El monstruo se metió el último pedazo de tarta en la boca, y comenzó a lamer el molde de hojalata con su lengua de reptil, hasta que no dejó ni una miga.
—Esto no funciona —le dije a Clark, desanimada—. Le ha encantado.
—¿Y ahora qué hacemos? —me susurró. El pobre se agarraba las rodillas, para que le dejaran de temblar.
De pronto, el monstruo soltó un rugido lastimero.
Lo miré desde debajo de la mesa y vi que tenía los ojos desorbitados. ¡Parecía que fueran a salírsele en cualquier momento!
Empezó a hacer ruidos raros con la garganta, como si lo estuvieran asfixiando.
Se echó las garras al cuello y rugió de nuevo.
Algo empezó a sonar en lo más profundo de sus tripas, y la bestia, después de agarrárselas, se dobló en dos.
Soltó un aullido de sorpresa y dolor, y se derrumbó en el suelo, muerto.
—¡Lo hemos conseguido! —grité encantada—. ¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos matado al monstruo del pantano!
Ayudé a Clark a salir de debajo de la mesa y me quedé mirando al monstruo desde la otra punta de la cocina.
Estaba segura de que estaba muerto, pero no quería acercarme demasiado.
Me fijé en los escamosos párpados que le cubrían los ojos.
Observé el pecho, para comprobar si se movía, si aún respiraba.
Pero estaba inmóvil.
Me lo quedé mirando un rato más. No movió ni un dedo.
—¿Es-está muerto de verdad? —balbuceó mi hermano, mientras lo miraba por encima de mi hombro.
—Sí —le dije. Esta vez estaba segura. Completamente segura.
—¡Lo hemos conseguido! —repetí, dando saltos de alegría—. ¡Hemos matado al monstruo! ¡Hemos matado al monstruo!
Clark se sacó el tebeo del bolsillo de atrás, y se lo tiró con todas sus fuerzas. Criaturas del pantano le dio al monstruo en la cabeza y finalmente cayó al suelo.
—¡Nunca más volveré a leer un tebeo de éstos! ¡Nunca más! —gritó—. ¡Salgamos de aquí!
Charley llevaba un rato rascando la puerta del cuartito. Cuando la abrimos, se puso a dar saltos de alegría y a echársenos encima.
—Ya pasó, hombre —le dije, para calmarlo—. Ya pasó.
—¡Oye, Clark! ¡Creo que aquí hay una puerta! —anuncie, mientras inspeccionaba el cuartito donde habíamos encerrado a Charley—. ¡Una puerta que da al exterior!
Me metí en el minúsculo cuartucho y tropecé con una escoba que había en el suelo.
Traté de ver en la oscuridad.
A mi derecha, había dos palas oxidadas, apoyadas contra la pared, y a mi izquierda, una vieja manguera enrollada.
Enfrente estaba la puerta, que tenía una gran ventana de cristal.
Miré por la ventana y vi que daba al jardín trasero.
El sendero que se internaba por el pantano quedaba justo delante.
«¿Llevará ese sendero al pueblo?», me pregunté. Decidí que valía la pena intentarlo.
—¡Ya casi estamos fuera! —le grité a Clark—. ¡Muy pronto seremos libres!
Giré el pomo de la puerta, pero estaba cerrada por fuera, como todas las demás.
—¡Está cerrada con llave! —expliqué—. Pero no importa. Romperé el cristal y saldremos por la ventana.
Las palas que estaban apoyadas contra la pared eran grandes y pesadas. Con las dos manos, cogí una por el mango y me coloqué junto a la ventana.
La levanté y di un paso atrás para golpear el cristal con más fuerza. El suelo tembló.
Me di la vuelta y oí un rugido.
El rugido del monstruo del pantano.
Todavía estaba vivo.