A LA MAÑANA SIGUIENTE
Mientras Jorgina estaba sentada junto a la ventana, en el mismo banquillo por el cual todo había desaparecido, aunque ella no lo supiera, oyó un leve ruido que provenía del pasillo.
Rápida como una centella, la niña se escurrió bajo la cama. Alguien se acercaba con cautela por el largo pasillo. Jorgina permanecía tendida en el suelo, levantando un poco el cobertor para intentar ver lo que ocurría. ¡Qué cosas más extrañas estaban sucediendo aquella noche!
Alguien apareció en la puerta y se detuvo en el umbral, como si quisiera ver o escuchar algo. Luego, aquella persona se dirigió al banquillo de la ventana.
Jorgina miró y escuchó a su vez, aguzando sus ojos en la oscuridad. Observó que aquella persona se dibujaba frente al cuadrado grisáceo de la ventana. Estaba inclinada sobre el banquillo que había bajo la ventana.
No había encendido ninguna luz, pero se oían unos raros y débiles sonidos. Primero se oyó el ruido de sus dedos palpando la superficie del asiento. Luego se oyó el clic de algo metálico y un tenue chirriar. Jorgina no podía imaginar lo que aquel hombre, si es que era un hombre, estaba haciendo.
Durante unos cinco minutos, el hombre trabajó en la oscuridad. Luego, tan calladamente como había venido, se fue… Jorgina no pudo evitar el pensar que se trataba de Block, a pesar de que su silueta sobre el gris oscuro de la ventana era irreconocible. Pero había carraspeado ligeramente, igual que lo hacía Block con frecuencia. ¡Tenía que ser Block! Pero ¿qué estaría haciendo de noche junto al asiento que había en la ventana de la habitación de su padre?
Jorgina creía estar sufriendo una pesadilla. Las cosas más extrañas se sucedían unas detrás de otras, y nada parecía tener sentido. ¿Adónde había ido su padre? ¿Habría dejado su habitación y se estaría paseando por la casa? ¿Dónde estaba Hollín y por qué había gritado? Con seguridad no habría gritado de aquella forma si su padre hubiese estado dormido en la habitación.
Jorgina permaneció aún por un momento debajo de la cama. Estaba temblando. Después, salió sin hacer ruido y se encaminó hacia la puerta. Siguió por el pasillo hasta el final del mismo. Abrió la puerta y miró afuera. Toda la casa estaba a oscuras. A los oídos de Jorgina llegaban ligeros sonidos: el suave golpear de una ventana, los crujidos de algún mueble… y nada más.
Tenía un solo pensamiento en su cabeza: llegar a la habitación de los chicos y contarles las cosas misteriosas que había presenciado. Pronto atravesó el rellano y alcanzó la puerta del dormitorio de Julián. Julián y Dick estaban despiertos, esperando que regresara Hollín, con Tim y Jorgina.
Pero sólo llegó Jorgina. Una Jorgina muy asustada, que contaba una historia muy rara. Se arropó con el edredón sobre la cama de Julián y en voz baja les contó lo que había ocurrido.
Se quedaron petrificados. ¡Tío Quintín se había marchado! ¡Hollín había desaparecido! ¡Alguien se había introducido en la habitación y había trabajado en algo sobre el banquillo de la ventana! ¿Qué significaba todo aquello?
—Ahora mismo iremos contigo a la habitación de tío Quintín —dijo Julián poniéndose el batín—. Me parece que las cosas se están poniendo muy serias.
Los tres salieron corriendo hacia las otras habitaciones. Fueron al cuarto de Maribel y despertaron a ésta y a Ana. Las dos niñas se asustaron mucho. Pronto los cinco niños estuvieron en la habitación contigua, de la cual el padre de Jorgina y Hollín se habían desvanecido como por encanto.
Julián cerró la puerta, corrió las cortinas y encendió la luz. Al instante se sintieron mejor. ¡Era tan terrible deambular en la oscuridad con unas simples linternas!
Echaron un vistazo a la silenciosa habitación. No había nada allí que indicara cómo habían podido desaparecer los otros. La cama estaba revuelta y vacía. En el suelo se veía la linterna de Hollín.
Jorgina repitió una vez más lo que le había parecido oír gritar a Hollín, pero eso no parecía tener sentido alguno.
—¿Por qué gritaría el nombre del señor Barling, cuando en la habitación no había más que tu padre? —dijo Julian—. Es seguro que el señor Barling no podía estar escondido aquí… Eso sería una tontería. No tenía nada que ver con tu padre, Jorge.
