BLOCK SE LLEVA UNA SORPRESA
Pronto regresó la señora Lenoir, que sonrió a Jorgina, diciendo:
—Era tu padre. Viene mañana, pero tu madre no. Ha ido a casa de tu tía y cree que debe quedarse allí para ayudarla, porque tu tía no está muy bien. Pero a tu padre le agrada venir. Quiere hablar de sus últimos experimentos con el señor Lenoir, que también está muy interesado en ellos. Será agradable tenerlo aquí.
A los niños les hubiera gustado mucho más tener a tía Fanny que a tío Quintín, que a veces era difícil de tratar. Pero, probablemente, éste se pasaría el día conversando con el señor Lenoir y todo iría bien.
Acabaron la partida con la señora Lenoir y se fueron a la cama. Jorgina tenía que ir a buscar a Tim y conducirlo a su habitación. Hollín fue a mirar si no había «moros en la costa». No pudo ver a Block por ninguna parte. Su padrastro no había regresado aún. Sara estaba cantando en la cocina y Enriqueta, su ayudante, hacía media en un rincón.
«Block debe de haber salido», pensó Hollín, e informó a Jorgina de que el paso estaba libre. Mientras atravesaba el vestíbulo hacia el largo pasillo que conducía a su propia habitación, el niño advirtió dos bultos negros que sobresalían por debajo de la pesada cortina que cubría la ventana de la entrada. Los miró con sorpresa y al punto los reconoció. Sonrió maliciosamente.
«¡Así es que el viejo Block sospecha que tenemos un perro, y piensa que duerme en la habitación de Jorgina o de Julián, y está escondido aquí para vigilar! —pensó—. ¡Ajá! Voy a darle una sorpresa desagradable». Subió a contárselo a los demás. Jorgina escuchó alarmada. Pero, como de costumbre, Hollín ya tenía su plan.
—Vamos a dar a Block un susto de muerte —dijo—. Cogeré una cuerda y todos bajaremos al vestíbulo. De repente, me pondré a gritar que hay un ladrón escondido debajo de las cortinas. Me abalanzaré sobre Block y le daré unos cuantos puñetazos. Luego, con la ayuda de Julián y de Dick, le envolveré bien en las cortinas, y un buen tirón las hará desprenderse y caer sobre su cabeza; después le ataremos bien atado.
Todos se pusieron a reír. Iba a ser divertido gastar esta jugarreta a Block. ¡Era un hombre tan insoportable! Una buena lección no le vendría mal.
—Cuando esté bien armado al jaleo yo cruzaré con Tim —dijo Jorgina—. ¡Espero que no querrá unirse a la juerga! Podría dar a Block un buen mordisco.
—Procura sujetarlo con fuerza —dijo Julian—. Y pásalo pronto a tu habitación. Bien. ¿Estamos a punto?
Todos estaban dispuestos. Muy excitados, se deslizaron por el largo pasillo que conducía hasta la puerta que se abría sobre el rellano en que estaba escondido Block. Notaron que la cortina se movía cuando se acercaban. ¡Block estaba espiando!
Jorgina esperaba con Tim en la puerta del pasillo, pero no se dejaba ver. Luego, al grito de Hollín (un grito que helaba la sangre y que hizo pegar un brinco tanto a Jorgina como a Tim), los acontecimientos empezaron.
Hollín se lanzó sobre Block con toda su fuerza.
—¡Un ladrón! ¡Socorro! ¡Hay un ladrón escondido aquí! —gritó.
Block dio un salto y empezó a forcejear. Hollín le atacó con dos o tres puñetazos bien dirigidos. Block, más de una vez le había causado disgustos con su padre, y ahora Hollín le pagaba su deuda a gustó.
Julián y Dick acudieron corriendo en su ayuda.
Un violento tirón de las cortinas las hizo caer sobre la cabeza de Block. Y no sólo las cortinas, sino también la barra que las sostenía. Se precipitaron sobre él, haciéndole caer de lado. El pobre Block había sido cogido por sorpresa y no podía hacer nada contra los tres decididos muchachos. Incluso Ana intervino, pero Maribel se quedó a un lado, divirtiéndose de lo lindo, aunque no se atrevía a tomar parte en la contienda.
En cuanto aquello comenzó, Jorgina se deslizó con su perro. Pero Tim no quería perderse el espectáculo. Se arrastraba con lentitud detrás de Jorgina y no quería seguirla.
