OCURREN COSAS EXTRAÑAS
Todo esto era en verdad muy enigmático, sobre todo para Jorgina, que podría jurar que era Block el que estaba hablando con el conocido contrabandista. Los demás no estaban tan convencidos, sobre todo porque Jorgina admitía que no había podido ver la cara del hombre.
—¿Ha llegado ya mi padre? —preguntó Jorgina de repente, recordando que se suponía que vendría aquella noche.
—Sí, ahora mismo —contestó Hollín—, un momento antes de que tú llegaras. Su coche casi me ha pasado por encima, pero pude saltar en el último momento. Yo estaba allí, esperándote.
—¿Qué planes tenéis? —preguntó Jorgina—. Debo recoger a Tim esta noche, si no se pondrá furioso. Me parece que lo mejor que puedo hacer es volver a subir por mi ventana, no vaya a ser que regrese Block y se dé cuenta de mi desaparición. Esperaré a que todo el mundo esté en la cama y volveré a deslizarme por la ventana y entonces tú, Hollín, por favor, me guiarás por dentro de la casa. Luego iré al estudio contigo y tú me abrirás el pasadizo. Encontraré a Tim, y todo marchará bien.
—No sé si todo marchará bien —dudó Hollín—. Pero, de todas formas, tu plan es el único que podemos seguir. Mejor será que regreses a tu habitación ahora, si ya has comido bastante.
—Me llevaré algunos bollos —dijo Jorgina embutiéndolos en sus bolsillos—. Hollín, tú vendrás y llamarás a mi puerta cuando todo el mundo esté en la cama y entonces sabré que puedo salir por la ventana y volver a entrar en la casa.
Al cabo de un rato, Jorgina volvía a estar en su habitación tan oportunamente que al poco tiempo apareció Block con un plato de pan seco y un vaso lleno de agua. Abrió la puerta y lo dejó todo sobre la mesa.
—Aquí está su cena —dijo.
Jorgina miró su cara impávida y le desagradó tanto que sintió que debía hacer algo. Así es que tomó el vaso de agua y lo arrojó a ciegas al cogote de Block. El agua corrió por la espalda de éste y le hizo pegar un brinco. El hombre dio un paso hacia ella mientras sus ojos centelleaban, pero Julián y Dick estaban junto a la puerta y no se atrevió a pegarle.
—Me las pagará usted —aseguró—. ¡Nunca más volverá usted a ver a su perro!
Salió y cerró la puerta tras de sí con llave. Julián llamó en cuanto el hombre se hubo marchado.
—¿Por qué has hecho eso, so idiota? Es mala cosa tenerlo como enemigo.
—Lo sé, pero no pude impedirlo —respondió Jorgina con desesperación—. Quisiera no haberlo hecho.
Los otros tuvieron que bajar a ver al señor Lenoir. Dejaron a Jorgina, que se sentía muy sola. Era horrible encontrarse así encerrada, aun cuando pudiese huir por la ventana en el momento en que lo desease. Escuchaba con atención, por si oía regresar a los demás.
Pronto volvieron y relataron su encuentro con el padre de Jorgina.
—El tío Quintín se siente muy cansado y está un poco enfadado y muy preocupado porque te has comportado mal —dijo Julián a través de la puerta—. Ha dicho que te quedarás encerrada todo el día de mañana también si no pides perdón.
Jorgina no tenía la menor intención de disculparse.
No podía soportar al señor Lenoir, con su falsa sonrisa y sus súbitas rabietas. No contestó una palabra.
—Ahora nos tenemos que ir a cenar —añadió Hollín—. Te guardaremos algo. Procuraremos esconderlo en cuanto Block salga de la habitación. Estate atenta, llamaremos a tu puerta esta noche. Eso significará que todo el mundo está ya en la cama.
Jorgina se echó en la suya para pensar. Había muchas cosas que le extrañaban, pero no podía ponerlas en claro. Alguien había estado haciendo señales desde el torreón. Aquel hombre tan extraño, Block, y el señor Barling hablando a un hombre que se parecía tanto a Block… Sin embargo, Block había estado todo el tiempo en cama dentro de su casa. Mientras estaba acostada pensando, sus ojos se cerraron y se quedó dormida. Ana se fue a dormir con Maribel, pero antes acudió a darle las buenas noches. Los chicos marcharon a la habitación contigua, ya que Hollín compartía ahora el dormitorio con Julián y Dick. Jorgina se despertó un momento para decir buenas noches y luego se durmió de nuevo.
