La religión de Jenófanes.
Heráclito de Efeso

Los dos grandes hombres de los que quisiera hablar en esta sección tienen en común el que ambos dan la impresión de caminantes solitarios, pensadores profundos originales, influidos por otros, pero no encasillados en «escuela» alguna. El periodo más probable para situar la vida de Jenófanes es la centuria inmediata al 565 a. C. A la edad de noventa y dos años se describe a sí mismo como alguien que ha vagado por los estados griegos (incluido, por supuesto, la Magna Grecia) durante los últimos sesenta y siete años. Era poeta y los fragmentos de sus hermosos versos que han llegado hasta nosotros nos hacen lamentar profundamente que sus hexámetros y elegías, así como los de Empédocles y Parménides, no se hayan conservado como los cantos bélicos de La llíada. Pese a todo, lo que aún subsiste de aquellos poemas filosóficos puede, en mi opinión, constituir un tema más interesante, valioso y adecuado para nuestra docencia que la Cólera de Aquiles (si se reflexiona sobre su contenido)[13]. De acuerdo con Willamowitz, Jenófanes «sostuvo el único monoteísmo real que ha existido sobre la Tierra».

Fue también él quien descubrió e interpretó correctamente fósiles en las rocas del sur de Italia, ¡en el siglo VI a. C.! Quisiera recordar aquí algunos de sus fragmentos más famosos, que nos proporcionan una idea de la actitud de los avanzados pensadores de aquel periodo con respecto a la religión y la superstición. Para dar paso a una visión científica del mundo, era, por supuesto, necesario en primer lugar deshacerse de ideas tales como las de Zeus lanzando rayos y truenos, Apolo provocando pestilencias para dar rienda suelta a su cólera, etcétera.

Jenófanes señala (fr. 11[14]) que Homero y Hesíodo atribuyen a los dioses todo tipo de cualidades que constituyen una vergüenza y una desgracia entre los mortales: impostura, robo, adulterio, engaños entre unos y otros con enorme ingenio. Y (fr. 14):

«Los mortales creen que los dioses han sido procreados como lo son ellos mismos, que utilizan prendas de vestir como las suyas y que tienen voz y forma»[15].

Me detendré un momento para plantear lo siguiente: ¿Cómo podrían los griegos en general aceptar una idea tal acerca de los dioses? La respuesta es, creo, que todo eso no les parecía en absoluto bajeza. Por el contrario, testimoniaba el poder, libertad e independencia de los dioses; éstos podrían hacer sin censura cosas que a nosotros nos convertirían en culpables, pues sólo somos pobres mortales. Ellos modelaban a sus dioses a imagen de los que, entre ellos, tenían mayor riqueza, fuerza, poder e influencia y que, a menudo, entonces como ahora, podían permitirse evadir la ley y conseguir la indulgencia para crímenes y acciones vergonzosas, gracias a su poder y riqueza.

En varios fragmentos Jenófanes destrona a los dioses en un par de líneas, ridiculizándolos por no ser patentemente nada más que el producto de la imaginación humana:

«Sí, y si los bueyes, caballos o leones tuvieran manos y pudieran pintar con ellas y producir obras de arte como los hombres, los caballos pintarían las figuras de los dioses como si fueran caballos, y los bueyes como bueyes, dando a sus cuerpos la imagen de sus diferentes especies.» (Fr. 15).

«Los etíopes hacen a sus dioses negros y chatos; los tracios dicen que los suyos tienen ojos azules y cabello rojo». (Fr. 16).

A continuación, unos fragmentos que nos deparan su propia idea —clara y singular— acerca de la divinidad:

«Un dios, el más grande entre dioses y hombres, ni en forma ni en pensamiento es semejante a los mortales.» (Fr. 23).

«Él lo ve todo, lo piensa todo y lo oye todo.» (Fr. 24).

«Pero sin ningún esfuerzo dirige todas las cosas con el vigor de su mente.» (Fr. 25).

«Y permanece siempre en el mismo lugar, sin moverse en absoluto; pues no le corresponde hallarse ahora aquí y en otro momento allá». (Fr. 26).

Y he aquí su, para mí, particular e impresionante agnosticismo:

«Nunca hubo ni habrá hombre alguno que tenga conocimiento cierto acerca de los dioses y sobre las cosas de las que hablo. Incluso si alcanzara por fortuna a decir la verdad plena, él mismo ignoraría que es así. No existe otra cosa que la opinión fortuita». (Fr. 34).

