Capítulo 20

TIM LOS RESCATA

El señor Barling se puso pálido. Hollín lanzó un chillido de gozo:

—¡Hurra! ¡Bravo, tío Quintín!

Block profirió una exclamación y se lanzó sobre el muchacho.

—Está bien —dijo el señor Barling con voz sibilante—. Zúrrele primero a él y luego empréndala con este… con este… ¡obstinado idiota! Pronto les haremos recobrar el sentido. Una buena zurra ahora y, después, unos cuantos días en la oscuridad, sin comida. ¡Ah!, esto los volverá más propensos a aceptar.

Hollín gritó con todas su fuerzas. Tío Quintín saltó junto a él. La cuerda bajó y Hollín gritó de nuevo.

Entonces se oyeron unos pasos rápidos y algo se lanzó sobre Block. Block dio un grito de dolor y cayó al suelo. Topó con la linterna en su caída y la luz se apagó.

Se oía un fiero gruñir. Block luchaba, intentando apartar lo que se había caído sobre él.

—¡Barling! ¡Ayúdeme usted! —gritaba.

El señor Barling acudió en su socorro, pero también fue atacado. Tío Quintín y Hollín escuchaban con espanto y temor. ¿Quién había llegado así de improviso? ¿Pensaba atacarlos a ellos después? ¿Era acaso una rata gigante o algún feo animal que merodeaba por aquellos túneles?

De repente, el fiero animal ladró. Hollín dio un grito de alegría.

—¡TIM! ¡Ah, eres tú, Tim! ¡Oh, buen perro, buen perro! ¡Atácales! ¡Muerde a ese hombre, Tim, muérdele fuerte!

Los dos hombres, asustados, no podían hacer nada en contra del furioso animal. Pronto comenzaron a correr por el túnel abajo, tan rápido como les era posible, buscando el cordel a tientas, porque temían perderse. Tim los persiguió durante un rato con gran gozo y luego regresó junto a Hollín y el padre de Jorgina. Estaba satisfecho de sí mismo.

Fue muy bien recibido. El padre de Jorgina lo acogió con gran júbilo y Hollín rodeó el ancho cuello del perro con sus brazos.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Has encontrado el camino para salir del pasadizo secreto en que te encontrabas? Debes estar medio muerto de hambre. Mira, aquí hay algo de comida.

Tim comió con ansia. Había devorado unos cuantos ratones, pero no había dispuesto de ninguna otra clase de alimento. Había lamido algunas gotas de agua que aquí y allá resbalaban del techo, y por ello no estaba muy sediento. Pero se había sentido confuso y preocupado. Hasta entonces, nunca había permanecido tanto tiempo lejos de su amada dueña.

—Tío Quintín, quizá Tim podría conducirnos hasta el «Cerro del Contrabandista», ¿no le parece? —preguntó de pronto, Hollín. Y luego se dirigió a Tim—: ¿Puedes llevarnos hasta casa, viejo? ¿A casa, adonde está Jorge?

Tim escuchaba con las orejas muy tiesas. Corrió por el pasadizo abajo un corto trecho, pero pronto regresó. No le agradaba la idea de descender por allí. Sentía que los enemigos estaban al acecho. El señor Barling y Block no eran de los que abandonaban tan pronto la partida.

Pero Tim conocía otros caminos por los túneles que minaban la colina, por ejemplo, el que llevaba al pantano. Así es que se puso en marcha en la oscuridad, con tío Quintín agarrado a su collar y Hollín, que les seguía de cerca, cogido al abrigo de tío Quintín.

No resultaba fácil ni agradable. Tío Quintín dudaba a veces de que Tim supiese realmente adonde iba. Descendieron y descendieron, tropezando en los lugares desiguales y golpeando a veces con la cabeza en los sitios en que el techo del túnel era muy bajo.

Al cabo de mucho tiempo llegaron al borde del pantano, al pie de la colina. Era un lugar desolado, envuelto en la niebla de tal forma que ni Hollín ni tío Quintín sabían hacia dónde dirigirse.

—No importa —dijo Hollín—, podemos dejar que Tim nos guíe. Él sabe el camino y nos conducirá hasta la ciudad. Una vez allí, sabremos encontrar el camino hasta casa.

