HOLLÍN LENOIR
Hollín bajó a toda prisa las escaleras que conducían a la puerta principal y corrió detrás de Jorgina. Los demás le siguieron, incluso Maribel, que tuvo buen cuidado de cerrar tras de sí la puerta de la casa.
Había una pequeña puerta en la pared junto a la cual se encontraba Jorgina en aquel momento. Hollín se adelantó a la niña y la empujó a través de la puerta, que después mantuvo abierta para que pasaran los demás.
—No me sacudas de esa forma —empezó a decir Jorgina con enfado—. Tim te morderá si te metes conmigo.
—¡Que te crees tú eso! —repuso Hollín con extraña sonrisa—. Los perros me quieren. Aunque te tirara de las orejas, tu perro no haría más que menear la cola.
Los niños se encontraron en un oscuro pasadizo. Al extremo opuesto había otra puerta.
—Esperad aquí un momento, que voy a ver si hay moros en la costa —dijo Hollín—. Sé que mi padre está en casa y ya os he dicho que, si ve al perro, os empaqueta de nuevo a todos en el coche y os manda a vuestra casa. Y yo no quiero que lo haga, porque ya os he dicho que estaba deseando que vinierais.
Sonrió, y sus corazones se sintieron reconfortados con su sonrisa; incluso el de Jorgina, a pesar de que estaba aún enfadada porque la había empujado con tanta brusquedad.
De todas formas, todos se sentían un poco asustados por causa del señor Lenoir. Debía de ser un personaje bastante feroz.
Hollín se puso de puntillas junto a la puerta del final del pasadizo y al fin la abrió. Echó una ojeada a la habitación contigua y luego regresó junto a los demás.
—Vía libre —anunció—. Iremos por el pasadizo secreto hasta mi habitación. Así nadie nos verá y, cuando estemos allí, podremos planear cómo esconderemos al perro. ¿Estáis dispuestos?
Un pasadizo secreto les pareció una cosa muy emocionante. Sintiéndose como si estuvieran viviendo una novela de aventuras, los niños se dirigieron quedamente por la puerta hacia el cuarto contiguo. Se trataba de una habitación oscura, recubierta con paneles de madera. Con toda seguridad servía de estudio, porque había allí un gran pupitre y las paredes estaban recubiertas de libros. En aquel momento no había nadie en ella.
Hollín se dirigió a uno de los paneles, lo palpó a ciegas y empujó en un determinado lugar. El panel cedió suavemente. Hollín introdujo la mano por la rendija y agarró alguna cosa. Otro panel mucho mayor, que se encontraba detrás, se deslizó dentro de la pared y dejó una abertura suficiente para que los niños pudieran pasar por ella.
—Seguidme —ordenó Hollín en voz baja—. No hagáis ruido.
Emocionados, los niños se introdujeron por la abertura. Hollín pasó el último e hizo algo que cerró la abertura y que obligó al segundo panel a colocarse de nuevo en su sitio. Encendió una velita, porque el lugar donde los niños se encontraban estaba muy oscuro.
Se hallaban ahora en un estrecho pasadizo de piedra. Tan estrecho que no podían pasar dos personas a la vez, a no ser que fueran delgadas como serpientes. Hollín entregó la vela a Julián, que iba el primero.
—Sigue avanzando hasta que llegues a unos escalones de piedra —dijo—. Sube por ellos y, cuando estés en lo alto, date la vuelta a la derecha y continúa recto hasta que llegues a una pared blanqueada. Ya te diré entonces lo que has de hacer.
Julián siguió las indicaciones, llevando la vela en alto para iluminar a los demás. El estrecho pasadizo se extendía en línea recta hasta llegar a unos escalones de piedra. El lugar no era tan sólo muy estrecho, sino también muy bajo, de manera que Ana y Maribel eran las únicas que no tenían necesidad de agachar la cabeza.
A Ana no le agradaba aquel lugar. Nunca le había gustado encontrarse en sitios estrechos y cerrados, porque le recordaban ciertos sueños que tenía a veces, en los que parecía estar encerrada en un lugar del cual no podía salir. Se sintió feliz cuando Julián habló:
—Hemos llegado a los escalones. Vayamos subiendo de uno en uno.
—No hagáis ruido —recomendó Hollín en voz baja—. Ahora estamos pasando junto al comedor. También hay un camino que conduce desde allí a este pasaje.
Todos se mantenían silenciosos e intentaban andar de puntillas, aunque esto resulta bastante difícil cuando hay que llevar las cabezas inclinadas y se tropieza con los hombros en el techo.
