Umslopogaas se dirigió a sus soldados, diciéndoles:
—Nos quedan muy pocas horas de luz, pero deberán bastarnos para terminar de derrotar a estos miserables. ¡Adelante! Nuestro compañero Galazi nos indicará la mejor forma de llegar hasta la madriguera donde se ocultan.
Galazi se puso a la cabeza del regimiento y reanudaron la marcha. No tardaron en llegar a un gran espacio abierto, con una fuente en medio, donde se encontraban gran cantidad de cabezas de ganado. Entonces se desvió hacia la izquierda, conduciéndoles al corazón mismo de la montaña, a la que se penetraba por la boca ancha de una caverna excavada en la pared de dura roca.
—Aquí podremos abastecernos de antorchas para iluminar nuestro camino —indicó Galazi, señalando una pila de antorchas que se encontraban próximas a la entrada de la caverna y que fueron encendidas en un fuego que ardía también en las inmediaciones.
Después penetraron por la boca de la caverna, sosteniendo en una mano la antorcha por encima de la cabeza para iluminar mejor el camino, y en la otra la lanza para defenderse de cualquier ataque imprevisto.
No tardaron en hacer buen uso de ellas, ya que tuvieron que enfrentarse con los restos de la guardia halakazi, a la que no tardaron en vencer, ya que sus enemigos habían perdido los deseos de combatir. El triunfo de los zulúes fue aplastante, mi padre, y puedo decirte que desde el día en que Bulalio los derrotó, no han podido recuperar el poderío de que gozaron en épocas anteriores.
Umslopogaas no tardó en darse cuenta de que sólo quedaba un puñado de enemigos en un rincón de la caverna, que rodeaban a algo o a alguien para protegerlo. Acompañado por Galazi y otros guerreros se abalanzó sobre ellos. Cuando mataron a casi todos, Umslopogaas descubrió que uno se cubría con un enorme escudo, mientras procuraba mantenerse alejado de la lucha.
—¡Cobarde! —le gritó, al tiempo que le descargaba un fuerte golpe con el hacha. Pero el escudo era más resistente de lo que suponía, y no se partió a pesar del terrible impacto. Cuando ya se disponía a repetir el ataque, oyó una voz muy dulce que le decía:
—¡Soldado, no me mates! ¿Por qué estás enfadado conmigo?
El sonido de esa voz despertó recuerdos adormecidos en el cerebro de Umslopogaas, recuerdos que se remontaban a la época de su niñez, y por eso dejó caer el hacha, sin intentar descargar un nuevo golpe. Adelantó el brazo que sostenía la antorcha para contemplar el rostro de la persona que se amparaba detrás del escudo. Las ropas que cubrían su cuerpo eran masculinas, pero sus formas no eran las de un hombre, ¡no!, sino las de una agraciada joven.
La muchacha bajó el escudo, mostrando el rostro a la luz vacilante de la antorcha.
Umslopogaas dejó escapar un murmullo de admiración, porque vio dos ojos que brillaban como estrellas, un cabello ensortijado que caía hasta los hombros y un cutis terso, claro, sin parangón en ninguna otra mujer de su raza, por hermosa que fuese.
Por su parte la muchacha contempló con admiración no exenta de miedo al guerrero fuerte y alto, cubierto de la sangre de sus enemigos vencidos y de algunas heridas que había recibido en la lucha.
—¿Cómo te llamas tú, que eres tan hermosa? —preguntó por fin Umslopogaas.
—Ahora me llamo Lirio, pero hace años tenía otro nombre. Me llamaba Nada y mi padre era Mopo; pero cuando murió no me importó cambiar de nombre, ya que el antiguo fue enterrado con él. Y ahora, ¡mátame de una vez! Cerraré los ojos para no ver caer el filo de tu hacha sobre mi cabeza.
Umslopogaas apenas pudo articular palabra, tal era el asombro que la declaración de la muchacha le había producido. Por fin murmuró:
—¡Mírame, Nada, hija de Mopo! ¡Mírame bien y dime quién soy!
La muchacha le miró una y otra vez. Su rostro reflejaba el asombro propio de quien contempla a un resucitado, a un ser que se creía muerto desde mucho tiempo atrás y que de improviso se presenta más fuerte y lleno de vida que nunca.
—¡Eres Umslopogaas, mi hermano, a quien creía muerto!
Umslopogaas arrojó lejos la antorcha para estrecharla entre sus brazos y besarla una y otra vez con gran ternura.
—¡Ahora me besas y hace un momento estuviste a punto de cortarme la cabeza con tu hacha! —le reprochó Nada—, quiero pedirte algo, hermano mío: que no haya más muertes. Los halakazis han sido derrotados, y no siento la menor compasión por su suerte, ya que eran crueles y hace años mataron a las pobres gentes con las que vivía. Pero me han tratado muy bien y me protegieron contra Dingaan. Por eso te pido que perdones la vida a los que todavía no han sucumbido bajo las armas de tus guerreros.
