Capítulo 21

UN VIAJE A TRAVÉS DE LA COLINA

—¡Yo voy contigo! —exclamaron todos a la vez. ¡Cómo si pudiesen permitir que Jorge fuera sola!

Así, pues, descendieron todos juntos por el oscuro túnel, siguiendo a tientas el cordel. Julián lo mantenía entre los dedos y los demás le seguían cogidos de la mano. No convenía que nadie se perdiese.

Al cabo de unos diez minutos, llegaron a la covacha circular donde Hollín y el padre de Jorgina habían pasado la noche anterior. Ahora ya no estaban allí. Como ya sabemos, se encaminaban hacia el pantano.

—¡Fijaos! Deben de haber estado aquí —gritó Julián iluminando el contorno con su linterna—. Hay un banco, unas mantas revueltas y una lámpara volcada. Y ¡mirad!, pedacitos de papel roto. ¡Aquí ha pasado algo!

La rápida fantasía de Jorgina lo reconstruyó en su mente.

—El señor Barling los traería hasta aquí —dijo— y aquí los dejaría. Luego volvió para hacerle alguna proposición a mi padre y éste no la aceptó. Debió de haber algo de pelea y en ella se rompería la lámpara. Espero que a mi padre y a Hollín no les pasaría nada.

Julián estaba triste.

—Y yo espero que no estén vagando por este laberinto de túneles. Ni siquiera Hollín los conoce en una cuarta parte. Me gustaría saber lo que ha ocurrido.

—¡Alguien viene! —dijo de repente Dick—. ¡Apaga la luz, Julián!

Julián apagó la luz que llevaba. Al momento los cuatro se encontraron en la oscuridad. Se apretaron contra la pared de la covacha, escuchando atentamente. Sí…, se oían pasos. Pasos que avanzaban con precaución.

—Parece que sean dos o tres personas —murmuró Dick.

Se acercaban. Los que venían seguían el camino señalado por el cordel.

—Quizá sean el señor Barling y Block —susurró Jorgina—. Deben de venir para tener una nueva conversación con mi padre. ¡Pero él se ha marchado!

Una luz clara centelleó de súbito en la cueva y descubrió a los acurrucados niños. Se oyó una exclamación de asombro.

—¡Cielo santo! ¿Quién hay aquí? ¿Qué es todo esto? Era la voz del señor Barling. Julián se enderezó, parpadeando a causa de la brillante luz.

—Hemos venido en busca de mi tío y de Hollín —dijo—. ¿Dónde están?

—¿No están aquí? —preguntó el señor Barling, que parecía sorprendido—. ¿Se ha marchado ya aquel perrazo tan feroz?

—¿Estaba Tim aquí? —gritó Jorgina con alegría—. ¿Dónde está ahora?

Con el señor Barling había dos hombres más. Uno era Block y el otro el criado. El señor Barling dejó en el suelo la lámpara que llevaba.

—¿Queréis decir que no sabéis dónde están los otros? —preguntó con inquietud—. Si se han ido por su cuenta, nunca regresarán. Ana gritó:

—¡Todo es culpa suya! ¡Es usted un mal hombre!

—¡Cállate, Ana! —dijo Julian—. Señor Barling —añadió, dirigiéndose al contrabandista, que estaba muy enfadado—, mejor será que regrese usted con nosotros y explique las cosas. Ahora el señor Lenoir está hablando con la policía.

—¡Ah!, ¿sí? —exclamó el señor Barling—. Entonces creo que será mejor para todos nosotros que nos quedemos un ratito aquí. Sí, ¡también vosotros! ¡Haré que el señor Lenoir se arrepienta de esto! Os retendré a todos prisioneros y esta vez os ataré de manera que no podáis iros de paseo como los otros. ¿Has traído cuerda, Block?

Block se adelantó con el otro hombre. Primero agarró a Jorgina con brutalidad.

Ella comenzó a gritar con todas sus fuerzas.

—¡Tim! ¡Tim! ¿Dónde estás? ¡Tim, ven, ayúdanos! ¡POR FAVOR, TIM!

Pero Tim no apareció. Pronto la niña estuvo en un rincón, con las manos atadas detrás de la espalda. Luego se dirigieron a Julián.

—¡Está usted loco! —dijo Julián al señor Barling, que estaba de pie sosteniendo la luz—. Ha de estar loco para hacer tales cosas.

—¡Tim! —seguía gritando Jorgina mientras forcejeaba para liberar sus manos—. ¡Tim, Tim, Tim!

Pero Tim no lo oía. Estaba demasiado lejos. Mas de súbito, el perro se sintió intranquilo. Estaba con el padre de Jorgina y con Hollín al borde del pantano e iba a guiarles por el camino seguro que rodeaba la colina. Se detuvo y escuchó. Naturalmente, no oía nada. Sin embargo, el instinto decía a Tim que Jorgina estaba en peligro. Sabía que su amada dueña lo necesitaba.

No se lo decía su oído, ni tampoco su olfato. Pero su corazón le advertía. ¡Jorgina estaba en peligro!

Se dio la vuelta y se fue volando túnel arriba. Siguió él camino por los enredados pasadizos a todo correr.

Y de pronto, en el momento en que Julián, furioso, debía someterse a que sus manos fueran atadas juntas, llegó el perro hecho una furia.

Olía a su enemigo, al señor Barling, y olía también a Block.

—¡Grrrrrrrrr!

—¡Ya vuelve ese terrible perro! —grito Block, y se apartó de Julian—. ¿Dónde está su revólver, Barling?

Pero a Tim no le importaban los revólveres. Se precipitó sobre el señor Barling y lo tumbó en el suelo. Lo mordió en el hombro y el señor Barling lanzó un grito. Luego se arrojó sobre Block y también lo hizo caer. El otro hombre huyó.

