¿QUIEN ESTÁ EN EL TORREÓN?
Una noche Julián se despertó por el ruido que hacía alguien al abrir su puerta. Al instante se sentó en la cama.
—¿Quién es? —preguntó.
—Soy yo, Hollín —dijo la voz de éste muy bajito—. Quiero que vengáis y que veáis una cosa.
Julián despertó a Dick, y ambos se pusieron el batín. Hollín los guió, en silencio, fuera de la habitación, hacia un raro cuartito, situado en una de las alas de la mansión. En él se amontonaban toda clase de cosas: baúles y cajas, viejos juguetes, paquetes con vestidos usados, jarrones rotos, que nunca habían sido reparados, y muchas otras cosas inútiles.
—¡Mirad! —exclamó Hollín conduciéndolos hacia la ventana.
Vieron que el cuartito daba al torreón situado en el lado derecho del edificio. Era la única habitación de la casa que miraba hacia ese torreón, porque estaba construida en un ángulo extraño respecto al resto de la mansión.
Los niños se asomaron, y Julián lanzó una exclamación. Alguien desde el torreón hacía señales. Una luz se encendía y se extinguía una y otra vez. Se encendía y se apagaba, hacía una pausa, lanzaba un destello, otro destello, se encendía, se apagaba de nuevo, y de nuevo una pausa… La luz siguió encendiéndose y apagándose con un cierto ritmo.
—Pero… ¿quién estará haciendo eso? —cuchicheó Hollín.
—Quizá sea tu padre —sugirió Julián.
—No lo creo —respondió Hollín—. Me parece que lo he oído roncar en su habitación. Podríamos, de todas formas, ir hasta allí y averiguar si está en ella.
—¡Por Dios, que no nos pesquen! —dijo Julián, que no aprobaba eso de deambular a oscuras por la casa.
Sin embargo, se encaminaron hasta la puerta de la habitación del señor Lenoir. Era evidente que estaba en ella, porque su suave y regular ronquido se oía a través de la puerta cerrada de la habitación.
—Quizá sea Block el que está en el torreón —dijo Dick—. Parece un hombre lleno de secretos. No me fío de él ni un pelo. Aseguraría que se trata de Block.
—Bien, vayamos, pues, a su habitación y veamos si está vacía —susurró Hollín—. ¡Venid! Si es Block el que está haciendo señales, lo hace desde luego sin que mi padre lo sepa.
—De todas formas, tu padre puede habérselo mandado —opuso Julián, que sentía que el señor Lenoir no merecía mayor confianza que Block.
Se dirigieron por las escaleras de detrás hacia el pabellón en que dormía el ayudante. En dicho pabellón dormía también Sara, junto con Enriqueta, su ayudante. Block dormía solo.
Hollín empujó lenta y suavemente la puerta de la habitación de Block, hasta que tuvo espacio suficiente para introducir la cabeza. La habitación estaba iluminada por la luz de la luna. La cama de Block estaba junto a la ventana. ¡Y Block estaba en ella! Hollín podía ver la gibosa forma de su cuerpo y la mancha oscura y redonda de su cabeza.
Escuchó atentamente, pero no pudo oír la respiración de Block. Debía de dormir profundamente.
Apartó la cabeza y empujó a los otros dos chicos hacia las escaleras traseras, cuidando de no hacer el menor ruido.
—¿Estaba allí? —preguntó Julián en voz baja.
—Sí, así es que no podía ser él el que hacía señales desde nuestro torreón —respondió Hollín—. Pero, entonces, ¿quién puede ser? Esto no me gusta. Seguro que no puede ser mi madre, ni Sara, ni la cocinera. ¿Habrá algún extraño en casa, alguien a quien no conocemos y que vive allí secretamente?
—¡Eso no puede ser! —exclamó Julián, y un escalofrío le recorrió la espalda—. ¡Escuchad! ¿Qué os parece? ¿Y si fuéramos al torreón y mirásemos a través de la puerta o por algún rincón? Pronto sabríamos de quién se trata y podríamos avisar a tu padre.
—No, todavía no diremos nada. Quiero averiguar muchas cosas más antes de explicárselo a nadie —dijo Hollín, mostrándose obstinado—. Subamos al torreón. Pero tenemos que tener mucho cuidado. Hay que ir por una escalera de caracol muy estrecha, y no nos podremos esconder en ninguna parte si, inesperadamente, alguien bajase por el torreón.