A medianoche se despertó con sobresalto. Alguien llamaba suavemente a su puerta. Era Hollín.
—¡Ya voy! —susurró Jorgina a través de la puerta, y cogió su linterna. Fue hacia la ventana y pronto se encontró descendiendo por la cuerda. Saltó de la muralla y se dirigió a la puerta lateral de la casa. Allí estaba Hollín.
—Todos están en la cama —susurró Hollín—. Creí que tu padre y mi padrastro no se acostarían nunca. Han estado hablando durante horas y horas.
—¡Venga! Vayamos pronto allí —exclamó Jorgina, impaciente. Llegaron hasta la puerta del estudio y Hollín empuñó el pomo.
¡Estaba cerrado de nuevo! Empujó con furia, pero la puerta no cedió un milímetro. ¡Estaba bien cerrada!
—Podíamos haber pensado en esto —dijo Jorgina, desesperada—. ¡Caramba! ¿Qué haremos ahora?
Hollín se quedó pensativo unos breves instante, luego habló en voz baja al oído de Jorgina.
—Sólo podemos hacer una cosa, Jorgina. Me meteré en la habitación de tu padre, que es mi antiguo dormitorio, cuando él se duerma, llegaré hasta el armario que da entrada al pasadizo secreto y me meteré en él. Encontraré a Tim y lo sacaré por el mismo camino. ¡Espero que tu padre no se despierte!
—¡Oh! ¿Serás capaz de hacer eso por mí? —dijo Jorgina, agradecida—. ¡Eres un buen amigo, Hollín! ¿No te parece mejor que sea yo quien lo haga?
—No. Yo conozco el camino del pasadizo mejor que tú —respondió Hollín—. Además, da un poco de miedo encontrarse solo allí a medianoche. Ya iré yo.
Jorgina subió las escaleras con Hollín. Caminaron a través del amplio rellano, hasta la puerta del final del pasillo que conducía a la entrada del antiguo dormitorio de Hollín, donde ahora dormía el padre de Jorgina. Cuando llegaron allí, Jorgina le tiró del brazo.
—¡Hollín! ¡La bocina se disparará tan pronto como abras la puerta! ¡Despertará a mi padre y le pondrá sobre aviso!
—¡No seas idiota! La desconecté tan pronto como supe que me iban a cambiar de habitación —repitió Hollín con sorna—. ¡Como que no iba yo a pensar en eso!
Abrió la puerta que daba al pasillo y se deslizó hasta su vieja habitación. La puerta estaba cerrada. Él y Jorgina escucharon con atención.
—Tu padre parece estar un poco inquieto —dijo Hollín—. Esperaré el momento oportuno para entrar, Jorge, y entonces, tan pronto como me sea posible, iré junto al armario y abriré el pasadizo secreto para hallar a Tim. Puedes esperar en la habitación de Maribel, si te parece. Allí está Ana también.
Jorgina se deslizó en la habitación contigua, donde Ana y Maribel se encontraban ya profundamente dormidas. Dejó la puerta abierta para poder oír a Hollín cuando regresara. ¡Qué hermoso sería tener de nuevo al viejo Tim! Seguro que la lamería durante un buen rato.
Hollín penetró sigilosamente en la habitación en que dormía el padre de Jorgina. No hizo ningún ruido. Conocía cada uno de los rincones y pudo así evitar todos los obstáculos. Se dirigió hacia un viejo sillón, pensando esconderse detrás de él hasta que estuviera seguro de que el padre de Jorgina dormía.
Durante algún tiempo, el que estaba acostado se movió y carraspeó. Estaba cansado por el largo viaje y su cabeza se había excitado a causa de la conversación sostenida con el señor Lenoir. De vez en cuando, se le oía murmurar algo y Hollín empezó a pensar que nunca llegaría a dormirse profundamente. Él mismo comenzó a sentirse soñoliento y bostezó en silencio.
Por fin, el padre de Jorgina se tranquilizó. La cama cesó de crujir. Hollín salió con precaución de detrás del sillón.
