Capítulo 14

LA HERMANDAD DE LOS LOBOS

Al anochecer del día siguiente, una vez más Umslopogaas y Galazi se acomodaron junto a la hoguera encendida dentro de la caverna, y Galazi retomó el hilo de la narración que había interrumpido la noche anterior:

—Cuando llegué junto a la orilla del río me di cuenta, con gran alegría, de que el nivel de las aguas había descendido un poco, de manera que al atravesarlo podía hacer pie. La corriente era bastante fuerte, pero no lo suficiente para arrastrarme; además, no pasaba de la altura de mi pecho.

»Uno de los nativos, que se encontraba en la orilla opuesta, me sorprendió, y sin duda debió asustarse de mi aspecto singular: con un muerto sobre las espaldas y la piel de un lobo gigantesco alrededor de mi cuerpo, porque se alejó gritando:

»—¡Aquí se acerca uno que atraviesa el río sobre el lomo de un lobo!

»De modo que cuando me dirigí hacia la choza de la anciana ya todos sus moradores, con excepción de la vieja que no podía moverse con rapidez debido a su edad avanzada, me esperaban por el camino.

»Cuando se dieron cuenta de que lo que traía sobre los hombros era un cadáver se alejaron temerosos. No me atreví a dirigirles ninguna clase de reproches y me limité a seguir caminando en silencio, hasta que me detuve junto a la choza de la madre del desdichado. La anciana se encontraba sentada en el sitio de costumbre. Cuando levantó la cabeza y se dio cuenta de la actitud hostil de los demás hacia mí, les gritó:

»—¿Por qué os alejáis del recién llegado como si estuviese embrujado?

»Pero nadie hizo caso a sus palabras y siguieron retrocediendo. Los pequeños se asían atemorizados a las faldas de sus madres, y éstas a su vez se amparaban detrás de los hombres, que se apretaban unos a otros como un regimiento de soldados.

»Por fin se detuvieron junto al cerco que rodeaba la choza. Sin prestarles atención me detuve junto a la anciana y, depositando con cuidado mi carga a sus pies, le dije:

»—Mujer, ¡aquí te traigo a tu hijo! Lo he rescatado de las garras de los fantasmas después de muchas dificultades. Sólo le falta un pie, que no pude encontrar. Entiérralo pronto, porque ya me he cansado de su compañía.

»La anciana miró con fijeza lo que acababa de depositar a sus pies. Luego estiró una mano temblorosa y cubierta de arrugas y le quitó las tiras de cuero que tenía alrededor de los ojos. De inmediato dejó escapar un grito desgarrador y sollozó:

»—¡Es mi hijo, el mismo que no veía desde hace más de veinte años! ¡Bienvenido, hijo mío, bienvenido! Ahora descansarás tranquilo, y yo contigo, ¡yo contigo!

»La anciana se puso de pie, gritando y lamentándose. De pronto una saliva espesa brotó de sus labios y cayó muerta sobre el cadáver de su hijo.

»El silencio más absoluto reinó durante largo rato, porque todos estaban tan atemorizados y sorprendidos que nadie se atrevía a pronunciar una sola palabra. Por fin se oyó una voz que preguntaba:

»—¿Cómo te llamas, extranjero, que te atreviste a rescatar el cadáver de entre los fantasmas?

»—Me llamo Galazi— contestó.

»—No. ¡Lobo es tu nombre! ¡Mirad la cabeza de lobo que se asienta sobre sus cabellos!

»—Mi nombre es Galazi, pero si queréis apodarme Lobo, desde este momento mi nombre será Galazi, el Lobo— respondí.

»—Me parece que es realmente un lobo. ¡Mirad sus dientes! ¡No es un hombre, hermanos, es una fiera!

»—No es ni hombre ni lobo— terció otra voz; —¡es un mago! ¡Nadie sino un mago pudo haber rescatado ese cadáver!

»—¡Sí, sí! Es un lobo, es un mago— gritaron todos. —¡Matémosle! ¡Matemos al mago con apariencia de lobo antes de que nos mande a los espíritus para atacarnos!

»Y todos se abalanzaron sobre mí en actitud hostil.

