¡TODAVÍA MAS EMBROLLADO!
El señor Lenoir miró a Julián con gran estupor. Después de esta exclamación, reinó un silencio, mortal. Julián se hubiera azotado por haberla soltado, pero ya era demasiado tarde.
El señor Lenoir abrió por fin la boca para decir algo; en aquel momento, se oyeron pasos que se acercaban a la puerta. Era Block.
—Entre usted, Block —dijo el señor Lenoir—. Parece que han ocurrido cosas raras.
Block no parecía oír, y permaneció fuera de la puerta. El señor Lenoir le llamó por señas con impaciencia.
—No —dijo Julián con firmeza—. Lo que tenemos que decir no podemos decirlo delante de Block, señor Lenoir. No nos gusta; no confiamos en él.
—¿Qué queréis decir? —preguntó el señor Lenoir con enfado—. ¿Qué sabéis de mis criados? Conozco a Block desde muchos años antes de que entrara a mi servicio, y es un hombre en quien se puede confiar. No es culpa suya si es sordo y eso lo hace a veces irritable.
Julián se calló obstinadamente. Miró con enfado a los fríos ojos de Block y luego bajó la vista.
—¡Pero esto es increíble! —exclamó el señor Lenoir procurando no perder la calma—. No sé lo que os pasa a cada uno de vosotros; los unos desaparecen y vosotros, los niños, me habláis como si yo no fuese dueño de mi casa. Insisto en que me digáis todo lo que sabéis.
—Prefiero decírselo a la policía —dijo Julián mirando a Block con insistencia. Pero Block no mostró ningún cambio de expresión en su rostro.
—¡Salga usted, Block! —ordenó el señor Lenoir finalmente, viendo que no había esperanzas de obtener nada de Julián mientras el criado estuviese presente—. Mejor será que bajéis todos a mi estudio. Esto se pone cada vez más confuso. Si la policía ha de intervenir, mejor será que me lo contéis todo a mí primero. Delante de ellos, no quiero parecer un idiota en mi propia casa.
Julián se sentía desconcertado. El señor Lenoir no se comportaba como él pensó que lo haría. Parecía sinceramente desconcertado, y parecía estar planeando el mezclar en todo ello a la policía. Seguramente no obraría así si estuviera enredado en el asunto. Julián estaba perdido en sus cavilaciones.
La señora Lenoir lloraba silenciosamente. Junto a ella sollozaba Maribel. El señor Lenoir rodeó con el brazo a su esposa y besó a Maribel. De repente, todos lo vieron mucho más amable y cariñoso de lo que nunca les había parecido.
—No os preocupéis —dijo con acento afectuoso—. Pronto llegaremos a esclarecer todo esto, aun cuando tuviera que hacer venir a todo el cuerpo de la policía. Me parece que ya sé quién está detrás de todo esto.
Estas palabras dejaron todavía más perplejo a Julián. Él y los otros siguieron al señor Lenoir hasta el estudio. Estaba aún cerrado. El señor Lenoir lo abrió. Apartó un montón de papeles que había sobre su pupitre.
—Veamos, ¿qué es lo que sabéis? —preguntó tranquilamente a Julián.
El niño observó que la punta de su nariz ya no estaba pálida. Se veía que ya había superado su arrebato de mal genio.
—Pues, señor, creo que ésta es una casa extraña y que en ella están ocurriendo muchas cosas raras —respondió Julián, que no sabía cómo empezar—. Temo, señor, que no le guste a usted que yo diga a la policía todo lo que sé.
—¡Julián, no hables con enigmas! —dijo el señor Lenoir con impaciencia—. Te comportas como si yo fuera un criminal y temiera a la policía. No lo soy. ¿Qué es lo que ocurre en esta casa?
—Pues…, por ejemplo, las señales desde el torreón —dijo Julián observando la expresión del señor Lenoir.
El señor Lenoir se quedó boquiabierto. Se veía claramente que estaba muy extrañado. Miraba a Julián. De repente, la señora Lenoir gritó:
—¡Señales! ¿Qué señales?
Julián lo explicó. Contó cómo Hollín había descubierto los centelleos de luz y, luego, cómo él y Dick habían ido hasta el torreón con Hollín cuando, por segunda vez, vieron las señales luminosas. Describió la línea de débiles lucecitas temblorosas a través del pantano desde la orilla del mar.