Algo le asustó de repente. Oyó un ruido cerca de la ventana. Pero ¿qué podía ser? Era un ruido ligero, como el suave rechinar de una puerta.
La noche era muy oscura, pero la ventana, que tenía las cortinas descorridas, se divisaba fácilmente, como un cuadrado grisáceo. Hollín fijó en ella sus ojos. Parecía como si alguien la estuviese abriendo.
Pero no. La ventana no se movía. Sin embargo, algo raro ocurría debajo de ella, cerca del umbral.
Construido bajo la ventana, había un banquillo. Era ancho y confortable. ¡Hollín lo conocía bien! Se había sentado en él centenares de veces parar mirar por la ventana. Pero ¿qué pasaba ahora?
Parecía como si el asiento se moviera hacia arriba lentamente. Hollín estaba muy extrañado. No sabía que pudiese abrirse. Siempre había estado fijo con clavos y él pensaba que se trataba de un asiento normal. Pero, ahora, parecía que alguien lo hubiese desatornillado y se hubiese escondido dentro de él, usando la superficie como tapadera.
Hollín, fascinado, permaneció mirando la tapa que se alzaba. ¿Quién habría allí? ¿Por qué se habría escondido? Daba miedo ver cómo el asiento se iba moviendo lentamente.
Por fin, la tapa estuvo completamente levantada y descansó junto a la ventana. Por el hueco salió con precaución una gran figura, sin hacer el menor ruido. Hollín notó que sus pelos se ponían de punta. Se sentía asustado, asustadísimo. No podía pronunciar ni una sola palabra.
El hombre se fue de puntillas hasta la cama. Hizo un rápido y brusco movimiento y se oyó un gemido ahogado procedente del padre de Jorgina. Hollín adivinó que lo había amordazado para que no pudiese gritar. Pero el niño no podía moverse ni hablar. Jamás en su vida se había sentido tan asustado.
El intruso levantó de la cama el fláccido cuerpo y se dirigió hacia la ventana. Allí colocó al padre de Jorgina en el oscuro hueco. ¿Qué habría hecho para conseguir que el tío Quintín no pudiese moverse? Hollín no tenía ni la menor idea. Lo único que sabía es que lo había colocado dentro del banquillo y que parecía no poder mover una mano siquiera para defenderse.
De repente, el niño recobró la voz.
—¡Eh! —gritó—. ¡Eh! ¿Qué está usted haciendo? ¿Quién es usted?
Recordó su linterna y la enfocó hacia la negra sombra. Vio una cara conocida y gritó con sorpresa:
—¡Señor Barling!
Entonces recibió un bofetón y ya no pudo recordar nada más. No se dio cuenta de que también él era colocado en el banquillo de la ventana. Tampoco supo que el intruso siguió detrás de él. No se dio cuenta de nada.
Jorgina se despertó de súbito en la habitación contigua y percibió la voz de Hollín que gritaba: «¡Eh!». Oyó también que decía: «¡Eh! ¿Qué está usted haciendo? ¿Quién es usted?». Y luego, mientras saltaba de la cama, escuchó otro grito: «¡Señor Barling!».
Jorgina se asustó mucho. ¿Qué ocurría en la habitación contigua? Ana y Maribel dormían. A tientas buscó su linterna, pero no pudo encontrarla. Cayó sobre una silla e inclinó la cabeza.
Cuando por fin la encontró, se acercó de puntillas y temblando hasta la puerta. Encendió la linterna y vio que la puerta del cuarto contiguo estaba entornada, tal como Hollín la había dejado. Escuchó atentamente. Ahora no se percibía nada. Había oído un ligero porrazo, después del último grito de Hollín, pero no sabía de qué se trataba.
De repente, pasó la cabeza por la puerta entreabierta de la habitación de su padre y volvió a encender la linterna. Miró con sorpresa. La cama estaba vacía. La habitación estaba también vacía. ¡Allí no había nadie! Recorrió todo el cuarto con su linterna. A pesar del miedo, abrió la puerta del armario. Miró debajo de la cama. Era una muchacha extraordinariamente valiente.
Por fin, se dejó caer sobre el banquillo de la ventana, asustada e intrigada. ¿Dónde estaría su padre? ¿Dónde estaba Hollín? ¿Qué había pasado allí aquella noche?