Pero, de improviso, con gran sorpresa y susto, vieron que Tim se paraba en seco, enderezaba las orejas, gruñía y no quería seguir adelante. Parecía muy triste e infeliz. ¿Qué ocurría?

Entonces, con un gran ladrido, el perrazo los abandonó y, al galope, retrocedió hacia el túnel que acababan de abandonar. ¡Y desapareció por completo!

—¡Tim! —gritó Hollín—. ¡Tim! ¡Vuelve aquí! ¡No nos abandones! ¡TIM!

Pero Tim se había ido. Ni Hollín ni tío Quintín sabían el porqué. Se miraron el uno al otro desconcertados.

—Supongo que no nos queda más remedio que intentar seguir nuestro camino por este sitio pantanoso —dijo tío Quintín dudando y moviendo un pie con cuidado para tantear si el terreno era duro. ¡No lo era! Retiró su pie en seguida.

La niebla era tan espesa que no se podía ver nada. Detrás de ellos estaba la abertura del túnel. Un alto espadañal se levantaba sobre ésta. Por allí no se divisaba ningún camino. No les quedaba más remedio que buscarse uno en torno al pie de la colina, hacia la carretera principal que conducía a la ciudad; pero aquella carretera se extendía por encima del terreno pantanoso.

—Sentémonos y aguardemos un rato para ver si Tim vuelve —propuso Hollín.

Así, pues, se acomodaron sobre una roca a la entrada del túnel y esperaron.

Hollín recordó a sus compañeros. Imaginaba lo que habrían pensado cuando descubrieron que tío Quintín y él habían desaparecido. ¡Qué extrañados se quedarían!

—¿Qué estarán haciendo ahora los demás? —expresó su pensamiento en voz alta—. Me gustaría saberlo.

Como ya sabemos, los demás habían estado haciendo muchas cosas. Habían encontrado el boquete en el asiento de la ventana, por donde el señor Barling se había llevado a sus cautivos, y habían descendido por él. También vieron al señor Barling y a Block cuando se dirigían a hablar con tío Quintín y con Hollín.

Habían descubierto también que Block no estaba en su cama y que había dejado un muñeco en su lugar. Ahora, todos hablaban a la vez y, al fin, el señor Lenoir se convenció de que Block era un espía colocado en su casa por el señor Barling y que no era ni con mucho el buen criado que había aparentado ser.

Cuando Julián se dio cuenta de que el señor Lenoir se había convencido de esto, le habló con más franqueza y le contó lo de la trampa que había en el asiento de la ventana y cómo, pasando por él, habían visto al señor Barling y a Block aquel mismo día, en los subterráneos.

—¡Cielo santo! —exclamó el señor Lenoir, que ahora parecía terriblemente alarmado—. ¡Barling no debe de estar en sus cabales! Siempre pensé que era un poco raro, pero ha de estar completamente loco para raptar así a la gente… y también Block tiene que estarlo. ¡Esto es un complot! Habrán oído lo que yo estaba planeando con vuestro tío y por eso se decidieron a interferir, porque esto estropeaba su contrabando. ¡Dios sabe qué es lo que van a hacer ahora! ¡Esto es algo muy serio!

—¡Si por lo menos tuviéramos a Tim! —dijo de pronto Jorgina.

El señor Lenoir pareció extrañado.

—¿Quién es Tim?

—Bien, mejor será que lo sepa usted todo de una vez —decidió Julián, y contó al señor Lenoir lo de Tim y cómo lo habían escondido.

—Ha sido una tontería por parte vuestra —dijo el señor Lenoir con sequedad. Parecía disgustado—. Si me lo hubieseis dicho hubiese buscado a alguien en la ciudad para que lo cuidara. No puedo evitar que no me gusten los perros. Los detesto y nunca tendré uno en mi casa. Pero gustosamente lo hubiese arreglado para que alguien cuidase de él si me llego a enterar de que lo habíais traído.

Los niños se sentían desazonados y avergonzados al mismo tiempo. El señor Lenoir era un hombre muy raro, que se enfadaba fácilmente, pero ahora no les parecía tan terrible como en un principio creyeron.

