A Ramón siempre le gustó vestirse bien. Elegantes trajes, camisas impecables, corbatas osadas. Siempre despertando aunque más no sea una mínima admiración por sus dotes para componer con texturas y colores.
Un día, Ramón se sintió insatisfecho de la ropa que usaba, de la calidad de sus combinaciones, de su capacidad para innovar sobre lo usual.
Ese día Ramón reconoció, para sí mismo y para los demás, que a él lo único que le importó durante todos estos años era mirarse en el espejo.