»—¡Sí, soy realmente un lobo!— dije entonces enfurecido. —¡Y también soy un mago! ¡Y volveré con los lobos y los espíritus para acabar con todos vosotros!

»Dichas estas palabras me di la vuelta y me alejé corriendo con tanta rapidez que no pudieron darme alcance. En mi carrera me encontré con una niña que llevaba una canasta llena de mazorcas tiernas en la cabeza y un cabrito muerto entre los brazos. Dejé escapar un aullido como de lobo para asustarla y le quité la canasta y el cabrito, reanudando de inmediato mi huida.

»Crucé el río una vez más y pasé esa noche escondido entre rocas, alimentándome con las mazorcas tiernas y la carne del cabrito.

»A la mañana siguiente me encaminé hacia la selva, y una vez en ella aullé como un lobo. Los lobos me reconocieron y me contestaron, unos desde cerca, otros desde más lejos. Enseguida oí el ruido de sus pisadas y no tardé en verme rodeado por gran número de ellos. Cuando me pareció que todos estaban presentes los conté: sumaban trescientos sesenta y tres.

»Después regresé a esta cueva, Umslopogaas, en la que he vivido desde hace ya muchos días, convertido en un hombre-lobo. Las fieras me ayudan a cazar cada vez que así lo deseo y me basta aullar para que me sigan a todas partes. Si estás fuerte y no tienes miedo, esta misma noche te podré brindar un espectáculo impresionante.

Umslopogaas se puso de pie, dejando escapar al mismo tiempo una carcajada. Luego dijo con tono despectivo:

—No soy más que un muchacho y no tengo todavía la fuerza de un hombre; sin embargo jamás existió guerrero, bruja, león o espíritu maligno al que le haya vuelto la espalda. ¡Vamos a ver ese ejército tuyo que anda a cuatro patas y tiene dientes afilados en lugar de lanzas!

—Primero debes envolverte en la piel de la loba, Umslopogaas —advirtió Galazi—, porque de lo contrario las fieras te despedazarían antes de que pudieras contar hasta dos. ¡Atala debajo de tus brazos y alrededor del cuello, y trata de asegurarla bien, porque si se te llega a caer no respondo de tu vida!

Umslopogaas la ató cuidadosamente con tiras de cuero, se acomodó la cabeza de la loba sobre sus cabellos y tomó por precaución una lanza. Galazi también se envolvió con la piel de lobo y los dos abandonaron la caverna.

A la luz de la luna Umslopogaas pudo darse cuenta de la transformación que acababa de operarse en su nuevo amigo al colocarse la piel de la fiera: sus ojos se tornaron crueles y parecían despedir llamas, sus dientes crujían apretados por las poderosas mandíbulas y sus movimientos se hicieron elásticos como los de un animal carnicero.

En un momento dado, Galazi levantó la cabeza y dejó escapar un penetrante aullido. Por tres veces repitió el grito, cada vez más fuerte. Poco después, desde lo alto de las rocas y desde lo profundo del valle, desde el norte, sur, este y oeste, se oyeron las respuestas de los lobos, cada vez más próximos. Después se oyeron los ruidos de las pisadas de cientos de patas y al poco rato Galazi se vio rodeado de una enorme cantidad de animales que se restregaban cariñosos contra sus piernas, como si se tratara de perros mansos. Pero Galazi retribuía esas caricias con golpes de su Guardiana.

En un momento dado los lobos advirtieron la presencia de Umslopogaas y se acercaron a él con las fauces abiertas, dispuestos al ataque.

—¡Quédate quieto y no tengas miedo! —le gritó Galazi.

—Siempre me han gustado los perros, ¿por qué crees que ahora voy a tenerles miedo a éstos? —fue la respuesta.

Pero, a pesar de que había dicho estas palabras con despreocupación, su corazón rebosaba de miedo, porque la actitud de los lobos no podía ser más amenazadora.

