El monstruo me retuvo a su lado.
Le miré la horrible cara y sofoqué un grito.
Los ojos eran como pozos, negros y profundos. ¡Y estaban llenos de minúsculos gusanos!
Aparté la cara para no tener que ver aquellos ojos repugnantes, infestados de bichos.
Pero el monstruo me agarró con más fuerza, estaba pegada a él.
Me echó el aliento fétido y caliente a la cara.
Abrió las fauces.
¡Tenía la boca llena de insectos que le subían y bajaban por la lengua!
Me puse a chillar, traté de escaparme; pero me tenía bien cogida, y no podía moverme.
—¡Suéltame! —grité—. ¡Por favor!
El monstruo respondió con un rugido, lanzándome a la cara otra bocanada de aire caliente.
«Huele a pantano —pensé, mientras seguía tratando de soltarme—. Es un pantano viviente»
Con una mano, empecé a darle puñetazos en un brazo. Casi vomito al notar el musgo. ¡Tenía todo el cuerpo cubierto de una capa de musgo húmedo!
—¡Déjame! —le supliqué—. ¡Por favor, suéltame!
Clark se acercó a ayudarme. Me cogió del brazo y estiró.
—¡Déjala ir! —gritó.
Charley salió disparado de su rincón, le enseñó los colmillos al monstruo, gruñó e hincó los dientes en su pierna peluda.
La bestia dio un respingo y retrocedió un paso, sin soltarme.
Pero Charley no se rindió. Siguió pegado a nosotros y volvió a clavarle los colmillos al monstruo en uno de los pies.
La bestia soltó un rugido, levantó el pie y, de una sola sacudida, envió a Charley a la otra punta del cuarto.
—¡Charley! —grité yo al oír sus gemidos—, ¡Charley!
—¡No le ha pasado nada! —me dijo Clark casi sin aliento, mientras tiraba de mi brazo para liberarme.
El monstruo rugió de nuevo y le dio un manotazo a Clark, que salió despedido contra una pared.
Después, me cogió en brazos y me levantó, hasta poner mi cara a la altura de la suya.
Abrió la boca.
Sacó la repugnante lengua cubierta de bichos.
Y ME LAMIÓ.
Me pasó la lengua áspera y caliente por un brazo.
Y me enseñó los dientes, decidido a arrancarme la mano de un mordisco.