La miró sin saber qué hacer. Pensó rozarla con los dedos. No lo hizo. Pensó darle un beso, aunque más no sea pequeñito. No se animó. Pensó tomarla con los brazos y bailar como en las películas… Se contentó con mirarla y disfrutar esa extraña ausencia que es el sueño. Ella, recostada sobre el sofá, dormía tranquila. Él era feliz.