Capítulo 15

LA MUERTE DE LOS VERDUGOS DEL REY

Cuando Umslopogaas oyó estas palabras, apenas pudo contener su indignación y su pena, porque pensó que yo y el resto de su familia habíamos muerto asesinados por orden del rey. Pero supo aparentar calma. Cuando nadie le miraba, se deslizó fuera de la choza. En pocos segundos llegó al río, lo cruzó con gran rapidez y se dirigió a toda carrera hacia la Montaña de los Espíritus. Mientras tanto el capitán de Chaka seguía preguntando a los moradores de la cabaña si no habían visto al joven que buscaba.

El cacique le contestó que sólo conocía a un joven llamado Galazi, el Lobo; pero el capitán dijo que no podía tratarse de la misma persona ya que, según las declaraciones de los demás habitantes de la choza, Galazi vivía desde bastante tiempo atrás en la zona montañosa.

—Hay otro joven —agregó el jefe de familia—; se trata de un forastero alto y fuerte, con ojos relucientes como dagas. Se encuentra en el interior de la choza en estos momentos, sentado en un rincón.

El capitán miró hacia el sitio señalado, pero Umslopogaas ya se había marchado.

—¡El muchacho ha huido! —exclamó el nativo—. ¡Sin embargo no hemos visto salir a nadie! ¡Quizá él también era un mago! Ahora recuerdo que alguien me dijo que son dos los que viven en la montaña y que cazan de noche ayudados por los lobos; pero no sé si será verdad.

—Debería matarte —le dijo el capitán con voz amenazadora—, porque has dejado escapar a ese joven. Sin duda se trataba de Umslopogaas, el hijo de Mopo.

—No es culpa mía; esos jóvenes son magos que aparecen y desaparecen a voluntad. Pero te diré una cosa, capitán: si te propones escalar la Montaña de los Espíritus, deberás ir acompañado solamente por tus soldados, porque nadie de los que viven por los alrededores se atreverá a unirse a tu tropa.

—Nosotros iremos mañana —contestó el capitán—. En la aldea de Chaka nos acostumbramos a no tener miedo a nada. No tememos ni a las bestias salvajes ni a los espíritus malignos, ni a las lanzas enemigas o a la magia; sólo tememos al rey. El sol está por ocultarse; danos albergue por esta noche. Mañana exploraremos la montaña.

Así habló el capitán, mi padre, sin saber que jamás contemplaría otro amanecer.

Mientras tanto, Umslopogaas llegó hasta la selva, de la que ya conocía hasta el más insignificante sendero. La oscuridad era allí absoluta y los lobos rondaban cerca. Umslopogaas aulló, y al poco tiempo se presentó uno de enorme tamaño que respondía al nombre de Garra Mortal. Pero, con gran sorpresa de su parte, el animal se negó a acercarse, a pesar de que lo llamó por su nombre. Entonces Umslopogaas se acordó de que no llevaba la piel de la loba sobre su cuerpo y que por lo tanto el lobo no le había reconocido. De día podía caminar libremente sin ella, pero de noche ya era distinto. Umslopogaas la había dejado para que los hombres de la choza no se dieran cuenta de su amistad con Galazi y porque no pensó que se vería obligado a regresar de inmediato, sino a la mañana siguiente, como era su propósito.

Se dio cuenta de que corría grave peligro. Trató de espantar a Garra Mortal, pero detrás del animal habían aparecido otros compañeros. Comprendió que su única salvación residía en la velocidad de sus piernas y se lanzó a la carrera hacia la cueva donde había dejado a Galazi, seguido tan de cerca por los lobos que en una ocasión uno de ellos le arrancó un trozo de su moochacon los afilados colmillos.

En cuanto llegó a la caverna, obstruyó la entrada con la roca, de manera que los lobos se estrellaron contra ella sin poder entrar.

Umslopogaas se puso la piel de la loba y volvió a salir de inmediato. Entonces los lobos le reconocieron y se marcharon, obedeciendo su mandato.

Una vez que quedó solo, Umslopogaas se sentó a la entrada de la caverna, esperando el regreso de Galazi. Cuando llegó su compañero le puso al tanto de lo sucedido.

—Has corrido un grave peligro, hermano —comentó Galazi—. ¿Qué piensas hacer ahora?