—Lo sé. Pero estoy segura de que Hollín gritó el nombre del señor Barling —respondió Jorgina—. ¿Creéis que el señor Barling, intentando hacer alguna sucia faena, pudo haber penetrado a través de la abertura secreta del armario, y que se volvería a marchar por ella llevándose a los otros dos porque lo habían descubierto?
Ésta parecía una explicación plausible, aunque no muy buena. Se dirigieron al armario y lo abrieron. Separaron las ropas buscando la abertura secreta. ¡Pero la empuñadura de hierro que servía para mover la piedra no estaba allí! Alguien la había retirado, y ahora no se podía penetrar en el pasadizo secreto, porque no había manera de abrir la entrada.
—¡Mirad! —exclamó Julián, muy extrañado—. Alguien ha intervenido aquí también. No, Jorge, el visitante de medianoche, sea quien fuere, no se fue por este camino.
Jorgina estaba pálida. Había tenido la esperanza de entrar y encontrar a Tim. Pero ahora ya no era posible. Sentía una gran añoranza de Tim y pensaba que si su fiel perro hubiese estado con ellos, todo sería más sencillo.
—Estoy seguro de que el señor Lenoir tiene parte en todos estos extraños acontecimientos —dijo Dick—. Y también Block. Me juego lo que quieras, Jorge, a que ha sido Block al que has visto esta noche haciendo algo en la oscuridad. Estoy seguro de que él y el señor Lenoir van mano a mano en algún asunto.
—¡Entonces no podemos ir y decirle lo que ha ocurrido! —dijo Julian—. Si está metido en este feo asunto, sería una locura contarle lo que sabemos. Y tampoco se lo podemos decir a tu madre, Maribel, porque, naturalmente, ella iría a tu padre con el cuento. ¡Qué problema! ¡No sabemos qué hacer!
Ana se puso a llorar. También Maribel, asustada, empezó a sollozar. Jorgina sintió que tenía las lágrimas prendidas en sus pestañas, pero se las secó. ¡Jorgina no lloraba nunca!
—¡Quiero que vuelva Hollín! —gimió Maribel, que adoraba a su quisquilloso y entrometido hermano—. ¿Dónde habrá ido? Estoy segura de que corre peligro. ¡Quiero que venga Hollín!
—Mañana lo rescataremos, ¡no te preocupes! —dijo Julián bondadosamente—. Pero no podemos hacer nada esta noche. Tal como están las cosas, no hay nadie en el «Cerro del Contrabandista» a quien podamos pedir consejo o ayuda. Propongo que volvamos a la cama, consultemos con la almohada todo esto y planeemos lo que hemos de hacer mañana. En este tiempo, es posible que Hollín y tío Quintín hayan regresado. Si no lo han hecho, alguien tendrá que avisar al señor Lenoir y veremos cómo se comporta. Si se muestra sorprendido y trastornado, podremos saber si él tiene relación o no con el misterio. Deberá hacer algo: llamar a la policía, o revolver la casa de pies a cabeza para encontrar a los que faltan. Veremos lo que pasa.
Después de este largo discurso, todos se sentían algo más tranquilos. Julián parecía razonable y mostraba seguridad, a pesar de que él mismo no se sentía satisfecho. Sabía mejor que nadie que algo muy extraño, y probablemente peligroso, estaba ocurriendo en el «Cerro del Contrabandista». Hubiese deseado que las niñas no se encontrasen allí.
—Escuchadme ahora —dijo—. Tú, Jorge, ve a dormir con Maribel y Ana en la habitación contigua. Cerrad la puerta con llave y dejad la luz encendida. Dick y yo dormiremos aquí, en la antigua habitación de Hollín, también con la luz encendida, y así sabréis que estamos cerca.
Les tranquilizaba saber que los dos chicos se quedaban tan cerca. Las tres niñas regresaron a la habitación de Maribel. Estaban muy cansadas. Ana y Maribel volvieron a la cama, y Jorgina se tumbó sobre un catre estrecho, pero cómodo, y se cubrió con una manta. A pesar de la excitación, las niñas se durmieron al cabo de medio minuto. Estaban rendidas.
Los niños hablaron durante un rato, acostados en la cama de Hollín, donde poco tiempo antes el tío Quintín estaba durmiendo. Julián creía que aquella noche no ocurriría nada más. Él y Dick se durmieron, aunque Julián estaba dispuesto a despertarse al menor ruido.
