Esta es una novela escrita por la maledicencia. La gente es capaz de endosarle a cualquiera otra vida a fuerza de habladurías, chismorreos, cotilleos, difamaciones, calumnias. Y la verdad es que esa vida inventada por las malas lenguas puede llegar a ser muy desagradable, pero también muy entretenida, muy intrigante, muy emocionante. Van apareciendo en escena los malos y las víctimas, los vicios y las virtudes, los lances más conmovedores, más divertidos, más enloquecidos, más inverosímiles, más verosímiles. Convertir todo eso en literatura, utilizando las armas libérrimas de la ficción, dejando que luego los personajes tengan vida propia y la historia tome su propio rumbo, era una posibilidad tentadora en la que decidí caer con esta novela. Pero toda semejanza con personas o acontecimientos reales, o que a algunos se lo pueda parecer, es sólo consecuencia de los habituales juegos entre la realidad y la invención —entre los que se debe incluir la pura coincidencia— que los novelistas y los lectores avezados están habituados a compartir.