Contuve la respiración y esperé a que Clark terminara la frase, loca de impaciencia por saber cómo salvarnos.
«No os pasará nada, mientras no abráis la puerta y dejéis al monstruo en libertad.»
—¿Eso es todo? —pregunté con la boca abierta—. ¡Es demasiado tarde para eso! ¡Demasiado tarde! ¿No pone nada más? ¡Tiene que poner algo más!
—Sigue un poquito más —anunció Clark—. «Por favor, por lo que más queráis, manteneos alejados de esa puerta, no la abráis pase lo que pase.»
—¡Demasiado tarde! —grité desesperada—. ¡Es demasiado tarde!
«Si el monstruo se escapa, no tendréis más remedio que encontrar la manera de matarlo.
»Eso es todo, Gretchen —dijo Clark—. No dice nada más. Sólo “tendréis que encontrar la manera de matarlo”.
—¡Rápido! —le ordené—. Abre la otra carta.
Tal vez diga algo más. Seguro que dice algo más.
Clark se disponía a rasgar el otro sobre, cuando volvimos a oír los pasos.
Esta vez, las tremendas pisadas procedían de la planta baja.
Del cuarto de al lado, de la sala.
—¡Rápido, Clark! ¡Ábrelo!
Temblando, Clark trató de rasgar el sobre cerrado, pero se detuvo cuando oímos la respiración del monstruo.
Eran unos resoplidos profundos, imponentes.
Y se acercaban.
Los resoplidos eran cada vez más fuertes. El corazón empezó a latirme a toda velocidad.
—¡Vi… viene a por nosotros! —gritó Clark mientras se metía el sobre en el bolsillo.
—¡Al comedor! —le ordené—. ¡Corramos al comedor!
—¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a matarlo? —preguntó Clark.
—Ya… ¡Ay! —grité. En plena escapada, me había golpeado la rodilla contra la mesa de la cocina.
Me la froté y traté de doblarla, pero me dolía demasiado.
Me di la vuelta.
Y allí estaba el monstruo del pantano.
Estaba en la cocina y venía hacia nosotros, con cara de hambre.