Subieron catorce escalones. Éstos eran muy empinados y, a mitad del camino, hacían un recodo. Al llegar arriba, Julián dio la vuelta hacia la derecha. El pasadizo ahora estaba cuesta arriba y era tan estrecho como antes. Julián estaba seguro de que a una persona gorda le sería imposible pasar por él.
Siguió hacia delante hasta que casi se dio de narices con una pared de piedra blanca. La recorrió con la vela arriba y abajo. Una voz susurrante llegó desde el otro extremo de la línea que formaban los niños.
—¿Has llegado a la pared blanca, Julián? Levanta entonces la vela hacia donde el techo del pasadizo se une a la pared. Allí verás un picaporte de hierro. Apriétalo con fuerza.
Julián levantó la vela y divisó la empuñadura. Pasó la vela a su mano izquierda y asió fuertemente el recio botón de hierro con la derecha. Lo apretó con todas sus fuerzas.
Y, en medio de un gran silencio, la gran piedra del centro de la pared se deslizó de costado y hacia atrás, dejando un boquete.
Julián se quedó atónito. Soltó el picaporte y con la vela iluminó la abertura. ¡Allí no había nada más que oscuridad!
—¡Eso es! Ese agujero conduce a un gran armario que hay en mi habitación —gritó Hollín desde detrás—. Pasa, Julián. Nosotros te seguiremos. No habrá nadie en mi habitación.
Julián pasó a rastras a través del boquete y se encontró en un gran armario empotrado, donde estaba colgada la ropa de Hollín. Se abrió paso a través de la ropa y chocó contra una puerta. La abrió y, al punto, raudales de luz inundaron el armario, iluminando el paso desde el pasadizo hasta la habitación.
Los demás pasaron de uno en uno a través del boquete. Durante un momento se perdían entre las ropas y se sentían aliviados al penetrar por fin en la habitación por la puerta del armario.
Tim, asustado y silencioso, se mantenía junto a Jorgina. No le había agradado mucho aquel oscuro y estrecho pasadizo y se sentía contento de encontrarse de nuevo a la luz del día.
Hollín pasó el último. Cuidadosamente cerró la abertura del pasadizo presionando la piedra. Ésta se movió con facilidad, a pesar de que Julián no podía imaginar cómo funcionaba. «Debe de llevar alguna clase de eje», pensó Julián.
Sonriente, Hollín se unió a los demás en el dormitorio. Jorgina sostenía con la mano el collar de Tim.
—Puedes soltarlo, Jorge —dijo Hollín—. Estamos a salvo aquí. Mi habitación y la de Maribel están separadas del resto de la casa. Nos encontramos en un extremo de la casa al que sólo se puede llegar por un largo pasillo.
Abrió la puerta y enseñó a los demás lo que quería decir. Había otra habitación junto a la suya, que era la de Maribel. Luego seguía un pasillo con paredes de piedra y suelo empedrado, recubierto de alfombras. Al final de éste, una gran ventana le daba claridad. También había una puerta, una gran puerta de roble que estaba cerrada.
—¿Lo veis? Aquí estamos a salvo, y completamente solos —comentó Hollín—. Tim puede ladrar si quiere, nadie lo oirá.
—¿Pero aquí no viene nunca nadie? —preguntó Ana, extrañada—. ¿Quién limpia y cuida vuestras habitaciones?
—¡Oh!, eso lo hace Sara cada mañana —respondió Hollín—, pero corrientemente, nadie más viene por aquí. De todas formas, tengo un sistema para saber si alguien abre esa puerta.
Y señaló la que cerraba el pasillo. Los demás lo miraban.
—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Dick.
—He montado aquí en mi habitación un mecanismo que hace un ruido estruendoso tan pronto como se abre la puerta —comentó Hollín con orgullo—. Mirad, voy a ir hasta allí y la abriré. Vosotros permaneced aquí y escuchad.
Corrió por el pasillo y abrió la pesada puerta. Inmediatamente sonó un ruido grave e intenso en alguna parte de la habitación. Todos se sobresaltaron. También Tim se asustó: sus orejas se enderezaron y gruñó con ferocidad.
Hollín cerró la puerta y regresó corriendo.
—¿Habéis oído el ruido? Es una buena idea, ¿no os parece? Siempre se me ocurren cosas como ésta.
A todos les pareció que habían ido a parar a un lugar muy raro. Echaron un vistazo en torno a la habitación de Hollín. Su mobiliario era muy corriente y también era normal su estado de desorden. Había en ella una gran ventana, con paneles en forma de rombo, y Ana quiso mirar por ella.
