—¡Gretchen! ¡Gretchen!

Clark siguió repitiendo mi nombre, mientras yo cruzaba la sala a toda prisa. Cada vez gritaba más fuerte y parecía más nervioso.

—¡Ya voy! —le respondí—. ¡Aguanta, Clark! ¡Ya voy!

Al pasar junto a un sillón tropecé con el reposapiés y me fui de cabeza contra el suelo.

Clark seguía llamándome, pero su voz sonaba más débil, más distante.

Me había dado un golpe tremendo en la cabeza y me dolía mucho.

Cuando traté de levantarme, la habitación empezó a dar vueltas a mi alrededor.

—¡Greeetchen! ¡Greetchen!

Clark parecía estar desesperado.

—¡Ya voy! —repetí, mareada y confundida.

De pronto, volví a oír al monstruo, que seguía paseándose por la casa, haciéndola temblar.

«Tengo que ayudar a Clark —me dije—. Está en apuros. El monstruo debe de haberlo cogido.»

Crucé como pude el cuarto de estar, en dirección a la cocina.

El monstruo seguía rugiendo, las paredes no dejaban de vibrar.

—¡Aguanta, Clark! —dije con un hilo de voz, incapaz de gritar—. ¡Ya estoy aquí!

Entré en la cocina, tambaleándome.

—¡Gretchen! —exclamó Clark. Estaba de pie, junto a la nevera.

No había nadie más.

—¿Dónde está? —le pregunté nerviosa, mientras recorría la cocina con la vista, en busca del monstruo.

—¿Dónde está quién? —balbuceó Clark.

—¡El monstruo! —grité.

—Arriba —respondió desconcertado—. ¿Por qué has tardado tanto en venir?

—Mira —continuó sin dejarme responder. Me señaló la nevera, y vi dos cartas pegadas a la puerta con imanes.

—¿Y para enseñarme esto armas tanto jaleo? —le acusé indignada—. ¡Casi me mato viniendo hasta aquí! ¡Pensaba que el monstruo te había cogido!

—Son para nosotros. De los abuelos —explicó Clark tembloroso, con las dos cartas en la mano.

Miré los dos sobres. Tenía razón, habían escrito nuestros nombres en la parte de delante y los habían numerado: uno y dos.

—¿Nos han escrito cartas? —pregunté atónita.

Clark rasgó tembloroso el primero y empezó a leer la carta que había dentro.

A toda velocidad, recorrió cada una de las líneas de izquierda a derecha, murmurando sin parar. Yo no podía entender una palabra.

—Déjame leerla —le dije. Traté de quitársela, pero Clark se apartó. Agarró la carta con firmeza y siguió leyéndola.

—Clark, ¿qué pone? —insistí.

No me hizo ni caso. Se subió las gafas, enfrascado en la carta, y siguió murmurando.

Lo observé mientras leía.

Recorrió el papel con la mirada, hasta el final.

Y puso cara de horror.