Fijémonos ahora en un pensador algo posterior, Heráclito de Efeso. Era un poco más joven (tuvo su acmé hacia el 500 a. C.); probablemente no era un discípulo de Jenófanes, pero conoció sus escritos y recibió influencias de éste y de los jonios anteriores. Llegó incluso a pasar por «oscuro» en la Antigüedad y fue (aventuro que por esta razón) aprovechado por Zenón, el fundador de la escuela estoica, y por los estoicos que le siguieron, incluido Séneca. Los pocos fragmentos existentes lo evidencian. Los detalles de su visión del mundo tienen poco interés. Sus ideas participan del carácter general de la cultura jónica, con un fuerte tinte agnóstico en la línea de Jenófanes. He aquí algunos de sus escritos característicos más comprensibles:

«Este mundo, el mismo para todos nosotros, no ha sido creado por ninguno de los dioses ni de los humanos; siempre ha sido, es y será un fuego perdurable, iluminándose a intervalos y a intervalos extinguiéndose.» (Fr. 30).

«Lo que espera a los hombres tras la muerte no es ni lo que prevén ni lo que sueñan». (Fr. 27).

Como ejemplo de los fragmentos oscuros (la traducción es la de Burnet)[16]:

«El hombre enciende una luz para sí mismo en la noche, cuando ha muerto y sin embargo vive. El que duerme, carente de visión, resplandece de entre los muertos; el que es despertado resplandece de entre los durmientes». (Fr. 26).

Hay un conjunto de fragmentos que denota a mi juicio una perspectiva profundamente epistemológica, a saber: puesto que todos los conocimientos se basan en percepciones sensoriales, a priori deben valorarse igualmente, así ocurran en estado de vigilia, en un sueño o en una alucinación; y sea en persona de mente sana o de mente enferma. Lo que marca la diferencia y permite construir una imagen del mundo verosímil a partir de ellos es que este mundo puede ser construido de tal modo que sea común para todos nosotros, o al menos para toda persona sana y en estado de vigilia. (No debe olvidarse que en aquel tiempo era mucho más habitual considerar las apariciones oníricas como algo real; la mitología griega está llena de este tipo de historias.) Estos fragmentos dicen:

«Es por ende necesario seguir lo común. Pero mientras que la razón (λόγοζ) es común, la mayoría vive como si cada uno poseyera un discernimiento particular.» (Fr. 2)

«No debemos actuar ni hablar como si estuviéramos dormidos. (Explicación: pues entonces, en nuestro sueño, también creemos que hablamos y actuamos)». (Fr. 73).

Y fundamentalmente:

«Aquellos que hablan con mente clarividente (ξὺν νόω) deben buscar apoyo en lo que es común a todos, al igual que una ciudad se fundamenta en su ley, e incluso con mucha mayor radicalidad; pues todas las leyes de los hombres se nutren de una única ley divina. Esta prevalece tanto cuanto quiere y es más que suficiente para todo.» (Fr. 114).

«Los que están en estado de vigilia poseen un solo mundo en común, pero los que duermen penetran cada uno en su propio mundo». (Fr. 89).

Lo que me impresiona en particular es el gran énfasis en mantener lo que es común, en el sentido de escapar a la insensatez, eludir ser un «idiota» (de ἴδιοζ, privado, lo que es propio). No se trataba, pues, de un socialista, sino en todo caso de un aristócrata, quizá un «fascista»[17].

Creo que esta interpretación es correcta. No he podido encontrar en ningún sitio una explicación razonable para este «común» en un hombre como él. En una ocasión dice algo así como: un hombre de genio pesa más que diez mil de los comunes. A veces nos recuerda a Nietzsche, ¡el gran fascista! Todas las cosas que merecen la pena se han originado a partir de conflictos y violencia.

Para resumir, el sentido de todo esto sería, a mi juicio, lo siguiente: nos forjamos ideas acerca de un mundo que nos rodea partiendo de que una parte de nuestras sensaciones y experiencias coincide con él. Tal fracción coincidente es el mundo real.

Creo que, por regla general, uno no debería asombrarse demasiado de encontrar ocasionalmente un pensamiento filosófico verdaderamente profundo con respecto al mundo en los fragmentos considerados más arcaicos del pensamiento humano; encontrar ideas para darles forma o inteligir nos cuesta hoy día bastante esfuerzo y una considerable labor de abstracción. Pensemos que esta infancia del pensamiento humano se hallaba, en sentido figurado, «aún más próxima a la naturaleza». Todavía no se había alcanzado la imagen racional del mundo, no se había logrado aún la construcción de «el mundo real que nos rodea». En cualquier caso, tenemos bastantes ejemplos que ilustran la existencia de tal pensamiento primitivo y profundo en los escritos religiosos antiguos de muchos pueblos, los indios, los judíos, los persas.

Comparando estos periodos tempranos de la intelección filosófica, no puedo evitar recordar las palabras de P. Deussen, el gran especialista en sánscrito e interesante filósofo, quien decía: «Es una lástima que los niños en los dos primeros años de su vida no puedan hablar, porque si pudieran, probablemente lo harían en filosofía kantiana».