—¡Charley!… ¿Qué estáis haciendo aquí? —gritó mamá, mientras caminaba hacia nosotros por el claro—. ¡Creía que lo estabais vigilando!
¿Charley?
Me había olvidado completamente de él.
El temible monstruo del pantano resultó ser Charley.
—Os he buscado por todas partes —nos dijo mamá enfadada—. ¿No os hemos dicho que os quedarais cerca del coche? Vuestro padre y yo llevamos horas buscándoos.
—Perdona, mamá —murmuré. No sabía qué decir.
Charley se me echó encima, y me tiró de espaldas contra el lodo.
—¡Fuera, Charley, lárgate! —le grité. Pero tenía las patas sobre mis hombros, y no paraba de lamerme.
Estaba cubierta de barro. De los pies a la cabeza.
—Vamos, chico —dijo Clark, mientras estiraba del collar de Charley—. Estabas asustada, ¿eh, Gretchen? Pensabas que Charley era un monstruo del pantano —añadió, sin poder contener la risa—. Estabas muerta de miedo.
—¿Yo? Qué va, qué va —balbuceé, al tiempo que trataba de limpiarme los tejanos—. Sólo quería asustarte.
—Te morías de miedo. Admítelo —insistió Clark—. Admítelo.
—Yo no tenía miedo —le repliqué, cada vez más enfadada—. ¿Quién era el que me rogaba que volviéramos? —le recordé—. ¡Tú, tú y nadie más que tú!
—¿A qué vienen estos gritos? —preguntó papá—. ¿Y qué estáis haciendo aquí, tan lejos? ¿No os dije que os quedarais cerca del coche?
—Perdón, papá —me disculpé—. Pero nos estábamos aburriendo, sin hacer nada.
—¿«Nos»? ¿Cómo que «nos» estábamos aburriendo? ¡Ha sido todo idea de Gretchen! —protestó Clark—. Era ella la que quería explorar el pantano.
—¡Ya basta! —concluyó nuestro padre—. ¡Todo el mundo al coche!
Clark y yo seguimos discutiendo mientras volvíamos al coche. Charley recorrió la distancia al trote, junto a mí, y me salpicó un poco más de barro en los tejanos.
La rueda ya estaba cambiada, pero ahora papá tenia que conducir el coche de vuelta a la carretera.
Y no era fácil. Cada vez que pisaba el acelerador, las ruedas daban vueltas en el lodo, sin moverse.
Por fin, salimos todos del coche y lo empujamos, para sacarlo de allí. Con lo que mamá y Clark también acabaron cubiertos de barro.
Nos alejamos del puente, y yo seguí observando la oscura y misteriosa marisma, escuchando los sonidos de la noche.
Notas estridentes.
Roncos lamentos.
Chillidos agudos.
Había oído muchas historias y leído viejas leyendas sobre los monstruos de los pantanos.
«¿Es posible que existan? —me pregunté—. ¿Habrá monstruos de verdad en el pantano?»
Poco me podía imaginar que muy pronto daría con la respuesta a tales preguntas. Y que lo haría de la forma más dura.