Umslopogaas dio una orden, evitando que continuara la matanza de enemigos, y después despachó varios mensajeros, portadores del siguiente mensaje:
—Ésta es la orden de Bulalio: «que se dará muerte inmediatamente al que alce un arma contra algún halakazi».
Por supuesto, todos los soldados la acataron, si bien llegó bastante tarde y eran muy pocos los enemigos que aún quedaban con vida.
A estos últimos se les permitió huir hacia otras tierras, excepto a las mujeres y los niños, que fueron puestos en cautividad. Desde entonces se dispersaron por distintas regiones, sin llegar a reunirse para constituir de nuevo una tribu, sin duda porque temían que en ese caso Galazi, el Lobo, se presentaría ante ellos reclamándoles la jefatura que por derecho le correspondía.
Cuando los soldados saciaron su hambre con las provisiones de los halakazis y algunos se apostaron en los lugares más convenientes para vigilar el ganado y evitar ser sorprendidos por enemigos que deseasen intentar la reconquista de lo que hasta horas atrás les pertenecía, Umslopogaas llevó a Nada a un lugar apartado y le pidió que le contara los principales acontecimientos que habían sucedido desde que se separaron.
Nada le contó la historia que ya sabes, mi padre, de los años que vivió junto a su madre, Macropha, en el pequeño pueblo que más tarde fue conquistado por los halakazis, y cómo, con el correr de los días, se esparció la fama de su belleza por todas partes.
Los halakazis le dieron el nombre de Lirio y la trataron con bondad, respetando su deseo de no casarse.
—¿Y por qué no deseas casarte, Nada, hermana mía? —preguntó Umslopogaas—. Ya hace varios años que has pasado la edad en que la mayoría de las muchachas toman esposo.
—No puedo decírtelo —murmuró la joven, doblando la cabeza sobre el pecho—; sólo sé que deseo que me dejen sola.
Umslopogaas meditó unos momentos y luego dijo:
—¿No sabes, Nada, por qué he hecho esta guerra contra los halakazis y destruido su ejército, y por qué me he apoderado de todo su ganado? Te lo diré: he venido a buscarte, a ti, a quien sólo conocía por referencias como la doncella Lirio, para entregarte en calidad de esposa al rey Dingaan. De esta manera me congraciaría con él y creo que no tendré más remedio que llevar a cabo mi plan tal como lo pensé.
Cuando oyó estas palabras, Nada se arrojó sollozando al suelo y, tras rodear las rodillas de Umslopogaas con sus brazos, suplicó:
—¡No permitas semejante crueldad, hermano mío! ¡Antes prefiero que me mates con esa hacha y que destruyas para siempre esta belleza que tan funesta me ha resultado! ¡Ojalá mi escudo no hubiese resistido el golpe de tu arma! Por eso me había puesto las ropas de un hombre, para morir como uno de ellos en la lucha. ¡Que caiga una maldición sobre mí por haber sido débil en el momento decisivo y por haber gritado pidiendo misericordia!
Umslopogaas no pudo menos que conmoverse ante esa súplica y pensó que si entregaba la muchacha al despiadado Dingaan, quizá corriese la misma suerte que Baleka, la hermana de su padre, cuando se convirtió en esposa de Chaka. Sin embargo se atrevió a insistir, diciendo:
—Hay muchas jóvenes que se sentirían felices de poder desposarse con un rey, Nada.
—Pues yo no pienso lo mismo, ¡antes me quitaría la vida con mis propias manos, si llegara a ser necesario!
Umslopogaas se preguntó una vez más por qué Nada aborrecía tanto el matrimonio, pero no encontró respuesta apropiada; tampoco quiso seguir comentando sobre el tema y dijo solamente:
—Entonces, Nada, debes decirme cómo puedo librarme de este compromiso. Debo presentarme ante Dingaan, tal como lo proyectó mi padre Mopo. ¿Qué le diré cuando el soberano me reclame la doncella de la que oyó tantas alabanzas? ¿Qué le diré para que no me mande matar, arrastrado por su ira?
Nada pensó rápidamente la respuesta.
—Le dirás lo siguiente: que Lirio estaba vestida con ropas de hombre y que por tanto fue ultimada en la confusión de la lucha. Ninguno de los tuyos sabe que me has encontrado, porque en la hora del triunfo se preocupan por otras cosas y no por doncellas. Lo que debemos hacer ahora es buscar a la luz de las estrellas el cuerpo de alguna muchacha hermosa, ya que, sin duda, algunas han caído en la refriega, y vestirla con las ropas de uno de los guerreros. Mañana por la mañana la mostrarás de lejos a tus soldados y les dirás que ése es el cadáver de Lirio, que fue muerta por equivocación en el combate. Quizás algunos pensarán que no es tan hermosa, pero lo atribuirán a la muerte, que desfigura los rostros. Todo lo que tienes que hacer después es repetir la misma historia en presencia de Dingaan y te aseguro que él no tendrá más remedio que creerte.
—Pero cuando los guerreros te vean entre las cautivas se darán cuenta de quién eres por tu belleza; no hay otra que pueda igualarte —le recordó Umslopogaas.