—¡Llamad a vuestro perro! ¡Llamadlo, llamadlo, o nos matará! —gritaba el señor Barling debatiéndose. Su hombro le dolía terriblemente. Pero nadie dijo nada. ¡Que Tim hiciera lo que quisiera!

Al cabo de un rato, los tres hombres habían huido por el oscuro túnel, tambaleándose, sin luz e intentando hallar su camino. Pero no encontraron el cordel y se marcharon rodeados por la oscuridad, aterrorizados.

Tim regresó muy satisfecho de sí mismo. Se dirigió a Jorgina y, lloriqueando de alegría, lamió a su dueña de pies a cabeza. Y Jorgina, que nunca lloraba, se extrañaba de notar las lágrimas correr por sus mejillas.

—¡Pero estoy contenta y no triste! —dijo—. ¡Oh, que alguien me desate las manos! ¡No puedo acariciar a Tim!

Dick desató sus manos y las de Julián. Luego todos pasaron un momento delicioso festejando a Tim. ¡Y también Tim celebraba el momento! Gemía y ladraba e iba de uno a otro y les lamía a todos y les daba golpes con su cabeza. Estaba loco de alegría.

—¡Oh! ¡Tim…, qué hermoso es tenerte de nuevo! —exclamó Jorgina, feliz—. Ahora puedes conducirnos hasta los otros. Estoy segura de que tú sabes dónde están mi padre y Hollín.

¡Claro que Tim lo sabía! Se puso en marcha, moviendo su cola, con la mano de Jorgina ceñida a su collar, y los otros detrás, cogidos de la mano.

Llevaban la lámpara y dos linternas, de manera que veían muy bien por donde pisaban. Pero no hubiesen escogido el buen camino si Tim no hubiera estado con ellos. El perro ya lo había explorado antes y su olfato le permitía ir derecho, sin equivocarse.

—Es un perro maravilloso —afirmó Ana—. Creo que es el mejor perro del mundo, Jorgina.

—Claro que lo es —respondió Jorgina, que siempre lo había creído así, ya desde que era cachorro. ¡Querido Tim! ¡Era maravilloso que hubiese llegado corriendo y hubiese saltado sobre Block cuando aquél intentaba atar las manos de Julian!—. ¡Debió darse cuenta de que lo necesitábamos!

—Supongo que nos lleva adonde están tu padre y Hollín —dijo Dick—. Parece estar seguro del camino. Nos dirigimos hacia abajo. Me parece que pronto llegaremos al pantano.

Cuando por fin llegaron al pie de la colina y salieron del túnel entre la niebla, Jorgina dio un grito:

—¡Mirad, allí están mi padre y Hollín!

—¡Tío Quintín! —gritaron Julián, Dick y Ana—. ¡Hollín! ¡Hola, aquí estamos!

Tío Quintín y Hollín se volvieron con gran sorpresa. Dieron un salto y corrieron a reunirse con el perro y los excitados niños.

—¿Cómo habéis llegado hasta aquí? —preguntó el padre de Jorgina, abrazándola—. ¿Es que Tim ha ido en busca vuestra? De repente nos ha abandonado y ha regresado corriendo hacia el túnel.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Hollín a su vez con gran interés, sabiendo que los demás tendrían muchas noticias.

—¡Muchísimas cosas! —contestó Jorgina con la cara radiante.

¡Era tan hermoso estar de nuevo todos reunidos, incluso Tim! Ella, Julián y Dick empezaron a contarlo todo, uno después de otro, y luego su padre relató su parte de la historia, interrumpido de vez en cuando por Hollín.

—Está bien —dijo por fin Julian—. Me parece que deberíamos regresar; si no, la policía mandará sabuesos sobre nuestros pasos. El señor Lenoir se sorprenderá al vernos regresos todos juntos.

—Desearía no ir en pijama —dijo el tío Quintín abrigándose con las mantas—. Pareceré muy raro atravesando las calles así.

—No te preocupes, hay mucha niebla ahora —replicó Jorgina con un ligero escalofrío, porque el aire era muy húmedo—. Tim, condúcenos fuera de este lugar. Estoy segura de que sabes el camino.

Tim nunca había salido del túnel por aquel lado, pero parecía saber lo que tenía que hacer. Se puso en marcha, contorneando el pie de la colina. Los demás le seguían, maravillados al ver cómo Tim sabía hallar un camino seco por donde poder pasar. Con la densa niebla, era casi imposible reconocer por qué sitios se podía andar y qué sitios eran peligrosos. El pantano traidor los rodeaba por todas partes.

—¡Hurra! ¡Ya llegamos a la carretera! —gritó Julián cuando divisaron el camino construido por encima del pantano y que se dirigía hacia lo alto de la colina desde los salobres charcos de lodo. Iban eligiendo su camino con los pies pesados, llenos de barro. Tim intentó dar un gran salto.

Pero, no se sabe cómo, resbaló y cayó en el pantano. Intentaba hallar un lugar seguro y seco, pero no podía. Gemía tristemente.

—¡Tim! ¡Mirad, está en el barro…! ¡Se está hundiendo! —gritaba Jorgina, presa de pánico—. ¡Tim, Tim, ya voy a buscarte!

Estaba a punto de lanzarse al pantano para rescatar a Tim, pero su padre la agarró con brusquedad.

—¿Quieres hundirte tú también? —gritó—. Tim podrá salir por su cuenta.

Pero Tim no lograba librarse del fango. ¡Se estaba hundiendo!

—¡Haced algo, por favor, haced algo! —gritaba Jorgina forcejeando por desasirse de las manos de su padre—. ¡Por Dios, rápido, salvad a Tim!