Los clientes de la cultura se rebelan
contra la autonomía de la obra
de arte porque la convierte en algo mejor
de lo que ellos creen que es.
Theodor W. Adorno
(Teoría estética, Taurus Humanidades, p. 31, Madrid, 1992).
Este libro es el resultado de una selección de diferentes textos, más o menos diarios, escogidos por el propio autor, Carlos Filippa, y cuyo único nexo se halla, aparentemente, en el hecho de haber sido publicados en una página de Internet durante un par de años. Y digo aparentemente porque, en esta recopilación, si bien se compendian escritos de cierta espontaneidad y diversidad, existen entre ellos relaciones temáticas y estéticas comunes que, como nexos de coherencia, afortunadamente los vinculan superando los límites de su contenedor original: el webblog. Para quienes todavía no conozcan esta herramienta de comunicación, gestada en Internet a partir del clásico diario personal, explicaré que un weblog (también llamado blog obitácora) es «un sitio web donde se recopilan cronológicamente mensajes de uno o varios autores, con un uso o temática en particular, siempre conservando el autor la libertad de dejar publicado lo que crea pertinente», según la definición que ofrece, en línea, la conocida enciclopedia Wikipedia. Personas de toda condición, en principio independientes (de empresas, de partidos políticos, de gobiernos…), van publicando en la red, de forma periódica, reflexiones personales sobre temas diversos —incluyendo vínculos a otras páginas—, entradas textuales o gráficas que generalmente pueden ser directa e inmediatamente comentadas (y en su caso secundadas, completadas o rebatidas), por el lector. Es así como han ido surgiendo blogs sobre tecnología, diseño, periodísticos, científicos, profesionales y, cómo no, también los artísticos. Dentro de este último grupo se encuentra la bitácora personal de Carlos Filippa, Los dedos del manco, blog que desapareció tras el nacimiento de Renzo, su primer hijo, y que el autor ha decidido antologar ahora en este volumen.
Suele decirse que lo importante no es dónde y con qué se escribe alguna cosa sino qué y cómo se escribe. De acuerdo. Pero no hay que perder de vista que la condiciones históricas, sociales, materiales y tecnológicas con las que una persona se entrega a un proceso creativo influyen determinantemente en la estética y en los contenidos de la obra. Si nos fijamos solamente en el soporte de comunicación, es lógico pensar que los libros redactados con pluma no sonpeores que los escritos a máquina, o con ordenador, como tampoco tiene por qué ser mejor, ni tampoco peor, el último premio Nobel de literatura que el ilustre Miguel de Cervantes. Por tanto, no tienen por qué resultar peores, o menos entretenidos, los diarios personales escritos a bolígrafo que los tecleados en un diario electrónico. Sin duda. Resumiendo: por sí sólo, el soporte para la expresión no modifica las habilidades creativas del emisor. La pregunta es otra: si Carlos, un buen día, no hubiera descubierto los blogs, ¿habría optado por escribir todas sus ideas en el bloc de notas de Windows o quizá en un cuaderno con anillas? Permitámonos el maleficio de la duda.
Ahora bien, que se no modifique la destreza del creador no significa que la elección de un determinado soporte no la potencie y la fortalezca otorgándole mayor libertad expresiva, un mayor control de todo el proceso creativo, sobre todo si nos fijamos en que a los principales valores de los nuevos soportes electrónicos (la inmediatez y la interacción) se une, en este último lustro, el nacimiento del blog como nueva herramienta de publicación con unas características que nunca antes, en la historia de la humanidad, habían sido tan favorables a la tarea del artista: económicamente asequible (muchísimo más barato que la imprenta), feedback integral (comunicación total con el autor, de modo que en la práctica el lector se convierte en autor), accesibilidad global (legiblilidad desde cualquier lugar del mundo), plenamente intertextual y contextualizable (los textos se enlazan entre sí e interactúan) y algo no menos importante, autonomía editorial y ruptura con las cadenas comerciales y burocráticas de la propiedad intelectual. Entonces, ¿conformaría el blog un nueva modalidad literaria? Es evidente que no, pero inaugura un tiempo en el que se amplía contundentemente la libertad expresiva de todo comunicador, sea un escritor como Carlos, sea un periodista o el profesional vinculado a cualquier otra industria cultural o sector productivo. El blog, el cuaderno de bitácora electrónico es, en definitiva, una herramienta cuyo uso, en determinadas direcciones, puede acabar siendo verdaderamente revolucionario.