Ella trató de obligarlo, pasando sus manos por el collar del perro. Pero Tim persistía en su afán. Había visto una hermosa y gordinflona pierna que se movía cerca de él, sobresaliendo por debajo de la cortina, y, sin que nadie lo pudiese evitar, clavó los dientes en ella.
Se oyó un grito de agonía proferido por Block. Era seguro que Tim podía morder profundamente con sus blancos y agudos dientes. Quedó prendido unos segundos a la pierna que pateaba, y luego recibió un manotazo de Jorgina. Sorprendido, Tim soltó la pierna y siguió humildemente a su dueña. ¡Nunca le había pegado! Debía de estar muy enfadada con él. Con el rabo entre las piernas, Tim entró en el dormitorio y se coló debajo de la cama. En seguida volvió a sacar la cabeza y lanzó a Jorgina una mirada suplicante con sus grandes ojos castaños.
—¡Oh, Tim, tuve que pegarte! —se arrodilló junto al perrazo y le acarició la cabeza—. ¿Lo ves? Podías haberlo estropeado todo si te hubiesen visto. De todas formas, has mordido a Block y no sé cómo podremos explicar eso. Ahora estate quieto, viejecito. Salgo para reunirme con los demás.
La cola de Tim golpeó blandamente el suelo. Jorgina salió corriendo y se reunió a los demás en el rellano. Se estaban divirtiendo de lo lindo con Block, que gritaba y se debatía con todas sus fuerzas. Estaba liado en la cortina, como un gusano dentro de la crisálida. Su cabeza estaba completamente cubierta y no podía ver nada.
De repente, abajo, en el vestíbulo, compareció el señor Lenoir. Detrás de él iba la señora Lenoir, que parecía muy asustada.
—¿Qué significa todo esto? —bramó el padre de Hollín—. ¿Os habéis vuelto locos? ¿Cómo os atrevéis a comportaros así a estas horas de la noche?
—Señor, hemos capturado un ladrón y lo hemos atado.
El señor Lenoir subió los escalones de dos en dos, horrorizado. Vio en el suelo el bulto que se debatía, bien liado en las pesadas cortinas.
—¡Un ladrón! ¿Queréis decir un ratero? ¿Dónde lo habéis hallado?
—Estaba escondido detrás de las cortinas, señor —dijo Julian—. Nos las hemos arreglado para capturarlo y atarlo antes de que pudiese escapar. ¿Puede usted llamar a la policía, señor?
Una voz angustiada salió del interior de las cortinas.
—¡Soltadme! ¡Me han mordido! ¡Soltadme!
—¡Pero si es a Block al que tenéis liado aquí! —exclamó el señor Lenoir, muy extrañado y enfadado—. ¡Desatadle inmediatamente!
—Pero, señor, no puede ser Block. ¡Estaba escondido junto a la ventana, detrás de estas cortinas! —protestó Hollín.
—¡Haced lo que os mando! —ordenó el señor Lenoir, enfurecido. Ana miró la punta de su nariz. Sí, estaba palideciendo como de costumbre.
Los niños desataron las cuerdas de mala gana. Block, entre enojado y temeroso, separó las cortinas que lo recubrían y miró. ¡Su cara impávida había enrojecido!
—¡No soportaré tales cosas! —dijo rabiosamente—. ¡Señor, mire mi pierna! Me han mordido. Sólo un perro puede haberlo hecho. ¡Mire! ¿Se da usted cuenta?
Era evidente. En su pierna, las marcas de los dientes se iban tornando moradas. Tim le había dado un buen mordisco y casi le había arrancado la piel.
—Aquí no hay ningún perro —dijo tímidamente la señora Lenoir, que por fin había subido las escaleras—. A usted no le ha podido morder ningún perro, Block.
—¿Quién lo mordió, si no? —preguntó el señor Lenoir volviéndose enfurecido hacia la pobre señora Lenoir.
—Señor, ¿no cree usted que en el estado de excitación en que me encontraba pueda ser yo quien le ha mordido? —preguntó de repente Hollín. Los demás lo miraban con gran sorpresa y muy divertidos. Hablaba con seriedad y con cara de preocupación—. Cuando pierdo la cabeza, señor, no sé lo que me hago. ¿Cree usted que puedo haberlo mordido?
—¡Bah! —exclamó el señor Lenoir, fastidiado—. ¡No digas estupideces, muchacho! Te haría dar de latigazos si creyese que andas mordiendo a las personas. Levántese usted, Block. No está gravemente herido.
—¡Uf!, siento algo raro en los dientes, ahora que lo pienso —dijo Hollín abriendo y cerrando la boca, como para comprobar que los tenía en su sitio—. Creo que debo ir a lavarme los dientes, señor. Noto el gusto del tobillo de Block en mi boca. Y es desagradable.