En pocos segundos se vio rodeado por esas fieras que le olfateaban sin dejar de enseñarle los agudos dientes. Pero no sufrió el menor daño; por el contrario, cuando los lobos reconocieron la piel que llevaba puesta, se tiraron a sus pies en actitud humilde. Entonces pudo estudiarlos a sus anchas. Se trataba de animales enormes, de apariencia feroz y espeso pelaje. Al mirar a sus ojos rojos sintió una extraña impresión, como si él mismo se sintiese identificado con esos animales, y, levantando la cabeza, dejó escapar un fuerte aullido, que fue contestado por los animales que le rodeaban.

—¡Ya está toda la manada, vayamos a cazar! —dijo Galazi—. ¡Prepárate para correr, amigo, porque pocas veces avanzarás más rápido que esta noche! ¡Vamos Colmillo Negro! ¡Vamos Hocico Gris! ¡Vamos, vamos!

Al decir estas palabras se lanzó a la carrera, seguido de cerca por Umslopogaas y por toda la manada, que corría a su alrededor. Así bajaron corriendo la pendiente rocosa, saltando para eludir las piedras con la agilidad de gamos.

Cuando llegaron a los límites de la selva Galazi se detuvo, con la maza en alto, y todos los lobos interrumpieron también la carrera, amontonándose a su alrededor.

—¡Huelo una presa! —dijo—. ¡A ella!

Entonces los lobos se internaron entre los árboles, mientras Galazi y Umslopogaas se quedaban a la expectativa. Luego oyeron el ruido de ramas al ser pisadas y, de repente, ¡surgió delante de ellos la figura de un búfalo colosal, que se preparaba para el ataque con la cabeza gacha!

—Este animal nos proporcionará una excelente cacería, hermano. ¡Míralo, es fuerte y ágil! ¡Ah, su carne debe ser tierna y sabrosa! —comentó Galazi.

En ese momento uno de los lobos saltó sobre el búfalo. Éste se dio a la fuga, y detrás de él se lanzaron Galazi, Umslopogaas y la manada, haciendo temblar el suelo bajo sus pies.

Umslopogaas se sentía tan emocionado con esa cacería primitiva que por momentos pensaba que él también se había transformado en un enorme lobo. Sus pies corrían con más rapidez que nunca y no tardó en dejar atrás a todas las fieras, con un solo objetivo en su cabeza: cobrar la presa.

Galazi se dio cuenta de que el búfalo pensaba refugiarse en la espesura de la selva y gritó una orden a sus lobos, que partieron con la velocidad de un rayo, hasta colocarse delante del cuadrúpedo, obligándole a torcer el rumbo en dirección a la pendiente de la montaña.

El búfalo redobló sus esfuerzos, pero era perseguido implacablemente por los lobos, que le rodeaban por los flancos y la espalda. Así llegó hasta la explanada que se abría delante de la caverna, y allí logró sacar ventaja a los lobos porque el terreno era llano. Galazi, que se había dado cuenta de la velocidad de Umslopogaas, le dijo:

—No pareces haber estado enfermo a juzgar por la rapidez de tus piernas. ¡Vamos a ver si eres capaz de derrotarme en la carrera! ¿Quién tomará la presa primero?

El búfalo les llevaba bastante de ventaja. Umslopogaas calculó la distancia y aceptó el desafío de su nuevo amigo.

Entonces se lanzaron a una carrera enloquecida. Umslopogaas se dio cuenta de que Galazi no se despegaba de su lado, mientras que la mole del búfalo se agrandaba más y más delante de sus ojos. Redobló sus esfuerzos, cerrando los ojos en un deseo de concentrar su atención en la carrera, y cuando volvió a abrirlos se encontró solo, a escasísima distancia de la presa codiciada.

Con un salto felino se instaló sobre el lomo del búfalo, de la misma manera que vosotros, los blancos, os montáis a un caballo. Luego levantó la mano que apretaba la lanza y la hundió con un golpe certero en el cuello del animal, interesándole la espina dorsal. El búfalo dio un salto de agonía y cayó como fulminado por un rayo.

En ese momento Galazi llegó a su lado.

—¿Quién es más rápido, Galazi? —preguntó Umslopogaas con voz de triunfo—. ¿Tú, tus lobos o yo?

—Tú eres el más rápido, Umslopogaas —contestó Galazi, respirando hondo para recuperar el aliento—. Nunca conocí hombre alguno que corriera más rápido, ni creo que exista tampoco.