Formalmente, las entradas (o posts, en inglés) de Carlos en su blog no difieren demasiado de otras aportaciones literarias de sus compañeros de la blogosfera. Podríamos afirmar sin miedo que, hoy en día, gran parte de las bitácoras de creación optan por el minicuento (al más puro estilo de los de Cronopios cortazarianos), cuando no por el casicuento, también por la escritura automática surrealista (parece que Breton anda suelto por Internet) y, cada vez más, por la prosa poética; son géneros de incontables aplicaciones que, en el presente volumen, oscilan entre el espontáneo boceto narrativo (léase «Mirada reflexiva»), la parábola profana («Caleidoscopios»), la fábula ingeniosa («Un ligero cuento de hadas»), la perplejidad ante el destino («Vacaciones»), la parodia mordaz del poder político (es ejemplar la serie «Trucholandia») y la caricatura, entre compasiva e hiriente, de algunos comportamientos sociales («Naturaleza humana»).
Tampoco el contenido de sus posts traiciona a los grandes temas de la literatura, pero su tratamiento, tanto en el dominio del lenguaje como en la exposición de la trama, marca sin duda una distancia cualitativa considerable al compararlo con los procedimientos literarios de otros blogs. De hecho, Carlos esquiva el chiste fácil, la necedad pueril y la chorrada blogueril tanto como las sagradas preguntas universales, los interrogantes trascendentales de la literatura, para poder desafiarlos desde su propia experiencia, fundiendo la realidad con la ficción desde puntos de vista muy singulares que, incorporados sin afectación, el autor previamente ha reflexionado con sus propias manos. En sus historias, amor y sexo se yuxtaponen hasta la unidad, el paso del tiempo se aborda desde una memoria propia casi siempre optimista y la escenificación de los problemas cotidianos, aparentemente triviales, trascienden en la trama hasta exhibirse como profundos y angustiosos conflictos humanos. Como guionista de televisión, bien se nota que es aquí, en esta última apuesta narrativa, donde Carlos Filippa más disfruta y más nos hace disfrutar.
Para concluir, un detalle que enriquece la lectura de este libro: la elipsis de significados. En los argumentos, el autor juega a decir lo que no dice, es decir, genera visiones del mundo pero, hábilmente, deja abierta la puerta de lo no relatado, de lo intuible, tal y como sucede con él fuera de campo cinematográfico, el espacio proyectado imaginariamente por el espectador: tiempo y espacio para adivinar, para sentir intenciones, placeres, afectos, pesares… Sencillamente: libertad para que el lector mute en autor. Por esta misma razón, a favor una imaginación en verdad liberadora, en su escritura aparecen también afirmaciones que nos descubren la expresión del que vive con intensidad a cada instante independientemente de las limitaciones, de los corsés y los bozales que imponen las rutinas diarias:
«Sentarse frente al teclado a escribir puede traer consecuencias imprevisibles. Podés encontrarte, sin querer, repasando el contenido de un CD grabado hace años, matando mutantes en una planta militar, viendo viejos videos de Garbage, leyendo las noticias de Timboctu, comprando baratijas electrónicas o revisando la lista de los DVD que no podés comprar todavía…
»Leí en un blog que eso se llama procrastinación. Yo no conocía la palabra, simplemente le decía cobardía.» (de «Consecuencias imprevisibles»).
Por la lectura de algunos pasajes, alguien diría que Carlos suele reflexionar sobre su afición a bloguear («Anita y el blog»), pero no es así. Se refiere, en realidad, a la soledad del ser humano:
«¿Alguien puede ver el desierto desde donde estamos? ¿No? Qué raro… hubiese jurado que el desierto estaba mucho más cerca de lo que ahora parece.» (de «Creando vidas»).
Con la lectura de este blog, donde se manifiestan las pasiones humanas confrontándose en tiempos distantes y conexiones diversas, se siente a veces un sabor amargo pero también se nos arranca una sonrisa melancólica al reconocer en esta las heridas de belleza por las que sangra un planeta que, demasiadas horas al día, habitamos como si fuera totalmente invisible.
Josep Porcar
Oficina de Objetos Perdidos
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