—Nuestros lobos están ansiosos de carne humana —contestó Umslopogaas—. Podemos alimentarlos con los soldados de Chaka que se encuentran en la choza. De esta manera vengaré a Mopo, mi padre, y a todas sus mujeres e hijos. ¿Qué te parece?

Galazi dejó escapar una carcajada.

—Eso será divertido, hermano —comentó—. Estoy cansado de cazar fieras; cacemos hombres esta noche.

—Sí, esta misma noche —aprobó Umslopogaas—. Estoy deseando volver a ver a ese capitán de Chaka. Pero primero comamos y descansemos, porque tenemos mucho tiempo por delante. Más tarde reuniremos a nuestro «ejército».

Después de alimentarse y descansar, los jóvenes abandonaron la caverna, y enseguida Galazi llamó a los lobos, que no tardaron en acudir a la carrera. Galazi caminó entre ellos, palmeándoles el lomo y diciendo:

—Esta noche no cazamos animales, sino hombres. ¡Os encantará la carne humana!

Los lobos aullaron, como si hubiesen entendido, y se sintieron felices ante la perspectiva de una cacería de esa clase. Luego se dividieron como de costumbre: las hembras detrás de Umslopogaas y los machos en pos de Galazi, y comenzaron a bajar silenciosamente en dirección al llano. Cuando llegaron al río, lo cruzaron a nado sin vacilar. A pocos pasos de distancia se levantaba la choza. Galazi y sus lobos se dispersaron a lo largo de la pared norte, mientras Umslopogaas y las lobas custodiaban la parte sur.

Los moradores de la choza habían levantado un cerco protector de zarzas y otras plantas espinosas, por el cual las fieras no tardaron en abrirse paso. Pero los perros, que dormían en las inmediaciones, se despertaron, y al oler a los lobos rompieron a ladrar con furia.

Entonces Galazi y Umslopogaas ya no pudieron contener a los lobos, que se abalanzaron sobre los perros y los despedazaron en pocos segundos. El ruido de la lucha despertó a los soldados de Chaka y demás moradores de la choza, que se pusieron rápidamente de pie, en busca de las armas.

Cuando salieron se encontraron frente a una gran cantidad de lobos de aspecto feroz, capitaneados por un hombre que lucía una piel de esos animales sobre el cuerpo. Entonces dieron gritos de terror y trataron de huir hacia el norte. Pero ¡oh desesperación!, allí les esperaba otra sorpresa desagradable, porque se encontraron frente a otros lobos, y a un muchacho también vestido con una piel.

Algunos se tiraron al suelo, gritando de miedo; otros trataron de abrirse paso para huir; pero la mayoría, y entre ellos estaban los soldados de Chaka, apretaron sus filas y prepararon las armas, dispuestos a vender caras sus vidas.

Los lobos lanzaron aullidos escalofriantes y se abalanzaron sobre ellos. Algunos animales rodaron muertos, atravesados por las lanzas o con las cabezas partidas por las mazas de los soldados, pero eran tan numerosos que no tardaron en arrasar a sus enemigos, agarrándoles en grupos de tres o cuatro de los brazos, piernas y gargantas.

Los soldados que en un momento de desesperación intentaron huir fueron alcanzados muy pronto y despedazados por los feroces animales.

Umslopogaas y Galazi tomaron parte activa en la lucha y mataron muchos enemigos. Cuando ninguno quedó convida, los lobos aullaron con alegría, porque no habían comido desde hacía varios días. Galazi y Umslopogaas llamaron a varios y les ordenaron que registraran la choza, para cerciorarse de que no quedaba nadie con vida. Un hombre alto y fuerte saltó de un rincón oscuro y Umslopogaas no tardó en reconocerle; se trataba del capitán de la tropa de Chaka. Entonces contuvo a los lobos y le dijo:

—¡Salud, capitán del rey! Dime qué es lo que buscas en las inmediaciones de la Bruja de Piedra.

Y señaló la gran mole rocosa que se veía perfectamente a la luz de la luna.

A pesar de haberse escondido, el capitán era un valiente, y por eso contestó con audacia:

—¿Qué te interesa a ti, mago? Tus lobos han matado a todos mis soldados. ¡Deja que terminen conmigo de una vez!

—¡No tengas tanta prisa, capitán! Dime, ¿andas buscando a un joven de la aldea de Chaka, a un hijo de Mopo?