—Me gustaría ir a ver si encuentro a Tim —dijo Jorgina—. ¿Hará usted venir a la policía ahora? Quizá podríamos ir en busca de Tim. Conocemos el camino por el pasillo secreto que parte de su estudio.

—¡Ah, por eso estabas escondido allí ayer por la tarde! —exclamó el señor Lenoir—. Pensé que eras un chico muy malo. Intentaremos encontrarlo, si os parece, pero no dejéis que se acerque a mí. No puedo soportar perros en mi casa.

Fue de nuevo a llamar al puesto de policía. La señora Lenoir, con los ojos enrojecidos por el llanto, permanecía de pie junto a él. Jorgina se marchó quedamente hacia el estudio, seguida por Dick, Julián y Ana. Maribel se quedó junto a su madre.

—¡Venid…!, entremos en el pasadizo secreto e intentaremos hallar a Tim —dijo Jorgina—. Si vamos todos y silbamos y gritamos y le llamamos, es seguro que nos oirá.

Consiguieron penetrar en el pasadizo haciendo lo que Hollín les había enseñado. El panel se deslizó y, luego, como en otra ocasión, apareció una amplia abertura. La atravesaron y se encontraron en el estrecho pasadizo que se extendía desde el estudio al dormitorio de Hollín.

¡Tim no estaba allí! Los niños se quedaron al pronto muy sorprendidos, pero Jorgina adivinó el porqué.

—¿Os acordáis de que Hollín nos contó que había un camino en este pasadizo que conducía hacia el comedor, así como otro que iba al estudio y otro a su dormitorio? Bien, pues creo haber visto una puerta o algo por el estilo cuando hemos pasado por el lugar donde debe estar el comedor, y es posible que Tim, la haya empujado y haya pasado a otro pasadizo.

Volvieron sobre sus pasos. Regresaron hacia el comedor, es decir, anduvieron por detrás de la pared del comedor. Allí estaba la puerta que Jorgina había visto al pasar…, una puerta pequeña y tan pegada a la pared que apenas se distinguía. Jorgina la empujó. Se abrió con facilidad y luego se cerró de golpe. Se podía abrir desde un lado, pero no desde el otro.

—¡Por aquí debió de pasar Tim! —dijo Jorgina, y volvió a abrir la puerta—. Se recostaría sobre la puerta y ésta se abrió, pasaría por ella y luego la puerta debió de cerrarse y él no pudo regresar. ¡Venid!, tenemos que encontrarlo.

Traspasaron la puerta. Era tan baja que tuvieron que inclinar la cabeza para pasar, incluso Ana. Se encontraron en un pasadizo muy parecido al que acababan de abandonar, pero no tan estrecho. El pasadizo descendía bruscamente. Julián dijo a los demás:

—Creo que se dirige a los pasajes por donde sacábamos a Tim cuando queríamos llevarlo de paseo. Sí, mirad, hemos llegado al sitio por donde bajábamos.

Siguieron adelante llamando a Tim y silbando fuerte. Pero Tim no acudía. Jorgina empezó a preocuparse.

—¡Vaya, éste es el sitio al que llegamos cuando descendimos por el agujero del asiento de la ventana! —exclamó Dick.

—Sí que lo es. Mirad, aquí está el túnel por donde vimos pasar a Block y al señor Barling.

—¡Dios mío! ¿Creéis que habrá hecho algún daño a Tim? —se lamentó Jorgina con voz asustada—. ¡No se me había ocurrido pensar en eso!

Todos se alarmaron. Era una cosa muy rara que Block y el señor Barling pudiesen andar por allí sin ser molestados por Tim si éste anduviese cerca. ¿Podían haberle hecho algún daño? No podían imaginar que en aquel momento Tim estaba con el padre de Jorgina y con Hollín.

—¡Mirad eso! —exclamó Julián de repente, iluminando con su linterna algo que mostraba a los demás—. ¡Cordel! ¡Cordel que desciende por este túnel! ¿Para qué será?

—Éste es el túnel por donde se fueron el señor Barling y Block —dijo Jorgina—. Supongo que debe de conducir adonde llevaron a mi padre y a Hollín. ¡Seguro que los tienen prisioneros por aquí! Seguiré el cordel y los hallaré. ¿Quién me acompaña?