Capítulo 2

MOPO SE ENCUENTRA EN APUROS

Creo que ahora debo advertirte que a mi madre le sucedió lo que el muchacho Chaka le dijo que deseaba y se murió rápidamente. La herida que recibió en la frente no se cerró, transformándose en un absceso que se agrandó cada vez más hasta que llegó a interesarle el cerebro.

Cuando murió mi madre lloré desconsoladamente, porque la quería mucho y me dolía verla fría e inmóvil y saber que ya no podía contestarme, por más que la llamara a gritos.

Enterraron a mi madre y no tardaron en olvidarla. Yo fui el único que no pudo apartarla de su recuerdo; ni siquiera Baleka se acordaba de ella, porque era muy pequeña cuando murió; en cuanto a mi padre, no tardó en buscarse otra esposa joven y se mostró tan satisfecho como siempre.

Yo era muy desgraciado porque mis hermanos no me querían, ya que era más inteligente que ellos, manejaba mejor el puñal y corría con mucha más velocidad. No tardaron en predisponer a mi padre en contra de mí, y éste comenzó a darme malos tratos.

Pero Baleka me quería mucho y, como ambos estábamos solos, buscaba mi compañía como una planta trepadora busca el tronco del árbol para que le sirva de apoyo. Aunque yo era muy joven ya había aprendido una cosa: que ser sabio equivalía a ser fuerte, porque aunque el que tiene en su poder un puñal puede matar, la mente que dirige una lucha es más fuerte que el brazo que maneja el arma.

Me di cuenta de que los brujos y médicos de la tribu eran muy temidos y respetados, hasta tal punto que aun cuando se enfrentaran desarmados contra diez formidables guerreros, éstos huían despavoridos por temor a sus poderes sobrenaturales.

Por eso decidí convertirme en brujo, para poder matar con una palabra a todos los que odiaba. Hice toda clase de sacrificios para aprender sus secretos; ayuné por espacio de varios días en lugares solitarios y así aprendí muchas cosas, porque no voy a negar que así como hay mentiras en nuestra magia, también hay sabiduría, mi padre, como podrás comprobar después de haber llegado hasta mi choza para preguntarme el paradero de los bueyes que se extraviaron durante la tormenta.

Así se sucedieron los días hasta que cumplí veinte años, edad en la que se me consideraba todo un hombre. Ya sabía dominar todo cuanto podía aprender sobre magia, de manera que me asocié con el jefe de los hechiceros de nuestra tribu, un hombre llamado Noma, que era sumamente inteligente. Era viejo y poseía un solo ojo. Me enseñó otros trucos y aprendí mucho a su lado, pero terminó por sentir celos de mí y me preparó una trampa.

Sucedió que un nativo rico, de una tribu vecina, había perdido una buena cantidad de cabezas de ganado y le ofreció a Noma una recompensa si lograba descubrir dónde se encontraban esos animales. Noma fracasó en su empeño. Entonces el ganadero se enojó y le exigió que le devolviera los regalos que ya le había entregado. Noma no quería renunciar a lo que ya consideraba suyo y se entabló entre ellos una agria discusión. El ganadero le amenazó con matarle y a su vez Noma le advirtió que podía arruinarle con una de sus maldiciones.

—¡Paz! —tercié, porque temía que se derramara sangre—. ¡Paz! Trataré de consultar a mi serpiente, a ver si tengo mejor suerte.

—Tú no eres más que un muchacho —me dijo el ganadero—; ¿cómo puede un joven ser tan sabio?

—Muy pronto lo sabremos —le contesté, apoderándome de los huesos[8].

Con gran prisa los arrojé al suelo. El ganadero se había sentado frente a mí y contestaba mis preguntas. Tú sabes muy bien, mi padre, que a veces nosotros, los brujos, podemos saber ciertas cosas porque nuestros oídos son muy agudos y porque nuestros ehlosés nos las dicen, como en el caso del paradero de las cabezas de ganado que se te extraviaron. En esa ocasión mi serpiente tampoco me defraudó y pude darle al ganadero una descripción completa de cada uno de los animales que componían su rebaño, y hasta determinar sus edades con bastante aproximación. También le dije dónde se encontraban y que uno se había ahogado al caer al río, repitiendo una a una las palabras que me dictaba mi ehlosé.