Los lobos se lanzaron sobre el búfalo y lo habrían destrozado si Galazi no los hubiese alejado a golpes. Después de descansar unos momentos, el hombre-lobo dijo:

—Cortemos la carne del animal con la lanza.

Después de quitarle la mejor parte, Galazi hizo un ademán y los lobos se lanzaron sobre lo que quedaba, peleándose con furia para arrebatar un trozo de comida. En poco tiempo no quedaba nada, a excepción de los huesos grandes, ya que los lobos se comieron hasta los más pequeños.

Entonces Galazi y Umslopogaas regresaron a la cueva a descansar.

Al día siguiente Umslopogaas le contó su historia y Galazi le pidió que se quedase a vivir con él, gobernando juntos a los lobos. Pero Umslopogaas le contestó que se proponía partir en busca de su hermana Nada, a la que no podía olvidar.

—¿Y dónde se encuentra Nada? —le preguntó Galazi.

—Duerme en las chozas de su gente, Galazi, porque se refugió entre los halakazi.

—Entonces quédate un tiempo conmigo, Umslopogaas, hasta que seamos hombres, y después partiremos juntos a rescatar a tu hermana de los halakazi.

El deseo de compartir durante un tiempo esa vida salvaje se había adentrado en el corazón de Umslopogaas, y por eso aceptó sin vacilar.

A la mañana siguiente se hicieron hermanos de sangre ante toda la manada de lobos, que aullaron lúgubremente al sentir olor a sangre humana.

Desde ese momento fueron absolutamente iguales y los lobos acudían tanto a la llamada de uno como a la del otro. Muchas noches salían a cazar, acompañados por las fieras, y también cruzaban el río, porque las presas escaseaban en la zona montañosa y había que buscarlas en el llano. En esas ocasiones los habitantes de las chozas oían atemorizados los aullidos de los lobos, y al asomarse a la puerta de la vivienda veían a la enorme manada que pasaba a la carrera, capitaneada por dos hombres. Con los corazones rebosantes de miedo se encerraban de inmediato en la choza, si bien debían reconocer que los animales no mataban a ninguna persona, sino que se limitaban a cazar presas chicas, y a veces hasta leones y elefantes.

Una noche Umslopogaas soñó con Nada y se entristeció hasta tal punto por estar lejos de ella que se propuso averiguar qué había sido de su hermana, de mí, al que creía su padre, y de su presunta madre.

Se vistió con otras ropas, y, después de dejar a su compañero en la caverna, bajó hasta la choza en que moraba la anciana, diciendo que era hijo de un jefe de una aldea distante y que buscaba esposa. Algunos desconfiaron al ver el brillo salvaje de sus ojos, y hasta se preguntaron si no sería Galazi, el Lobo; pero otros dijeron que se trataba de otra persona, porque habían visto a Galazi y aquel muchacho era muy distinto. Umslopogaas contestó que jamás había oído nada sobre Galazi, y cuando terminó de hablar llegaron a la cabaña no menos de cincuenta guerreros. El muchacho no tardó en reconocerlos: se trataba de una de las muchas compañías de Chaka. Su primer impulso fue tratar de huir, pero su ehlosé le aconsejó sentarse en un rincón apartado para enterarse de lo que sucedía. El cae que, que temblaba de miedo ante los guerreros, preguntó al que los mandaba para qué habían llegado hasta allí.

—Venimos para cumplir una orden inútil del rey Chaka, que se empeña en buscar a un joven llamado Umslopogaas, hijo de Mopo, el doctor del rey. Mopo afirma que el joven murió entre las fauces de un león, pero el rey quiere cerciorarse.

—No sabemos nada sobre ese joven —contestó el jefe de la familia, ya tranquilizado—, pero ¿para qué quiere a ese joven?

—Para matarlo —fue la respuesta.

—Eso todavía está por verse —dijo Umslopogaas para sus adentros.

—¿Y quién es ese Mopo? —insistió el cacique.

—Un malvado a quien el rey condenó a muerte; también le quemó la casa y mató a toda su familia —contestó el capitán.