Pegué la espalda a la pared, aguanté la respiración, y escuché.
La sombra desapareció de mi vista.
El sonido de los pasos se apagó.
Todavía con la respiración contenida, avancé lentamente por el sombrío pasillo. Llegué a un recoveco, asomé la cabeza y la vi.
Allí estaba la sombra otra vez. A la tenue luz del pasillo parecía no tener forma.
Siguió alejándose lentamente, pegada a las paredes verdes, cada vez más pequeña a medida que sus pasos se hacían más inaudibles.
Fui tras ella en silencio, sin perder ni un segundo.
La perseguí por todo el pasillo.
«¿De quién será esa sombra? —me pregunté—. ¿Quién más hay aquí?»
Me acerqué más.
La sombra, proyectada en la pared, aumentó otra vez de tamaño.
Yo seguía acortando distancias, el corazón me latía con violencia.
La sombra dobló otra esquina.
Tratando de no hacer ruido, corrí hacia el extremo de la pared, y me detuve en seco.
Quienquiera que fuera, estaba allí mismo, justo al otro lado.
Respiré hondo y doblé la esquina.
Era el abuelo Eddie.
El abuelo Eddie, con una enorme bandeja de tortas de arándano.
«¿Cómo habrá subido? —me pregunté—. Pensaba que lo había visto salir por la cocina.
»Habrá entrado por otra puerta —me dije—. Eso tiene que ser. Esta casa es enorme, probablemente hay un montón de puertas, pasillos y escaleras que todavía no he descubierto.»
Pero ¿qué hacía allí arriba con esa enorme bandeja de tortitas? ¿Adónde se las llevaba?
¡Qué intrigante era todo aquello!
El anciano intentaba mantener la bandeja recta, mientras avanzaba por el pasillo.
«Tengo que seguirle —pensé—. Tengo que averiguar adónde se dirige.»
Continué andando en silencio, aunque ya no me preocupaba tanto hacer ruido. Después de todo, el abuelo estaba sordo como una tapia.
Lo seguí a tan sólo unos metros, pero me detuve en seco, petrificada, cuando lo oí.
Alguien estaba husmeando detrás de mí, husmeaba con frenesí.
«Oh, no. Charley.»
Charley me seguía por el pasillo unos metros más atrás, y husmeaba nervioso nuestros pasos.
Por fin, me vio y se detuvo.
—Buen chico —susurré, tratando de hacerle dar media vuelta—. Vete de aquí. Vete.
Pero echó a correr hacia mí y a ladrar con todas sus fuerzas. Le cogí del collar, mientras él intentaba arrastrarme por el pasillo, hacía donde se encontraba el abuelo.
Lo sujeté firmemente, pero siguió ladrando, con mayor fuerza si cabe.
—¿Rose? —gritó el abuelo Eddie—. ¿Eres tú, Rose?
—Venga, Charley —murmuré—. Vámonos de aquí.
Me llevé a Charley a rastras, y desaparecí con él tras la esquina, antes de que el abuelo me sorprendiera.
Lo empujé hasta mi cuarto y nos escondimos dentro.
Me senté sobre la cama para recuperar el aliento, y enseguida me puse a revolver en el interior de la maleta, en busca de las novelas de misterio de los abuelos.
«¿Qué estaría haciendo el abuelo con esas tortitas?», me pregunté una vez más, mientras bajaba las escaleras a toda velocidad, con los regalos en la mano.
«¿Por qué caminaba tan sigilosamente, como un fantasma?»
Era un misterio que quería resolver. Ojalá me hubiera ocupado de mis propios asuntos…