El nativo se mostró tan satisfecho que dijo que si mis palabras se confirmaban y llegaba a recuperar el ganado perdido, los regalos que había destinado para Noma pasarían a mis manos. Muchos curiosos se habían agrupado a nuestro alrededor y todos aprobaron su decisión con exclamaciones de entusiasmo. Noma era el único que permanecía inmóvil y silencioso y que me miraba con odio. Sabía que acababa de realizar una buena adivinación y se mostraba receloso. Si el ganado era encontrado en el sitio que yo había determinado, desde ese momento todos me considerarían como un gran mago.

Como se había hecho de noche, el ganadero dijo que descansaría en nuestra choza y que con el primer rayo de sol de la madrugada saldría a rescatar su ganado.

Por mi parte me retiré a descansar sin pérdida de tiempo. Horas más tarde desperté al sentir una extraña opresión en el pecho. Traté de incorporarme, pero algo frío rozó mi garganta. Volví a caer de espaldas y traté de horadar las tinieblas con mis ojos. Alcancé a distinguir la entrada de mi choza, por la que penetraban algunos rayos pálidos de la luna, que se recortaba con claridad contra el firmamento oscuro.

Cuando me acostumbré a la oscuridad, vi la cara siniestra del brujo Noma. Se había sentado muy cerca de mí, me miraba con odio con su único ojo y en una de sus manos sujetaba con fuerza un puñal. Fue el roce frío de la hoja de acero la que había sentido momentos antes sobre mi garganta.

—¡Tú traicionas al que te enseñó todo lo que sabes! —susurró a mi oído—; ¡te atreviste a adivinar después de mi fracaso! Muy bien, ahora te mostraré la recompensa que te reservo. Primero te cortaré la lengua, poquito a poco, y le diré a los nuestros que fue obra de los espíritus para que no pudieras mentir nunca más. Después seccionaré tus brazos y piernas, ¡sí!, te dejaré reducido a la condición de un palo. Después te… —y comenzó a acercarse muy lentamente, esgrimiendo el arma.

—¡Piedad! —le dije, porque temía que cumpliera sus propósitos malignos—. ¡Ten piedad de mí y haré todo lo que quieras!

—¿De veras? —inquirió, aproximándose más todavía—. ¿Serías capaz de levantarte, ir en busca del ganado de ese perro y esconderlo en otro lugar? —y me dio el nombre de un valle secreto, cuya existencia conocían muy pocas personas—. Si haces lo que te digo, no sólo te perdonaré la vida sino que te regalaré tres de esas vacas. Pero si te niegas o tratas de traicionarme, ¡juro por el espíritu de mi padre que te mataré!

—Por supuesto que lo haré —le dije—, ¿por qué no confiaste en mí antes? De haber sabido que querías quedarte con ese ganado, jamás habría descubierto su paradero. Sólo lo hice por temor de que ese hombre te despojara de los regalos que ya te había entregado.

—Después de todo no eres tan malvado como creía —murmuró Noma con un gruñido—. Levántate y haz lo que te digo. Puedes estar de regreso dos horas antes del amanecer.

Me puse de pie, sin dejar de pensar un segundo sobre si me sería posible sorprenderle distraído. Pero yo me encontraba desarmado, mientras que él esgrimía un cuchillo; además, si llegaba a atacarle y matarle, todos me considerarían un criminal y como tal sería juzgado.

Por lo tanto, forjé un plan diferente. Iría hasta el lugar donde se encontraba el ganado perdido, pero no lo conduciría hasta ese valle secreto, tal como me había ordenado el brujo; no, lo traería de regreso a la aldea y, delante de todos, denunciaría los propósitos criminales de Noma.

Pero yo era tan joven en esos días que no conocía el corazón de Noma. No había sido brujo durante tantos años sin haber adquirido una astucia casi animal. ¡Sí, era todo un malvado!, astuto como el chacal y sanguinario como un león. Me había llevado a su lado, cuidándome como se cuida a un árbol joven, pero podándome las ramas cruelmente para evitar que creciera demasiado. Y ahora que ya le hacía sombra se proponía arrancarme de raíz.

Me dirigí hacia un rincón de mi choza y me apoderé de un sable pequeño y de mi escudo. Luego me puse en camino, siguiendo el sendero que los rayos de la luna iluminaban débilmente. Me deslicé silencioso como una sombra hasta que me encontré en las afueras de la aldea. Después corrí a toda prisa, cantando al mismo tiempo para darme coraje y ahuyentar los malos espíritus.

