—¿Cómo han podido hacernos algo así? —me lamenté—. ¿Cómo nos pueden dejar aquí? ¿Por qué nos han encerrado?

El techo retumbó por encima de nuestras cabezas. Tembló tanto, y con tanta fuerza, que los cuadros del salón se cayeron al suelo con gran estrépito.

—¿Qué es eso? —preguntó Clark, con las cejas levantadas.

—¡Es el monstruo! ¡Se acerca! —grité—. ¡Tenemos que largarnos de aquí! ¡Tenemos que pedir ayuda!

Clark y yo volvimos corriendo a la cocina, a la puerta trasera.

Giré el pomo y tiré con todas mis fuerzas, pero también estaba cerrada, cerrada por fuera.

Recorrimos toda la casa.

Comprobamos las puertas laterales, pero todas estaban cerradas con llave desde fuera.

Mientras tanto, los pasos del monstruo seguían tronando sobre nuestras cabezas.

«¿Cómo han podido los abuelos hacernos una cosa así? ¿Cómo? ¿Cómo han podido?»

La pregunta seguía atormentándome, cuando entré en la biblioteca y vi la ventana.

Era la única ventana de la planta baja.

Y nuestra única escapatoria.

Trate de abrirla, pero no se movía.

Golpeé con los puños el marco de madera.

—¡Mira! —dijo Clark, señalando algo al otro lado del sucio cristal—. ¡Fíjate!

Alguien había usado dos clavos oxidados para sellar la ventana. Los habían clavado en el marco desde fuera.

Estábamos atrapados.

«¿Cómo han podido hacernos esto? —seguí repitiéndome de forma obsesiva—. ¿Cómo han podido?»

—¡Tenemos que romper el cristal! —le dije de pronto a Clark—. ¡No nos queda otra salida!

—¡Muy bien! —respondió. Se acercó a la ventana y empezó a pegar puñetazos en el cristal.

—¿Estás loco, o qué? —le grité—. Le has de dar con algo más duro, o…

El ruido de un golpe tremendo, procedente del piso de arriba, me impidió acabar la frase. Al espantoso estruendo, siguió el sonido confuso de un montón de teclas de piano.

—¿Qué-qué está haciendo? —tartamudeó Clark.

—En el piso de arriba hay un piano. ¡Por el ruido, diría que lo está tirando contra las paredes de la habitación!

El suelo, las paredes, el techo de la biblioteca, todo tembló como en un terremoto, mientras el monstruo seguía lanzando el piano contra las paredes de la habitación del segundo piso, una y otra vez.

Un jarrón de porcelana, un plato de cristal y algunos animalitos de vidrio se cayeron de una mesa y se rompieron en pedazos a nuestros pies.

Los libros empezaron a caerse de las estanterías.

Me eché las manos a la cabeza para protegerme.

Clark y yo nos abrazamos, estirados en el suelo, y esperamos a que terminara la avalancha de libros.

A que el monstruo se detuviera.

Allí nos quedamos, abrazados, hasta que la casa quedó en silencio.

Un último libro cayó de una estantería y aterrizó en una mesita que había a mi lado.

—Pásame esa cosa —le pedí a Clark, apuntando con el dedo hacia un pesado candelabro de metal que había junto al libro—. Y échate atrás.

Me acerqué a la ventana y levanté el pesado candelabro, dispuesta a lanzarlo contra el cristal, cuando oí unos gemidos.

Venían del piso de arriba. Era Charley.

—¡Oh, no! —exclamé—. El monstruo ha cogido a Charley.