La mirada que nos persigue nos delata a cada instante. No nos deja equivocarnos, no nos deja flaquear, no nos deja abandonar la lucha.
La mirada que nos persigue no puede ser cegada, ni esquivada. Es implacable.
La mirada que nos persigue también nos cuida. Eso es lo extraño. Son ojos y manos. Que nos vigilan y nos empujan a seguir adelante.
Hay quienes se enojan porque los acecha. Hay quienes la aceptamos, y nos sentimos seguros siendo mirados.