Durante más de una hora atravesé la llanura, hasta llegar a los límites de la zona boscosa. Ésta se encontraba muy oscura y tuve que cantar más fuerte que nunca para vencer el pánico que se apoderaba de mí. Por fin encontré un sendero practicable, abierto sin duda por búfalos, y me interné por él. Así llegué a un pequeño claro por donde se filtraban algunos rayos de luna y me arrodillé a descansar un instante y a observar el paisaje que me rodeaba.

¡Ah, mi serpiente no me había mentido! Acababa de descubrir las huellas frescas dejadas por las patas de los animales. Continué mi camino más alegre y llegué a una especie de hondonada por donde pasaba una corriente de regular caudal. No tuve ninguna dificultad en seguir el rastro del ganado porque los helechos y otras plantas tiernas que tapizaban el suelo estaban aplastadas por el peso de sus cuerpos al pisarlas. De esta manera llegué hasta un lago. Era el mismo que mi serpiente me había revelado. Y allí, a orillas del mismo, flotaba el cadáver del buey muerto, tal como lo vi en sueños.

Me adelanté unos pasos y miré a mi alrededor. Mis ojos no tardaron en descubrir, a la luz incierta de la alborada, gran cantidad de cuernos de ganado, semiocultos entre las hierbas altas. Uno de ellos resopló y se sacudió molesto, revelando su posición exacta. En la penumbra me pareció tan gigantesco como un elefante.

Entonces me dediqué a reunirlos; eran diecisiete en total, y los hice avanzar por el sendero que conducía de regreso a la aldea. Amanecía rápidamente y ya hacía una hora que había salido el sol cuando llegué al lugar donde debía desviarme si quería tomar la senda que conducía al valle secreto que Noma me había indicado como escondite. Pero no la seguiría, no. Continuaría mi camino hasta llegar a la aldea y, una vez en ella, expondría los planes de Noma ante todos para que recibiera el castigo merecido.

Como me encontraba muy cansado, me senté un rato para reponer fuerzas. Unos minutos más tarde oí un ruido que me hizo levantar la cabeza. Avanzando en mi dirección descubrí un grupo de hombres entre los que se encontraba Noma, que los conducía, y el dueño del ganado. Me puse de pie, asombrado, preguntándome qué se proponían. Al verme comenzaron a correr, gritando y agitando las lanzas en señal de amenaza.

—¡Allí está! —gritó Noma—. ¡Allí está! ¡Pensar que yo mismo le enseñé todo cuanto sabe! ¿No os decía que se trataba de un ladrón? ¡Sí, conozco tus mentiras, Mopo! ¡Mirad, se proponía robar el ganado! Sabía dónde se encontraba y quería esconderlo en otro sitio para quedarse con él. Sin duda le vendría muy bien para comprarse una esposa.

Y después de decir estas palabras se abalanzó hacia mí esgrimiendo un garrote con el evidente propósito de castigarme. Detrás de él marchaba el enfurecido ganadero.

Comprendí que había sido víctima de un engaño. Mi corazón rebosaba de furia y una cortina roja me nubló la vista. Siempre me sucedía lo mismo cada vez que estaba a punto de entablar combate. No pude gritar más que una sola palabra, pero lo hice con toda la fuerza de mis pulmones:

—¡Mentiroso!

De un salto me planté frente a él. Noma trató de golpearme con el palo, pero protegí mi cabeza con el escudo y descargué un golpe tan feroz sobre su cráneo con mi sable que se lo enterré muy hondo y cayó como fulminado a mis pies.

Con un grito de furia enfrenté esta vez al ganadero. Me tiró su lanza, pero erró. Con un movimiento rápido le descargué un fuerte golpe que no pudo parar con su escudo y que le dio de lleno en la cabeza. Cayó al suelo sin sentido; no sé si perdió la vida en esa ocasión, pero la estructura ósea de su cabeza era tan dura que más me inclino a pensar que sólo perdió momentáneamente el conocimiento.

Los hombres de la aldea que acompañaban al brujo y al ganadero se detuvieron asombrados ante mi destreza, y yo aproveché esa indecisión para huir tan rápido como el viento. Por supuesto, se lanzaron de inmediato en mi persecución, pero ninguno fue capaz de alcanzarme, ya que corría como un gamo que se ve acosado por una jauría.

Poco a poco el ruido de sus pisadas se hizo más y más débil, hasta que los perdí de vista y me encontré solo.