—No se darán cuenta porque no me verán, Umslopogaas. Me marcharé esta misma noche, vestida con las ropas de alguna muchacha, y si es preciso ocultaré mi rostro con una manta. ¿Crees que alguno podrá reconocerme en esas condiciones?
—¿Y adonde irás, Nada? ¿No sabes que corres peligro de muerte? Además, ¿debemos separarnos tan pronto, después de estar lejos el uno del otro durante tantos años?
—¿Dónde me dijiste que vivías, hermano? ¿Cerca de la Montaña de los Espíritus, que es muy fácil de reconocer porque aparenta la forma de una bruja sentada en la cima? Es allí, ¿verdad? Dime cómo llegar hasta ella y podremos reunirnos en tu aldea.
Umslopogaas le describió el camino y Nada escuchó atentamente sus explicaciones, tratando de grabarlas en la memoria.
—¡Espléndido! —exclamó—; soy joven y mis piernas son fuertes. Sin duda podré llegar hasta tu aldea, donde no tendrás dificultad en encontrarme una choza en que me pueda esconder.
—Pero no olvides que el camino es largo y que acechan muchos peligros ocultos al que lo recorre en solitario —le recordó Umslopogaas, que al mismo tiempo pensaba en su esposa Zinita que, sin lugar a dudas odiaría a Nada por su belleza, a pesar de que no se trataba más que de su hermana.
—Pero no queda otro recurso y estoy dispuesta a afrontar esos peligros —insistió Nada con valentía.
Entonces Umslopogaas mandó llamar a Galazi, el Lobo, y le contó toda la historia, ya que él era el único hombre en quien podía confiar. El Lobo escuchó atentamente a su hermano de sangre, mientras estudiaba a Nada, encontrándola bellísima a la luz de las estrellas. Por fin dijo que en su opinión la guerra no estaba terminada, ya que delante de ellos brillaba la Estrella de la Muerte, y señaló a la doncella con el índice.
Por supuesto, Umslopogaas se enojó, pero el muchacho afirmó que no retiraría sus palabras, ya que se había limitado a repetir lo que le dictaba el corazón.
Sin embargo se prestó incondicionalmente a apoyar sus planes y los tres se dedicaron a buscar entre los caídos el cuerpo de alguna doncella de regular hermosura. Por fin encontraron una, bastante alta, delgada y de rostro agradable, y Galazi la llevó en brazos hasta la caverna, que no estaba ocupada más que por los cuerpos ensangrentados de los guerreros caídos en la refriega.
—El descanso es dulce —murmuró Nada, contemplando los rostros inmóviles de los muertos.
—Muy pronto lo sabremos —dijo Galazi, y Nada tembló ante la convicción con que pronunció ese presagio sombrío.
Colocaron el cadáver de la joven en el rincón más oscuro de la caverna; lo vistieron con las ropas de un guerrero y pusieron a su lado un escudo y una lanza. Además, como encontraron el cuerpo sin vida de un soldado del Pueblo del Hacha, lo situaron a sus pies.
Después Umslopogaas y Galazi recorrieron las filas de los guerreros, pasando revista, seguidos de cerca por Nada, que ocultaba su rostro detrás de un gran escudo y que llevaba además cierta cantidad de granos, carne seca y otras provisiones.
Por fin llegaron a la boca de la caverna que comunicaba con el exterior y que había sido bloqueada con piedras. Algunos guerreros de Umslopogaas se habían encargado de derribar esas piedras, dejando la salida libre. Por supuesto, en las inmediaciones se hallaban apostados un par de centinelas, pero estaban tan agotados por la lucha y la marcha de ese día que apenas podían tenerse en pie y no prestaron mayor atención a los movimientos de sus jefes, que pudieron salir al exterior junto con Nada, que pasó casi desapercibida.
Cuando se encontraron a cierta distancia, Umslopogaas y Nada se confundieron en un estrecho abrazo de despedida, observados de cerca por los ojos siempre alerta del Lobo. Luego la muchacha se desprendió de los brazos de su hermano y se perdió entre las sombras de la noche. Umslopogaas regresó al lado de Galazi con la cabeza gacha, como quien acaba de perder la razón de su existencia.
—No sé cuando volveremos a reunimos —murmuró.
—Espero que nunca más —le contestó Galazi—, porque estoy seguro de que la hermosura de tu hermana seguirá causando muchas otras muertes. Es la Estrella de la Muerte, y cada vez que brille manchará de sangre los cielos.
Umslopogaas no contestó y se encaminó lentamente de regreso a la caverna.
—¡Cómo! —exclamó uno de los centinelas—. ¡Salieron tres y ahora regresan dos solamente!
—¡Estúpido! —le increpó Umslopogaas—. ¿Te has embriagado de cerveza halakazi o es el sueño el que te hace ver visiones? Salimos dos y dos regresamos. Antes de abandonar la caverna mandé de regreso al campamento al que nos acompañaba.
—Si tú lo dices, es así, mi padre. Salieron dos y son dos los que regresan. ¡Todo sigue sin novedad!