El señor Lenoir escuchaba con gran atención. Hizo preguntas respecto a fechas y horas. Oyó que los niños habían seguido al que hacía señas hasta la habitación de Block, donde éste había desaparecido.
—Saldría por la ventana, creo yo —dijo el señor Lenoir—. Block no tiene nada que ver con todo esto, podéis estar seguros de ello. Es fiel y leal, y me ha sido de una gran ayuda desde que está aquí. Creo que el señor Barling debe de tener que ver con todo esto. No puede hacer señas desde su casa al mar, porque no está bastante alta y su situación no es buena. Debe de haber estado usando mi torreón para dar avisos desde allí… ¡Seguramente era él mismo el que venía a hacerlo! Él conoce mejor que yo todos los caminos secretos de esta casa. Sería fácil para él venir hasta aquí.
Los niños pensaron que seguramente era el señor Barling el que hacía las señas. Miraban al señor Lenoir. Todos empezaron a pensar que seguramente éste no tenía nada que ver con los curiosos acontecimientos.
—¡No sé por qué motivo Block no ha de saber todo esto! —exclamó el señor Lenoir levantándose—. Me parece muy probable que el señor Barling pueda dar razón de muchos de estos extraños acontecimientos. Voy a ver si Block sospecha algo.
Julián apretó firmemente los labios. Si el señor Lenoir iba a contárselo todo a Block (que con seguridad era cómplice de todo ello), él no diría nada más al señor Lenoir.
—Voy a ver qué piensa Block de todo esto y, luego, si no podemos resolver solos este asunto, llamaremos a la policía —dijo el señor Lenoir saliendo de la habitación.
Julián no quería decir nada más delante de la señora Lenoir; por eso, cambió completamente de tema.
—¿Qué hay del desayuno? —preguntó—. Me siento hambriento.
Todos fueron a desayunar; pero Maribel no pudo tragar ni un bocado, porque no hacía más que pensar en Hollín.
—Estoy pensando… —dijo Julián cuando se encontraron solos en la mesa— que deberíamos intentar solucionar algo del misterio por nuestra cuenta. Me gustaría, en primer lugar, hacer una inspección detenida en la habitación de tu padre, Jorge. Debe de haber algún otro camino para salir de ella, además del pasadizo secreto que conocemos.
—¿Qué crees que ocurriría allí la noche pasada? —inquirió Dick.
—Creo que Hollín se escondió en ella, esperando que le fuera posible colarse por el pasadizo secreto, tan pronto como tío Quintín se hubiese dormido —contestó Julián, pensativo—. Y, mientras estaba escondido, alguien penetró en la habitación por alguna parte, para secuestrar a tío Quintín. No sé por qué motivos lo haría, pero eso es lo que yo creo. En ese momento, asustado, Hollín se pondría a gritar, y alguien le daría un golpe en la cabeza para aturdirle, o algo por el estilo. Entonces, él y tío Quintín debieron ser secuestrados juntos y sacados por algún paso secreto que no conocemos.
—Sí —afirmó Jorgina—, y sería Barling el que los secuestró. Yo oí claramente que Hollín gritaba: «¡Señor Barling!». Debía de haber encendido su linterna y pudo verle.
—Seguramente están escondidos en algún rincón de la casa de Barling —dijo de repente Ana.
—¡Sí! —respondió Julian—. ¿Por qué no habré pensado en eso? ¡Claro que sí! Ahí es donde deben hallarse… Tengo muchas ganas de bajar y echar un vistazo.
—¡Oh, déjame ir contigo! —imploró Jorgina.
—No —dijo Julian—. De ninguna manera. Es una aventura arriesgada, y el señor Barling es un hombre malo y peligroso. Ni tú ni Maribel debéis venir. Iré con Dick.
—¡Qué pusilánime eres! —exclamó Jorgina, y sus ojos lanzaron destellos de furia—. ¿No valgo yo tanto como un chico? Yo pienso ir con vosotros.
—Bien, pues si vales tanto como un chico, cosa que admito, podrías quedarte y vigilar a Ana y a Maribel… No queremos que las secuestren también.
—¡Oh, no vayas, Jorge! ¡Por favor! —imploró Ana—. ¡Quédate con nosotras!