A la mañana siguiente, los despertó Sara, que estaba muy extrañada. Había entrado para correr las cortinas y servir una taza de té al padre de Jorgina. No podía dar crédito a sus ojos cuando vio a los dos muchachos en la cama del huésped y que éste había volado.
—¿Qué es esto? —preguntó Sara, boquiabierta—. ¿Dónde está vuestro tío? ¿Por qué estáis aquí?
—¡Oh!, ya te lo contaremos más tarde —contestó Julián, que no quería entrar en detalles con Sara, porque era muy charlatana—. Puedes dejar el té, Sara, ¡nos va a venir muy bien!
—Sí, pero ¿dónde está vuestro tío? ¿Está en vuestra habitación? —dijo Sara, muy extrañada—. ¿Qué ocurre?
—Puedes ir a mirar a nuestra habitación si quieres, a ver si está allí —dijo Dick, que tenía ganas de librarse de la asustada mujer.
Sara salió pensando que todos en la casa debían de haber enloquecido. Dejó, sin embargo, el té en la habitación, y los chicos se lo llevaron en seguida al cuarto de las niñas. Jorgina les abrió la puerta. Fueron sorbiendo, por turno, el té caliente de la única taza que tenían.
Luego, Sara regresó con Enriqueta y Block. La cara de Block estaba impávida como siempre.
—No hay nadie en su habitación, señorito Julián —empezó a decir Sara.
Block profirió una exclamación y miró a Jorgina con enfado. Creía que ella estaría encerrada en su habitación y, en cambio, estaba en la de Maribel, bebiéndose el té.
—¿Cómo se ha escapado usted? —inquirió—. Se lo diré al señor Lenoir. Será usted castigada.
—¡Cállese usted! —intervino Julian—. ¡No sé cómo se atreve a hablar así a mi prima! Estoy convencido de que tiene usted parte en todo este extraño negocio. ¡Salga usted, Block!
Tanto si Block lo había oído, como si no, no hizo gesto de moverse. Julián se puso de pie con la cara muy seria:
—¡He dicho que salga de esta habitación! —Sus ojos centelleaban—. ¿Me ha oído? Tengo la sensación de que la policía siente interés por usted, Block. Y ahora, ¡salga!
Enriqueta y Sara daban pequeños chillidos. Aquel repentino misterio era demasiado para ellas. Miraban a Block y se iban retirando hacia la puerta. Por fortuna, también Block se fue, lanzando una demoníaca mirada hacia Julián.
—Voy a contárselo al señor Lenoir —dijo Block, y desapareció.
Al cabo de unos minutos, comparecieron el señor y la señora Lenoir en la habitación de Maribel. La señora Lenoir parecía muerta de miedo. El señor Lenoir, confuso y preocupado.
—Pero ¿qué es lo que pasa? —empezó a decir—. Block ha venido a mí con un absurdo cuento. Dice que tu padre ha desaparecido, Jorge, y que…
—¡Y también ha desaparecido Hollín! —gimió de repente Maribel, que estalló de nuevo en sollozos—. ¡Hollín no está! ¡Hollín ha desaparecido!
La señora Lenoir lanzó un grito.
—¿Qué queréis decir? ¿Dónde puede haber ido? ¿Qué significa esto, Maribel?
—Maribel, creo que será mejor que yo se lo cuente —dijo Julián, que no quería que la niña soltara todo lo que sabía. Seguramente el señor Lenoir estaba detrás de todo aquello y sería una locura decirle lo que sospechaban de él.
—¡Julián! ¡Dime pronto lo que ha ocurrido, dímelo! —rogaba la señora Lenoir, que estaba completamente trastornada.
—Tío Quintín ha desaparecido de su cama la noche pasada, y también se ha esfumado Hollín —explicó Julián brevemente—. Es posible que vuelvan, ¡claro está!
—¡Julián! Tú ocultas algo —dijo de repente el señor Lenoir, mirando a Julián con hosquedad—. Dinos todo lo que sepas, ¡por favor! ¿Cómo te atreves a ocultarlo en estos momentos?
—Díselo, díselo, Julián —gemía Maribel.
Julián se mostraba obstinado y miraba de reojo a Maribel.
La punta de la nariz del señor Lenoir se puso pálida.
—Voy a llamar a la policía —dijo—. Quizá les hablarás a ellos, muchacho. Te inculcarán un poco de sentido común.
Julián quedó muy sorprendido.
—¡Oh! No creo que vaya usted a la policía —espetó—. ¡Usted tiene demasiados secretos que esconder!