Lo pensé mejor y aparté la mano de la cerradura. «Tengo que encontrar a Clark —me dije—. Estoy harta de este juego estúpido. Harta de ser la que para.»

De pronto tuve una gran idea.

«Me esconderé, y así será Clark el que acabe parando. Desapareceré hasta que se aburra de esperar, y entonces será él quien vaya en mi búsqueda.

»¡Perfecto! Pero ¿dónde me escondo?»

Inspeccioné las demás habitaciones del segundo piso, con la esperanza de encontrar un buen escondite, pero todas estaban vacías.

Como no encontré ningún buen sitio, decidí volver a la habitación de la pianola. «A lo mejor —pensé—, consigo meterme detrás del piano.»

Traté de apartarlo de la pared, aunque sólo fuera un poco, pero era demasiado pesado. No conseguí moverlo ni un centímetro.

Volví a la habitación cerrada, la de la puerta con la cerradura plateada, y desde allí miré a mi alrededor.

¿Había investigado bien todo el pasillo? ¿No se me habría pasado alguna habitación?

En ese momento la vi.

Había una puerta pequeña, en la pared.

Antes no me había dado cuenta.

Era un montaplatos.

Lo había visto en las películas en las que salían casas grandes y viejas como aquélla. Era un pequeño ascensor que subía platos y comida de un piso a otro. Lo encontraba genial. «¡Un montaplatos! —pensé—. ¡El escondite perfecto!»

Cuando me disponía a meterme dentro, oí un ruido extraño, como de platos rotos.

El estrépito venía de la habitación cerrada.

Pegué una oreja a la puerta de la llave plateada y oí pasos.

«¡Así que aquí es donde estaba escondido! —me dije—. ¡Qué tramposo! Se ha escondido en el único sitio donde no se me hubiera ocurrido buscar. En el cuarto donde nos han prohibido entrar.

»Pues lo siento por ti, Clark —pensé—. ¡Porque te he encontrado!»

Cogí la llave y le di la vuelta. La cerradura se abrió con un agudo chasquido y empujé la puerta.

Dentro, había un monstruo espantoso.