El señor Lenoir se sintió enloquecer de furor por la desvergüenza de Hollín y se abalanzó para tirar de las orejas al muchacho. Pero Hollín se escabulló corriendo por el pasillo.
—¡Voy a lavarme los dientes! —gritó.
Los otros se desternillaban de risa. No podían imaginar a Hollín mordiendo a alguien. De todas formas, se veía claramente que ni el señor ni la señora Lenoir tampoco podían imaginar quién había mordido a Block.
—Idos todos a la cama —ordenó el señor Lenoir—. Espero no tener que quejarme de vosotros a vuestro padre cuando venga mañana, o quizá sea vuestro tío. No sé cuál de vosotros es hijo y cuál no. Me sorprende que estéis haciendo tales trastadas en casa ajena. ¡Atar a mi criado! Si se va, será vuestra la culpa.
Los niños tenían grandes esperanzas de que Block se fuera. Sería maravilloso que desapareciese aquel personaje de cara impávida. Estaban seguros de que perseguiría a Tim. Les estaría espiando hasta que atrapara a Tim o les diera algún disgusto.
Pero, a la mañana siguiente, Block seguía allí. Entró en la sala de estudios con el desayuno. Su cara seguía tan impávida como siempre. Miró a Hollín con una mirada diabólica contenida.
—Deberá cuidarse de sí mismo —dijo con voz extrañamente suave—. Tenga cuidado, algo va a ocurrirle uno de estos días. ¡Y también al perro! ¡Sé muy bien que tienen ustedes un perro!
Los niños no contestaron, pero se miraron entre sí. Hollín sonrió maliciosamente y repicó una alegre tonadilla golpeando la mesa con su cuchara.
—¡Oscuras, trágicas, horribles amenazas! —comentó—. ¡Pero también usted debe cuidarse! —dijo—. Si fisgonea usted, se va a encontrar atado otra vez y quizás yo vuelva a morderlo. Quién sabe… Siento los dientes muy afilados esta mañana.
Enseñó los dientes a Block, que no contestó nada y fingió no haber oído ni una palabra. El hombre salió y cerró suavemente la puerta tras de sí.
—¡Qué asqueroso!, ¿verdad? —dijo Hollín. Pero Jorgina se sentía alarmada. Temía a Block. Había algo frío, inteligente y malvado en sus rasgados ojos. Deseaba ardientemente sacar a Tim de aquella casa.
¡Aquella mañana recibió una terrible impresión! Hollín fue a su encuentro. Parecía muy excitado.
—¿Sabes lo que ocurre? Van a dar mi habitación a tu padre. Yo dormiré con Julián y Dick. Block está trasladando las cosas de mi habitación a la de los chicos en estos momentos. Sara le está ayudando. Espero que podré entrar un momento en mi habitación y sacar el perro antes de que llegue tu padre.
—¡Oh, Hollín! —dijo Jorgina con gran desespero—. Voy a ver si puedo sacarlo ahora mismo.
Fue allí. Fingió dirigirse a la habitación de Maribel en busca de algo. Pero Block estaba en la habitación, y siguió limpiándola durante toda la mañana.
Jorgina se sentía muy preocupada por Tim. Estaría extrañado porque no lo habían ido a buscar. Echaría de menos el paseo. Rondó por el pasillo toda la mañana, estorbando a Sara, que hacía viajes cargada con la ropa de Hollín para llevarla al cuarto de Julián.
Block, de vez en cuando, miraba a Jorgina con curiosidad. Cojeaba un poco para demostrar que tenía la pierna mala a causa del mordisco. Por fin abandonó la habitación y Jorgina se introdujo en ella. Sin embargo, Block regresó en seguida y ella tuvo que pasar al cuarto de Maribel. De nuevo Block salió y se fue por el pasillo, y otra vez la niña, en su desesperación, se introdujo a toda prisa en la habitación de Hollín.
Pero Block regresó antes de que hubiese podido abrir la puerta de la alacena.
—¿Qué hace usted en esta habitación? —preguntó con aspereza—. No he estado limpiándola toda la mañana para que luego vengan chiquillos a enredar de nuevo. ¡Váyase de aquí!
Jorgina se fue. Aunque siguió esperando a que Block se marcharse. ¡Pronto tendría que atender a la comida! Por fin salió. Jorgina corrió a la puerta de Hollín, ansiosa de recoger a Tim.
Pero no pudo entrar. La puerta estaba cerrada y Block se había llevado la llave.