—¿Qué hay en el torreón? —preguntó Dick, mientras caminaban a través de la silenciosa y oscura mansión.
Estrechas franjas de luz de luna penetraban aquí y allá a través de las rendijas que dejaban las cortinas cerradas.
—No gran cosa. Sólo una mesa, un par de sillas y unas estanterías con libros —contestó Hollín—. Vamos allí los días calurosos de verano, cuando la brisa entra por las ventanas, y desde allí se ve un paisaje verde muy bonito.
Llegaron a un pequeño patio. De él partía una estrecha escalera de piedra, que subía en espiral rodeando el torreón. Los niños miraron a lo alto. La luz de la luna penetraba hasta las escaleras por una estrecha ventana.
—Será mejor que no subamos todos —dijo Hollín—. Nos sería difícil bajar a los tres corriendo, si la persona que está en la torre saliera de repente. Yo iré. Vosotros quedaos aquí y esperad. Veré si puedo espiar algo por las rendijas de la puerta o por el agujero de la llave.
Subió por las escaleras con cautela. A los pocos momentos le perdieron de vista, cuando rodeaba la primera espiral. Julián y Dick esperaban en la oscuridad, al pie del torreón. Había allí un espeso cortinaje, cubriendo una de las ventanas. Se pusieron detrás y se taparon con él para entrar en calor.
Hollín subió hasta el final de la escalera. La habitación del torreón tenía una gruesa puerta de roble, claveteada, pero… ¡Estaba cerrada! No se podía mirar a través de las rendijas porque no las había. Se inclinó para mirar por el ojo de la cerradura.
Pero estaba tapado con algo, y tampoco pudo ver nada. Aplicó su oreja a la puerta y escuchó.
Oyó una serie de ruidos tenues: clic, clic, clic…
«Es el clic de la luz que encienden y apagan —pensó Hollín—. Todavía están haciendo señales como locos, pero ¿para qué? ¿A quién? ¿Y quién estará en nuestro torreón utilizándole como torre de señales? ¡Me gustaría mucho saberlo!».
De súbito, el clic se detuvo. Se oyó a alguien caminar por el suelo empedrado del torreón. ¡Casi en el mismo momento se abrió la puerta!
Hollín no tuvo tiempo de lanzarse escaleras abajo. Lo único que pudo hacer fue comprimirse dentro de una hornacina, con la esperanza de que la persona no lo vería ni lo rozaría al pasar.
En aquel mismo momento, la luna se ocultó detrás de una nube. Hollín se sentía agradecido a la oscuridad que lo ocultaba. Alguien pasó escaleras abajo, casi rozando el brazo de Hollín.
A Hollín le latía el corazón y esperaba ser arrancado de su escondite de un momento a otro. Pero la persona no pareció darse cuenta y descendió por la escalera de caracol, andando quedamente. Hollín no se atrevió a seguirlo porque temía que la luna reapareciera y le hiciera visible para el que estuvo haciendo señales.
Y de este modo, permaneció hundido en la hornacina, esperando que Julián y Dick se mantuvieran bien ocultos y no se les ocurriese salir a su encuentro creyendo que los pasos de ese hombre eran los de él, que ya descendía.
Julián y Dick oyeron pasos que se acercaban. Primero, creyeron que sería Hollín. Luego, al no oír su voz, se hundieron detrás de las cortinas, adivinando que se trataba del hombre que hacía las señales.
—¡Será mejor que lo sigamos! —susurró Julián a Dick—. ¡Ven! ¡No hagas ruido!
Pero Julián se enredó con los cortinajes y parecía no poder salir de entre ellos. Dick, por el contrario, se escabulló fácilmente, con rapidez, siguió detrás de aquel hombre que ya casi desaparecía. La luna lucía de nuevo y Dick podía ver fugazmente al que había estado haciendo señales.
Manteniéndose en las sombras, lo observaba de lejos. ¿Adonde se dirigía?
Lo siguió a través del rellano hasta un pasadizo. Luego, otro rellano hasta subir por las escaleras traseras. Pero éstas conducían a las habitaciones del personal. ¡No era posible que se dirigiera hacia allí!