Retrocedió de un brinco, sobresaltada. No esperaba encontrarse con un precipicio semejante. El «Cerro del Contrabandista» había sido construido en la cima de una colina y, del lado que se encontraba la habitación de Hollín, dicha colina descendía verticalmente hasta el pantano, que se veía muy al fondo.
—¡Oh, mirad! —exclamó—. ¡Mirad qué altura hay! ¡Me da una sensación muy rara mirar hacia abajo!
Los demás la rodearon y permanecieron en silencio, porque verdaderamente impresionaba asomarse a un precipicio tan profundo.
El sol lucía en la cima de la colina, pero todo alrededor, hasta donde la vista podía alcanzar, la niebla ocultaba el pantano y el lejano mar. Sólo una pequeña zona del pantano podía divisarse muy en lo hondo, al pie de la abrupta colina.
—Cuando las nieblas se retiran, se pueden ver los húmedos pantanos hasta donde empieza el mar —explicó Hollín—. Es una vista muy hermosa. Casi no puede decirse dónde acaba el pantano y dónde comienza el mar, menos los días en que el mar está muy azul. Resulta curioso saber que en otro tiempo el mar rodeaba esta colina, que entonces era una isla.
—Sí. El posadero nos lo ha contado —dijo Jorgina—. ¿Por qué se retiró el mar y abandonó este lugar?
—No lo sé —respondió Hollín—. La gente dice que se retira cada vez más. Se ha hecho un gran proyecto para drenar el pantano y convertirlo en campos de cultivo. Pero no sé si esto llegará a realizarse algún día.
—A mí no me gusta el pantano —dijo Ana, con un ligero escalofrío—. Parece un lugar perverso.
Tim gimió. Jorgina recordó entonces que debían esconderlo y planear cómo lo cuidarían. Se dirigió a Hollín.
—¿Pensabas de verdad hacer lo que has dicho y esconder a Tim? —preguntó—. ¿Dónde lo pondremos? ¿Podremos alimentarlo? ¿Y cómo podremos sacarlo de paseo? Ya es un perro muy grande.
—Ya lo planearemos —replicó Hollín—. No te preocupes. Me gustan los perros y me encantará tener a Tim aquí, pero os advierto que, si mi padrastro lo descubre alguna vez, recibiremos todos una buena azotaina y os devolverá a vuestra casa con una buena reprimenda.
—¿Pero por qué no le gustan los perros a tu padre? —preguntó Ana, intrigada—. ¿Es que le dan miedo?
—No. Me parece que no. Sólo que no quiere tenerlos en casa —contestó Hollín—. Creo que debe tener alguna razón, pero no sé cuál es. ¡Es un hombre muy raro mi padrastro!
—¿En qué sentido es raro? —preguntó Dick.
—Pues… parece estar lleno de secretos —contestó Hollín—. Aquí viene gente muy rara. Llegan secretamente, sin que nadie se dé cuenta. He visto luces encendidas en el torreón algunas noches, aunque no sé quién las enciende ni para qué. He intentado descubrirlo, pero no lo he conseguido.
—¿Crees… crees que tu padre es un contrabandista? —preguntó de repente Ana.
—No lo creo —contestó Hollín—. Ya tenemos aquí un contrabandista y todo el mundo lo conoce. ¿Veis aquella casa allá abajo, a la derecha? Allí vive. Es lo más rico que se puede ser. Se llama Barling. Incluso la policía conoce sus andanzas, pero no puede detenerlo. Es muy rico y poderoso, así es que hace lo que quiere y no permitiría que nadie más jugara al mismo juego que él. Nadie más se atrevería a hacer ninguna clase de contrabando en Castaway mientras él se dedique a eso.
—Éste parece un lugar muy emocionante —comentó Julian—. Tengo la sensación de que se puede correr alguna aventura por aquí.
—¡Oh, no! —exclamó Hollín—. Aquí nunca pasa nada. Cuando se llega por primera vez, uno tiene la sensación de que va a vivir aventuras, sólo por ser el lugar tan antiguo, tan lleno de pasos secretos, de pozos y de corredores excavados en la roca, usados por los contrabandistas de tiempos antiguos, pero… ¡qué va!
—Bien —empezó a decir Julián, y se detuvo en seco. Todos miraron a Hollín. Su bocina secreta había aullado desde su escondido rincón. ¡Alguien había abierto la puerta del final del pasillo!