EL ELEGIDO

Los días y las noches pasaban informes para él. Sabía que tenía que hacer algo de su vida, pero no sabía qué, por lo que pasaba sus horas en una inmovilidad horriblemente atrofiante, esperando la señal divina para ponerse en marcha. Pero nada ni nadie le daba siquiera una pista de lo que su destino le tenía preparado. Y él seguía esperando.

Hasta que un día, a cierta hora de la tarde (aún había sombras producidas por un sol muy bajo pero el alumbrado público ya se había encendido), su misión en este mundo se dibujó nítidamente frente a sus ojos. Ahí estaba, y la conciencia de que la oportunidad que esperaba había llegado lo golpeó como una maza, justo en la cara.

Intentó moverse, ponerse en campaña, pero había pasado mucho tiempo esperando…

Murió años después, completamente convencido de que lo hubiese podido hacer bien. De que él era realmente el elegido. De que a veces la suerte se empeña en jugarnos sucio.