Con gran sorpresa, Dick vio que aquel hombre se metía en el dormitorio de Block. Se acercó silenciosamente hasta la puerta que había dejado ligeramente entreabierta. En la habitación no había más luz que la de la luna. No se oía nada. Sólo un ligero crujido, que podía provenir de la cama.
Dick observaba, lleno de intensa curiosidad. ¿Vería cómo el hombre despertaba a Block? ¿Le vería huir por la ventana?
Paseó la mirada por la habitación. Allí no había nadie más que Block acostado en su cama. La luna iluminaba las esquinas y Dick veía claramente que la habitación estaba vacía. Sólo estaba Block, acostado. Lo oyó suspirar y revolverse en su cama.
«¡Bien! ¡Es lo más raro que he visto en mi vida! —pensó Dick, muy extrañado—. Un hombre se mete en una habitación y desaparece sin hacer el menor ruido. ¿Dónde se puede haber metido?».
Volvió hacia atrás para reunirse con los demás. Entre tanto, Hollín había descendido por la escalera de caracol y, hallando a Julián, éste le explicó que Dick había ido detrás del que hacía señales.
Salieron al encuentro de Dick y, de repente, tropezaron con él, que caminaba en silencio, protegido por la oscuridad.
Los tres dieron un brinco y Julián casi pegó un grito, pero retuvo la voz oportunamente.
—¡Qué susto me has dado, Dick! —susurró—. ¿Has visto quién era y adonde iba?
Dick les explicó las extrañas cosas que había visto:
—¡Entró en la habitación de Block y se esfumó! —explicó—. Hollín, ¿hay algún pasadizo secreto en la habitación de Block?
—No, ninguno —contestó Hollín—. Esta parte es mucho más nueva que el resto del edificio y no hay en ella ningún pasadizo secreto. No puedo imaginar qué ha sido del hombre. ¡Qué raro! ¿Quién será, de dónde vendrá y por dónde se habrá ido?
—Debemos averiguarlo —indicó Julian—. ¡Qué misterio! Hollín, ¿cómo te enteraste de que estaban haciendo señales desde el torreón?
—Lo descubrí por casualidad hace algún tiempo —contestó Hollín—. No podía dormir y fui hasta el cuartito de los trastos en busca de un viejo libro. Por casualidad, miré hacia el torreón y vi que una luz se encendía y apagaba desde allí.
—¡Qué curioso! —comentó Dick.
—Desde entonces, he vuelto al mismo sitio muchas más veces para ver si descubría de nuevo aquellas raras señales. Y, por fin, lo conseguí. La primera vez que las vi había luna llena, y lo mismo ocurrió la segunda vez. Entonces me dije: «A la próxima luna llena me iré hasta allí y veré si el que hace señales está otra vez». ¡Y estaba!
—¿Hacia dónde mira la ventana por la que hace señales? —preguntó Julián, que seguía pensativo—. ¿Mira hacia el mar o hacia tierra adentro?
—Hacia el mar —dijo Hollín—. Hay alguien o algo en el mar que espera estas señales. ¿Quién podrá ser?
—Contrabandistas, me imagino —contestó Dick—. Pero esto no puede tener relación con tu padre, Hollín. ¿No podríamos subir al torreón? Quizás allí encontremos algo o podamos ver alguna cosa.
Regresaron a la escalera de caracol y subieron hasta el cuartito. Estaba muy oscuro porque la luna se había ocultado detrás de una nube. Pero de pronto reapareció y los niños se asomaron a la ventana que miraba hacia el mar.
Aquella noche no había niebla. Veían el húmedo pantano que llegaba hasta el mar. Lo contemplaron en silencio. Luego, la luna se ocultó y la densa oscuridad recubrió de nuevo el pantano.
De pronto, Julián se agarró a los demás y les hizo pegar un salto.
—¡Veo algo! —susurró—. ¡Mirad allá abajo! ¿Qué es?
Todos miraron. Parecía una menuda línea de luces temblorosas. Estaba tan lejos que era difícil saber si se movían o estaban quietas. Luego, reapareció la luna, esparciendo su luz plateada por todas partes, los niños no vieron ya nada más que su luz.
Pero en cuanto la luna volvió a ocultarse, otra vez divisaron la línea de lucecitas vacilantes.
—¡Están algo más cerca! ¡Estoy seguro! —susurró Hollín—. Son contrabandistas que vienen hacia un paso secreto que conduce desde el mar hasta Castaway. ¡Son contrabandistas!