—Sí, buscaba a ese joven, pero me encontré con cientos de malos espíritus —manifestó el aludido, mirando con temor a los lobos que devoraban los cadáveres de sus camaradas.

—¿Es mi rostro parecido al del joven que buscas, capitán? —insistió Umslopogaas, echándose hacia atrás la piel que le cubría en parte el rostro y dándose la vuelta para que los rayos de la luna cayeran directamente sobre su cabeza.

—¡Eres el mismo! —dijo el capitán asombrado.

—¡Sí, estúpido! Oí tus palabras, me enteré de tus propósitos y por eso te ataqué esta noche. Ahora te doy a elegir, pero debes decidir rápido. ¿Prefieres correr para salvarte de los lobos; luchar contra estos cuatro —y señaló a Hocico Gris, Colmillo Negro, Garra Mortal y Sangre, que le mostraron los dientes, amenazadores—, o combatir conmigo y, si me vences, reanudar la lucha con mi compañero, el que posee esa gran maza y que me ayuda a gobernar esta manada de lobos?

—Le temo a los fantasmas, pero no a los hombres —respondió el capitán de inmediato—, aunque sean magos.

—¡Bien! —aprobó Umslopogaas, blandiendo su lanza.

Entonces se lanzaron uno sobre el otro y el choque fue violento. Pero la lanza de Umslopogaas no resistió mucho tiempo y se partió en dos, dejando al joven desarmado. Umslopogaas comenzó a dar saltos para eludir los golpes del adversario y luego emprendió una veloz carrera entre los cuerpos de los soldados que yacían esparcidos por las inmediaciones.

El capitán le seguía de cerca mientras se preguntaba intrigado qué era lo que se proponía hacer el muchacho. Pocos segundos más tarde obtuvo la respuesta, porque Umslopogaas se agachó con rapidez junto a uno de los caídos, y al volver a incorporarse algo brilló en su mano derecha: se trataba de una pequeña hacha.

El capitán se lanzó sobre él, y cuando vio la ocasión le arrojó la lanza. Pero Umslopogaas la partió en el aire, con un certero golpe de su hacha. Luego, sin esperar a que el capitán huyera, clavó el hacha con tanta fuerza sobre el escudo del adversario que la afilada hoja lo atravesó como si fuese de cartón y se hundió profundamente en el pecho del enemigo. Con un grito ronco y los brazos extendidos el capitán cayó de espaldas al suelo y allí permaneció tendido e inmóvil: estaba sin vida.

—¡Ah, de manera que buscabas a un joven para matarlo y resultó que un hacha te eliminó a ti! —gritó Umslopogaas, mirando al caído—. ¡Que duermas mucho tiempo, capitán del rey!

Luego se dirigió a Galazi y le dijo:

—No voy a luchar más con la lanza, mi hermano, sino con un hacha solamente. ¡Pero ésta es muy mala! ¡Mira, el filo se ha mellado por completo a consecuencia del último golpe! Mi mayor deseo es ganar ese hacha de Jikiza de la que tanto me hablaste. Con ella y tu maza seremos invencibles.

—Pero debes dejarlo para otra noche —dijo Galazi—. Ya hemos hecho bastante por hoy. Ahora revisemos el interior de la choza para recoger granos y otros alimentos que podrían hacernos falta. Luego regresaremos a la caverna antes de que amanezca.

Así fue como la hermandad de los lobos terminó con uno de los batallones de Chaka, y ésta fue la primera de muchas matanzas que realizaron con la ayuda de los lobos. Noche tras noche se lanzaban sobre aquellos que aborrecían, y los borraban de la faz de la tierra en contados minutos. La leyenda de los lobos-fantasmas se difundió rápidamente y todos los labios la repetían con terror.

Pero tanto Umslopogaas como Galazi no tardaron en darse cuenta de que los lobos se negaban a acompañarles a ciertos lugares, como la noche en que trataron de caer sobre la aldea de Jikiza, el dueño del hacha tan codiciada. Cuando estuvieron muy próximos, los lobos dieron media vuelta y se alejaron a la carrera, y todos sus esfuerzos por hacerles regresar resultaron inútiles. Entonces Galazi recordó que el muerto le había dicho que los lobos sólo cazaban en las regiones donde antes habían morado bajo la forma humana.

Cuando regresaron a la caverna Umslopogaas se dispuso aidear un plan que le permitiera apoderarse del arma que tanto deseaba poseer.