—De todas formas, me parece una locura ir —dijo Jorgina—. El señor Barling no os dejará entrar. Y si conseguís entrar, no podréis descubrir todos los lugares secretos de la casa. Debe de haber tantos como aquí, si es que no hay más.
Julián, en el fondo, pensaba que Jorgina tenía razón. Pero, de todas formas, valía la pena intentarlo.
Él y Dick salieron después del desayuno y fueron a casa del señor Barling. Pero, cuando llegaron, vieron que toda la casa estaba cerrada. Nadie contestó a sus timbrazos y golpes. Las cortinas estaban corridas delante de las ventanas y no se veía salir humo por la chimenea.
—El señor Barling se ha ido de vacaciones —dijo el jardinero que trabajaba en el jardín vecino—. Se ha ido esta mañana, en su coche. Todos sus criados están de vacaciones también.
—¡Oh! —exclamó Julián con voz apagada—. ¿Había alguien con él en el coche? Me refiero a un hombre y un muchacho.
El hombre pareció extrañado y denegó con la cabeza.
—No. Iba solo y conducía él mismo.
—Gracias —contestó Julián, y regresó hacia el «Cerro del Contrabandista».
Todo esto era muy extraño. ¡El señor Barling había cerrado la casa y se había ido sin sus prisioneros! Pues, ¿qué había hecho de ellos? Y ¿por qué había secuestrado a tío Quintín? Julián recordó que el señor Lenoir no había expuesto ninguna razón para ello. Quizá sabía alguna, pero no la había querido decir. No había forma de entender todo esto.
Entre tanto, Jorgina había estado investigando por su cuenta. Se había deslizado hasta la habitación de tío Quintín y había mirado bien por todas partes, para ver si por casualidad existía algún otro pasadizo que Hollín no conociera. Había golpeado las paredes. Había levantado la alfombra y examinado atentamente el suelo con gran minuciosidad. Había intentado, de nuevo, salir por el armario, deseando poder penetrar en el pasadizo secreto y hallar a Tim. Abajo, la puerta del estudio estaba cerrada de nuevo, y no se atrevió a contar lo de Tim al señor Lenoir, y pedir su ayuda.
Jorgina estaba ya a punto de abandonar la tranquila habitación, cuando vio brillar algo por el suelo, cerca de la ventana. Se inclinó para recogerlo. Era un tornillo. Miró por todas partes. Buscaba de dónde provenía. Al principio no vio en ningún sitio tornillos del mismo tamaño. Luego sus ojos tropezaron con el asiento de la ventana. Allí había tornillos, tornillos que sujetaban el asiento de madera a su soporte. ¿Provenía el tornillo del asiento situado junto a la ventana? ¿Y por qué había de ser de allí? Los demás estaban bien atornillados. Los examinó atentamente. De repente se le escapó un grito.
«¡Falta uno —pensó—. El de en medio de uno de los lados. Es menester que piense…»
Recordó la pasada noche. Recordó que alguien se había introducido mientras ella estaba escondida debajo de la cama y que había estado manipulando algo junto a la ventana, inclinado sobre el asiento. Recordaba ahora los pequeños ruidos: sonidos metálicos y ligeros roces. ¡Eran los tornillos al ser atornillados en el asiento!
«Alguien puso los tornillos al asiento la noche pasada y, en la oscuridad, uno de los pequeños tornillos se le cayó —pensó Jorgina, que empezaba a sentirse excitada—. ¿Por qué puso los tornillos? ¿Para ocultar algo? ¿Qué habrá en el asiento de la ventana? Suena como si estuviera hueco. Nunca se había levantado. Lo sé. Siempre lo vi fijo, lo sé. Lo sé, porque yo creí primero que era un sitio para guardar cosas, como uno que hay en mi casa debajo de un asiento. Pero aquí la tapa estaba siempre fija».
Jorgina se sintió segura de que por fin había encontrado algo interesante. Debía haber algún lugar secreto debajo del banco de la ventana. Salió corriendo en busca de un destornillador. Encontró uno y regresó velozmente.
Cerró la puerta con llave tras de sí, por si venía Block. ¿Qué iba a encontrar al levantar el asiento de la ventana? La impaciencia se la comía.