, sólo que lo había olvidado.
—¿Quién pudo habértelo dicho si sólo yo conocía ese secreto y ahora acabo de revelártelo?
—Fue Galazi, el Lobo. Él lo supo por boca del Muerto que encontró en la caverna de la Montaña de los Espíritus. Le dijo que se haría hermano de un hombre llamado Umslopogaas o Bulalio, y que era hijo de Chaka, pero ya lo había olvidado.
—No hay duda de que los muertos son muy sabios. Ahora te pido que escuches mi historia.
Entonces le conté todo lo que había sucedido desde el momento en que nació, y el muchacho no pudo menos que llorar amargamente por la suerte corrida por su madre, mi hermana Baleka. De pronto una idea desplazó a todas las demás. Con voz ansiosa me dijo:
—Si soy hijo de Chaka y Baleka, entonces Nada, tu hija, no es hermana mía.
—No, Umslopogaas, es solamente tu prima.
—Sí, somos de la misma sangre, pero eso ya no podrá mantenernos alejados —comentó con una sonrisa de alegría.
Le interrogué con la mirada.
—Pareces asombrado, tío; sin embargo te diré que me alegro tanto porque ahora podré casarme con Nada, si es que todavía vive. Jamás quise a ninguna mujer como quiero a Nada.
Apenas acababa de pronunciar esas palabras cuando me pareció oír otra vez un ruido leve en el techo.
—Cásate con ella, Umslopogaas, si ése es tu deseo —le dije—; sin embargo, me parece que Zinita, tu Inkosikasi, tendrá algo que decir al respecto.
—Zinita es mi primera esposa, pero no puede impedirme que tome otras, siguiendo las costumbres del país.
—La costumbre es buena, pero a veces ha causado no pocos inconvenientes —le dije—. Además, Nada todavía no ha llegado a la aldea y no sabemos si estará con vida siquiera. Lo más importante ahora es tratar de conquistar el trono de Zululand, que te pertenece por derecho.
—¿Y cómo lo lograremos?
—De la siguiente manera: muchos de mis amigos, jefes de tribus pequeñas, odian a Dingaan. Si ellos supiesen que vive un hijo de Chaka, estoy seguro de que te apoyarían para derrocar a tu tío. Por otra parte, todos los soldados veneran el nombre de Chaka, porque si bien fue cruel como pocos, también fue valiente y osado en la pelea como ninguno, además de generoso. Por eso no vacilarán en engrosar las filas de su hijo. Lo difícil será convencerles de que tu padre fue realmente Chaka, ya que no contamos con más pruebas que mi testimonio. Sin embargo, estoy dispuesto a probar fortuna.
—Quizá valga la pena intentarlo, y quizá no, tío —me dijo Umslopogaas—. Sólo sé que preferiría tener a Nada a mi lado esta misma noche a que todos los jefes de la tierra me proclamen su rey.
—Deberás pensar de otra manera, Umslopogaas. De momento has de mandar varios espías hasta Umgugundhlovu para estar al tanto de los planes de Dingaan y no dejarnos sorprender si se decide a mandar su ejército contra nosotros.
»Quizá no lo haga, porque debe de estar ocupado en la lucha contra los Amaboona, que están lo suficientemente pertrechados de fusiles como para resistir largo tiempo. Todavía debo hacerte otra recomendación: no cuentes a nadie la verdad sobre tu nacimiento, y menos a tu esposa Zinita.
—No te preocupes, tío; sé guardar un secreto.
Cuando Umslopogaas se marchó poco después en dirección a la choza de Zinita, su Inkosikasi, la encontró envuelta entre mantas y, al parecer, dormida.
Como el muchacho hizo ruido, simuló despertar y le dijo con voz soñolienta:
—¡Salud, esposo mío! Acabo de tener un sueño curioso referente a ti. Soñé que todos los regimientos zulúes te saludaban con el Bayéte, llamándote su rey.
Umslopogaas la miró con recelo, ya que no sabía si Zinita había descubierto algo o si, en realidad, había tenido una revelación en su sueño.
—Esos sueños son peligrosos —le dijo—, y los que los tienen y son inteligentes jamás los repiten a nadie.
Después de esa noche comencé a poner mi plan en marcha. Para ello mandé algunos espías a la aldea de Dingaan, y así pude estar al tanto de lo que sucedía en ella.
Al principio el rey de los zulúes pensó en reunir uno de sus regimientos para atacar al Pueblo del Hacha y borrarlo para siempre de la faz de la tierra; pero después se enteró de que había perdido gran cantidad de guerreros en las luchas contra los bóers y que no menos de quinientos jinetes blancos avanzaban hacia Umgugundhlovu a fin de vengar el asesinato de sus compañeros.
Por tanto Dingaan tuvo que mandar ese regimiento a combatir contra los jinetes bóers, y si bien resultaron vencedores, por el momento gozamos de relativa paz.
Pero los zulúes también derrotaron a los Amaboona&c Natal gracias a la traición del guía Bogoza, que los condujo a una trampa. Tampoco tuvieron mejor suerte los ingleses que trataron de vencer a los zulúes a orillas del bajo Tugela.
Mientras tanto, con la ayuda de varios brujos, preparé el terreno propicio en los dominios de varios jefes de importancia secundaria, a quienes les fue manifestado, por medio de sesiones de magia y otros recursos similares, que no tardaría en presentarse delante de ellos un hombre que les haría una gran revelación. Todos creyeron la profecía a pies juntillas; pero, a pesar de ello mi tarea no era sencilla, ya que todos estos jefes vivían en regiones muy distantes unas de las otras.
Muchos días pasaron desde nuestra llegada a la Montaña de los Espíritus. Umslopogaas ya no discutía con Zinita, pero ésta vigilaba cada uno de sus movimientos, dándose cuenta de que el muchacho esperaba con impaciencia la llegada de Nada, que no aparecía.
Pero por fin Nada llegó a la aldea.