—¡Clark! —le grité impaciente—. ¿Qué es lo que pone?
Por fin, empezó a leerla en voz alta.
«Queridos Gretchen y Clark —comenzó, mientras sostenía el papel entre las manos temblorosas—, lo sentimos mucho, pero hemos tenido que abandonaros. Hace unas semanas, un monstruo del pantano entró en casa. Lo encerramos en la habitación del segundo piso, pero no sabíamos qué hacer con él. Como no teníamos coche, no podíamos ir a buscar un teléfono para pedir ayuda.
»Las últimas semanas hemos vivido aterrorizados. Nos daba miedo dejar que el monstruo saliera de la habitación. Con lo enfadado que estaba, y lo que rugía, seguro que nos habría matado.»
Clark prosiguió con la lectura, y a mí me empezaron a temblar las rodillas.
«No se lo queríamos decir a vuestros padres. Si lo hubiéramos hecho, no os habrían dejado venir. Es que nunca nos visita nadie, y teníamos muchas ganas de veros. Ahora nos damos cuenta de nuestro error. Deberíais haber ido con ellos a Atlanta. Tal vez nos hemos equivocado al dejar que os quedarais.»
—¿Tal vez se equivocaran? ¿Sólo tal vez? —me puse a gritar—. ¿Será posible?
Clark levantó la vista y me miró. Estaba pálido. Hasta las pecas le habían desaparecido.
Estupefacto, reemprendió la lectura.
«Hemos estado alimentando al monstruo todo este tiempo a través de una abertura que vuestro abuelo hizo con una sierra en la puerta del cuarto donde está encerrado. Come mucho cada día, pero no teníamos más remedio que alimentarlo. Nos daba miedo no hacerlo. Sabemos que no está bien dejaros solos. Pero iremos en busca de ayuda y volveremos tan pronto como encontremos a alguien. Alguien que sepa qué hacer con ese horrible monstruo.
»Lo sentimos mucho, chicos. De verdad. Pero teníamos que encerraros en casa, para evitar que salierais solos. El pantano es peligroso»
¿Era una broma?
—¿Que «el pantano es peligroso»? —grité—. ¿Nos dejan aquí dentro con un monstruo, y dicen que «el pantano es peligroso»? Están los dos locos, Clark, completamente locos.
Clark asintió, y siguió leyendo.
«Perdonadnos, chicos. De verdad que lo sentimos. Pero recordad una cosa. No os pasará nada, mientras…»
El monstruo soltó un bramido en los pisos de arriba, y a Clark se le cayó la carta.
Horrorizada, la vi planear hacia el suelo.
Cayó suavemente, se deslizó un par de metros, y desapareció debajo de la nevera.
—¡Cógela, Clark! —grité—. ¡Rápido!
Clark se estiró en el suelo y metió una mano debajo del frigorífico. Pero sólo consiguió rozar el papel con la punta de los dedos y alejarlo aún más.
—¡Para! —le ordené—. ¡Lo estás empujando!
Clark no me escuchó, estiró el brazo de nuevo y alejó la carta un poco más. Cada vez estaba más lejos de su alcance. Finalmente, dejamos de verla.
—¿Qué decía la carta? —le grité, fuera de mí—. ¡Tú eres el que la estaba leyendo! «No nos pasará nada, mientras…» ¿qué?
—N-no lo sé, no me ha dado tiempo de acabar —balbuceó Clark.
Tenía ganas de estrangularlo.
Empecé a dar vueltas por la cocina en busca de algo que nos ayudara a sacar la carta de allí. Pero no pude encontrar nada lo suficientemente largo y delgado. Todo lo que había era demasiado grande.
Clark también empezó a abrir armarios y cajones. El monstruo seguía paseándose sobre nuestras cabezas.
El techo volvió a temblar.
Un plato se cayó de la mesa y se hizo añicos en el suelo de baldosas grises. Mil trozos minúsculos se desperdigaron por toda la habitación.
—¡Oh, no! —gemí. La pintura del techo se estaba agrietando y empezaba a desprenderse—. Me parece que ha bajado al primer piso. Se está acercando.
—Estamos perdidos —dijo Clark—. Nos cogerá, y…
—¡Clark! ¡Tenemos que mover la nevera y descubrir qué dice el final de la carta!
Entre los dos agarramos el frigorífico, y lo empujamos con todas nuestras fuerzas.
Mientras, el monstruo seguía rugiendo, cada vez más ferozmente.
Empujamos todavía con más fuerza, y la nevera empezó a moverse.
Clark se arrodilló, y miró debajo.
—¡Empuja! —me dijo—. ¡Empuja! Ya veo una esquina. ¡Empuja un poco más!
Le di un último empujón a la nevera. Clark cogió el extremo de la carta con dos dedos, estiró de ella y la sacó.
La sacudió un poco, para limpiarla de polvo.
—¡Deja eso y léela! —le ordene—. ¡Léela!
Clark se puso a leer otra vez.
«No os pasará nada, mientras…»